Esta palabra, en su acepción política, es una contribución de los franceses al vocabulario constitucional moderno. Cohabitar significa habitar juntamente con otro u otros o hacer vida marital el hombre y la mujer. El Código Napoleónico —que mandó elaborar el emperador y que sirvió de modelo para muchos de los códigos civiles contemporáneos— disponía que “la mujer está obligada a habitar con el marido y a seguirle donde quiera que él juzgue conveniente residir”. Es decir: estaba obligada a cohabitar con su marido. El proyecto de Código Civil de Andrés Bello (1781-1865), inspirado en buena parte en el texto napoleónico, recogió este precepto y, a su vez, lo difundió al Derecho Civil de los países sudamericanos, excepto el de Perú.
El viejo “Diccionario Razonado de Legislación y Jurisprudencia” (1851) de don Joaquín Escriche dice que cohabitación es “el estado de dos o más personas que viven juntas en una misma casa” o “la vida maridable que hacen los amancebados”.
La incursión de esta palabra en el ámbito político se debe a los franceses. Que se conozca, el primer uso de ella en este campo, aunque en sentido hasta cierto punto diferente del que hoy tiene, ocurrió en 1977 cuando el político y ensayista francés Edgar Faure (1908-1988) en su artículo titulado “La alternación o la nuez hueca”, que publicó en el primer número de la revista francesa de estudios constitucionales y políticos "Pouvoirs", se preguntó: “¿la cohabitación socialista-comunista en el gobierno será durable y será tolerada por largo tiempo?”
En el número 4 de la misma revista el académico frances Jean-Claude Colliard (1946-2014) escribió que una hipotética victoria de la izquierda en las elecciones legislativas de 1978, con un presidente conservador en el Palacio del Eliseo, significaría “una transferencia de poderes del Presidente, jefe de la minoría, hacia el Primer Ministro, jefe de la mayoría: no hay que olvidar por tanto que la cohabitación corre difíciles riesgos entre los dos”.
Poco tiempo después, en un artículo publicado en "Le Monde" el 4 de marzo de 1978, François Mitterrand (1916-1996) utilizó el verbo cohabitar para describir la situación que podría nacer de una victoria de las fuerzas de izquierda en las elecciones legislativas de ese año frente a un presidente de la derecha gaulliste. Escribió: “Nosotros cohabitaremos en el mismo país deseosos de preservar el tejido nacional que nos es común pero habrá dos políticas para Francia: la suya y la nuestra, y ellas no podrán confundirse”.
En el mismo año el presidente Valéry Giscard d’Estaing, en un artículo publicado en "L’Express" al día siguiente de las elecciones legislativas, usó la palabra cohabitación para referirse a la evolución deseable de las relaciones de armonía entre la mayoría y la oposición: “ya es tiempo de llegar a lo que yo llamaría una cohabitación razonable”, afirmó.
El término cohabitación, con el sentido actual de relación entre un presidente y un primer ministro de militancias políticas antagónicas, hizo irrupción en los debates del coloquio celebrado en París durante los días 20 y 21 de enero de 1983 sobre el tema de los regímenes semipresidenciales e ingresó al vocabulario político francés.
El artículo de Edouard Balladur publicado en "Le Monde" el 16 de septiembre de 1983, en donde su autor explica que el presidente y la nueva mayoría podrían intentar la cohabitación, explorando las posibilidades de “cierta vida en común”, contribuyó a generalizar el uso de la palabra.
Sin embargo, ella estuvo todavía ausente de la tercera edición del "Dictionnaire de la Constitution" de Raymond Barrillon y no apareció sino en la cuarta edición de 1986.
La consagración de la palabra en el vocabulario constitucional francés se produjo en el período de 1986 a 1988 en que compartieron el poder en Francia el presidente socialista François Mitterrand y el primer ministro neogaulista Jacques Chirac. El presidente fue elegido por votación popular directa en 1981 para un período de siete años y el primer ministro fue designado por la nueva mayoría parlamentaria de oposición que resultó de las elecciones legislativas del 16 de marzo de 1986.
En efecto, las elecciones legislativas francesas de esa época, con el triunfo de la coalición derechista RPR-UDF —formada por las fuerzas de Jacques Chirac y las de Valéry Giscard d’Estaing, que semanas antes se habían puesto de acuerdo en un programa de gobierno—, llevaron a la Asamblea Nacional una mayoría conservadora gaulliste mientras que en la presidencia de la República estaba el líder socialista François Mitterrand. Éste explicó al pueblo francés a través de una cadena televisada que de las urnas había surgido una nueva mayoría parlamentaria que, aunque “débil numéricamente, existe”, y que esto le obligaba a llamar a su oponente Jacques Chirac, líder de la nueva mayoría, para designarle como primer ministro y encargarle formar el nuevo gabinete en los términos de la Constitución. Se abrió así un período de dos años de cohabitación en que los dos personajes se vieron forzados a entenderse a regañadientes y por encima de sus profundas discrepancias ideológicas, de modo semejante a esos matrimonios mal avenidos en que se producen entendimientos mínimos en función de la tranquilidad de los hijos. Como escribía con ironía un periodista francés en esos días: era un matrimonio sin amor pero sin peleas.
