Fue la expresión eufemística y equívoca que utilizaron los ideólogos y líderes marxistas para designar el sistema de toma de decisiones en los partidos comunistas y en sus gobiernos. De hecho, tales decisiones se tomaban en la cúpula del <aparato partidista, sin consulta con las bases, que luego se ejecutaban en el gobierno, dentro del paralelismo estructural que existía entre ellos.
En sus orígenes el concepto de centralismo democrático fue un principio de organización de los partidos comunistas que respondió a la necesidad de introducir en ellos una síntesis entre el orden y la libertad. En virtud de tal principio, la toma de decisiones debía estar precedida de un proceso de libre discusión y crítica, pero una vez tomada la resolución por la mayoría debía ser cumplida por todos sus miembros disciplinada y unitariamente. Por tanto, la minoría vencida debía abandonar su postura original y adherirse sin reservas a la determinación mayoritaria.
La historiografía comunista atribuye a Carlos Marx (1818-1883) la paternidad del centralismo democrático como un principio estructural y funcional de los partidos de los trabajadores, aunque fue Lenin quien dio al concepto la gran importancia práctica que tuvo después en la organización del partido bolchevique. Los principios leninistas de la organización partidista, en el sentido de que “todas las organizaciones del partido son edificadas sobre la base del centralismo democrático”, fueron recogidos por el II Congreso del Partido de los Trabajadores Socialdemócratas de Rusia en 1903 y de allí se reprodujeron en los estatutos del partido comunista soviético en 1917. En las Condiciones para la admisión en la Internacional Comunista formuladas por Lenin en 1920, se establecía que “los partidos pertenecientes a la Internacional Comunista deben estar estructurados de acuerdo con el principio del centralismo democrático” y que en ellos debe imperar una “disciplina férrea que linde con la disciplina militar”.
La aceptación de este principio, sin embargo, no estuvo exenta de encendidos debates en las filas marxistas. La dirigente polaca Rosa Luxemburgo (1871-1919), que participó en la revolución rusa de 1905, criticó duramente a Lenin en 1904 por su idea de formar un partido vertical cuyo poder central “piensa, crea y decide por todos”. Lo cual no le parecía marxista. Y León Trotsky (1879-1940), el creador del Ejército Rojo, manifestó en ese mismo año que “estos métodos de Lenin conducen (…) a que la organización ocupe el lugar del partido; luego el comité central sustituya a la organización del partido, y, en último término, un 'dictador', al comité central”.
Explicó Lenin en 1917, después de la toma del poder por los bolcheviques, que “el partido está en una situación en la que el centralismo más estricto y la disciplina más rígida constituyen necesidades absolutas. Todas las resoluciones de los órganos superiores son incondicionalmente obligatorias para los inferiores. Toda resolución debe primeramente ser cumplida y sólo después es lícita una reclamación ante el correspondiente órgano del partido”.
Fue de la Internacional Comunista (Komintern) o Tercera Internacional, fundada en Moscú en 1919 bajo la batuta de Stalin, de donde surgió la instrucción a todos los partidos miembros que debían adoptar el centralismo democrático como principio de organización y funcionamiento. Como parte de ese centralismo se dispuso también que las decisiones del Komintern debían tener carácter obligatorio para todos los partidos miembros.
Las condiciones de admisibilidad del Komintern establecían claramente que, para que estos partidos pudieran cumplir a cabalidad con sus responsabilidades, su estructuración interna debía ser tan centralizada como fuera posible y el partido debía estar provisto de los más amplios poderes.
La consulta a la sociedad ni era usual ni era posible. La propia estructura del partido lo impedía. Ella era simplemente incompatible con cualquier forma democrática de consulta de opinión. Las autoridades partidistas lo mismo que las estatales no eran elegidas libremente, a pesar de los simulacros electorales que solían hacerse, sino designadas por voluntades superiores. Los partidos comunistas centralizaban todos los poderes de control y decisión sobre la sociedad, desde la escuela a la fábrica, desde la vida familiar a la policía, desde la administración de justicia hasta las fuerzas armadas. Pero llamaban “democrático” a este centralismo porque se suponía que estaba implantado en beneficio de todos.
Al sistema de toma de decisiones en los gobiernos y partidos comunistas se denominó “centralismo democrático”.
Stalin distorsionó hasta extremos tiránicos este principio operativo y, hasta el fin de sus días, reprimió implacablemente la formación de toda voluntad democrática dentro del partido y del Estado.
Los dirigentes chinos de la actualidad, por ejemplo, sostienen que es indispensable afianzar la “dictadura democrática popular” para que, dentro de la “legalidad socialista”, pueda cumplir su misión de ordenar la vida social, defender los derechos del pueblo, asegurar el orden en la producción, castigar los actos delictivos y asestar golpes a las actividades de zapa de los enemigos de clase. En un documento del Partido Comunista chino se dice que “hay que practicar un alto grado de centralismo basado en un alto grado de democracia y persistir en el principio de subordinación de la minoría a la mayoría, del militante a la organización, del nivel inferior al superior y de todo el Partido al Comité Central”.
El centralismo democrático es, al final de cuentas, este sistema autoritario de gobierno del Estado y del Partido que se impuso en los países marxistas en nombre de una >clase social y bajo el lema de la llamada >dictadura del proletariado.