Se denomina así, en la terminología de las Naciones Unidas, el ahorro que en los gastos militares hacen los países durante un período determinado para destinarlo a los fines del desarrollo.
El concepto comprende, por tanto, no sólo la reducción de los egresos militares sino además el destino de los recursos economizados a las tareas del desarrollo.
Entre 1987 y 1994 los gastos militares del mundo disminuyeron a razón del 3,6% anual, lo que representó un ahorro acumulado de 935.000 millones de dólares, de los cuales 810.000 millones correspondieron a los países industrializados y 125.000 millones a los del mundo subdesarrollado, aunque es difícil establecer si esas sumas se destinaron efectivamente al financiamiento del desarrollo. Hay indicios de que en la mayoría de los países buena parte de esos fondos fue empleada en la solución de los déficit presupuestarios y en otros gastos no relacionados directamente con el desarrollo. En cuyo caso no constituyeron realmente “dividendos de paz”, al menos no en su totalidad.
Si los países del tercer mundo hubieran congelado sus gastos militares al volumen de 1990, habrían ahorrado durante un decenio una suma superior a los cien mil millones de dólares que la pudieron emplear en sus demandas del <desarrollo humano, económico y social. Lo cual les pudo significar, según cálculos hechos en 1993 por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), la posibilidad de haber alcanzado en ellos la alfabetización universal, la atención primaria de la salud y el suministro de agua potable para toda la población.
Durante 1992 la India compró a Rusia 20 aviones-caza MIG-29 a un precio que pudiera haber bastado para impartir enseñanza básica a los 15 millones de niños que no podían asistir a la escuela.
Con el dinero que en ese mismo año China pagó a Rusia por la compra de 26 aviones de combate pudo haber suministrado agua potable a 140 millones de personas que carecían de ella.
El precio en el cual Irán adquirió en Rusia dos submarinos podía haber alcanzado para financiar varias veces el costo de los medicamentos esenciales para toda su población, cuyo 13% no tenía de atención a la salud.
Malasia pidió construir a Inglaterra dos buques de guerra por una suma equivalente a la necesaria para sufragar el suministro de agua potable a cinco millones de habitantes que no lo tenían.
Nigeria adquirió del Reino Unido 80 tanques de guerra con cuyo precio pudo haber vacunado a dos millones de niños y suministrado servicios de planificación familiar a 17 millones de parejas.
Con el dinero con que pagó a Francia la compra de 40 aviones de combate Mirage 2000-E y 3 Tripartite, Pakistán pudo haber dotado de agua potable a 55 millones de habitantes que carecían de este servicio, suministrado medicamentos básicos a 13 millones de personas e impartido enseñanza básica a los 12 millones de niños que no tenían escuela primaria.
Y el joven y sanguinario gobernante Kim Jong-un —que, por herencia de su padre dentro de esa curiosa “dinastía marxista”, fue declarado “líder supremo” y ejerció el poder autocrático en Corea del Norte desde finales del año 2011— gastó todos los recursos del Estado en el lanzamiento de misiles balísticos intercontinentales mientras que su pueblo agonizaba de hambre.
Todas esas ingentes sumas de dinero, fruto de la sangre, sudor y lágrimas de los pueblos, bien pudieron ser “dividendos de paz”, pero no lo fueron y las necesidades básicas de las poblaciones siguieron desatendidas.