Palabra de origen francés que designa un grupo de personas contratadas para aplaudir en el teatro, a fin de promover los aplausos del público. La claque se compone de individuos asalariados que tienen esa función. El estímulo de los primeros aplausos arranca los demás de la concurrencia. La usanza es muy antigua: ya en los tiempos del teatro romano existían estos grupos.
Por analogía, se llama claque, en política, a quienes llevan la consigna de estimular con sus aplausos y aclamaciones los de los demás en favor de un líder o una tesis. Su misión es la de encender la emoción en los actos políticos. Despectivamente se llama también con este nombre al conjunto de los esbirros de un líder político, listos siempre a tributarle sus aplausos y zalamerías.
Por su semejanza con lo que a veces ocurre en la política, resulta muy elocuente señalar que, en los teatros parisienses de antaño, la acción de la claque estaba sometida a una tarifación rigurosa: la salva ordinaria valía tanto, la salva larga más, la salva redoblada era mejor pagada, las tres salvas consecutivas aun mejor. Y lo mismo se estipulaba para los aplausos a la salida del autor, los murmullos de espanto, las risas y las carcajadas en los momentos justos.