Fue el conjunto de principios de política internacional formulados por el presidente Richard Nixon (1913-1994) de Estados Unidos después de la guerra de Vietnam, cuya exposición completa estuvo contenida en el “Second Annual Report to the Congress on United States Foreign Policy”, presentado el 25 de febrero de 1971, y complementada un año después con el informe titulado “The emerging structure of Peace” que entregó al Congreso el 9 de febrero de 1972.
A pesar de que el propósito de Nixon fue crear “algo grande” en materia de un nuevo proyecto de poder mundial y formular una “estructura de la paz” al estilo de la que para Europa propuso en su época Charles de Gaulle (1890-1970), a quien tanto admiraba el presidente norteamericano, mucho se discute si la iniciativa de Nixon puede llamarse realmente “doctrina” o si la falta de claridad y precisión de sus planteamientos conspiró contra el propósito de su autor e hizo de ella solamente una descripción de las grandes y pequeñas metas de la diplomacia norteamericana.
En todo caso, su formulación fue indispensable para ese momento porque había terminado la guerra de Vietnam en medio de la desazón nacional, especialmente de las jóvenes generaciones norteamericanas —con 56.000 soldados estadounidenses muertos y un costo económico estimado en 150 billones de dólares— y nadie tenía claro el rumbo que tomaría la política exterior de Estados Unidos en el futuro inmediato. El diagnóstico de ”lo que se hizo mal” en Vietnam para que se perdiera la guerra era la discusión de todos los días. Reproches iban y venían bajo el impacto traumático que ese conflicto armado causó en la opinión pública norteamericana. El país se angustiaba bajo el “Vietnam war syndrome”. Todos hablaban de prevenir “otro Vietnam”. En esas circunstancias fue formulada la llamada doctrina Nixon. Su idea central fue, sin duda, establecer los nuevos parámetros que guiaran las relaciones internacionales de Estados Unidos en los próximos años. Pero ciertamente que Nixon no logró plenamente su propósito porque su formulación ante el Congreso dejó muchas dudas e incertidumbres.
De todas maneras la doctrina Nixon tuvo dos finalidades manifiestas: reducir, vista la “lección de Vietnam”, los compromisos norteamericanos en conflictos “convencionales” en el exterior y, al mismo tiempo, preparar a Estados Unidos para cumplir a cabalidad aquellas otras obligaciones internacionales cuya ejecución resultaba menos onerosa o era imprescindible por tratarse de países cuya integridad era vital para los intereses de la seguridad norteamericana.
La doctrina Nixon llevaba implícita la intención de disipar la idea, muy generalizada a causa de los resultados de Vietnam, de que los Estados Unidos abandonarían sus responsabilidades en Asia, en una suerte de neo-aislacionismo que había ganado muchos adherentes en el interior de Estados Unidos como reacción contra la guerra. Hay que recordar incluso que el propio presidente había dicho dos años antes durante una conferencia de prensa celebrada en la isla de Guam, el 25 de julio de 1969, en el curso de su viaje de retorno de los astronautas del Apolo 11 que volvían de la Luna, que Estados Unidos no volverán a enviar soldados norteamericanos a combatir en defensa de los países asiáticos sino que en lo futuro se limitarán a dar ayuda logística y económica a tales países en el caso de que fueran amenazados por fuerzas superiores. “Manos asiáticas deben modelar los destinos asiáticos”, dijo Nixon en aquella oportunidad. Por eso, esta vez ante el Congreso el presidente fue muy enfático en afirmar que, si bien los países asiáticos debe asumir la responsabilidad de su propia defensa y su país sólo enviará tropas de combate y material de guerra si fueran amagados por fuerzas superiores, “los Estados Unidos de América mantendrán todos los compromisos contractualmente convenidos” y de ninguna manera abandonarán las obligaciones contraídas en el área de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y de otras regiones en que tienen intereses vitales de seguridad.
La doctrina Nixon dejó entrever que los Estados Unidos no incurrirán en nuevas intervenciones militares a menos que fueran imprescindibles para los intereses vitales de su seguridad. En este caso, su propio arsenal nuclear estaría disponible para proteger a cualquier Estado cuya sobevivencia se considere indispensable para su estabilidad. Esta es probablemente la única parte de la doctrina Nixon en que puede encontrarse una innovación importante a la tradicional política exterior norteamericana, porque sostiene que las misiones defensivas de facto contra agresiones a otros países, como ha ocurrido con Israel, crean para Estados Unidos obligaciones tan fuertes como las que nacen de los tratados de defensa mutua. Esto incluye todas las formas de agresión capaces de crear inestabilidad global, tales como >guerras civiles, insurrecciones, movimientos revolucionarios, actividades de >terrorismo y lo que Moscú solía llamar “guerras de liberación nacional”.
En cumplimiento de su doctrina, Nixon diseñó una política de confianza en sus “vicarios” regionales —como Irán e Israel en el Oriente Medio— para proteger y promover los intereses norteamericanos en las diversas zonas del planeta.
La doctrina Nixon contenía un programa diplomático completo, que envuelvía elementos tan disímiles como la <détente con la Unión Soviética, la normalización de las relaciones con China, la vigorización de la OTAN, renovados esfuerzos para resolver el problema árabe-israelí, relaciones más estrechas entre Estados Unidos y el África negra, un nuevo pero más limitado papel de su país en los asuntos asiáticos, la revitalización de las relaciones interamericanas y, en lo interno, un nuevo esquema de colaboración de las funciones Ejecutiva y Legislativa para afrontar los retos exteriores.