A partir de esa experiencia —que se repitió en marzo de 1993, bajo la presidencia de François Mitterrand, con la amplia derrota de los socialistas en las elecciones legislativas y el dominio de las fuerzas de derecha en la Asamblea Nacional, que llevaron a la designación del conservador Édouard Balladur como primer ministro— los franceses volvieron a utilizar con perfiles irónicos la palabra cohabitación, que pasó de los ámbitos del concubinato a la teoría constitucional para designar las incómodas y a veces conflictivas relaciones entre el presidente de la República y el primer ministro cuando ellos pertenecen a partidos políticos antagónicos.
El fenómeno de la cohabitación se volvió a repetir en 1997 pero a la inversa: el conservador Jacques Chirac como presidente y el líder socialista Lionel Jospin como primer ministro.
Con el avasallador triunfo de Jacques Chirac sobre el ultraderechista Jean-Marie Le Pen en el ballottage de las elecciones presidenciales del 5 de mayo del 2002, en que obtuvo el 86% de los votos —después de que el candidato socialista Lionel Jospin fue eliminado de la contienda en la primera ronda electoral—, y con la victoria de las fuerzas de centro-derecha sobre los socialistas, comunistas y verdes en los comicios parlamentarios del 9 y 16 de junio, en los que volvió a producirse una enorme tasa de abstención, se formó un gobierno de un solo sector político, con Jean-Pierre Raffarin como primer ministro, y terminó la cohabitación gaulliste-socialista.
Pero la palabra cohabitación ha sido aplicada no sólo por los franceses sino también por observadores políticos de otros lugares para designar a la situación creada por la coexistencia de un presidente y de un primer ministro de signos ideológicos contrarios, en el seno de un gobierno parlamentario en que el primero, como jefe del Estado surgido de elecciones directas y universales, se ve forzado a designar a su primer ministro, o sea al jefe del gobierno, de las filas del partido opositor o de la coalición opositora que ha formado mayoría en el congreso. No se trata de una alianza ni de un pacto, y menos de una alianza o pacto queridos, sino de la obligación constitucional del presidente de integrar el gabinete con base en la mayoría parlamentaria que ha surgido por la voluntad de los electores. Por tanto, la cohabitación no es una decisión presidencial sino una imposición de la ley y de las urnas.
El concepto de cohabitación sólo es aplicable en los gobiernos parlamentarios, en que la función ejecutiva se divide en tres órganos: el presidente de la república, el primer ministro y el gabinete, quienes comparten las facultades de mando y administración con arreglo a un esquema no siempre definido con exactitud por la Constitución. En este sistema, el presidente es el jefe del Estado y el primer ministro es el jefe del gobierno. Cuando estos magistrados pertenecen a partidos hostiles entre sí tienen que vencer muchas dificultades para poder gobernar.
El sistema constitucional francés de la V República, originado en el referéndum del 28 de septiembre de 1958 propuesto por el general Charles De Gaulle, es de corte parlamentario: tiene un presidente elegido en votaciones universales, un primer ministro designado por el presidente de acuerdo con la mayoría parlamentaria y un consejo de ministros o gabinete nombrado por el presidente a petición del primer ministro, que ha de contar con la confianza de esa mayoría. Aunque la nueva Constitución de 1958 fortaleció y amplió las facultades del presidente a costa de las del parlamento y aquél dejó de ser una figura decorativa encargada de presidir banquetes e inaugurar exposiciones —y en esto marcó un gran cambio en comparación al parlamentarismo de la III República (1870-1940) y de la IV República (1946-1958) francesas—, no modificó la forma de gobierno parlamentaria. Y por eso las elecciones para integrar el parlamento realizadas en el curso del largo período presidencial de siete años pueden llevar a la Asamblea Nacional una mayoría contraria al presidente, en cuyo caso éste se ve obligado, como jefe de la minoría, a nombrar un primer ministro de la emergente mayoría y a entenderse y compartir el poder con él en una suerte de diarquía en que los dos líderes ejercen el mando en sus respectivas esferas: el uno con las competencias de jefe del Estado y el otro con las de jefe del gobierno, señaladas con no con mucha claridad por la Constitución. La relación se vuelve muy incómoda para ambos, que están obligados a entenderse para mantener la estabilidad política del gobierno y asegurar la continuidad y coherencia económicas del país, en una operación en que se pone a prueba la prudencia, la madurez y la responsabilidad de los dos líderes.
Por supuesto que no siempre ocurre esta dicotomía política. Lo normal es que ambos magistrados pertenezcan al partido o coalición mayoritarios. La cohabitación se produce sólo cuando el sufragio universal lleva al poder a un presidente, con un programa de gobierno, y de elecciones legislativas posteriores surge una mayoría de oposición en el parlamento con un plan de acción diferente.
Allí las circunstancias imponen lo que los franceses, con su fino sentido de la ironía y con su tendencia a vincularlo todo con la cama, llaman la cohabitation.