Al sociólogo francés Alfred Sauvy se debe la expresión “tercer mundo” con la que designó en 1952 a los países pobres en razón de cierta semejanza con la condición marginal del “tercer estado” en la estratificación socio-política francesa anterior a la revolución de 1789. A partir de ese momento la prensa de Francia empezó a hablar de “tiers monde” para señalar, desde la perspectiva de los países industrializados y en función del grado de desarrollo, a “los países de más allá”.
La expresión tuvo eco en los círculos tecnocráticos de las Naciones Unidas y durante las últimas décadas se ha dado en agrupar a los países, según su nivel de desenvolvimiento económico y su orientación política, en tres grandes categorías: el primer mundo, integrado por los países avanzados de Occidente; el segundo mundo, compuesto de los países marxistas industrializados de Europa del este, que hoy se han desintegrado o se han vuelto capitalistas; y el tercer mundo, que comprende a los países subdesarrollados de Asia, África y América Latina.
Sin embargo, con los recientes acontecimientos mundiales esta diferenciación ha perdido sentido, ya porque ha desaparecido el segundo mundo a raíz del colapso de los países de la órbita marxista, ya porque se han acentuado las diversidades entre los países del tercer mundo, ya porque ha emergido en los últimos años una constelación de Estados que han alcanzado espectaculares grados de desarrollo económico —Singapur, Taiwán, Corea del Sur y otros que siguen el mismo camino—, a los que resulta forzado clasificar como tercermundistas.
Las diferenciaciones entre los países subdesarrollados se acentuaron a partir de la crisis energética mundial que se inició en 1973 por causa de la subida de los precios del petróleo, que en 1980 rebasaron los 30 dólares el barril. Se marcaron las disparidades al interior del grupo de los países pobres, entre los que tienen o exportan petróleo, que fueron beneficiarios del boom, y los que carecen de él y cuyas balanzas de pagos fueron torturadas por los nuevos precios de los hidrocarburos. Entonces nació aquello del “cuarto mundo” para designar al grupo de países pobres sin petróleo, es decir, a los más pobres entre los pobres.
La situación económico-social de ellos es todavía peor que la de los del tercer mundo. Están más allá del tercer mundo. Tienen ingresos per cápita inferiores a 200 dólares por año; economías de supervivencia en el sector rural; bajísimos niveles de industrialización; insuficiencias educativas, alimenticias y sanitarias; un ritmo de crecimiento muy bajo, estancado o negativo; y extremada pobreza entre una población que crece explosivamente.
En realidad, los países subdesarrollados del planeta —que agrupan a 3.500 millones de personas y que representan las tres cuartas partes de la población mundial— tienen muy poca homogeneidad entre ellos. Son muy disímiles entre sí. Difieren en tamaño territorial, población, recursos naturales, grados de desarrollo económico, cultura y regímenes políticos, aunque todos comparten, en mayor o menor grado, la marginación de los beneficios de la prosperidad y del progreso mundiales.
Ellos han recibido también el nombre de países menos adelantados (PMA). Sus precarias condiciones de vida fueron tratadas, aunque en términos muy insatisfactorios, por la Conferencia de Cooperación Económica Internacional de París en 1977, por la quinta Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo —United Nations Conference on Trade and Development (UNCTAD V)— celebrada en 1979 en Manila, por la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (ONUDI) reunida en Nueva Delhi en 1980, por la Asamblea General de las Naciones Unidas en su sesión extraordinaria celebrada en la sede europea de la ONU en 1987 y por la UNCTAD VIII reunida en Cartagena de Indias en 1992, en que se hizo presente por primera vez en este foro el poderío del norte, libre ya del contrapeso de los países del desaparecido COMECON.
La indiferencia de los gobiernos y los electorados de los países ricos con respecto al quebranto económico y social que sufren los países menos adelantados se refleja en las exiguas cantidades que destinan a la asistencia oficial al desarrollo (AOD), que están muy alejadas del 1% del PIB (rebajado luego al 0,7%) que desde hace varios años se ha considerado como el mínimo de cooperación que deben prestar los Estados industriales para resolver los problemas de los países pobres.
Sin embargo, en 1996 el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) firmaron un acuerdo histórico con el fin de reducir la deuda de 41 países, a los que llamaron Países Pobres Altamente Endeudados (PPAE) (en inglés: HIPC). La iniciativa permitía a ciertos los países deudores devolver los préstamos sin comprometer su crecimiento económico ni aumentar los atrasos que hipotecaban su futuro económico.
En Latinoamérica fueron clasificados como PPAE: Honduras, Nicaragua, Bolivia y Guyana, aunque a Bolivia se le ofreció reducir sólo el 13% del total de su deuda y a Guyana el 25%.
No obstante, la iniciativa se estancó en gran medida debido a la intransigencia económica y a los intereses egoístas de los propios acreedores.