Es la disciplina científica que estudia estadística y cuantitativamente la estructura, composición, distribución, migración, movilidad y evolución histórica de la población de un país o de una región del planeta. La población es la materia específica de la investigación demográfica. Durante el siglo XVIII la demografía prestó invalorables servicios a otras ciencias sociales, especialmente a la >Sociología, con la cual mantiene relaciones muy estrechas. Tan estrechas como las que existen entre población y estructura social.
La palabra demografía apareció por primera vez en el título del libro del docteur-ès-sciences francés Achille Guillard (1799-1876): “Éléments de statistique humaine ou démographie comparée”, publicado en 1855, en el que el autor calificó a la demografía como una nouvelle science. Más tarde, en 1858, el jurista y político alemán Robert von Mohl (1799-1875) se refirió a la demografía como la “ciencia de la población” encargada de averiguar la cantidad, características, distribución y movilidad de la ella sobre el espacio físico. Sin embargo, las preocupaciones demográficas —aunque el nombre de la nueva ciencia no existía aún— se remontan a más de cuatro mil años cuando Kuang Tschu llevó a cabo en China unos censos de población y preguntó: ¿Cómo quiere el príncipe gobernar bien la sociedad si no conoce ni el número ni la magnitud?
La cuestión demográfica es muy importante y hay que tomarla en cuenta en la organización del Estado y en la planificación de su desarrollo. Según datos del Fondo de las Naciones Unidas para la Población (FNUAP), a comienzos de la década de los 90 del siglo anterior los habitantes del planeta crecían a razón de 193 por minuto, 277.920 por día y 101’440.800 por año. A finales de ella la progresión aumentó a 299,84 nacimientos por minuto, 431.780 diarios y 157,6 millones por año. De acuerdo con las estadísticas de la Organización Mundial, en la madrugada del 12 de octubre de 1999 la población del planeta llegó a los 6.000 millones de habitantes con el nacimiento en Sarajevo, dos minutos después de la medianoche, de un niño al que se le dio el nombre de Adnan.
En el año primero de nuestra era la población mundial fue de 200 millones de personas. Aquella cifra llegó a 1.000 millones en 1804, después de un lento proceso de crecimiento a lo largo de los siglos. Pero en los últimos doscientos años el incremento de la población planetaria ha sido vertiginoso. De 1930 al 2011 nacieron 5.000 millones de seres humanos.
Según datos del U. S. Census Bureau, la población mundial a inicios del año 2011 era de 6.890’392.000 habitantes, de los cuales el 60% correspondía a Asia —con más de cuatro mil millones de personas, de las que a China pertenecían 1.333’430.000 y a India 1.181’141.000—, el 15% a África —con mil millones de habitantes—, a Europa el 11% —con 733 millones—, a América Latina/Caribe el 9% —con 589 millones—, a Estados Unidos/Canadá el 5% —352 millones— y a Oceanía/Australia/Antártida, con 35 millones de habitantes, menos del 1%.
En la medianoche del 31 de octubre del 2011 nació en el hospital Memorial José Fabella de Manila, Filipinas, el ser humano número 7.000 millones, cuyos padres fueron felicitados por funcionarios de las Naciones Unidas. No obstante, las autoridades de la ciudad rusa de Kaliningrado aseguraron que fue allí —en el Centro Perinatal de la ciudad— donde nació el niño número 7.000 millones.
El Earth Clock —proyectado ininterrumpidamente por internet— señala dia por día, hora por hora, minuto a minuto, segundo a segundo el crecimiento de la población mundial. En la tarde del 13 de mayo del 2016 fijaba en 7.288'730.000 habitantes la población planetaria. Señalaba, además, las cifras de la emisión de CO2 y del calentamiento planetario, en indetenible y trágico crecimiento.
En ese año más de la mitad de la población mundial ya era urbana y buena parte de ella habitaba en megaciudades.
Pero lo preocupante es que, especialmente en las zonas subdesarrolladas del planeta, las urbes no tienen la capacidad de generar las suficientes opciones de empleo ni de ofrecer los servicios básicos a su creciente población.
Al comienzo del nuevo milenio, la División de Población de las Naciones Unidas pronosticó una población de 9.300 millones de personas para mediados del siglo XXI, pero proyecciones posteriores redujeron la cifra a 8.900 millones debido especialmente al agravamiento de la epidemia del SIDA y a tasas de natalidad menores que las calculadas. Casi la mitad de esta reducción de cuatrocientos millones obedece a los efectos del virus VIH y la otra mitad a la reducción de los nacimientos. Según informaciones de la ONU, hacia el año 2050 treinta países del mundo desarrollado tendrán menos población que hoy: Japón disminuirá el 14%, Italia el 22%, Bulgaria, Estonia, Georgia, Letonia, Rusia y Ucrania entre el 30 y el 50%, mientras que la mayor parte del crecimiento corresponderá a los países subdesarrollados.
