Es la condición de sometimiento cultural, político, económico o militar de unos países bajo otros. La dependencia implica un recorte de la soberanía. Es verdad que, en el mundo actual, todos los Estados son interdependientes, que no hay Estados autárquicos, que ellos están sometidos a la relación entretejida de mutuas influencias y de acondicionamientos recíprocos. Pero la dependencia es otra cosa: es un fenómeno asimétrico. De un lado la dominación y de otro el sometimiento. Allí no hay el fenómeno simétrico de la >interdependencia.
El actual orden económico mundial determina, con fuerza creciente, la sujeción de los países subdesarrollados al dominio de los desarrollados. Esta es la dependencia externa que, como es lógico entender, es una dependencia total y no solamente económica. Es una dependencia que comienza en el orden cultural, científico y tecnológico y que termina por imponer una cadena de sometimientos en todos los demás órdenes de la vida de los Estados.
Los puntos de apoyo de la dominación externa son múltiples. Unos se dan en la relación entre los Estados ricos y los pobres —en la llamada relación >norte-sur—, en que los países de mayor desarrollo, que actúan en un frente común hacia el resto del mundo bajo el liderato de los siete de mayor desenvolvimiento industrial, imponen sus intereses a los demás países. La dinámica expansionista de los Estados industriales ha sido y es implacable. Ellos han establecido condiciones de intercambio de tal modo injustas que han producido una constante transferencia de recursos de los países pobres a los ricos. Y la inocultable realidad es que, a pesar de sus esfuerzos, los países del sur están en un proceso de subdesarrollo comparativamente con los del norte porque la brecha entre ellos se ahonda cada vez más, al ritmo del avance científico y tecnológico.
Otros mecanismos de dominación se dan en las relaciones de los países pobres con ciertos organismos internacionales —especialmente de naturaleza financiera— que obedecen primordialmente a las conveniencias de los países poderosos. De tales organismos nacen muchos de los condicionamientos que limitan la capacidad de decisión de los Estados pequeños. Esto fue así desde el origen de esas entidades, llamadas instituciones de Bretton Woods, que son fundamentalmente tres: el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y el Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT), convertido hoy en la Organización Mundial del Comercio (OMC). Las dos primeras nacieron en 1945, como resultado de los acuerdos de la Conferencia Monetaria y Financiera celebrada por las Naciones Unidas en Bretton Woods en julio de 1944, y la tercera en 1948.
Tales entidades han sido y son manejadas a conveniencia de los países ricos. Las decisiones que en ellas se toman favorecen, de una u otra manera, sus intereses. Los países del sur siempre consideraron injustos los sistemas de votación y de toma de decisiones imperantes en ellas. En los años 80 las cosas de agravaron puesto que el suministro de financiación de esas entidades a los países subdesarrollados fue acompañado de cada vez más frecuentes y estrictos condicionamientos que han dejado a los países pequeños con muy poca capacidad para determinar sus políticas económicas.
Los teóricos latinoamericanos de la dependencia afirman —como lo hicieron en su tiempo el economista argentino Raúl Prebisch (1901-1985) y sus seguidores— que el centro domina y explota a la periferia, que el uno se desarrolla al paso que la otra se subdesarrolla. Pero la dependencia no es sólo económica sino global. La económica no es más que una de las tantas manifestaciones de una dominación más amplia que trata de imponer valores culturales, ideologías políticas, teorías económicas, conductas gubernativas, estilos de vida, pautas de comportamiento, modelos de consumo. Es una dependencia global que obedece a un proceso de integración cultural transnacional combinada con una desintegración cultural interna.
