La palabra proviene del latín constare que, entre otras cosas, significa “costar” o “adquirir por cierto precio”. Coste es el sacrificio económico, medido generalmente en términos monetarios, que demanda el proceso de producir un determinado bien o servicio. Para decirlo en otras palabras, es la suma de las cantidades de dinero que el productor tiene que pagar a los diversos factores de la producción —trabajo, capital y tecnología— para poder crear un bien o prestar un servicio.
Aunque se suelen usar indistintamente las palabras “coste” o “costo” para referirse a lo mismo, la verdad es que en estricto sentido lo que se gasta en producir algo económicamente —un bien o un servicio— se denomina coste, mientras que la cantidad que se da o paga por una cosa se llama costo. Tiene en este caso una significación parecida a la de >precio, aunque más amplia. La distinción, si bien sutil, es muy clara desde el punto de vista económico. El coste se relaciona con la producción y el costo con la comercialización, lo que significa que estos conceptos están vinculados a dos fases diferentes del proceso económico.
El concepto de coste es muy amplio y se usa en macroeconomía, microeconomía, contabilidad y comercio internacional. El de costo es también amplio porque se utiliza no solamente para señalar lo que a una persona o a la sociedad le cuesta adquirir o conservar algo sino también, en sentido figurado, los sacrificios monetarios y no monetarios que demanda alcanzar un valor social intangible. En este sentido se habla de >costo social y de costo de vida.
En el ámbito de la macroeconomía el uso del vocablo coste es más bien restringido. Se refiere fundamentalmente al coste de producción, al coste ecológico, al coste comparado en el comercio internacional.
Pero en el ámbito de la microeconomía su uso resulta inagotable, puesto que el coste es un componente esencial de todo acto económico. En la medida en que los bienes y servicios resultan del empleo de ciertos recursos escasos, que desaparecen en el proceso de la producción (en realidad, se transforman), el coste forma parte de ellos.
Se habla de coste de producción, coste de reposición, coste de transporte, coste de oportunidad, coste directo, coste indirecto, coste decreciente, coste diferencial, coste marginal, coste de capital, coste de factores, coste comparativo, coste alternativo, coste constante y muchísimas otras formas de empleo de la palabra.
El concepto de coste es de vital importancia en la dirección de las empresas industriales, comerciales y agrícolas. En función de los análisis de costes el empresario planifica su actividad, elige el tipo de empresa que desea formar y los productos que se propone fabricar o producir, establece el precio de venta de ellos, determina el volumen de producción óptimo, juzga la >productividad de la empresa, analiza el rendimiento de las unidades de producción. La propia utilidad del agente económico privado, que es la diferencia entre lo que ha gastado en la producción y el precio que recibe por los bienes o servicios que vende, se establece a través del análisis coste-beneficio. En los primeros tratados de economía se explicaba el coste simplemente en función de los esfuerzos y sacrificios reales implicados en la producción de bienes y servicios. Después el enfoque se complicó al entrar en juego las oportunidades y soluciones alternativas que se descartan en el proceso productivo. Algunos economistas añadieron, como elemento del coste de producción de una cosa, el valor de las “soluciones alternativas abandonadas” para producirla. Surgió entonces el concepto de coste de oportunidad. Si, por ejemplo, se destina la tierra a la siembra de un producto, en su coste de producción debe entrar la cuantificación del sacrificio económico que representa el no haber sembrado en ella otros productos. Y lo mismo puede decirse con respecto al sector industrial o comercial, dado que al emplear los respectivos instrumentos en la producción o comercialización de unas cosas se ha descartado la producción o comercialización de otras. Lo cual significa abandonar esas soluciones alternativas y, aunque ello hace posible una elección más racional del empresario entre las diversas posibilidades que se le ofrecen, representa evidentemente un coste que debe tomarse en cuenta. Este sin duda tiende a reflejarse en los precios de las cosas, puesto que el productor de ellas no aceptaría una retribución inferior de la que podría haber obtenido si hubiera dedicado sus instrumentos de producción a otros usos.
La preocupación ecológica actual ha introducido una nueva dimensión a la teoría de los costes. Los recursos del medio ambiente no se consideran aún como activos productivos, a pesar de que un país puede encaminarse a la bancarrota por la degradación de ellos. Los costes ambientales son totalmente ignorados. El >producto interno bruto no toma en cuenta la depreciación de los activos naturales ni los indicadores económicos tradicionales registran la disminución del capital naturaleza cuando aquellos recursos aminoran o se destruyen.
La propuesta consiste en que se incorpore el valor del medio ambiente a las cuentas nacionales, aun cuando los bienes de la naturaleza no son fáciles de contabilizar porque no tienen asignado un “precio” en el mercado y algunos de ellos se suelen considerar incluso como intangibles. Pero es necesario considerar como un coste de producción al agotamiento de los recursos naturales, a la destrucción de los bosques, a la contaminación del aire y del agua, en suma, al deterioro de la naturaleza.
Con la expresión inglesa “cost, insurance, and freight” (CIF) se denomina, en las transacciones comerciales internacionales, a la cláusula por la cual el vendedor se obliga a asumir los gastos de carga, descarga y transporte marítimo de la mercancía hasta el puerto de desembarque para ponerla a disposición del comprador. Esta obligación comprende el pago de la licencia de exportación y cualquier otro permiso administrativo que se requiera, la selección del barco, la contratación del seguro que cubra todos los riesgos hasta que la mercancía haya llegado al puerto de destino, los gastos derivados de las operaciones de verificación y embalaje y los que demanden la tramitación del certificado de origen y demás documentos necesarios para la exportación e internación de la mercancía. Por su parte, el comprador deberá recoger los documentos cuando el vendedor se los presente, recibir la mercancía en el puerto convenido, pagar su precio de acuerdo con las condiciones contractuales y satisfacer los tributos y tasas de importación en su país.
Todos estos costes se suman al valor de la mercancía para integrar el precio único que debe pagar el comprador.
Por el contrario, si la transacción se hace bajo la estipulación llamada “free on board“ (FOB), que significa “franco a bordo”, el comprador está obligado a seleccionar el barco para la transportación de la mercancía, asumir los riesgos de ella desde el momento en que sobrepase la borda del buque en el puerto de embarque, a pagar su flete y seguro, a desembarcarla en el lugar de destino y a pagar los impuestos y tasas de importación.
Estas son las condiciones que establecen los llamados “incoterms”, desde su introducción en 1936 a los contratos de comercio internacional, incluidas las reformas posteriores, para definir los derechos y obligaciones de los vendedores y compradores en lo referente a los costes de embarque, transporte, seguro, desembarque e internación de las mercancías.