Sin embargo, a comienzos de junio del 2013 las Naciones Unidas ofrecieron nuevas cifras de crecimiento poblacional. Sostuvieron que la población mundial llegará a 9.600 millones de personas en el año 2050 y a 10.900 millones en el 2100.
El crecimiento de la población no será equilibrado: el 95% corresponderá a los países del tercer mundo. Cosa que podrá comprometer seriamente las posibilidades de desarrollo humano en Asia, África y América Latina. Los Estados desarrollados, en cambio, tendrán tasas de fecundidad tan bajas que sus índices demográficos serán regresivos.
En algunos de ellos los índices de natalidad son tan bajos que su población comenzará a extinguirse a menos que tomen medidas para incrementarla. Tal es el caso, por ejemplo, de España e Italia con un índice de 1,2 hijos por madre y de Francia con 1,7. En mayo de 2002 el ministro de salud del Japón, Chikara Sakaguchi, advirtió que la población japonesa podría comenzar a extinguirse si no se adoptaban medidas para aumentarla. Esto lo dijo como parte de una campaña emprendida por el gobierno para fomentar los nacimientos en un momento en que la tasa de fecundidad era de apenas 1,35 hijos por madre, lo cual significaba que el país comenzaba a reducir su población. Según un informe formulado por las Naciones Unidas en el 2000, el Japón envejece tan rápidamente que, si no cambian las cosas, necesitará importar alrededor de 600.000 trabajadores por año hasta el 2050 para mantener la estabilidad de su fuerza de trabajo.
De acuerdo con cifras de 2002 los Estados Unidos tenían en ese año una tasa de fecundidad de más del 2%, que le permitía mantener el relevo demográfico.
Uno de los efectos inconvenientes de la reducción de la tasa de nacimientos y del envejecimiento de la población en los países de economía avanzada es el encarecimiento de las pensiones de seguridad social que pagan los trabajadores activos —cuyo número relativo se reduce— en beneficio de la masa de jubilados, cuya expectativa de vida ha aumentado. Se produce el fenónemo que los demógrafos denominan 4-2-1: cuatro abuelos y dos padres tienen que ser mantenidos por un hijo trabajador.
Según datos de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), la población de América Latina y el Caribe tiene altas tasas de crecimiento. Pero el crecimiento ni la movilidad espacial de la población latinoamericana son simétricos. Hay un desfase pronunciado entre el aumento de la población rural y el de la urbana. El flujo de los campesinos hacia las ciudades se acelera cada vez más. Lo cual ha producido un desproporcionado crecimiento de los centros urbanos en desmedro del campo. Aquí hay una asimetría. Mientras en 1950 casi el 60% de habitantes de América Latina y el Caribe residía en áreas rurales, en 1990 esa cifra bajó al 30% y a partir del año 2000 más de las tres cuartas partes de la población viven en las zonas urbanas.
Con mayor velocidad han crecido los sectores de menores recursos económicos, que tienen explosivas tasas de natalidad. El descenso de la fecundidad por las políticas de >planificación familiar no ha sido parejo en los diversos grupos sociales de América Latina y el Caribe. Aquí hay otra asimetría. Las investigaciones demuestran que las mujeres de los estratos socioeconómicos más pobres son las que, al margen de su voluntad, tienen mayor número de hijos lo mismo en la ciudad que en el campo. Esto se explica porque los conocimientos de la planificación familiar no llegaron a esos grupos —y ello ha perjudicado el derecho de sus parejas a decidir el número de hijos que quieren traer al mundo— o bien porque las familias pobres ven en los hijos los instrumentos de trabajo necesarios para completar los ingresos del hogar, en desmedro de la educación que pueda prepararlos hacia el futuro para opciones laborales mejor remuneradas. En todo caso, el crecimiento explosivo de la población es, en no despreciable medida, un problema cultural.
Cuando el crecimiento de la población rebasa la posibilidad de capacitar los recursos humanos, el resultado inevitable es un círculo vicioso de estancamiento y subdesarrollo. Esto es lo que ocurre en muchos países del tercer mundo. Su dinámica demográfica es mayor que su capacidad productiva y esto representa un enorme problema para su desarrollo.
