Es la doctrina política formada en el siglo XIX que sostiene, como punto central de su postulación ideológica, la abolición de la autoridad pública para dar paso a un federalismo libre y espontáneo de las personas en el cual el único gobierno legítimo reconocido sea el de cada individuo sobre sí mismo, como proclamó el novelista inglés Aldous Huxley (1894-1963).
El anarquismo entraña una actitud de rebeldía del hombre contra el Estado y contra el poder político. Ve en el Estado y en sus diversas manifestaciones —autoridades, leyes, tribunales, policía, cárceles, etc.— otras tantas amenazas contra la libertad de las personas. Sostiene que en una sociedad mejor no es necesaria la autoridad y que en lugar de la unión forzosa de los hombres en el Estado debe haber una asociación libre de individuos sin el Estado.
El anarquista es un ácrata, o sea un partidario de la acracia, que es la teoría política que sostiene la supresión de toda autoridad.
No obstante esto, pueden distinguirse diferentes tendencias en el anarquismo. Hay tendencias individualistas, que exaltan la libertad personal y el egotismo, y tendencias colectivistas —de tipo mutualista, cooperativista, sindicalista o comunista— que sostienen que la única forma de emancipar al hombre de la opresión autoritaria es mediante la formación de asociaciones voluntarias y autogestionadas con fines de producción y distribución.
El anarquismo individualista es el resultado de la exacerbación de la libertad del individuo. Nada que pueda limitar esa libertad le es aceptable. Cada persona puede encontrar dentro de sí los consejos para vivir dignamente consigo misma y solidariamente con las demás, sin necesidad de que una autoridad exterior y ajena a su propia conciencia le diga lo que debe hacer. De modo que el poder político, con todo su aparato compulsivo, no sólo que es innecesario sino que pervierte al hombre y le fuerza a asumir una actitud rebelde y antisocial.
Uno de los precursores del pensamiento anarquista, el filósofo inglés Guillermo Godwin (1756-1836), afirmó que todo gobierno, incluso el mejor, es una mal innecesario, dotado de fuerza coactiva inútil y nociva en una sociedad de hombres conscientes de los deberes que la relación humana les impone.
El anarquismo colectivista, generalmente vinculado al análisis marxista de la sociedad, repudia la autoridad política por ser expresión del poder económico de pequeños grupos encumbrados dentro del escalafón social. Condena al Estado como instrumento de opresión. Sostiene que todos sus elementos no son más que factores de coerción de la libertad de los sectores más pobres de la población. Esa opresión empieza por el sistema educativo, que es la primera forma de acción represiva sobre el ser humano al constreñir su inteligencia dentro de esquemas impuestos. Postula, por tanto, la insurrección revolucionaria contra los mecanismos de la sociedad autoritaria —el Estado, el principal de ellos— para suprimirlos de raíz. En esta acción participarían los hombres libre y voluntariamente, impulsados por la búsqueda de su emancipación y estimulados por lo que el anarquista ruso Mijail Bakunin (1814-1876) llamaba la alegría de la destrucción del orden social imperante. Según los anarquistas, el ser humano lleva dentro de sí una predisposición antiautoritaria, de modo que su insurgencia contra el orden establecido no le cuesta trabajo: es una acción espontánea y fácil.
Se dice que fue el francés Pierre-Joseph Proudhon (1809-1865) el primero en usar la palabra anarquismo para designar a la corriente ideológica que pretendía suprimir total o parcialmente el aparato constrictor del Estado. Este pensador tuvo por incompatibles el poder y la libertad. Afirmó que el Estado es una entidad creada con fines de opresión de unos hombres por otros y que, por lo mismo, está condenada a desaparecer, puesto que “será inútil cuando no haya en la sociedad ni fuertes ni débiles, es decir cuando la desigualdad de las fuerzas físicas o intelectuales no pueda ser una causa de expoliación“. El lugar que deje el Estado será ocupado por grupos libre y voluntariamente organizados, en los que se mantendrá la justicia espontáneamente y el orden social no requerirá de fuerza coactiva.
Las futuras sociedades anarquistas, que ocuparán el espacio del Estado autoritario, se organizarán con fines de producción y de reparto de bienes y servicios entre sus integrantes. Estarán libres de toda dirección autoritaria. Sus decisiones se tomarán por voluntad de todos, en una suerte de democracia espontánea.
