Es la acción y efecto de distribuir. Tiene en la vida pública dos acepciones principales: una económica y otra política.
En su acepción económica, significa el conjunto de las operaciones dirigidas a colocar los productos al alcance de los consumidores. Es, en este sentido, una de las fases del ciclo productivo que empieza con la producción de bienes, sigue con la comercialización de ellos y culmina con el consumo. El economista francés Juan Bautista Say (1767-1832) decía que la economía trata del modo en que se forman, se distribuyen y se consumen las riquezas de una persona o de una comunidad. La distribución, como parte de la cadena económica, está colocada en un lugar intermedio entre la producción y el consumo. Su función es, por tanto, poner los bienes a disposición del consumidor. Todos los actos que persiguen este propósito son actos de distribución. El comercio es el más importante de ellos aunque no el único. Cualquier técnica de reparto de productos es distribución. Los regímenes económicos de corte liberal y neoliberal entregan exclusivamente al comercio —con su ley de la oferta y la demanda, su publicidad, sus técnicas de “marketing” y sus trucos de “merchandising”— la función distributiva. Los regímenes marxistas confiaban al Estado esa responsabilidad. Los sistemas de economía mixta combinan las acciones estatales con las privadas para los fines de la distribución. Son diversos sistemas a través de los cuales el productor pone al alcance del consumidor los bienes que produce.
En la perspectiva política, esta palabra tiene una connotación esencialmente social. Significa repartir equitativamente los beneficios de la producción entre todos quienes participan en el proceso de generación de riqueza. Se habla, por eso, de la distribución de la >renta o el ingreso. La justicia encara, en este punto, el problema de determinar “lo que se debe” o “lo que es debido” a cada cual. La cuestión de la justicia se relaciona entonces con la igualdad. Se han formulado diversas nociones de la justicia distributiva. Entre ellas la del filósofo y jurista belga Chaïm Perelman que establece seis tipos posibles de repartición de bienes y servicios entre los miembros de la comunidad: a) a cada uno lo mismo, b) a cada uno según sus méritos, c) a cada uno según sus obras, d) a cada uno según sus necesidades, e) a cada uno de acuerdo con su rango, y f) a cada uno según lo atribuido por la ley.
La democracia económica o, por mejor decir, el componente económico de la <democracia tiene directa relación con ella. No sólo se trata de abrir posibilidades de >participación popular en la toma de las decisiones políticas del Estado sino también de promover el acceso de todos a los beneficios económicos y sociales que se producen con el trabajo comunitario. Para eso es menester regular la forma de distribución de las rentas del trabajo, las del trabajo con el concurso del capital y las del capital puro. Esto supone acudir a los mecanismos salariales, de regulación de intereses, de reparto de utilidades de las empresas y de seguridad social. Todos ellos son medios de distribución del ingreso. Las políticas sociales, salariales, crediticias y cambiarias, al tiempo que fomentan la producción, cumplen también finalidades distributivas.
Me parece importante señalar que no es lo mismo “distribución” que >”redistribución”. Aquélla entraña un reparto primario del ingreso, de acuerdo con las políticas sociales y económicas que adopta el Estado. Esta, en cambio, implica una reorganización de la economía y un nuevo reparto de los bienes económicos entre los miembros de la sociedad. Redistribuir es volver a distribuir. Hacerlo de nuevo. Modificar o corregir la distribución primaria. En suma: distribuir lo distribuido. Lo cual se logra mediante las políticas de seguridad social, de tributación, de reforma agraria, de reforma urbana y todas las demás políticas que implican un cambio en la estructura del ingreso o de la propiedad. Todas ellas son mecanismos de redistribución, porque después de que los bienes fueron distribuidos y pasaron a manos de sus beneficiarios, una parte de ellos retorna al Estado para una nueva distribución —una redistribución— que llega en forma de servicios, compensaciones, pensiones y otras prestaciones a los sectores más pobres.
La distribución se refiere a la renta o al ingreso en tanto que la redistribución involucra básicamente la propiedad: sea la propiedad de la tierra, de los bienes de capital o de otras formas de riqueza consolidada. La finalidad central de la redistribución es modificar las relaciones de propiedad existentes. Transferir la propiedad —que es el resultado de la distribución primaria del ingreso— de unas manos a otras. Modificar la tenencia de los bienes. Por eso todo proceso revolucionario tiene, en lo económico, carácter redistributivo.
Esto significa que la distribución mira al presente y al futuro mientras que la redistribución comprende también el pasado, en la medida en que traslada la propiedad de unas manos a otras. Quiero decir con esto que la distribución no tiene efecto retroactivo, que para ella lo pasado es inamovible, que los arbitrios distributivos se hacen hacia adelante, mientras que la redistribución modifica las relaciones de propiedad ya establecidas.
La teoría de la distribución consiste en determinar la forma de repartir los beneficios de la operación productiva entre todos los que participan en ella. Esa repartición se hace generalmente en función de la aportación entregada por cada uno, sea en capital, sea en trabajo. Los >sueldos y >salarios retribuyen la fuerza de trabajo y los >intereses el uso del capital. Lo que resta es el excedente del que, en forma de dividendos o de capitalización, se apropia el dueño del instrumento de producción porque, como lo justificó Adam Smith (1725-1790), el trabajo produce más de lo que es necesario para su sostenimiento y este excedente va a los propietarios agrícolas y a los capitalistas en virtud de la propiedad que tienen sobre la tierra y sobre el capital.
Así se suele distribuir la >renta del ciclo productivo. Sin embargo, lo difícil es cuantificar esos aportes. Las >ideologías políticas han propuesto diversos criterios para dirigir el proceso de repartición. Unas, dando más importancia al capital en cualquiera de sus formas —dinero, tierras, minas, aguas, bosques, maquinarias— propugnan la retribución preferente en favor de este factor de la producción. Otras han puesto mayor énfasis en el factor trabajo y han sostenido que la distribución de la operación productiva debe reconocer prioritariamente los méritos de los trabajadores intelectuales y manuales que en ella participan.
Dentro de esta línea, el >marxismo planteó la conocida fórmula de “a cada quien según sus necesidades, de cada quien según sus capacidades”, la cual significaba que cada persona ha de trabajar tanto como le permitan sus aptitudes en beneficio social y ha de recibir en proporción a sus necesidades individuales y familiares.
Sin embargo, esta fórmula no ha encontrado aplicación práctica sino excepcionalmente en la experiencia histórica. Es demasiado generosa y altruista para que pueda ser admitida por la voracidad de riqueza que anima al >homo aeconomicus. Que yo conozca, en los >kibbutzim israelíes es donde este principio ha recibido la más leal aplicación. En ellos las personas trabajan tanto como pueden y reciben tanto como necesitan. No hay una forzosa correspondencia entre el volumen de trabajo y la remuneración. Esta guarda proporcionalidad con las necesidades de los trabajadores.
Los dirigentes chinos, a través de su política de >reforma y apertura económica instrumentada después de la caída del >maoísmo por Deng Xiaoping, a partir de 1978, modificaron la vieja fórmula marxista y propusieron una más pragmática: “de cada uno según sus capacidades y a cada uno según su trabajo”. La cual significa que la distribución debe hacerse en forma directamente proporcional a la eficiencia y al rendimiento del trabajo de cada persona. En todo caso, el elemento común de las teorías socialistas de la distribución es que, al privilegiar el trabajo como fuente del valor, convierten a este factor en el destinatario principal de la repartición de los rendimientos de la producción.