Llámase así a la discusión que, por ociosa e inútil, carece de todo sentido. Con frecuencia se dan en política discusiones de este estilo, estériles y alambicadas. El origen de la frase está en los intrascendentes debates que se realizaban en Constantinopla —la antigua Bizancio, capital del Imperio Romano de Oriente— acerca del sexo de los ángeles en los momentos en que los turcos otomanos estaban a punto de conquistar la ciudad.
Durante toda la época de la división entre los dos imperios romanos: el de Occidente y el de Oriente, los cristianos se enredaron en interminables litigios teológicos hasta que en el año 858 la unidad del cristianismo sufrió un durísimo golpe con el cisma de Focio, patriarca de Constantinopla, que separó la iglesia griega, con sede en Constantinopla, de la latina, con asiento en Roma. Fue el llamado cisma de Oriente. En él hicieron crisis las profundas diferencias que las dos iglesias tenían respecto de la autoridad temporal, dogmática y magisterial del papa, de la castidad sacerdotal, de la inmaculada concepción de María, de la existencia del purgatorio, de la cuestión de la santísima trinidad y de muchísimas otras cuestiones.
En medio de tales dificultades los miembros de la Iglesia Ortodoxa Griega se pusieron a discutir acerca del sexo de los ángeles. A esa controversia tan insustancial como absurda se llamó “discusión bizantina”, frase con la cual, desde entonces, se ha ridiculizado este tipo de disquisiciones.