Es la tendencia hacia la economía abierta en la dimensión interna e internacional. Esto significa, hacia adentro del Estado, la eliminación de las trabas y controles al proceso de la producción e intercambio de bienes, y hacia el exterior, la apertura de la economía a la inversión extranjera en igualdad de condiciones que la inversión nacional, la supresión de las restricciones a la expatriación de capitales y utilidades y el abatimiento de todas las barreras arancelarias y paraarancelarias para el ingreso o salida de mercancías.
Como es lógico suponer, la apertura económica es incompatible con los cercos proteccionistas que amparan la producción nacional frente a la competencia extranjera. El sistema funciona en las llamadas >zonas de libre comercio, en las cuales el territorio de los Estados forma un mercado único.
El aperturismo es una de las tesis fundamentales de los planteamientos del >neoliberalismo. Ha sido impulsado en los últimos años por los países industriales en provecho de sus propios intereses. Ese es el sentido con que se han formado la Unión Europea que aglutina a 27 países; el MERCOSUR entre Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, al que ingresó Venezuela en el 2012; el Tratado de Libre Comercio (TLC) entre Estados Unidos, México, Canadá y Chile; el Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) que une a las economías más prósperas del sudeste asiático; el Área de Libre Comercio de las Américas cuya creación se aprobó en la cumbre de Miami. Todos ellos son inmensos bloques comerciales, mentalizados y conducidos por los países industriales, para lograr la eliminación de los aranceles y poder llegar con sus productos “libremente” a los mercados del mundo.
En materia económica, por desgracia, nada hay inocente ni romántico. La “libertad” de intercambio favorece a alguien en concreto: favorece a quien puede hacer uso de ella. Por eso los países poderosos, con su enorme capacidad exportadora, la impulsan con tanta devoción. Esto siempre fue así. La “libertad de los mares” que se proclamó a principios de siglo o la “libertad del espacio interplanetario” que hoy se postula tuvieron en su momento beneficiarios con nombre y apellido. Igual cosa ocurre con la “libertad de comercio” que hoy se propone. Que en realidad no es comercio libre sino comercio dirigido por las grandes >corporaciones transnacionales, dentro de una estrategia de dominación mundial muy claramente establecida.
Lo que en realidad ha ocurrido es que las facultades de control comercial, escamoteadas al Estado, han sido transferidas a los directorios de las grandes empresas transnacionales, que son las que planifican el comercio a escala mundial y toman las decisiones que en la práctica resultan de obligatorio cumplimiento para los Estados.
En el aperturismo interno ocurre algo similar, aunque en menor escala como es lógico. Las facultades del Estado han sido suplantadas por la planificación y la operación de las grandes compañías nacionales o transnacionales que, bien articuladas entre sí, disponen las cosas económicas —y con frecuencia también las políticas— dentro del Estado.
De modo que la actividad económica aparentemente “libre” es en realidad “planificada”, “prevista” y “dirigida” por intereses particulares.
El aperturismo interno tiene grandes e influyentes aliados en los sectores comerciales que se benefician con la “libertad” de los mercados. Se ven libres de toda clase de controles. Un Estado cruzado de brazos favorece sus maniobras. Y el aperturismo exterior es promovido por los países desarrollados que ven la posibilidad de colocar “libremente” sus productos en los mercados del mundo a través de sus grandes corporaciones privadas.
Las tendencias socialistas discrepan con estas posiciones porque, a parte de las consideraciones ya dichas, en los mercados insuficientes —en los que no puede haber realmente libre competencia— la tesis aperturista lleva a la libertad del zorro en el gallinero. Piensan que el Estado no debe renunciar a su deber de regular la economía en función de alcanzar la distribución del ingreso. Y que los controles gubernativos son los instrumentos necesarios para conducir la economía, alentar o desalentar determinadas actividades productivas, velar por la ordenada asignación de recursos y propiciar la equitativa distribución del ingreso.
En cierto modo puede llamarse también aperturismo a la política económica iniciada por Mijail Gorbachov a finales de los años 80 del siglo pasado, como parte de su >perestroika y de su >glasnost, y continuada después por Boris Yeltsin con el propósito de lograr en la Unión Soviética, primero, y después en Rusia la apertura de la economía a las leyes del mercado y al comercio exterior en el marco del manejo público y abierto de los asuntos del Estado.
En la República Popular de China, después de que terminó la era del >maoísmo, se puso en práctica la política denominada de >“reforma y apertura” económica, que fue adoptada en diciembre de 1978 por el Comité Central del Partido Comunista chino, bajo el liderato e inspiración de Deng Xiaoping (1904-1997). En virtud de ella se abrió la economía del país hacia el exterior, se combinó la planificación estatal con las fuerzas del mercado y se estableció una nueva estructura de la propiedad.
Los dirigentes chinos suelen distinguir tres etapas en este proceso de cambio y apertura. La primera comprende desde su implantación en 1978 hasta 1984, durante la cual se puso en juego la gran decisión política de reformar el sistema económico chino y apartarlo de los viejos dogmas del >maoísmo; la segunda se extendió desde 1984 hasta 1992, en que se trasladó el centro de gravedad de las preocupaciones económicas del campo a la ciudad, se fortaleció la economía de las empresas industriales y comerciales, se introdujeron modificaciones al funcionamiento del mercado y se abrieron ciertos sectores de la economía a la inversión extranjera directa; y la tercera fue a partir de 1992, en que se ha trabajado decididamente en la formación de lo que los dirigentes chinos llaman la “economía socialista de mercado”, con la modificación del sistema de formación de los precios y de la administración macroeconómica del Estado acompañada de la diversificación de las formas de propiedad.
China antes tuvo un régimen económico herméticamente cerrado hacia el exterior y terriblemente atrasado en comparación con los progresos científicos y tecnológicos del mundo occidental. Eso ha cambiado rápidamente en los últimos años. Según me explicaron el Primer Ministro Li Peng en Nueva York en enero de 1991 y después Hu Jintao, uno de los siete dirigentes máximos de la República Popular de China y a la sazón el miembro más joven del buró político que ejercía la dirección colectiva del Comité Central del Partido Comunista (elegido Presidente de China en marzo del 2003), en una reunión que con él mantuve en Pekín en octubre de 1994, el control estatal sobre la economía, que estuvo tradicionalmente basado en las decisiones directas de la autoridad pública, ha dado paso a un sistema de intervención indirecta ejercida principalmente por medio de palancas económicas y jurídicas —tales como las tarifas tributarias, tasas de interés, tipos de cambio, emisión monetaria, política créditicia— para orientar los asuntos económicos de una manera más eficiente.
Claro que este no es un régimen que corresponda realmente al concepto de aperturismo, en el que la asignación de recursos y la marcha de la economía están confiadas enteramente a las fuerzas del mercado, sino más bien un sistema mixto en el cual se combinan ciertos elementos de control estatal con elementos del mercado.