Es el arte de cultivar la tierra. Se inició cuando los grupos primitivos se tornaron sedentarios y aprendieron a labrarla para extraer de ella sus frutos. Sin abandonar la caza, la pesca y la recolección de productos formados, que fueron las tradicionales actividades “económicas” de las hordas y los clanes, durante largo tiempo —hasta la revolución industrial— el hombre hizo de la agricultura su más importante medio de subsistencia y fuente de riqueza, juntamente con el apacentamiento de ganado domesticado.
Según investigaciones antropológicas, arqueológicas e históricas, el hombre primitivo abandonó su nomadismo y se hizo pastor y agricultor en las tierras del Oriente Medio, entre los años 9.000 y 7.000 antes de la era cristiana. El arroz, el mijo, la col, los cereales y los rizomas se cultivaron en Asia sudoriental entre los años 8.500 y 7.000. El ganado empezó a ser domesticado probablemente durante este período. Se conoce que en lo que hoy es Irak la ganadería ovina se mantenía en manada. Es probable que ciertas variedades de trigo —triticum monococcum y triticum turgidum— hayan sido cultivadas siete siglos antes de nuestra era en los límites de los actuales Irak e Irán. Todo parece indicar que hubo cultivos de fréjoles, arvejas, calabazas y nueces en el norte de Tailandia alrededor del noveno milenio. La producción de maíz en América comenzó en la región mexicana de Tamaulipas alrededor del año 3.500 antes de la era cristiana, aunque hay investigadores que afirman que esto ocurrió mucho antes. El arroz empezó a cultivarse en China en el cuarto milenio y el trigo fue introducido 1.300 años antes de Cristo y poco tiempo después la cebada. En Europa, que estaba habitada por cazadores y recolectores, la agricultura llegó más tarde probablemente desde Grecia. Las ovejas y cabras provenientes de Asia se adaptaron a las condiciones europeas y remplazaron, como fuente de carne, a la gacela, al jabalí y a otros animales de caza. En los bosques postglaciales situados a lo largo del Danubio se introdujo la agricultura de los cereales.
La agricultura significó una profunda transformación en la forma de vida y el >modo de producción de los pueblos primitivos. Contribuyó a mejorar las condiciones de la vivienda, a formar caseríos, a perfeccionar las herramientas, a afinar las costumbres y a sociabilizar a la gente. Con ella advinieron las técnicas de la ruptura del suelo, de la siembra, de la irrigación, de la cosecha y del almacenamiento de alimentos. Y, después, la rotación de los cultivos y la fertilización de la tierra.
Desde esos remotos tiempos la agricultura fue una de las operaciones económicas claves de la sociedad.
En la Antigüedad y en la Edad Media se la tuvo como una actividad noble, en contraste con el comercio, al que se consideró una actividad parasitaria. La escuela económica denominada fisiocracia (del griego physis, que significa “naturaleza”, y krateia, “fuerza”, “poder” o “gobierno”), que apareció a mediados del siglo XVIII encabezada por Francisco Quesnay (1694-1774), médico de Luis XV, autor de la célebre tableau économique y a quien se suele considerar como el verdadero fundador de la >economía como ciencia, sostuvo que la agricultura era la única fuente de la riqueza y que la manufactura y el comercio no hacían otra cosa que “reproducir” las cosas ya producidas por la tierra, a causa de lo cual llamó “clases estériles” a las que se dedicaban a esos menesteres. Quesnay afirmó que son elementos improductivos en la sociedad “todos los ciudadanos que se ocupan en otros servicios y en otros trabajos, distintos de los de la agricultura, y cuyos gastos pagan la clase productora y la propietaria”.
La agricultura pertenece al llamado >sector primario de la economía, según el esquema propuesto por el economista australiano Colin Clark a mediados del siglo anterior, que se ha vuelto clásico en el pensamiento económico. Junto a ella están la explotación forestal, la ganadería, el pastoreo, la caza y la pesca, de las que salen los productos básicos para el consumo directo o las materias primas para la industria.
Estas actividades económicas son relativamente simples y tienen un pequeño >valor agregado como consecuencia de esa simplicidad en su proceso de producción. Una de sus características principales es la proximidad a las fuentes de los recursos naturales. Todas ellas se realizan en el lugar mismo en que se extraen los productos.
Los tres sectores —el primario de las actividades extractivas, el secundario de la industria y el terciario de los servicios— se han turnado en el predominio económico de la sociedad a lo largo del tiempo. Durante el dilatado período en que las sociedades fueron eminentemente rurales, la gran mayoría de la población económicamente activa estaba dedicada a las faenas del cultivo de la tierra. Con la primera revolución industrial las instalaciones fabriles surgieron como un nuevo polo de desarrollo económico y los trabajadores abandonaron el campo para formar los ejércitos obreros en las nacientes ciudades industriales. La segunda revolución industrial —la revolución electrónica— generó después un fuerte sector de los servicios que disputó al maquinismo su hegemonía en la organización económica.
Los avances científicos y tecnológicos modernos impulsaron la agricultura. En los países desarrollados, ella experimentó también los efectos de la revolución tecnológica, cuyos conocimientos científicos se trasladaron de la ciudad al campo, en forma de ingeniería genética, revolución verde y alta productividad por unidad de tierra, que produjeron excedentes alimentarios.
Desde los años 60 del siglo anterior se ha dado un constante incremento de la productividad agrícola en virtud de los adelantos y transformaciones experimentados por la agrogenética. Estos avances se lograron gracias a muchos años de investigaciones. Desde que el agrónomo norteamericano Norman Ernest Borlaug, Premio Nobel de la Paz en 1970, obtuvo los célebres híbridos de trigo y arroz que, con períodos de maduración más cortos que los normales, alcanzaron rendimientos dos y hasta tres veces mayores que las semillas tradicionales, la productividad agrícola no ha cesado de crecer, a pesar de las severas limitaciones impuestas por la degradación de los suelos y la contaminación ambiental a causa del uso de los nutrientes minerales y sustancias fitosanitarias.
La aplicación de la ingeniería biogenética para la obtención de nuevas variedades de semillas y de plantas más resistentes a las condiciones del clima, con rendimientos mayores y con calidad de frutos muy superior a la tradicional, ha significado una verdadera “revolución” en la agricultura. La agrogenética ha creado variedades de plantas compatibles con las condiciones edafológicas, hídricas y climáticas de las diferentes zonas del planeta y ha logrado introducir en ciertas zonas especies forestales propias de otras latitudes.