Cristóbal Colón y sus compañeros de aventura llamaron Indias a las tierras que descubrieron y España las denominó de esta manera durante toda la época colonial. Esta denominación se originó en una equivocación geográfica: los hombres de las carabelas, al pisar por primera vez tierras americanas en 1492, creyeron que habían llegado a la parte occidental de la India y no a un continente nuevo y desconocido.
Hasta ese momento los europeos solamente conocían la existencia de tres continentes: el suyo, África y Asia. Con África habían mantenido relaciones de vecindad, de guerra y de intercambio ciertamente intensas. De Asia importaban porcelanas, cedas, joyas, sustancias vegetales aromáticas, perlas, piedras preciosas, oro, plata, especiería y otros productos. Cuando con la conquista de Constantinopla por los turcos otomanos en el año 1453 fue cortada la ruta tradicional que conectaba Europa con Asia Menor, los españoles y portugueses se vieron forzados a buscar una nueva ruta que les condujera hacia los pueblos de Oriente a fin de canalizar por ella su comercio.
En esas circunstancias se le ocurrió a Colón ir al Oriente por el Occidente, dada su sospecha de que la Tierra era redonda, y después de dos meses y medio de larga y fatigante navegación llegó el 12 de octubre de 1492 a una isla —que los nativos llamaban Guanahani y que él la bautizó como San Salvador— y después a otras que supuso que eran la parte occidental de la India. Y por eso llamó Indias a esas tierras. Solamente años después, con el hallazgo del océano Pacífico por Vasco Núñez de Balboa y la navegación de Fernando de Magallanes y Juan Sebastián Elcano por sus aguas, se percataron los europeos de que habían descubierto un nuevo continente —un mundus novus—, del que dio razón un oscuro navegante florentino llamado Américo Vespucio en las cartas que escribió a sus patrones italianos.
En ellas afirmó que esas tierras no eran las de Asia sino otras muy distintas. Eran unas tierras de dimensiones tan gigantescas, de valles y montañas colosales, de ríos tan caudalosos y de suelos tan lujuriosamente fértiles, que las nociones del espacio y la distancia europeos resultaban en ellos totalmente inadecuadas.
El nombre de América, derivado del latín Americus, apareció por primera vez en 1505 en un pequeño libro titulado "Cosmographie Introductio", que atribuyó equivocadamente el descubrimiento de estas tierras al navegante italiano Américo Vespucio. Muchas inconformidades suscitó posteriormente tal denominación. No pocos pensaron que era inadmisible que un aventurero diera su oscuro nombre de corsario a las inmensas tierras descubiertas por Colón en una de las más arriesgadas e impresionantes hazañas de la historia. Lo lógico habría sido llamarlas Colona, Colombia o Columba, como algunos sugirieron, en homenaje al denodado navegante.
El escritor y diplomático argentino Carlos Piñeiro Iñíguez, en su obra "Pensadores Latinoamericanos del Siglo XX", publicada en Buenos Aires el 2006, comenta que "este continente, que eurocéntricamente debió llamarse Colombia, tampoco se llamó América durante largo tiempo: los españoles buscaban el camino de las Indias, así que Indias seríamos, a como diera lugar. E Indias fuimos: las Indias occidentales". Y agrega que, por eso, "las burocráticas instituciones y los prolijos estatutos de la conquista y la colonización americanas fuesen el Consejo de Indias y las Leyes de Indias, y que los testimonios de esos tiempos se conserven en el Archivo de Indias".
Según dicen los escritores Arturo Ardao, en su obra "Génesis de la idea y el nombre de América Latina" (1980), e Ignacio Hernando de Larramendi, en su libro "Utopía de la Nueva América" (1992), fue el colombiano José María Torres Caicedo quien utilizó por primera vez, bien entrado el siglo XIX, la expresión América Latina para referirse al conjunto de países colonizados por España, Portugal y Francia en esta parte del planeta.
En su poema "Las dos Américas", publicado en 1856, escribió: “la raza de la América Latina/ al frente tiene la sajona raza”.
Pero en ese mismo año la locución América Latina fue utilizada también por el filósofo chileno Francisco Bilbao en una conferencia dictada el 22 de junio en París.
