En una conversación “off the record” con periodistas en mayo de 1993, Peter Tarnoff, quien en ese momento era el tercer más alto funcionario de la Secretaría de Estado de Estados Unidos, comentó que, contrariamente a lo que se creía, su país no estaba en posibilidad real de ejercer la clase de dominación que algunos visualizaron al producirse la implosión de la Unión Soviética y el colapso del comunismo. Afirmó que, no obstante su victoria en la confrontación Este-Oeste, carecía del poder económico suficiente para ello, ya que las condiciones materiales hacían imposible llevar a la realidad el proyecto de gran potencia hegemónica y que su país, aislado, no podría forjar un orden mundial liberal.
Las palabras de Tarnoff constituyeron un reconocimiento de las limitaciones económicas y políticas del poder norteamericano para afrontar los desafíos globales y una preferencia por el multilateralismo como forma viable de mantener el liderazgo norteamericano en la postguerra fría.
Reveló Tarnoff que la decisión del gobierno de Bill Clinton de retardar las preferencias europeas sobre Bosnia no fue un traspié sino una opción cuidadosamente tomada en concordancia con las nuevas circunstancias del mundo de la postguerra fría, que superó las rivalidades entre las superpotencias. Argumentó que la política multilateral y de menor intervencionismo era la más apropiada para los designios de Estados Unidos, salvo que sus intereses vitales estuvieren actual o eventualmente amenazados.
Los periodistas interpretaron las palabras de Tarnoff como una refutación al optimismo desmedido con que veían las cosas los politólogos norteamericanos Joseph Nye y Francis Fukuyama en ese momento.
La doctrina Tarnoff, como desde entonces de denominó a esta posición, era multilateralista, en el sentido de que los Estados Unidos debieran procurar entendimientos y consensos con otros países influyentes para actuar mancomunadamente en el ámbito internacional.
Como era de esperar, los comentarios “off the record” de Tarnoff en su reunión con los periodistas —sacados de contexto, según se dijo— fueron publicados y difundidos con amplio despliegue por los medios de comunicación estadounidenses y abrieron una encendida polémica. En realidad, lo que Tarnoff sostenía era que las nuevas realidades del orden mundial, alejadas del campo militar, implicaban responsabilidades para todos los países del mundo, aunque reconocía una cuota mayor de responsabilidad para Estados Unidos, y abogaba por una mayor cooperación internacional para neutralizar las amenazas que se erigían en el mundo de la postguerra fría. Pero la mera sugerencia de que los Estados Unidos no eran la gran potencia en el sentido tradicional de la expresión resultaba inaceptable para buena parte de la opinión pública norteamericana, que interpretó las palabras del alto funcionario del Departamento de Estado como una falta de voluntad del gobierno de Clinton para honrar los compromisos en ultramar.
Los dichos de Tarnoff resultaron incómodos para la administración Clinton, que trató inmediatamente de establecer distancias con ellos, no obstante reconocer de manera realista que Estados Unidos no tenían los recursos económicos suficientes para actuar en todos los conflictos locales o globales que se presentaren.