Es una modalidad de dinero electrónico. Consiste en una tarjeta de plástico, emitida por un banco o una entidad financiera especializada, que autoriza a su portador para pagar con ella el precio de los bienes y servicios que compra, y a veces también para obtener anticipos de dinero en efectivo en cantidades limitadas.
El dinero plástico tiene dos modalidades: la tarjeta de crédito y la tarjeta de débito. La primera otorga al tenedor la posibilidad de hacer pagos diferidos por lo que compra o sacar dinero de cajeros automáticos para reponerlo después. La segunda le permite realizar compras con la presentación de ella, en función del monto que tiene en su cuenta corriente en una institución bancaria o financiera, de modo que instantáneamente se produce en ésta un débito por la suma de la transacción.
La tarjeta de crédito es un invento norteamericano que se ha extendido por todo el mundo. La expresión credit card fue acuñada por el escritor estadounidense Edward Bellamy (1850-1897) en su novela socialista utópica titulada “Looking Backward” (1887), en la que, ofreciendo una descripción futurista del año 2000, se refería a una tarjeta de cartón con la cual cada individuo podría cargar todos sus gastos a sus ingresos del año o endeudarse con cargo a las rentas de los próximos años.
El sistema funciona dentro de una comunidad de pagos que tiene tres elementos fundamentales: el organismo emisor de las tarjetas, los titulares de ellas y los comerciantes adheridos a la red crediticia. Al expedir la tarjeta a nombre de una persona, la entidad emisora —que con frecuencia es un banco o un grupo de bancos— garantiza los pagos a favor de los comerciantes acreedores y los hace efectivos después de que las transacciones se han realizado. Luego el organismo emisor pasa la respectiva cuenta al portador de la tarjeta y recupera ese dinero. El comerciante, es decir el vendedor de los bienes y servicios al tenedor de la tarjeta, que sin duda aumenta sus ventas con esta facilidad crediticia, reconoce por el servicio al emisor un porcentaje de comisión sobre el volumen de las transacciones hechas por este medio.
La tarjeta de crédito tiene dos funciones principales: es un medio de transacción porque con ella se pueden comprar cosas sin necesidad de dinero en efectivo, para pagarlas después, y puede usarse también como instrumento de crédito rotativo —revolving debt instrument— puesto que permite al cliente realizar pagos diferidos sucesivos. Si despojamos a la tarjeta de crédito de su función crediticia, nos queda una tarjeta de débito con la cual los cargos son restados directamente de los depósitos de su tenedor, lo cual equivale a tener una cuenta corriente o una tarjeta para cajero automático: una teller machine card. Pero hay ciertas tarjetas que van más allá: permiten a su titular retirar hasta una determinada cantidad de dinero en efectivo o divisas en cualquier parte del mundo donde exista esta red de crédito. En los años 80 del siglo pasado se amplió el sistema de las tarjetas de crédito a los automated teller machine (ATM), que proveen de una preautorizada línea de crédito a sus portadores. Colocadas en lugares céntricos de las ciudades, estas máquinas suministran al instante dinero en efectivo, transfieren moneda, aceptan depósitos y ofrecen otros servicios.
La práctica cotidiana ha hecho de las tarjetas de crédito también un instrumento de identificación y garantía personales. Cuando alguien llega a alojarse en un hotel lo primero que los empleados de la recepción le solicitan es su tarjeta de crédito. Lo propio ocurre al momento de reservar un automóvil de arrendamiento. La tarjeta de crédito se ha vuelto una suerte de documento de identidad que avala la solvencia de su portador.
El sistema, sin embargo, no precautela el “anonimato” del portador lo cual ha sido criticado por todas las implicaciones que esto tiene para quienes demandan la absoluta privacidad de su vida económica.
La tarjeta de débito, en cambio, permite a su portador “girar” sobre sus propios fondos que están depositados en una cuenta corriente bancaria para pagar sus transacciones de bienes o servicios. Con ese fin, al momento de la compra, debe digitar la clave personal de su tarjeta —en lo que es una suerte de “firma electrónica”— en el terminal de computación del almacén. Entonces instantáneamente el monto de la compra se debitará de sus haberes bancarios y en la pantalla aparecerá exactamente la suma restada. El proceso dura apenas cuatro segundos.
Otra modalidad de tarjeta de débito es la tarjeta magnética prepagada que se utiliza para las conferencias telefónicas, cuyo contenido de valor disminuye a medida que su titular la utiliza. Su portador compra esta tarjeta, paga su precio y luego la usa para hacer sus llamadas por teléfono hasta que se agota el valor nominal de ella.
El fenómeno contemporáneo de la >globalización de la economía ha impulsado fuertemente el desarrollo del llamado “dinero plástico” a través del cual sus tenedores pueden realizar sus pagos dentro y fuera de un país. Dice el profesor norteamericano Alvin Toffler en su libro ”El cambio del poder”, cuya tercera edición se publicó en 1991, que “en la actualidad hay unos 187 millones de titulares de tarjetas de crédito “Visa” repartidos por todo el mundo, que las usan en unos seis millones y medio de comercios, estaciones de servicio, restaurantes, hoteles y otros lugares que producen, a su vez, facturas por un importe de 570 millones de dólares diarios, 365 días al año. Y “Visa” no es más que una de las muchas empresas de tarjetas de crédito”.
El sistema se inició en Estados Unidos en la década de los años 50 y se ha expandido en forma sorprendente en los últimos cincuenta años. Centenares de miles de comerciantes se han incorporado a su trama y millones de personas portan tarjetas de crédito para realizar sus intercambios. La posesión de ellas se ha convertido en un status social y en una credencial de tipo personal que avala la solvencia económica de su titular, puesto que antes de expedirlas la entidad emisora examina la situación financiera de sus clientes.
Aunque ellas no tienen todas las características del dinero —como las de ser medida del valor, medio de acumulación y unidad de cuenta— son un instrumento de cambio que contribuye a incrementar la masa monetaria de la economía.
No hay duda de que el sistema que ellas han creado impulsa la expansión de los medios de pago en poder del público y de que, por tanto, se trata de una forma de dinero. La cantidad de crédito disponible que tiene el titular de cada tarjeta, o la diferencia entre esa suma de crédito autorizado y la cantidad cargada a la tarjeta y aún no liquidada, forma parte de la oferta monetaria general de la economía.