Según hace notar el economista chileno Osvaldo Sunkel, el sistema cultural transnacional, sustentado por las altas capas sociales de los países periféricos, incorpora y somete a éstos a la dominación extranjera. Esas capas sociales se comunican más fácil y fluidamente con sus semejantes del mundo desarrollado que no con las capas de ingresos bajos de sus propios países. Lo cual forma entre las capas dominantes de aquí y de allá un “circuito” cultural transnacional. Ellas leen los mismos libros, miran las mismas películas y los mismos programas de televisión vía satélite, organizan de manera similar su vida familiar, tienen acceso a internet, comparten iguales concepciones éticas y estéticas, tienen parecidos niveles de consumo, iguales volúmenes de ingresos, la misma influencia en los negocios y en el gobierno, en suma, el mismo estilo de vida y valores e intereses semejantes. Esto no sólo que les permite entenderse muy fácilmente entre sí, más allá de las fronteras nacionales, sino que también favorece las relaciones de dominación y dependencia entre sus países.
La soberanía, lo mismo que la libertad de las personas, sólo puede construirse sobre una sólida y segura base económica. No pueden ser realmente libres los Estados cuyas economías son dependientes de sistemas económicos centrales y poderosos. La dependencia en que están los países pobres y atrasados respecto de los desarrollados vulnera la facultad para autodeterminarse y autobligarse en que la >soberanía consiste. Esta es la realidad política internacional, aunque los textos jurídicos dispongan otra cosa. La carencia de conocimientos científicos y tecnológicos —el llamado know how— tiene, para los países atrasados, un alto costo de soberanía.
Tengo para mí que el germen de la dependencia externa está en el abismo tecnológico que separa a unos países de otros. Allí debe encontrarse el origen de este fenómeno. Porque todos los factores de dominación son, en último término, cuestiones tecnológicas. ¿Qué es el poder militar sino tecnología aplicada al arte de matar al prójimo? ¿Qué es el desarrollo industrial sino tecnología al servicio de la producción en serie? ¿Qué es el poder agrícola, que acumula grandes cantidades de alimentos, sino fórmulas tecnológicas aplicadas a las tareas del campo? ¿Qué es la eficiente organización estatal sino tecnología al servicio de la ordenación administrativa del Estado? ¿Qué es, en fin, la penetración cultural sino conocimientos tecnológicos utilizados en la difusión planetaria de valores éticos y estéticos?
Toda la dinámica de dominación y dependencia se resume en una palabra: >tecnología.
La brecha tecnológica es, por tanto, la fuente de todas las dependencias. No en vano el dominio de la tecnología produjo dos revoluciones industriales —la de las grandes máquinas y la revolución electrónica contemporánea— y está a punto de producir una tercera: la revolución nanotecnológica.
Los habitantes del mundo subdesarrollado sufrimos una implacable dependencia científica y tecnológica. Todo lo que nos rodea ha sido producido por la tecnología de los países del norte. Lo que comemos, los medicamentos que tomamos, la ropa con que nos cubrimos, la casa en que habitamos, los hospitales en que nos curamos, la lengua que hablamos, las disciplinas científicas que cultivamos, los laboratorios en que aprendemos, la fuerza eléctrica que utilizamos, la religión que profesamos, la Constitución política que nos rige, el código civil que regula nuestras relaciones de familia y nuestro patrimonio, las modas que obedecemos, la música que bailamos, los vehículos en que nos movemos, los aviones en que viajamos, los ordenadores que digitamos, las armas que disparamos, la organización y tácticas militares que seguimos, los libros que leemos, los deportes que practicamos, las películas que vemos, el árbol de Navidad que adornamos, los medios de comunicación que usamos: todo ha sido producido directa o indirectamente por la ciencia y la tecnología de los países industriales. Incluso las tecnologías de los pocos países de reciente industrialización del Oriente y del Oriente Medio son copias o adaptaciones de la tecnología de Occidente. Este es el origen estructural de la dependencia, que tiene un efecto en cascada. Es un origen científico y tecnológico. Lo cual, por cierto, no debe inducirnos a un colonialismo mental, a una dependencia ideológica ni a un sometimiento político.
