Viene del latín alienatio, que significa enajenar. Constituye un concepto muy importante en la filosofía, la teoría política, la sociología, la psicología y la teología. Tuvo originalmente, en los tiempos latinos, una significación jurídica, referida a la transferencia de la propiedad, y también médica, para designar enfermedades mentales y estados de psicopatología. Después su uso se extendió hacia la teología, la filosofía y la política. Desde el punto de vista religioso, la alienación es en el hombre el desprendimiento de la fe en un ser ultraterreno. Desde la perspectiva filosófica, un hombre que carece de conciencia o que se somete a una voluntad que no es la suya es un alienado, como lo sería, desde el punto de mira psicológico, quien hubiera perdido la razón. Sin embargo, para la filosofía materialista —Luwig Feuerbach, filósofo de la llamada “izquierda hegeliana”— la religión es una forma de alienación de la esencia humana.
Desde el punto de vista religioso, a comienzos del siglo V de nuestra era, san Agustín —el más importante de los padres de la Iglesia Católica— decía que la humanidad, por su naturaleza pecadora, estaba alienada de dios, pero que podía llegar a reconciliarse con él a través de la fe. Los filósofos materialistas, en cambio, han sostenido siempre que la creencia en dios o en cualquier otra representación metafísica es una alienación de la esencia humana. Para Sigmund Freud, médico austriaco fundador del psicoanálisis, la alienación es el distanciamiento de uno mismo a causa de la separación entre el consciente y el inconsciente. Otros psiquiatras han sostenido que la alienación es un bloqueo autoinducido o una disociación de sentimientos que produce en la persona una reducción de su capacidad emocional con dificultades para ajustarse a la vida social. Es una ruptura de la conciencia con la realidad o de la conciencia consigo misma. En este caso se produce un trizamiento de la personalidad. Sin embargo, los filósofos existencialistas Sören Aabye Kierkegaard, Martin Heidegger y Jean-Paul Sartre sostenían que cierto grado de autoextrañamiento e impotencia ante el propio destino era consustancial a la condición humana.
Los filósofos políticos europeos de la segunda mitad del siglo XVIII hablaron mucho de los “derechos inalienables” del hombre para significar aquellos que, por estar tan estrechamente ligados a la naturaleza humana, no podían ser enajenados, suprimidos, negociados, vendidos o divididos por razón alguna.
En el ámbito de la sociología el francés Émile Durkheim y otros sociólogos elaboraron su propia teoría de la alienación, que consiste en la desintegración de los valores culturales tradicionales de una sociedad y es el origen de fenómenos tan dispares como la violencia inmotivada o la inactividad total.
Carlos Marx, en su interpretación materialista de la historia, afirmaba que en el régimen capitalista los proletarios, al estar despojados de los medios de producción, están alienados al propietario de ellos —el empresario capitalista—, quien a través de la >plusvalía se apropia de los frutos del trabajo social. Por consiguiente, en el capitalismo se da una ruptura enajenante entre el trabajador y el fruto de su trabajo. Mientras más riqueza produce tanto más pobre se vuelve y tanto más enajenada es su condición. Herbert Marcuse, H. de Man y Karl Löwith, a comienzos de los años 30 del siglo XX, dedicaron muchas páginas de sus libros a la cuestión de la alienación desde el punto de vista marxista, lo mismo que los existencialistas franceses de izquierda Jean Paul Sartre y Maurice Merleau-Ponty.
En su acepción política, la alienación es también la enajenación de soberanía en los Estados o de libertad e independencia en el pensamiento o conducta de las personas. Es la entrega de ellos a un interés ajeno o extranjero. Entreguismo. Reciben este nombre las conductas políticas o gubernativas que entrañan sumisión a dictados extraños.
La alienación puede ser de pensamiento o de obra. Quiero decir con esto que hay una enajenación que se da dentro de los confines de las ideas y otra que entra al campo de la acción.
Se utiliza también esta palabra para designar a los sistemas políticos o económicos que enajenan al ser humano, esto es, que desvirtúan sus calidades fundamentales, como aquellos que lo convierten en un simple engranaje de su maquinaria estatal o le vuelven mercancía sujeta a la ley de la oferta y la demanda.
El marxismo encontró varias formas de alienación del hombre bajo el sistema capitalista. Una de ellas fue la enajenación económica que del fruto de su esfuerzo sufre el trabajador. Lo producido se vuelve “ajeno” a quien lo produce. El esfuerzo humano se plasma en un objeto llamado “mercancía” que tiene independencia y vida propia. El trabajador mismo sufre un proceso de alienación respecto del régimen político y económico en que vive. Su fuerza de trabajo es considerada como una mercancía dentro del sistema productivo.