Teoría filosófica que concibe al mundo en constante movimiento. Para ella nada es eterno, todo es perecible, todo pasa, todo es y deja de ser. El reposo no existe, nada es estático, las cosas y las ideas germinan y fluyen incesantemente. El movimiento es la ley inexorable de lo existente. Unas cosas dejan de ser para dar nacimiento a otras. Lo mismo los fenómenos de la naturaleza que los del hombre, de la sociedad y de la cultura están sometidos a un proceso interminable de cambio y de transformación. Todos ellos obedecen a un ciclo vital: nacen, crecen, llegan a su culminación y después declinan y desaparecen.
En el universo las estrellas, los planetas, los astros y demás cuerpos celestes cumplen también su ciclo de vida: nacen, crecen, alcanzan su plenitud, decaen, envejecen y mueren. Esto ocurre con los centenares de miles de millones de cuerpos celestes que pueblan el universo. La diferencia está en que la vida de cada uno de ellos dura alrededor de 10.000 millones de años.
Esta concepción filosófica ha sido principal pero no únicamente desarrollada por el >marxismo, a través del >materialismo dialéctico o dialéctica materialista, que es el componente filosófico de su ideología.
El pensamiento dialéctico no es nuevo. La mayoría de los filósofos griegos de la Antigüedad lo plantearon. Heráclito de Éfeso, en el siglo V a. de C., habló de que el cambio es la ley de la naturaleza, de que en ella nada hay estable, que todo se desvanece. Es conocido su pensamiento de que “nadie se baña dos veces en las aguas del mismo río”. El filósofo griego avizoró además el principio de la lucha de los contrarios que se da en el interior de las cosas y dijo que el conflicto es padre y rey de todos los fenómenos, que de lo que difiere surge la más bella armonía y que la discordia produce la vida.
Todos estos son pensamientos dialécticos. La dialéctica presupone dos posiciones contrapuestas. Las palabras dialéctica y diálogo tienen la misma raíz etimológica. Por eso los griegos entendieron también por dialéctica “el arte de la discusión”. En la una hay dos posiciones en pugna, en la otra dos razones en confrontación. En ambas se da un “acuerdo” en el seno del “desacuerdo”, sin el cual no podría haber dialéctica ni diálogo, pero también sucesivas modificaciones de posición por la acción de cada uno de los elementos contrarios. La dialéctica entonces significa compenetración, interpenetración y recíproca modificación de elementos contrarios para producir la síntesis.
Todo tiene dentro de sí, en medio de su unidad ontológica, dos elementos en conflicto. La vida lleva en su seno su propia contradicción, que es la muerte. El ser y el no ser se funden en la síntesis del devenir. La reproducción de la vida se hace por la cópula de lo masculino y lo femenino. La electricidad se produce por la unión de los dos polos: el positivo y el negativo. Todo, en fin, lleva en sus propias entrañas dos factores en conflicto.
El filósofo alemán Friedrich Hegel (1770-1831) afirmó que no es sino en la medida en que una cosa contiene en sí el germen de una contradicción, que ella vive y se agita; y que el choque de los contrarios, que habrá de resolverse en una síntesis superior, hace posible la transformación.
El movimiento universal se produce a través de la tríada hegeliana, compuesta de tesis, antítesis y síntesis. Todas las cosas tienen dentro de sí un elemento contrario. Son ellas y su contrario. En sus entrañas hay un factor de afirmación —que es la tesis— y uno de negación —que es la antítesis— enfrentados incesantemente. La lucha interna y la interpenetración de ellos desemboca en una síntesis, que es un producto distinto en un grado superior de evolución, que a su vez lleva en sus entrañas el germen de otra contradicción, que volverá a resolverse en una nueva síntesis. Y así sucesivamente. Esto genera la vida y el movimiento y hace posible, por ejemplo, que la fruta crezca, madure y después de pudra; que el niño se vuelva hombre; que la sociedad evolucione desde las formas más rudimentarias —como la horda o el clan— hasta las más sofisticadas, como el Estado moderno y la sociedad de Estados; que el pensamiento humano evolucione; que la cultura avance y que la ciencia haya llevado a la humanidad de la carreta halada por caballos hasta las naves siderales.
