Esta palabra tiene significaciones en el campo filosófico, psicológico, político y jurídico. La que nos interesa, sin embargo, es la política. Se dice que una persona es auténtica o tiene autenticidad cuando actúa de acuerdo con sus convicciones, cuando no abandona la responsabilidad de conducirse en conformidad con sus principios y no se refugia en comandos, normas o preceptos que no son los suyos. En suma, cuando no renuncia a la angustia de ser, de existir y de actuar autónomamente, como exige el ideal de la autenticidad.
Desde el punto de vista político, la palabra tiene diversas connotaciones: identidad, legitimidad, verdad, correspondencia entre los postulados y los actos, consecuencia con los principios, coincidencia entre la apariencia y la realidad, coherencia, articulación de la teoría política con la acción. Lo auténtico, en este sentido, ya se trate de personas, de ideas o de conductas, es lo que no puede dejar de ser lo que es, lo que no está enajenado, lo que actúa como es, lo que desecha los montajes y las farsas.
Por tanto, lo auténtico en política es lo contrario a lo falso, a lo falsificado, a lo simulado, a lo disimulado, a lo fingido.
Por desgracia este es un valor que cada vez se pierde más en la vida política. El político es crecientemente un “actor”, un ”histrión” que en el tablado público hace toda clase de piruetas.