Palabra que designa a quienes, bajo la invocación de valores o consignas religiosos, cometen actos de violencia. El término se originó en México en 1926 cuando, al grito de “¡viva Cristo Rey!”, bandas armadas de fanáticos católicos, dirigidas por René Capistrán Garza y Enrique Gorosquieta y apoyadas por el episcopado mexicano, se lanzaron a las calles para protestar contra el laicismo, la reforma agraria, la expropiación de los bienes raíces del clero y las demás conquistas revolucionarias de 1910 y protagonizaron un intento de alzamiento contrarrevolucionario para restaurar los valores y formas de vida anteriores.
Gobernaba el país el presidente Plutarco Elías Calles. El arzobispo de México, monseñor José Mora del Río, había declarado que el clero y los católicos “combatirán a la Constitución”. El 21 de marzo de 1926 el episcopado mexicano expidió una carta pastoral en la que insistió en su disconformidad con los preceptos constitucionales que regían las relaciones del Estado y la Iglesia. El 13 de mayo del mismo año fue detenido en el palacio obispal de ciudad de México el obispo de Hujutla, monseñor José de Jesús Manrique y Zárate, por haber desconocido la autoridad civil al haberse negado a atender una citación judicial. La Liga Nacional de Defensa de la Libertad Religiosa propuso el <boicot popular contra el presidente Calles al mismo tiempo que el episcopado amenazó con la excomunión a los padres de familia que enviasen sus hijos a las escuelas oficiales. El gobierno respondió con la clausura de los templos católicos y su entrega a comités vecinales, con la prohibición a los sacerdotes extranjeros de ejercer el culto y con la expulsión a 158 de ellos por perniciosos. La agitación religiosa creció. Los cristeros de Jalisco, dirigidos por el cura Vega, asaltaron un tren y produjeron la muerte de 113 personas. El gobierno incendió las madrigueras de los rebeldes y expulsó al arzobispo de México y a diez obispos.
La palabra cristeros, que se originó en el grito de combate de los facciosos y que fue levantado como bandera de lucha por los grupos clericales, sirvió después para designar, despectivamente, a todos quienes pretenden manipular los recuerdos, símbolos o imágenes del catolicismo en beneficio de sus aventuras políticas.