Estas ideas fueron desarrolladas posteriormente —a mediados del siglo XIX— por Carlos Marx y Federico Engels, como uno de los elementos básicos de su dialéctica materialista.
Para ellos el movimiento dialéctico universal obedece a tres leyes fundamentales: la de la unidad y lucha de los contrarios, la de la negación de la negación y la del cambio de cantidad en calidad.
Según la ley de la unidad y lucha de los contrarios todo lo existente guarda en sus entrañas dos elementos: uno positivo y otro negativo, en constante lucha por prevalecer. La transformación universal se produce gracias a esa contradicción. De la entraña de las cosas nace el movimiento. Los dos elementos en conflicto desencadenan una pugna que necesariamente ha de resolverse en una síntesis superior que, a su vez, llevará en su seno el germen de una nueva contradicción. Esta volverá a resolverse, en un nivel superior de evolución, en una síntesis nueva, con arreglo a otra de las leyes dialécticas, que es la de la negación de la negación, que significa que la síntesis —que es la negación de la negación—, una vez que se consolida, se convierte en la nueva tesis que también será negada.
Así se produce el movimiento universal que, en realidad, es un automovimiento surgido de las contradicciones internas que tienen todas las cosas y de la incesante modificación de calidad que ellas sufren a causa de sus cambios cuantitativos.
El líder chino Mao Tse Tung (1893-1976) fue un magnífico expositor de la dialéctica materialista bajo la óptica del >marxismo. En un trabajo escrito en 1937 afirmó que “la ley de la contradicción en las cosas, es decir, la ley de la unidad de los contrarios, es la ley fundamental de la dialéctica materialista” e hizo la distinción entre la concepción metafísica y la concepción dialéctica del mundo. “La concepción metafísica del mundo o concepción del mundo del evolucionismo vulgar —dijo— ve las cosas como aisladas, estáticas y unilaterales. Considera todas las cosas del universo, sus formas y sus especies, como eternamente aisladas unas de otras y eternamente inmutables. Si reconoce los cambios, los considera sólo como aumento o disminución cuantitativos o como simple desplazamiento. Además, para ella, la causa de tal aumento, disminución o desplazamiento no está dentro de las cosas mismas sino fuera de ellas, es decir, en el impulso de fuerzas externas. Los metafísicos sostienen que las diversas clases de cosas del mundo y sus características han permanecido iguales desde que comenzaron a existir y que cualquier cambio posterior no ha sido más que un aumento o disminución cuantitativos. Consideran que las cosas de una determinada especie sólo pueden dar origen a cosas de la misma especie, y así indefinidamente, y jamás pueden transformarse en cosas de una especie distinta”.
En contraste con esta concepción del mundo está el punto de vista dialéctico, que sostiene, según Mao Tse Tung, que “a fin de comprender el desarrollo de una cosa, debemos estudiarla por dentro y en sus relaciones con otras cosas. Dicho de otro modo, debemos considerar que el desarrollo de las cosas es un automovimiento, cada cosa se encuentra en interconexión e interacción con las cosas que la rodean. La causa fundamental del desarrollo de las cosas no es externa sino interna; reside en su carácter contradictorio interno. Todas las cosas entrañan ese carácter contradictorio; de ahí su movimiento y su desarrollo. El carácter contradictorio interno de una cosa es la causa fundamental de su desarrollo, en tanto que su interconexión y su interacción con otras cosas son causas secundarias”.
Al aplicar estos conceptos dilécticos a los fenómenos históricos de su tiempo, Mao Tse Tung observó en 1937 que “países de condiciones geográficas y climáticas casi idénticas se desarrollan de un modo muy distinto y desigual. La Rusia imperialista se transformó en la Unión Soviética socialista, y el Japón feudal, cerrado al mundo exterior, se transformó en el Japón imperialista. China, dominada durante largo tiempo por el feudalismo, ha experimentado enormes cambios en los últimos cien años y ahora está avanzando hacia su transformación en una nueva China, emancipada y libre”.
