Palabra italiana que significa actualización o modernización de algo. Fue acuñada por la Iglesia Católica en el curso de las deliberaciones del Concilio Vaticano II reunido en Roma de 1962 a 1965 con el propósito de “poner al día” algunos de sus postulados. El papa Juan XXIII, en su afán de explicar la presencia de la Iglesia y su manera de concebir un mundo en permanente cambio, llamó a este concilio para esbozar desde un punto de vista eminentemente pastoral un rostro nuevo y renovado de la Iglesia. Por eso sus resoluciones estuvieron dirigidas “no sólo a los hijos de ella y a quienes invocan el nombre de Cristo, sino, sin vacilación, a la humanidad entera”, o sea “a todos los hombres de nuestro tiempo, a los que creen en Dios y a los que no creen en El de manera explícita”. Fue el primer concilio de naturaleza puramente pastoral y el primero verdaderamente ecuménico puesto que en los 2.540 obispos y superiores de órdenes que asistieron al acto inaugural estuvieron representados todos los continentes y etnias, además de observadores de las otras confesiones cristianas (ortodoxos, anglicanos, protestantes) y siete mujeres.
Este esfuerzo por adaptar a la Iglesia y a su apostolado a un mundo en plena transformación recibió el nombre de aggiornamento, que de los medios eclesiásticos pasó al vocabulario político para significar la revisión de principios doctrinales y la modernización de las estructuras partidistas a fin de ponerlos en sintonía con los nuevos fenómenos tecnológicos y sociales.