Expresión con la que se designa un acto de violencia e intolerancia impropio de los tiempos actuales. Señala la acción de emprender, al estilo de la Edad Media, en la cacería de “herejes” políticos o religiosos, tal como hacía la Inquisición. Bruja, según la opinión popular de aquellos tiempos que la Iglesia Católica compartía, era la mujer a quien se atribuía pacto con el diablo y en virtud del cual se le suponía capaz de hechizar y hacer cosas extraordinarias. Los tribunales del Santo Oficio —que así se llamaban los de la Inquisición— salían en cacería de las brujas y las condenaban a muerte en la hoguera o las entregaban a las autoridades civiles para que las condenasen, según el régimen bajo el cual operaba la Inquisición en los diferentes países. En unos, como España y Sicilia, los inquisidores eran, al propio tiempo, jueces civiles y eclasiásticos e imponían directamente la pena a los acusados de herejía; en otros, los tribunales inquisitoriales eclesiásticos, después de juzgarlos, los entregaban a los tribunales civiles para la imposición y ejecución de las penas. De cualquier manera las cosas iban a dar a lo mismo, puesto que el poder político estaba enteramente subordinado al poder eclesiástico.
Los tribunales de la Inquisición comenzaron a establecerse en Europa por edicto del papa Lucio III a fines del siglo XII, para investigar, perseguir y castigar la herejía, la apostasía, la idolatría, la superstición ajena al catolicismo y la brujería, tenidos entonces como delitos contra la fe y contra la sociedad. Al principio los propios obispos fueron los pesquisidores, a quienes el papa encargó visitar los pueblos “infestados de herejías” para descubrir a los apóstatas y recoger informes secretos sobre sus actividades, lugares y horas de reunión, ceremonias que realizaban, nombres de los señores que los protegían o que permanecían indiferentes ante ellos y demás datos necesarios para proceder contra los enemigos de la religión. Más tarde, Inocencio III designó inquisidores especiales para que realizaran esta tarea y extendió hacia Europa los siniestros tribunales a principios del siglo XIII.
Pero la cacería de brujas no fue un monopolio del catolicismo. Otras religiones hicieron cosas parecidas. Fueron célebres las “brujas de Salem” en Estados Unidos. A fines del siglo XVII, en la pequeña aldea de Salem, Massachusets, los fanáticos puritanos persiguieron a las brujas, de quienes creían que estaban poseídas por el demonio, para atormentarlas y condenarlas a muerte “por obra de Dios”. En 1692 veinte de ellas fueron ahorcadas y cinco murieron en la cárcel a causa de las torturas. Esta fue la última acción de fanatismo e ignorancia de la secta, porque poco tiempo después se abolieron esos procesos.
Nos ha quedado, como vestigio de aquellos oscuros tiempos de fanatismo e intolerancia, en que el mundo fue anegado de sangre por motivos religiosos, la expresión caza de brujas para designar en nuestros días los actos de anacrónica y trasnochada intemperancia política, religiosa o étnica.