Esa dependencia tiende a agudizarse al ritmo del avance de las modernas tecnologías de la información. La denominada <brecha digital se profundiza cada vez más. Los países del norte concentran el saber científico y lo utilizan como factor de dominación internacional.
Los esposos Alvin y Heidi Toffler, en su libro “La revolución de la riqueza” (2006), afirman que Estados Unidos son el mayor laboratorio social y económico del mundo, donde “se ensayan con avidez ideas nuevas y nuevos estilos de vida —a veces hasta extremos estúpidos o crueles—, antes de rechazar unas u otros. En este laboratorio no sólo están en marcha experimentos con tecnologías, sino con arte y cultura, pautas sexuales, estructuras familiares y modas, nuevas dietas y deportes, religiones de nuevo cuño y modelos de empresas totalmente nuevos”.
Hay que saber que las diferencias entre los países desarrollados y los subdesarrollados en el campo de la ciencia y de la tecnología son aun mayores que las que existen en lo económico. Según el Club de Roma —que es la organización de pensadores creada en 1968 para estudiar los problemas del mundo y vislumbrar el futuro de la humanidad— aproximadamente el 95% de la investigación científica y tecnológica mundial se realiza en los países desarrollados. Esta desproporción determina una creciente brecha en el ritmo de progreso de los países y la consecuente agudización de las relaciones de dependencia. Se da un círculo vicioso. La capacidad productiva de los países no se incrementa sin una sólida infraestructura científica y tecnológica pero ésta no puede existir sin los recursos financieros procedentes del desarrollo productivo. La forma de salir de este punto muerto es uno de los tantos desafíos que arrostran los países del >tercer mundo.
La situación, sin duda, se ha deteriorado con la “invasión” de la informática a todos los ámbitos de la vida individual y social. Ella ha multiplicado el desarrollo, la riqueza y el poder de los países industriales. Los ordenadores, la >internet, el CD-ROM, el DVD, el flash memory, los robots y otros tantos prodigios del moderno software han generado índices de productividad hasta hoy desconocidos en el mundo desarrollado. Estamos inmersos en la sociedad de la información. La revolución electrónica nos ha colocado allí. El homo sapiens ha cedido el paso al homo digitalis. Y pronto intervendrán en la vida social la >realidad virtual, el >dinero electrónico y quién sabe cuántos otros portentos de la informática para impulsar el desarrollo de los países industriales y alejarlos cada vez más de los subdesarrollados. Lo cual obviamente ajustará aun más los lazos de la dependencia.
En los últimos años la informática y las telecomunicaciones han otorgado a los países desarrollados un poder inmenso para irradiar a escala planetaria, a través de las ondas hertzianas, de las comunicaciones por fibra óptica y de la redes informáticas, no sólo sus conocimientos científicos y tecnológicos sino también sus valores culturales. La televisión vía satélite, la radio de onda corta, internet, el cine proyectado tanto en la pantalla grande como en la chica les han permitido “exportar” sus formas de ver la vida. Dominan el sistema bancario internacional, son dueños de las divisas más fuertes, manejan los mercados mundiales, monopolizan la educación técnica de punta, son depositarios de los secretos de la revolución genética, imperan en el espacio sideral y en la industria aeroespacial, mantienen la hegemonía en las comunicaciones internacionales, sus películas son las que mayor difusión alcanzan en el mundo, son dueños del lenguaje digital —producen 4 de las 5 palabras y 4 de las 5 imágenes de las comunicaciones planetarias—, el inglés es el idioma que ocupa el 89% de la web en internet. En suma: los países industrializados han copado casi todos los espacios de las comunicaciones internacionales y por este medio y como parte de su dominación han impuesto sus valores éticos y estéticos al resto del mundo.