Esta novísima denominación fue aceptada inmediatamente por el Vaticano, que cambió en 1862 el nombre del Colegio Americano del Sur por el de Instituto Eclesiástico de la América Latina. Más tarde Francia e Inglaterra acogieron también el nombre, con cierto dejo de hostilidad hacia España.
El mexicano Fernando del Paso tiene otra versión. En su libro "Noticias del Imperio" (1987) afirma que la expresión América Latina fue, al parecer, inventada por Michel Chevalier, el ideólogo de la teoría panlatina de Napoleón III, para servir los intereses de Francia, puesto que, según dice, “las Tullerías están llenas de sueños de grandeza —Eugenia se cree otra Isabel La Católica— y Luis Napoléon habla abiertamente de las repúblicas americanas que podrán ser transformadas en monarquías, aparte de las que, según él, ya tienen inclinaciones, como Guatemala, Ecuador y Paraguay”. Agrega que a todas ellas se les empezó a llamar “latinoamericanas” para satisfacer los afanes imperialistas de Francia, con lo cual “de paso se abarcó a todas las colonias francesas del Caribe, presentes y futuras”.
El escritor chileno Miguel Rojas Mix sostiene que fue su compatriota Francisco Bilbao el primero en usar la expresión América Latina en la conferencia de París y que sólo posteriormente la tomó Torres Caicedo y comenzó a difundirla en el ambiente parisiense, con su gran influencia en los medios diplomáticos y culturales iberoamericanos de la capital francesa.
Para los latinoamericanos de ese tiempo la expresión tuvo connotaciones antihispánicas y antianglosajonas.
En general, Rojas Mix piensa que ninguno de los nombres que en el curso del tiempo se dieron a esta parte de América —Columba, Colombia, Columbiana, Colona, Colonea, Colónica, Latinoamérica, América española, Iberoamérica, Hispanoamérica, Indoamérica, Amerindia, Euroindia, Mestizoamérica— fue gratuito o inocente. En algunos se escondieron deseos de hegemonía o resabios de política colonialista y en otros estuvo latente el anhelo de pueblos que tienen derecho al futuro. La denominación “América Latina”, según él, respondió a la “ideología de la latinidad” con la que Francia pretendió legitimar sus afanes expansionistas.
La invasión a México y la instauración allí de una monarquía francesa formaron parte de la política panlatina de Napoleón III, inspirada por su ideólogo Michel Chevalier. En una carta escrita por el emperador francés al general Forey, el 3 de junio de 1862, le explicaba que “si México conserva su independencia y mantiene la integridad de su territorio” y si “con el apoyo de Francia se consolida en él un gobierno estable, habremos devuelto a la raza latina del otro lado del Océano su fuerza y su prestigio, garantizando la seguridad de nuestras colonias en Las Antillas”.
Lo cierto es que empezó a difundirse la expresión América Latina, que fue incorporada a la literatura política en 1861 por "La revue des races latines" en un artículo de L. M. Tisserand y poco tiempo después delimitado su concepto por el abate francés Emmanuel Doménech, en la misma revista, con la inclusión de México, América Central y América del Sur. Posteriormente la utilizaron el panameño Justo Arosemena en su "Estudio sobre la idea de una liga americana" (1864) y los legisladores peruanos en el congreso de 1864.
El nombre se generalizó.
Sin embargo, siempre me he preguntado: ¿por qué se escogió el vocablo “latino” y no otro, aun admitiendo los afanes colonialistas de la Francia de aquel tiempo?
Los latinos fueron los habitantes del Lacio, cuya capital fue Roma. Su lenguaje fue el latín. Ellos dominaron, durante el Imperio Romano, los territorios de lo que después serían Francia, España y Portugal, países que habrían de conquistar más tarde una parte de América y que, con su mestizaje de sangre y de cultura, produjeron las naciones llamadas latinoamericanas.
Estas naciones se diferencian cultural e idiomáticamente entre sí: las iberoamericanas fueron conquistadas por España y Portugal —y hablan castellano y portugués— y las otras por Francia y hablan francés, junto con los lenguajes vernáculos de las poblaci ones indígenas.