Los anarquistas no sólo discrepan entre sí en materias conceptuales sino también en tácticas de lucha. Hay un anarquismo ajeno a la violencia y hay otro que propugna la insurgencia armada como único medio para suprimir el Estado. El anarquista ruso Mijail Bakunin, quien fue el primero en hacer del anarquismo un movimiento internacional organizado, afirmó que no es posible restablecer el equilibrio y la justicia en las relaciones humanas si antes no se desaloja del gobierno a la clase poseedora de los medios de producción, que ejerce el monopolio del poder en su exclusivo beneficio. Con este propósito, Bakunin impulsó la adopción de métodos violentos para sustituir la forma de organización social.
El príncipe ruso Pedro Kropotkin (1842-1921) fue el pensador anarquista que incorporó a esta teoría los elementos analíticos más consistentes. Aplicó sus vastos conocimientos científicos al análisis del comportamiento del hombre en sociedad y propugnó la formación de pequeñas comunidades socialistas autárquicas en las que todas las cosas deben ser de propiedad común y cada individuo debe trabajar tan bien como pueda para recibir tanto como necesite. En una sociedad semejante nada tienen que hacer el Estado ni la autoridad pública, que más bien operan como factores perturbadores de la armonía social.
Con propósitos claramente tácticos, Kropotkin formuló su teoría anarco-sindicalista —que habría de tener importante penetración en Francia con la Confédération Général du Travail antes de 1914 y en España con la Confederación General del Trabajo, que tuvo una importante participación en la guerra civil de 1936— a fin de utilizar la fuerza de los sindicatos en las acciones insurgentes. Vinculó sus ideas anarquistas a los métodos revolucionarios y obtuvo como resultado un anarquismo violento que se extendió por Europa, a través de organizaciones clandestinas que se dedicaron a la acción subversiva. Sin embargo, el anarquismo no está necesariamente asociado a la violencia.
Algunas de sus corrientes tienen con el >marxismo puntos de contacto, como el ideal de suprimir el Estado. La gran diferencia entre el anarquismo revolucionario y el marxismo está en la forma de eliminarlo. Los anarquistas pretenden hacerlo súbitamente mientras que los marxistas propugnan su abolición gradual e incluso aspiran a utilizar por un tiempo el poder estatal, bajo la >dictadura del proletariado, a fin de crear las condiciones para el advenimiento de la sociedad socialista.
Para los anarquistas todo gobierno es un despotismo, aunque sea el gobierno de la mayoría. Por eso buscan suprimir el Estado al otro día de la revolución. Los marxistas, en cambio, aspiran a conservarlo provisionalmente con el fin de que, como dijo Marx, “el proletariado victorioso pueda hacer valer su poder, someter a su enemigos capitalistas y realizar la indispensable revolución económica de la sociedad “.
En la célebre polémica que se abrió sobre el tema, Marx explicó que “los anarquistas ponen las cosas patas arriba, declaran que la revolución proletaria debe comenzar por abolir la organización política del Estado. Pero la única organización existente que el proletariado encuentra después de su victoria es precisamente el Estado, que posiblemente ha menester de reformas importantes antes de poder cumplir sus nuevas funciones. Destruirlo en tales momentos significaría destruir el único organismo por medio del cual el proletariado victorioso puede hacer valer su poder, someter a sus enemigos capitalistas y realizar la indispensable revolución económica de la sociedad, sin la cual toda la victoria terminaría indefectiblemente en una nueva derrota, semejante a la de la Comuna de París “.
Bakunin, por su lado, en crítica a la fórmula marxista de la dictadura del proletariado, expresó que ella “no sería otra cosa que un cuartel: un régimen en el que trabajadores y trabajadoras organizados muy estrictamente, dormirán, se levantarán, trabajarán y vivirán al ritmo de un tambor; en el que se concederán al instruido y al prudente privilegios gubernamentales”.
Fue muy escabrosa la disputa entre anarquistas y marxistas sobre este tema. Proudhon escribió una obra con el título de "Filosofía de la Miseria" y Marx le respondió con otra titulada "Miseria de la Filosofía".
La doctrina anarquista, en su afán de remediar los males e injusticias de la sociedad, se extravió por los caminos de una utopía poética y generosa. La abolición del Estado y su reemplazo por una organización social sin clases y sin poder coactivo, en la que cada hombre se conduzca por sí mismo y la actividad social se desarrolle libre, espontánea y ordenadamente, fue uno de los sueños más acariciados —pero también más irrealizables— del anarquismo. ¿Se podrá llegar alguna vez a la sociedad de hombres virtuosos, para quienes la ley y el gobierno resulten innecesarios? El anhelo de una sociedad futura de paz, libertad y solidaridad —ingénita en el hombre— explica sus utopías.