Parecería inadecuado incluir la palabra deporte en un diccionario político, pero no lo es. El deporte ha formado parte de la política desde épocas muy remotas. Ha sido utilizado como instrumento de distracción pública —una suerte de opio de los pueblos, parafraseando a Marx— desde tiempos inmemorables para evitar que la gente prestara atención a sus problemas económicos y sociales. Ésta ha sido una práctica milenaria de los gobiernos. El pan y circo de los antiguos romanos, con sus gladiadores y carreras de caballos, está aún vigente. La vieja enseñanza política de que a los pueblos hay que darles espectáculo y entretenimiento para que sus ojos no se posen en sus miserables calidades de vida ni en la corrupción o errores de sus gobernantes sino que se distraigan en las competencias deportivas ha encontrado una aplicación cada vez más amplia en los tiempos modernos.
El circo fue entre los antiguos romanos el lugar destinado a la celebración de diversos espectáculos para entretener a la multitud. La ciudad de Roma llegó a tener 15 circos, de los cuales el más grande e importante fue el circo máximo, situado entre las colinas Palatino y Aventino. Los circos romanos tenían la arena o la palestra, que era la pista en la que actuaban los protagonistas del espectáculo, y en su torno se levantaban gigantescos graderíos para los espectadores. Estaban hermosamente adornados con estatuas, columnas, pilastras, arcos y balaustres. En ellos se realizaban las carreras de caballos y de carros —a imitación de los hipódromos griegos—, la lucha entre gladiadores o entre éstos y animales salvajes, las competencias de los atletas, las peleas de los pugilistas, las piruetas de los acróbatas, los simulacros militares y los demás juegos circenses para divertir a la multitud. En la época de los cristianos de las catacumbas se realizaban los espeluznantes espectáculos de arrojarlos para ser devorados por las fieras ante el frenesí de la masa.
Las relaciones entre el deporte y la política son inocultables. El deporte ha sido a menudo utilizado con fines propagandísticos e incluso convertido en arma política. En 1936 los Juegos Olímpicos celebrados en Berlín fueron usados por Adolfo Hitler para promocionar el >nazismo. Los regímenes comunistas convirtieron a las organizaciones deportivas, regimentadas por el Estado mediante los comités de cultura física y deporte en los consejos de ministros, en “correas de transmisión” de los designios políticos de los gobiernos. Durante la guerra fría Estados Unidos y la Unión Soviética boicotearon, a su turno, los Juegos de Moscú en 1980 y los de Los Ángeles en 1984. Los triunfos deportivos han servido como instrumento de prestigio nacional, de influencia política e incluso de proselitismo.
Los conflictos ideológicos y políticos han interferido eventualmente la realización de los Juegos de la era moderna. En los de Berlín en 1936 Adolfo Hitler rehusó reconocer las hazañas del atleta negro norteamericano Jesse Owens, quien ganó cuatro medallas de oro. Los Juegos Olímpicos de 1972 en Munich estuvieron marcados por una tragedia derivada de las condiciones políticas del Oriente Medio cuando miembros de una organización palestina, en una acción terrorista, mataron a dos atletas de Israel y tomaron como rehenes a otros nueve miembros de su representación, que murieron más tarde en el intento de su liberación por la policía alemana en el aeropuerto de Munich. Las actividades olímpicas se suspendieron durante un día en recuerdo de los atletas asesinados. Los Juegos Olímpicos de 1976, celebrados en Montreal, también se vieron alterados por acontecimientos políticos porque el gobierno canadiense, anfitrión de ellos, no permitió que el equipo de Taiwán portara su bandera ni que se tocara su himno nacional durante la celebración, con lo cual se produjo el retiro de su equipo. En esa misma oportunidad la desatendida demanda de la mayoría de los países africanos para que se excluyera de las competencias a Nueva Zelandia por haber permitido que uno de sus equipos de rugby jugara en Sudáfrica, incumpliendo la política de sanciones que la comunidad internacional había establecido contra el <apartheid, produjo el abandono de los Juegos de 31 países en solidaridad con la posición de las delegaciones africanas. Como parte de la guerra fría, los Estados Unidos retiraron a sus deportistas de los Juegos de 1980 en Moscú, en protesta por la invasión soviética a Afganistán, actitud que fue seguida por otros 64 países. Cuatro años más tarde la URSS, invocando la deficiencia de las medidas de seguridad para sus deportistas, se retiró de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles, junto con quince países que hicieron causa común con la posición soviética. En los Juegos de 1988 en Seúl surgió una controversia política en torno a la pretensión de Corea del Norte de compartir el honor de ser anfitriona juntamente con Corea del Sur. Estos conflictos cesaron al terminar la >guerra fría a finales de la década de los 80 y desde entonces las competencias olímpicas se han desarrollado con entera normalidad.