El politólogo y jurista italiano Giovanni Sartori (1924-2017), en su libro “La Tierra explota” (2003), afirmó que el desorbitado crecimiento demográfico del planeta —y, dentro de él, la superpoblación de los países pobres— amenaza la vida de la humanidad. Imputó directa y principalmente a la Iglesia Católica de este hecho porque su condena a la anticoncepción ha favorecido la explosión demográfica. Sostuvo que pronto la Tierra no tendrá espacio ni recursos para sustentar a la enorme masa humana. Dijo que, hacia el año 2050, de los nueve mil millones de seres humanos que poblarán el planeta, solamente mil millones vivirán en el mundo desarrollado y rico. Los demás, agolpados en las zonas subdesarrolladas, consumirán cada vez más rápidamente los recursos naturales y tornarán insostenible el crecimiento. Afirmó que actualmente la mitad del efecto invernadero, que está trastornando el planeta, se genera en los países pobres a causa de la deforestación y desertización crecientes. Y en una entrevista concedida al diario español “El País” en mayo del 2003, el politólogo italiano afirmó que la superpoblación “es un problema que hemos creado nosotros” y “no es una catástrofe natural”. Por demencial que parezca, en algunos lugares del tercer mundo —dijo Sartori— se considera que “la natalidad también es un arma”. Y agregó: “los palestinos, por ejemplo, siguen considerando la natalidad como su principal arma para ganar su lucha contra Israel”.
Pero no solamente es la alta tasa de fecundidad sino la casi duplicación de las expectativas de vida gracias a los progresos científicos. En 1900 el promedio de vida del ser humano era de 40 años en Estados Unidos mientras que a comienzos del siglo XXI era de 78. Y con los avances de la investigación genética esa cifra crecerá significativamente. Los países desarrollados tienen las poblaciones más longevas. Japón iba adelante con una esperanza de vida de 83 años. Le seguían los países de Europa occidental con 80,5 años. En cambio, en la atrasada África subsahariana —con bajísimos índices de desarrollo y devastada por guerras civiles y conflictos armados— el promedio no pasaba de 55 años.
De los siete países del mundo cuya esperanza de vida es menor de 50 años, seis son africanos. El otro es Afganistán, cuya condición es especialmente dramática: después de más tres décadas de masacres y violencia su esperanza de vida humana es la más baja del planeta: 44 años.
Los logros de la ingeniería biogenética son extraordinarios. Prosiguen los científicos sus investigaciones sobre las causas del envejecimiento biológico. Cuando estas se identifiquen plenamente, las drogas anti-aging ayudarán a los seres humanos a vivir entre 150 y 200 años. Lo cual, como es lógico, tendrá sorprendentes consecuencias en la vida humana, puesto que el hombre deberá reprogramar su agenda vital, y también en la vida de la sociedad.
La ingeniería genética está en posibilidad de eliminar las deficiencias y enfermedades humanas por medio del proceso tecnológico llamado gene replacing, que consiste en reemplazar genes anormales o defectuosos por sanos. Pronto podrá contribuir a crear seres humanos mejor dotados física e intelectualmente. Se han logrado admirables resultados en ranas de laboratorio mediante el sistema denominado cloning.
¿Cuándo le tocará el turno al hombre?
El desarrollo de la ingeniería genética y de la biotecnología —que serán ciencias muy dinámicas en el siglo XXI— ha planteado ya la cuestión filosófica, moral, demográfica y política de la clonación de seres humanos a partir de la posibilidad real, probada con el experimento de la oveja Dolly en el laboratorio del Instituto Roslin en Edimburgo, de clonar mamíferos. La humanidad ha quedado confrontada a una nueva realidad científica: no solamente la factibilidad de recrear la vida al margen de lo que se considera un proceso reproductivo normal sino también la posibilidad de romper la individualidad humana, o sea de crear “duplicados” de las personas. Lo cual ha abierto la discusión acerca de si esto vulnera el derecho de cada persona a ser única y acerca de los demás conceptos que giran en torno a la individualidad humana. En la cultura occidental es especialmente importante el valor de la individualidad —en que cada hombre es irrepetible— y muy celosamente cuidado el derecho a la unicidad. Pero hoy ocurre que la clonación da a los hombres el poder que los deístas asignan exclusivamente a dios de crear réplicas de los seres humanos.
Las consecuencias sociales de la longevidad humana serán muy importantes desde el punto de vista de la demografía porque dilatarán el envejecimiento y aumentarán la esperanza de vida de los seres humanos.