Latinoamérica no es una denominación muy precisa ni afortunada. Lo que así se denomina es un continente heterogéneo. Hay en él países continentales e insulares, grandes y pequeños, con regímenes políticos distintos dentro de la democracia o fuera de ella, sistemas económicos diferentes, estructuras étnicas diversas y dispares grados de desarrollo económico y social. No hay por tanto una homogeneidad latinoamericana.
Rojas Mix afirma que la latinoamericana es una “sociedad indio-ibero-hispano-afro-asia-euroamericana, 'todo mezclado', como decía el poeta Nicolás Guillén”.
¿Qué llevó entonces a denominar así a este nuevo mundo? Probablemente los lenguajes de los colonizadores, todos ellos derivados del latín, que fue el dialecto de la ciudad de Roma que se extendió por el Latium y más tarde por las colonias del Imperio Romano en la península ibérica y en las Galias. Hubo el latín culto o sabio, que se expresó en las obras de la admirable literatura romana y en las piezas de la elocuencia incomparable de sus oradores, y el latín vulgar hablado por el pueblo, del que han nacido las lenguas modernas llamadas romances, que son el castellano, el francés, el portugués, el italiano, el rumano, el sardo, el provenzal, el catalán, el rético, el dalmático y otras.
Los conquistadores españoles, portugueses y franceses, por el hecho de hablar lenguas derivadas del latín, probablemente dieron origen al nombre América Latina con que se distinguió a las tierras de este continente que colonizaron.
No hay otra explicación, porque no pudo ser la cuestión étnica puesto que lo español fue un mosaico de razas. Allí convergieron fenicios, romanos, godos, árabes, judíos y otras etnias que, en conjunto, representaron un aporte mayor que el latino. Luego, los que vinieron a América no fueron latinos propiamente. Además hubo el aporte africano, porque de la cala de los barcos de los que bajaron los conquistadores blancos salieron los esclavos negros.
Tampoco pudo ser lo cultural, por la misma razón: porque la España conquistadora fue una mezcla de muchas culturas, aunque los elementos latinos fueron muy importantes. Por tanto, las carabelas no trajeron propiamente una cultura latina. No queda entonces otra explicación que la lengua como origen de la denominación de América Latina para una parte del Nuevo Mundo.
Y, a propósito de "la afortunada expresión de Nuevo Mundo", Piñeiro Iñíguez escribe en su libro que "esta primera denominación colectiva fue menos que un nombre gramatical; más bien se trató de un bello adjetivo, calificativo y comparativo. Seríamos el Nuevo Mundo, visto y dicho —otra vez— desde el eurocentrismo de considerar al Viejo Continente como el centro esencial del universo". Y agrega: "Cervantes, que estuvo a punto de embarcarse hacia estas costas, diría que el Nuevo Mundo es el refugio de los desesperados del Viejo".
Otros de los nombres que se dieron a esta parte del continente fueron Hispanoamérica e Iberoamérica —cargados de cálida y amistosa referencia a España—, que se originaron presumiblemente en la Argentina inmigrante de los años 30 del siglo anterior —cerca de la mitad de cuya población provenía de Italia—, a la que Piñeiro Iñíguez asignó intenciones políticas y calificó de "coartada para la adhesión al franquismo".
Los colonizadores ingleses, por su lado, descendientes de los sajones que se establecieron en Inglaterra procedentes de los pueblos germánicos que habitaron antiguamente en la desembocadura del Elba, tomaron principalmente la zona septentrional de la América india y originaron los nombres de América anglosajona o Angloamérica con que se conoce a la parte que actualmente ocupan los Estados Unidos de América y el Canadá. Fueron también colonizados por los ingleses o más tarde por los propios norteamericanos algunos territorios e islas del Caribe y de sus inmediaciones: Belice, Jamaica, Trinidad & Tobago, las Bahamas, Barbados, Dominica, Grenada, Guyana, Saint Kitts & Nevis, Saint Lucia, Saint Vincent, Antigua & Barbuda, Anguilla, Bermuda, Caicos Islands, Turks Islands, Montserrat, Virgin Islands, Saint Thomas y numerosas pequeñas islas. Estos países son anglófonos y forman parte de la comunidad del Caribe, aunque algunos de ellos están ubicados realmente en el océano Atlántico.