Las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos de América y China se rompieron en 1949 cuando Mao Tse-tung, al frente de las tropas comunistas, tomó el poder. Hubo dos décadas de constante beligerancia ideológica, política, económica y militar entre los dos países. Pero en 1971 el gobierno norteamericano presidido por Richard Nixon autorizó el viaje de una delegación de jugadores de ping-pong a China —quienes se convirtieron en los primeros nueve estadounidenses admitidos en el país asiático—, acontecimiento que posibilitó el deshielo de las relaciones entre los dos Estados y la reanudación de sus vínculos diplomáticos, al amparo de lo que se denominó la “diplomacia del ping-pong”, que hizo el milagro de relajar las tensiones de la guerra fría.
Casi 28 años más tarde Estados Unidos y Cuba ensayaron la “diplomacia del béisbol” al autorizar el gobierno norteamericano que el equipo Orioles de Baltimore —de las grandes ligas norteamericanas— viajara a La Habana a fines de marzo de 1999 y sostuviera un encuentro de béisbol con un equipo de Cuba. Esto no había ocurrido en los últimos 40 años. Triunfaron los norteamericanos por 3 puntos a 2 en un partido intensamente disputado y de un alto nivel técnico, transmitido por radio y televisión a toda la isla. El béisbol es una pasión nacional tanto en Estados Unidos como en Cuba. Los jugadores norteamericanos fueron recibidos en el estadio con un prolongado aplauso y Fidel Castro estuvo en la primera fila, detrás del plato, para ver la competencia. Después se entrevistó con los jugadores norteamericanos. La “diplomacia del béisbol” tuvo la virtud de bajar las tensiones políticas entre los dos países, cosa que no había logrado la diplomacia tradicional. Sin embargo, las relaciones volvieron a descomponerse con la ascensión al poder de George W. Bush en el 2001 y se abrió nuevamente una etapa de tensión entre Estados Unidos y Cuba.
La historia de los Juegos Olímpicos muestra con entera claridad que sus escenarios no sólo son deportivos sino también políticos. Y, en los tiempos actuales, probablemente más políticos que deportivos. En ellos se mueven los atletas y los deportistas pero también los actores políticos. Lo hemos visto a lo largo del tiempo. En 1936 el nazismo pretendió utilizar los Juegos Olímpicos de Berlín para demostrar la pretendida superioridad de la raza aria y Hitler se indignó con las cuatro medallas de oro alcanzadas por el corredor negro estadounidense Jesse Owens: en cien metros planos, salto largo, doscientos metros planos y relevos 4×100. En el podio de premiación de los Juegos Olímpicos de México en 1968 dos atletas negros norteamericanos: Tommie Smith y John Carlos, levantaron sus puños en alto, enfundados en guantes negros, como señal de protesta contra la discriminación racial en su país. En la Villa Olímpica de Munich, la noche del 5 de septiembre de 1972, un comando palestino asesinó a dos atletas israelíes y secuestró a otros nueve, que murieron horas después juntamente con los terroristas en un tiroteo entre los comandos islámicos y los soldados alemanes en el aeropuerto militar de Furstenfelbruk, cercano a Berlín. Los Juegos Olímpicos de Moscú en 1980 sufrieron el más grande boicot de la historia deportiva: Estados Unidos y sesenta y dos países —de los 143 que integraban el COI— se negaron a participar en protesta por la invasión soviética a Afganistán. Cuatro años después, en respuesta al boicot de Moscú, las delegaciones deportivas de la Unión Soviética y de sus países aliados se abstuvieron de concurrir a la Olimpiada de Los Ángeles. Todo esto fue parte de la guerra fría. Pero en la Olimpiada de Pekín, del 8 al 24 de agosto del 2008, la política llegó a su apoteosis. China pugnó por hacerse presente con toda su fuerza en el escenario internacional y organizó los Juegos Olímpicos más lujosos y caros de la historia —que le costaron alrededor de 40.000 millones de dólares—, venciendo protestas internas y externas y amenazas del terrorismo islámico. Fue una desmesura china: luces, pirotecnia, acrobacia, música, danza, vestidos, coreografía masiva.