El profesor norteamericano de origen japonés Michio Kaku, que enseñaba física teórica en la Universidad de Nueva York, al tratar de vislumbrar los efectos que sobre la vida humana tendrán los avances de la ciencia en el siglo XXI, afirma que si la capacidad de cálculo de los ordenadores sigue duplicándose cada 18 meses, como hoy ocurre, será posible descodificar todos los genes humanos, de modo que en el 2020 cualquier habitante del planeta podrá conocer su código genético —compuesto por 30 mil genes— y llevarlo consigo en una tarjeta de plástico “como si fuera el manual de instrucciones de uso de su cuerpo”. A partir de lo cual la ciencia estará en posibilidad de curar las enfermedades hereditarias, dilatar el envejecimiento y duplicar la esperanza de vida con base en la manipulación de los genes humanos con ayuda de la ingeniería biogenética y de los ordenadores. Estos avances científicos tendrán directa incidencia en la cuestión demográfica puesto que determinarán un crecimiento del número de habitantes sobre el planeta por la vía de la disminución de la mortalidad y del aumento de los años de vida.
Durante los días 5 al 13 de septiembre de 1994 se reunió en El Cairo, bajo el auspicio de las Naciones Unidas, la III Conferencia Mundial sobre Población, con la asistencia de representantes de 182 países, para intentar definir una política encaminada a controlar la explosión demográfica en el planeta. La primera de estas conferencias se realizó en 1974 en Bucarest y la segunda en México en 1984. Ninguna de las dos pudo llegar a conclusiones de validez general.
En la conferencia de El Cairo, después de encendidas discusiones atizadas por los dogmas religiosos y prejuicios políticos, especialmente en torno a la legalización del aborto, se arribó a un relativo consenso en torno a un programa de alcance mundial destinado a limitar el crecimiento de la población durante los siguientes veinte años a la cifra de 7.270 millones de personas y a 7.800 millones para el año 2050.
Este programa incluye políticas sobre planificación familiar, control de la fecundidad, cultura sexual de la mujer, educación, enfermedades de transmisión sexual, salud pública, migración y distribución espacial de la población.
El severo control de la fecundidad, sin embargo, tiene también ciertos problemas a mediano plazo, causados por el “envejecimiento” de la población, es decir, por la descompensación de la estructura demográfica en razón de las edades. Recientes estudios realizados en Laxenburg, Austria, por el Instituto Internacional de Análisis de Sistemas Aplicados (IIASA) concluyen que los sistemas de previsión social y de jubilaciones en Europa están condenados al colapso en este siglo debido a los crecientes requerimientos de asistencia de la población mayor de sesenta años, que crecen rápidamente con relación a los segmentos de la población económicamente activa. Afirman que hoy el 19,6% de los europeos ha sobrepasado esa edad pero que en el año 2030 el porcentaje subirá al 30%. Esto permite prever un desquiciamiento de los sistemas de seguridad social, que no tendrán la capacidad de atender las necesidades de un número tan alto de ancianos y jubilados.
En el documento "Global Trends 2015", elaborado en el 2000 por un grupo de expertos no gubernamentales norteamericanos por encargo de la Central Intelligence Agency (CIA) y del National Intelligence Council —que contenía una prognosis del mundo hacia el año 2015—, se sostuvo que, dado que sus poblaciones envejecen rápidamente, los países europeos y el Japón requerirán en el futuro próximo más de ciento diez millones de nuevos trabajadores foráneos para mantener en sus sistemas de seguridad social buenas relaciones de dependencia entre los trabajadores jubilados y la población económicamente activa. De modo que la inmigración laboral les era indispensable. Pero, al mismo tiempo, la aceptación de un número tan grande de inmigrantes y la aplicación de políticas migratorias abiertas suscitarían conflictos sociales en los países europeos, aquejados ya de xenofobia.
China era, sin duda, el país más rígido en materia de control de la natalidad. Implantó en 1979 la política del hijo único para frenar la superpoblación —con muy pocas excepciones— e impuso fuertes multas a quienes la contravenían. Recuerdo que en mayo del 2012 una pareja china que incumplió la norma y tuvo un segundo hijo fue sancionada con la multa de 205.000 dólares, la más alta impuesta hasta ese momento.
Pero el 29 de octubre del 2015 China anunció el fin de la política del hijo único y la autorización a todas las parejas para tener hasta dos hijos. La medida se tomó en una sesión secreta del Comité Central del Partido Comunista con el propósito de corregir el desequilibro demográfico entre hombres y mujeres —116 hombres por cada 100 mujeres—, dilatar el envejecimiento de la población y promover el crecimiento económico.