Surinam, Saint Martin, Saint Bartolomé, Aruba y Curazao fueron colonizados por Holanda, hablan holandés y, en el caso de Aruba y Curazao, también papiamento, que es el lenguaje criollo formado por la mezcla de holandés, inglés, castellano y algún dialecto africano.
La América Latina comprende las antiguas colonias españolas, portuguesas y francesas. Las que fueron o siguen siendo colonias inglesas o posesiones norteamericanas no son parte de ella y reciben el nombre de Angloamérica, en el norte, y de países del Caribe, hacia el sur, junto con las colonias y excolonias holandesas.
Por eso, para referirse al conjunto de países continentales e insulares situados al sur del río Grande se utiliza la amplia expresión América Latina y el Caribe, a fin de no dejar fuera a algunos de los países caribeños que nada tienen de latinos. En otras palabras, forman parte de América Latina: los países americanos que fueron colonias españolas —o sea Hispanoamérica—, más Brasil, que fue colonia portuguesa —o sea Iberoamérica— y además los que fueron colonias de Francia, como Haití y la Guayana francesa, y los que se conocen como sus “territoiries d’ outre-mer”: Guadeloupe, Martinique y Marie Galante.
Creo que, a pesar de todos sus defectos —y uno de ellos es dejar fuera de su comprensión a los afroamericanos—, Latinoamérica es el menos deficiente de los nombres que se dieron a esta parte del planeta. Los términos Iberoamérica e Hispanoamérica comprenden menos de lo que deben comprender y por eso resultan inadecuados para designar al conjunto de las excolonias españolas, portuguesas y francesas. Iberoamérica, aun siendo un concepto más amplio que el de Hispanoamérica —puesto que “lo ibérico” abarca la península entera mientras que “lo hispánico” es por antonomasia sólo lo español, no obstante que la antigua “Hispania” del Imperio Romano comprendía toda la península ibérica y, por tanto, también la “Lusitania”, que era su provincia suroccidental— deja fuera de su extensión y comprensión conceptual a los países que fueron o son colonias francesas. Bien se puede decir, en consecuencia, que esta parte del mundo —a la que el líder independentista cubano José Martí llamaba "Nuestra América"— está todavía a la espera de un nombre.
Tampoco los términos Indoamérica, Euroindia o Amerindia, tan exaltados en los años 20 del siglo anterior como elementos de afirmación de la identidad continental, resultan suficientes porque el componente indio no se da en todos los países de la región ni tiene en todos ellos la misma importancia. Muchos de esos países no se sienten incluidos en estos conceptos. Solamente Mesoamérica, algunas islas del Caribe, el sector de los Andes en América del Sur, Paraguay, parte de Chile tuvieron población aborigen importante en la época de la conquista. Igualmente excluyente, por las mismas razones, es el vocablo Mestizoamérica, acuñado por el mexicano Agustín Basave Benítez a comienzos del siglo XXI.
El término Indoamérica, acuñado por Víctor Raúl Haya de la Torre en los años veinte, tuvo fundamentalmente una intención política. Coincidió con la fundación de su partido Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), que pretendió ser el instrumento de la lucha reivindicativa y antiimperialista de los pueblos mestizos situados al sur del río Grande hasta la Patagonia, en el marco de un internacionalismo continental de sustancia indígena y mestiza. Lo que sin duda se propuso el líder político peruano fue crear un común denominador entre todos esos pueblos para unificarlos y movilizarlos en la lucha por sus derechos frente a las oligarquías internas y al imperialismo extranjero, que habían imbricado sus intereses. El indoamericanismo de Haya no fue racial sino político. Las teorizaciones que después hicieron Luis Alberto Sánchez, Antenor Orrego y otros, en torno al “pueblo indoamericano” como “la agrupación humana en grande escala más homogénea que existe hoy en el globo, salvo los Estados Unidos”, que decía Orrego, sólo se propusieron sustentar la tesis central, que era una propuesta política ciertamente atractiva.