La deslumbrante ceremonia de apertura en el nuevo y majestuoso estadio nacional de Pekín —diseñado por los arquitectos suizos Jacques Herzog y Pierre de Meuron—, a la que asistieron 90.000 espectadores y numerosos jefes de Estado y de gobierno y en cuyo escenario participaron 14.000 actores a lo largo de cuatro horas de maravilloso espectáculo, fue vista a través de la televisión por 4.000 millones de personas en el planeta. Fue una impresionante demostración de fuerza, organización, disciplina y armonía que hizo el país anfitrión.
El acto —programado y conducido por el director cinematográfico chino Zhang Yimou— estuvo cargado de evocaciones mitológicas, históricas y políticas de China, que se plasmaron en soberbias coreografías multitudinarias sobre la enorme pista del estadio para evocar las “huellas de la historia” china y especialmente sus cuatro invenciones históricas que influyeron en el destino de la humanidad: el papel, las tablillas de impresión, la brújula y la pólvora. No dejaron de evocarse también la Gran Muralla China y los soldados de terracota de Xian. Fue un logro estético y técnico maravilloso, que desembocó en la exhibición de las conquistas chinas de la modernidad. Igual cosa ocurrió en la ceremonia de clausura de los juegos: volvió a montarse un imponente y fastuoso espectáculo, que a través de los medios audiovisuales se proyectó hacia los lugares más lejanos del planeta, y el estadio volvió a convertirse en el gran escaparate mundial de China.
El gobierno chino hizo de sus Juegos Olímpicos un formidable aparato de resonancia y propaganda a escala mundial. La política nacional e internacional estuvo más presente que siempre en el curso de su organización y desarrollo. En varias ciudades chinas y en muchas del mundo se dieron protestas contra el régimen comunista de China. La travesía de la antorcha olímpica en sus 137.000 kilómetros de recorrido fue muy accidentada. En algunos países —Estados Unidos, entre ellos— se discutió si sus gobernantes debían asistir a la ceremonia inaugural. Los opositores políticos del presidente George W. Bush le pidieron que no concurriese. El candidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos Barack Obama declaró que el presidente Bush debía boicotear la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos en Pekín si China no detenía el genocidio en Darfur y no hacía algo para mejorar la situación de los derechos humanos en el Tíbet. En parecidos términos se expresó la senadora y precandidata presidencial Hillary Clinton. Pero el presidente desoyó las peticiones y ocupó un lugar en la tribuna durante la ceremonia inaugural, aunque la víspera había declarado en Pekín que “cree firmemente que las sociedades que permiten la libertad de expresión de ideas tienden a ser más prósperas y más pacíficas”. El cineasta estadounidense Steven Spielberg, que colaboraba como asesor artístico de Zhang Yimou en la organización del acto inaugural, presentó su renuncia a causa de la política china en el conflicto de Sudán y de las matanzas de Darfur. La delegación de Georgia, a instancias de su presidente Mikhail Saakashvili, amenazó el 9 de agosto —al día siguiente de la inauguración— con abandonar los juegos debido a la invasión de las tropas rusas a su territorio para apoyar la secesión de las provincias georgianas Osetia del Sur y de Abjasia, que ocurrió el mismo día de la ceremonia de inauguración y que causó miles de bajas y decenas de miles de desplazamientos. Pero su amenaza no llegó a cumplirse y el gobierno georgiano permitió que sus deportistas continuaran en Pekín, en el marco de los ideales olímpicos. En esos días de la Olimpiada se suscribió el protocolo por el cual Rusia se comprometió a devolver a China 300 kilómetros cuadrados de territorio en disputa, para poner fin a cuarenta años de conflictos limítrofes entre los dos Estados a causa de su dilatada frontera común de 4.345 kilómetros y a reintegrar a China dos islas que se convirtieron en territorio soviético en 1929: Tarabarov y Bolshói, en el río Amur.