Lejos de atenuarse, la dependencia externa extiende y profundiza sus efectos al ritmo del progreso científico y tecnológico de los países más desarrollados. Los conocimientos de la ciencia y la tecnología tienden a acumularse en ellos. La revolución nanocientífica y nanotecnológica del futuro, promovida por los países que son capaces de penetrar en los secretos de las escalas nanométricas, de reorganizar las estructuras atómicas de las materias y de crear nuevas, más baratas y más eficientes primeras materias para la producción industrial, contribuirá a acusar los desniveles, porque según decía el profesor norteamericano Richard Smalley, galardonado con el premio Nobel en 1996 por su descubrimiento de los buckyballs —que son nanoestructuras compuestas de 60 átomos de carbono dotadas de extraordinarias propiedades de superconducción eléctrica—, “si se controlan los átomos, se controla prácticamente todo”.
La >nanotecnología, dominada por los países altamente industrializados, producirá sin duda una nueva revolución industrial que, como sus antecesoras, diseñará el orden económico mundial del futuro próximo, en el que se agudizarán las relaciones de dominación y dependencia internacionales.
La denominada <brecha digital se profundiza cada vez más al ritmo del avance de las modernas tecnologías de la información. Los países del norte concentran el saber científico y lo utilizan como factor de dominación internacional. Para contrarrestar este orden de cosas, en diciembre del 2006 el profesor norteamericano Nicholas P. Negroponte del Instituto Tecnológico de Massachussetts (MIT) presentó en el Foro Económico Mundial de Davos el proyecto denominado one laptop per child (un ordenador portátil por niño) con el propósito de disminuir la brecha digital que separa a los países desarrollados de los subdesarrollados. Un año después, superados los problemas tecnológicos, el prototipo 2B1 del ordenador portátil barato estaba listo. Su fabricación en serie podía empezar y se había escogido a la empresa Quanta Computer Inc. de Taiwán para que asumiera el reto. La idea era distribuir ordenadores portátiles, conectados con internet, a precio muy bajo: cien dólares cada uno, para que se convirtieran en herramientas de educación en los países del tercer mundo. Su primer destino eran los gobiernos de Brasil, China, India, Argentina, Egipto, Nigeria y Tailandia, para que empezaran su distribución masiva a la población infantil y juvenil. Cuatro son las características del hardware del prototipo 2B1: pantalla TFT de 7,5 pulgadas y bajo consumo, con una resolución de 1.200 x 900 píxeles; router inalámbrico que multiplica las posibilidades de conexión con internet; bajo consumo de energía; y posibilidad de recargar su batería manualmente, mediante una manivela, para que pueda funcionar en lugares donde no haya electricidad. Y, en cuanto a su software, el pequeño ordenador operará por medio de una versión reducida del linux fedora y una interfaz diseñada especialmente para tareas educativas. Contará con un procesador AMD Geode de 400 MHz. Tendrá 128 Mb de memoria RAM y 512 Mb de memoria flash, tres puertos USB, ranura para tarjetas SD, altavoces integrados y un “jack” para conectar diversos aparatos.
También las Naciones Unidas han trabajado en proyectos para disminuir la brecha digital. El 20 de junio del 2006, en la ciudad de Kuala Lumpur, Malasia, lanzaron la Alianza Global para las Tecnologías de la Información para el Desarrollo —dirigida por un Consejo Estratégico adscrito a su Secretaría General integrado por cincuenta miembros que representan a gobiernos, comunidades académicas y científicas, sectores privados, medios de comunicación social y organizaciones no gubernamentales (ONG)— para impulsar un esfuerzo internacional mancomunado que amplíe y profundice el uso de estas tecnologías en la lucha global contra la pobreza. El objetivo es que los países pobres y atrasados participen de los beneficios de las nuevas tecnologías y que ellas estén efectivamente disponibles para toda la población. Se trata, por tanto, de democratizar los nuevos recursos tecnológicos y ponerlos al servicio del interés general. En la reunión de seguimiento de la iniciativa de Kuala Lumpur, celebrada en Nueva York el 27 de septiembre del mismo año bajo el patrocinio de la Organización Mundial, el secretario general de las Naciones Unidas Kofi Annan abogó por “una verdadera sociedad global de la información”.