Es el diferente tratamiento que en la vida social reciben las personas o los grupos, asociado generalmente a injustas y arbitrarias diferencias que se hace entre ellos.
La discriminación, por tanto, implica una selectividad inicua de los seres humanos o de los grupos sociales en la vida comunitaria. Niega la igualdad de oportunidades, favorece a unos y perjudica a otros.
Puede ella obedecer a motivos políticos, raciales, religiosos, culturales, económicos, sexuales u otras causas de segregación. El >racismo, el <confesionalismo, el >sexismo no son más que algunas formas, especialmente perversas, de discriminación entre los seres humanos en las sociedades defectuosamente organizadas.
Por desgracia la historia del hombre está llena de episodios de segregación. En el mundo antiguo se discriminó a los extranjeros. Tanto los griegos como los romanos les calificaron de “bárbaros” y los sometieron a su dominio esclavista. Los romanos menospreciaron a los germanos, a los galos, a los celtas y a otros grupos a los cuales consideraron inferiores. Hubo de por medio prejuicios culturales y raciales muy arraigados.
Judíos y negros fueron víctimas propiciatorias de las más duras discriminaciones a lo largo de la historia. Las que sufrió el pueblo judío se remontan a los antiquísimos tiempos de las invasiones de los asirios (722 a. C.), los babilonios (586 a. C.), los persas (530 a. C), los romanos (70-313 d. C.), los bizantinos (313-636 d. C.), los árabes (636-1091), los seléucidas (1091-1099), los cruzados (1099-1291), los mamelucos (1291-1516), los turcos otomanos (1517-1917) y los ingleses (1918-1948), que les despojaron de sus tierras. La discriminación estuvo presente también en la expulsión de los judíos de Inglaterra (1290), Francia (1306 y 1394), España (1492) y el reino de Nápoles (1510-1541), en la postergación civil y política que ellos sufrieron en las sociedades europeas anteriores a la Revolución Francesa, en los horrores del >zarismo ruso, en la vesania hitleriana, en la diáspora, en la persecución soviética, en las guerras árabes y en muchos otros actos de hostilidad antijudía a lo largo de la historia.
La discriminación contra los negros ocupa también páginas lúgubres en los anales históricos. La >esclavitud de ellos en los siglos XVI al XIX, para utilizarlos como bestias de trabajo y de carga en las Antillas, las colonias hispanoamericanas, Brasil y las trece colonias inglesas de Norteamérica, merece la abominación de los siglos. El >racismo persecutor que contra ellos se implantó en Estados Unidos, a partir de la guerra civil de mediados del siglo XIX, llena de vergüenza a la humanidad, igual que la práctica del <apartheid que la minoría blanca impuso en la República de Sudáfrica contra la mayoría negra a partir de 1948 en que el Nationalist Party —de los nacionalistas boers— tomó el poder.
La discriminación contra las mujeres, si bien ha sido menos dramática, no ha dejado de ser profundamente injusta. Se les negó en el pasado el ingreso a las universidades y el derecho de voto en las elecciones. Las posibilidades de trabajo fueron para ellas muy restringidas. Aún hoy, en el dintel del nuevo siglo, ningún país del mundo trata a las mujeres igual que a los hombres. Hay todavía disparidad de oportunidades entre los sexos. Lo demuestran los estudios hechos por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). En los países industrializados, que se supone han avanzado mucho en el camino de la igualdad, la discriminación se manifiesta especialmente en el empleo y en los salarios. En el Japón, por ejemplo, las mujeres percibieron sólo el 51% de las remuneraciones de los hombres en 1993. En los países del >tercer mundo las desigualdades son aun mayores. La participación de las mujeres en el empleo en Asia meridional es del 29% y en los países árabes apenas del 16%. En el campo de la educación los desniveles no son menores.
Parecía que las situaciones de segregación iban camino de disminuir al ritmo de los avances de la civilización. Las intransigencias étnicas, culturales y religiosas de las épocas anteriores parecían superadas. Pero en los últimos años, por razones no muy fáciles de explicar, ellas se han reavivado en muchos lugares del mundo. Han renacido con fuerza ciertos fenómenos de exclusión o agresividad contra algunos grupos de personas —especialmente los extranjeros— en razón de que su apariencia física, caracteres étnicos, modalidades culturales, lenguaje o credo religioso difieren de los del grupo dominante. Estas diferencias se han interpretado como signos de una “inferioridad” innata de los grupos minoritarios.
En Europa especialmente hay un renacimiento del >nacionalismo, la >xenofobia, el <chovinismo y el >racismo contra las minorías alógenas que se expresa lo mismo en los pequeños sucesos de la vida diaria que en los grandes acontecimientos políticos y bélicos. La hostilidad de los grupos fanáticos contra los extranjeros no tiene otra explicación que la exacerbación del eurocentrismo y del etnocentrismo. En lo macropolítico, la disolución de la Unión Soviética, la >secesión de Checoeslovaquia, la guerra civil de la antigua Yugoeslavia y el conflicto armado de Chechenia, ocurridos en los años 80 y 90 del siglo pasado, se deben a pugnas étnicas y culturales que estuvieron largamente acalladas bajo sus regímenes monocráticos pero que estallaron con fuerza irracional a partir de los recientes procesos de democratización.
En la actualidad se ha comenzado a hablar de “discriminación positiva” para referirse a la distinción favorable que se da a unas personas y grupos, tradicionalmente sometidos a segregaciones negativas, con relación a los demás. Este tipo de desigualdad entraña, en cierto modo, un privilegio. Del “bajo relieve” en que ellos estaban colocados en la vida social han pasado a un “alto relieve” de preferencias en relación con los demás. En la cuestión femenina, por ejemplo, se dio un episodio de discriminación positiva en 1990 con la ley expedida en el land de Bremen, Alemania, que disponía que en caso de equivalencia de méritos debía darse prioridad a la mujer sobre el hombre en la consecución de un empleo si en el respectivo sector laboral ella no estaba suficientemente representada. Este es un ejemplo de discriminación positiva, es decir, de desigualdad en favor de la mujer. Sin embargo, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, con sede en Luxemburgo, dictó el 17 de octubre de 1995 una sentencia que declaró inaplicable la mencionada ley alemana por ser incompatible con las normas comunitarias que establecen la igualdad de oportunidades entre los dos sexos.
Otro caso notable de “discriminación positiva” fue el dictamen del Tribunal Supremo de Justicia de Estados Unidos, emitido el 22 de junio del 2003, que calificó de constitucionales las preferencias otorgadas a los estudiantes negros, hispanos o de otras minorías étnicas para que ingresen a las universidades norteamericanas.