Decenas de jefes de Estado y de gobierno estuvieron presentes en el acto inaugural, entre ellos el presidente chino Hu Jintao, el francés Nicolás Sarkozy, el brasileño Lula da Silva, el israelí Shimon Peres, el surcoreano Lee Myungbak, el norcoreano Kim Jong-il, el croata Stjepan Mesic, el afgano Hamid Karzai, el rumano Rumania Traian Basescu, el vietnamita Nugyen Minh Triet, el gobernante de Laos Choummali Saignason, el argelino Abdelazis Buteflika, el de Kazajistán Nursultán Nazarbayev, el de Bielorrusia Alexandr Lukashenko, el de Sri Lanka Mahinda Rajapaksa, el serbio Boris Tadic, el de Montenegro Filip Vujanovic, el de Timor Oriental José Ramos-Horta, el primer ministro ruso Vladimir Putin, el primer ministro australiano Kevin Rudd, el primer ministro de Holanda Jan Peter Balkenende, el primer ministro japonés Yasuo Fukuda, los jefes de gobierno de Tailandia Samak Sundaravej, de Yibuti Dileita Mohamed Dilleita, el secretario general de la ONU Ban Ki-moon y numerosas otras personalidades políticas, deportivas y culturales del mundo.
En tales condiciones, el acto inaugural se convirtió en un gigantesco y planetario aparato de promoción subliminal de los principios y valores de la cultura, la historia, las metas nacionales y el régimen político de China ante el mundo. Tras el desfile de las 204 delegaciones participantes, el presidente chino Hu Jintao declaró oficialmente inaugurados los Juegos Olímpicos. Pero no dejaron de verse también los puntos débiles del sistema a través de los medios de comunicación: la pobreza de amplios sectores sociales, el >dualismo económico, la contaminación ambiental y las voces y actitudes de protesta de algunos grupos, dentro y fuera de China, por la violación de los derechos humanos.
Tan interrelacionados están el deporte y la política —incluso la política internacional— que dos meses antes del Campeonato Mundial de Fútbol en Sudáfrica, en junio del 2010, la banda terrorista al Qaeda emitió una declaración en la página web de la revista islámica Mushtaqun Lel Jannah, reproducida inmediatamente con gran despliegue por todos los medios de comunicación del planeta, en la que amenazaba: “Qué increíble sería que cuando retransmitiesen en directo el partido entre Estados Unidos-Inglaterra, en un estadio repleto de espectadores, retumbase en las tribunas el sonido de una explosión. Todo el estadio se pondría patas arriba y el número de cadáveres se contaría por cientos, si Alá quiere”. Y agregó: “Todos los controles de seguridad y aparatos de rayos X que Estados Unidos va a enviar no serán capaces de detectar los explosivos”. El blanco principal señalado por los terroristas fueron los equipos de fútbol de Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Alemania e Italia, países a los que acusó de ser miembros de la “cruzada sionista contra el islam”.
La amenaza del grupo terrorista islámico produjo un terror masivo, que recorrió por el mundo a pesar de las declaraciones de los organizadores del campeonato en cuanto a la absoluta seguridad de los participantes y de los espectadores. Pero la amenaza no se concretó y los juegos —a los que asistieron 3,18 millones de espectadores— transcurrieron normalmente.