Haya de la Torre escribió que “el término Indoamérica es más amplio, va más lejos, entra más hondamente en la trayectoria total de nuestros pueblos. Comprende la prehistoria, lo indio, lo latino, lo ibérico y lo negro, lo mestizo y lo cósmico —digamos recordando a Vasconcelos— manteniendo su vigencia frente al porvenir”. Afimación que, por cierto, fue impugnada por el jurista español Luis Jiménez de Asúa (1889-1970), quien a la sazón vivía en Argentina, porque la expresión Indoamérica sería “de difícil legitmación en países como Cuba, en los que el indio ya no existe, o como Argentina, donde no es tomado en consideración y preocupa nulamente”.
Camilo José Cela, Premio Nobel de Literatura, al hablar en la sesión inaugural del Segundo Congreso Internacional de la Lengua Española el 16 de octubre del 2001 en Valladolid, se pronunció en contra de que los países americanos de habla portuguesa y española se denominaran América Latina y que de ello se derivara el gentilicio latinoamericano. Dijo que hablar de “América Latina” y de “latinoamericanos” es una “equívoca y acientífica aberración” y añadió que las expresiones correctas son “hispanos”, “hispánicos”, “íberos” o “ibéricos”, porque “bajo cualquiera de ambos dobles gentilicios caben también los portugueses y los brasileños”. Y eso es así “porque ni Hispania ni Iberia quieren decir España, que es realidad y entidad mucho más moderna, sino que señalan la entera Península Ibérica”.
En esa oportunidad el secretario de la Asociación de Academias de la Lengua, Humberto López Morales, también rechazó la denominación Latinoamérica porque, a su entender, fue inventada por los franceses para imponer su hegemonía. Señaló, en consecuencia, que se debe decir Iberoamérica para referirse a los países de habla española y portuguesa de esta región e “iberoamericanos” a sus habitantes.
En todo caso, el diccionario de la Real Academia Española indica que latinoamericano es “el conjunto de los países de América colonizados por naciones latinas: España, Portugal o Francia”. Aunque, como una herencia del pasado, también admite que iberoamericano es el “natural de alguno de los países de América que antes formaron parte de los reinos de España y Portugal”.
Pero en la primera década de este siglo los líderes de los pueblos aborígenes de algunos países de América Latina comenzaron a denominar Abya Yala a este continente, tomando la expresión del nombre dado a estas tierras por el pueblo indígena de Kuna, asentado antes de la llegada de Cristóbal Colón en el noreste de lo que hoy es Panamá y oeste de la actual Colombia. Lo hicieron con un sentimiento de afirmación etnocéntrica continental, anticolonialismo, resistencia a la influencia extranjera —especialmente norteamericana y europea—, reconocimiento de los Estados plurinacionales y sentimiento de unidad y pertenencia de los pueblos originarios de Latinoamérica.
En la lengua del pueblo de Kuna, Abya Yala significaba "tierra viva" o "tierra floreciente".
La expresión, en cierta manera, se parece a la del Tahuantinsuyo de los incas, es decir, al grande imperio incaico que al momento de la llegada de los españoles se extendía desde la parte montañosa de Argentina hasta el sur de Colombia.
En las cumbres continentales de los movimientos aborígenes se usa con regularidad la expresión Abya Yala en lugar de América Latina.
En la primera Cumbre Continental de Mujeres Indígenas reunida en la ciudad de Puno, Perú, en mayo del 2009, con la asistencia de centenares de delegadas de veintidós países latinoamericanos con el propósito de "generar un espacio de encuentro de las mujeres indígenas" y de fortalecer "la lucha de los pueblos y la construcción del poder para el buen vivir", se reemplazó también el nombre de América Latina por el de Abya Yala. Lo mismo se hizo en la II Cumbre Continental de Mujeres Indígenas del Abya que tuvo lugar en el poblado de Piendamó, Colombia, durante el 11 y 12 de noviembre del 2013, a la que concurrieron mil mujeres indias provenientes de Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador, Guatemala, México, Panamá, Perú y Venezuela con el propósito de "analizar y evaluar los modelos de desarrollo que se están implementando en el Abya Yala" y hacer frente a "la expansión del extractivismo y saqueo de nuestros territorios", ya que "la invasión que empezó hace más de quinientos años en Abya Yala aún no ha terminado".