A lo largo de los tiempos, el movimiento cósmico se ha evidenciado en el tránsito de la simplicidad a la complejidad, de la indiferenciación a la diferenciación, de la homogeneidad a la heterogeneidad, siguiendo el ritmo y dirección de la >evolución universal a la que están sometidos todos los órdenes de la realidad humana, natural, social y cultural.
Este es el movimiento dialéctico de todas las cosas.
La dialéctica enseña la complejidad de las cosas y de los acontecimientos. En la entraña de ellos siempre hay elementos de signo positivo y negativo. Nada es ni puede ser totalmente negativo, sin que deje algún resquicio para lo positivo, y nada tampoco es completamente positivo. Por ejemplo, algo tan profundamente negativo como la guerra fría, con toda su carga de irracionalidad y de violencia, tuvo sin embargo elementos constructivos, como lo prueba el hecho de que al amparo de la confrontación entre las dos superpotencias se estimuló la investigación científica y tecnológica que, aunque originada en el ámbito militar, tuvo resonancias muy importantes en el campo civil. Bajo las tensiones de la guerra fría se dio el ascenso científico y tecnológico del Japón y Alemania, cobró impulso la conquista del espacio, se inició la revolución digital, se desarrolló la ingeniería biogenética, se desató el proceso de descolonización de numerosos países y ganaron importancia Estados pequeños que, en otras circunstancias, no habrían sido tomados en cuenta. Ontológicamente todos los fenómenos están formados por “partículas” positivas y negativas, buenas y malas, que luchan internamente por imponerse y que, en esa lucha, terminan por interpenetrarse y por producir una síntesis.
Una de las dimensiones modernas de la dialéctica se da en el campo de la >nanotecnología. Con ésta se cumple la vieja ley dialéctica del cambio de cantidad en calidad: al disminuir la escala, que es un cambio cuantitativo, se produce un dramático cambio cualitativo. Por tanto, a partir de las escalas nanométricas será factible crear o fabricar materiales nuevos, de características infinitamente más eficientes, y mejorar los materiales existentes para fines físicos, químicos, industriales, agrícolas, médicos, biológicos, biotecnológicos, electrónicos, informáticos y muchos otros. Las reglas de la física tradicional pierden toda validez en las escalas nanométricas. Esto quiere decir que una misma sustancia puede comportarse de modo totalmente diferente dependiendo de su escala. A escala nanométrica presenta propiedades desconocidas en las otras escalas. Lo cual, obviamente, abre un mundo nuevo porque a partir de las modificaciones de escala se podrán construir, por la vía de la producción molecular, materiales hasta hoy desconocidos. Esto abre posibilidades espectaculares especialmente en el campo de las materias primas para la industria.
Llámase “efecto cuántico” a la modificación de las propiedades físicas y químicas de la materia en función de su escala nanométrica. Es curioso observar que la resistencia, la durabilidad, la conductividad eléctrica, la reactividad, la elasticidad, entre otras propiedades, cambian en los mismos elementos dependiendo de su escala. Las nuevas materias primas creadas por la nanotecnología a partir de la producción molecular abrirán un inmenso e inusitado espacio de innovaciones a la producción manufacturera en los diversos campos, de modo tal que estamos a las puertas de una nueva revolución industrial: la revolución nanotecnológica.
En contraste con el pensamiento materialista y dialéctico está la concepción metafísica del mundo, para la cual los aumentos, disminuciones y desplazamientos de las cosas se deben a impulsos exteriores y no a fuerzas endógenas de las cosas mismas. Considera que los objetos están aislados unos de otros y que ellos son eternamente inmutables. Pueden sufrir cambios cuantitativos pero no cualitativos. Por tanto, las cosas de una determinada especie no pueden dar origen sino a otras de la misma especie, por lo que ellas han permanecido iguales desde el principio de los tiempos. La posición metafísica no admite la transformación de una cosa en otra distinta.