En la ceremonia inaugural de los XXX Juegos Olímpicos de Londres celebrada en el estadio de Stratford el 27 de julio del 2012 —con la participación de 204 países y 10.919 deportistas que compitieron en 39 disciplinas deportivas y con 80.000 espectadores— estuvieron presentes: la reina Isabel II, el duque de Edimburgo y los miembros de la familia real británica; el primer ministro inglés David Camerón, el alcalde Boris Johnson de Londres, la presidenta Dilma Rousseff de Brasil, la reina Sofía de España y los primeros ministros Dimitri Medvedev de Rusia, Yoshihiko Noda de Japón, Julia Guillard de Australia, Jean-Marc Ayrault de Francia, Elio Di Rupo de Bélgica, Sheik Hasina de Bangladesh y Portia Simpson-Miller de Jamaica.
Estados Unidos ocupó el primer lugar en el medallero olímpico con 46 medallas de oro, 29 de plata y 29 bronce; le siguieron China con 38 de oro, 27 de plata y 23 de bronce; Gran Bretaña 29 de oro, 17 de plata y 19 de bronce; Rusia 24 de oro, 26 de plata y 32 de bronce; Corea del Norte 13 de oro, 8 de plata y 7 de bronce; Alemania 11 de oro, 19 de plata y 14 de bronce; Francia 11 de oro, 11 de plata y 12 de bronce; Italia 8 de oro, 9 de plata y 11 de bronce. En América Latina y el Caribe los tres primeros lugares fueron para Cuba con 5 medallas de oro, 3 de plata y 6 de bronce; Brasil 3 de oro, 5 de plata y 9 de bronce; y México 1 de oro, 3 de plata y 3 de bronce.
Pero también allí estuvieron presentes las amenazas terroristas de al Qaeda y de otros grupos radicales islámicos, que obligaron a las autoridades públicas inglesas a reforzar la vigilancia y control de los eventos. La movilización militar y policial en el territorio británico —que se estimó en cerca de 40 mil efectivos— fue la mayor desde la Segunda Guerra Mundial.
En algunos países islámicos se ha declarado guerra a muerte al fútbol porque lo consideran parte de la cultura occidental.
Niños de entre diez y quince años de edad fueron castigados en Somalia con 38 latigazos por haber jugado fútbol. Eso ocurrió el 26 de octubre del 2009. La condena provino de una corte islámica de Jowhar —noventa kilómetros al norte de Mogadiscio— bajo la consideración de que el fútbol no es un deporte islámico. Y la población del lugar fue convocada para ver la ejecución del castigo.
Durante el desarrollo del Campeonato Mundial de Fútbol en Sudáfrica, en junio del 2010, dos jóvenes fueron sorprendidos en Somalia mirando por televisión el partido entre Argentina y Nigeria y fueron asesinados en el acto por miembros del grupo fundamentalista Hezbolá, en nombre del islamismo, puesto que en ese país era un acto satánico jugar o mirar el fútbol. El líder islámico Sheik Mohamed Abu Abdalla dijo en aquella ocasión que “el fútbol desciende de las viejas culturas cristianas y nuestra administración islámica nunca permitirá ver lo que ellos llaman la Copa Mundial de la FIFA. Este es nuestro último aviso”.
Con las mismas invocaciones teológicas, comandos de la milicia islámica al Shabaab, vinculada con al Qaeda, asesinaron con bombas explosivas en Kampala, capital de Uganda, a 74 aficionados al fútbol que el domingo 11 de julio del 2010 presenciaban por televisión en el restaurante Ethiopian Village y en un club de rugby el partido final que se jugaba en Johannesburgo entre los equipos de España y Holanda.
Tres personas murieron y 176 resultaron heridas y amputadas el 15 de abril del 2013 por dos explosiones en la línea de llegada de la maratón de Boston, en el centro de la ciudad, en la que participaron alrededor de 27 mil atletas nacionales y extranjeros. Los artefactos explosivos de fabricación artesanal fueron colocados por dos jóvenes musulmanes procedentes de Chechenia que residían en Estados Unidos, de quienes uno era seguidor del islam radical.
Boko Haram —la banda terrorista islámica de Nigeria—, invocando a Alá, fue responsable el domingo 1 de junio del 2014 de otra acción terrorista: la explosión de una bomba contra quienes veían por televisión un partido de fútbol en un concurrido bar de la ciudad nigeriana de Mubi —al noreste del país—, con el resultado de varias decenas de personas muertas.