Es el conjunto de principios relativos a la abolición de la >esclavitud. La idea fue anterior a la palabra que la expresa. El cristianismo de sus primeros años la planteó, muchos pensadores antiguos y contemporáneos la impulsaron. Pero la primera vez que se usó esta palabra fue en 1775 en Filadelfia al fundarse la sociedad abolicionista, presidida por Benjamín Franklin (1706-1790), para luchar por la supresión de la esclavitud de los negros en Estados Unidos de América. Después vinieron nuevas organizaciones abolicionistas. La Declaración de Independencia de las trece colonias inglesas de América del Norte proclamó en 1776 que todos los hombres nacen iguales y dotados del derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad. La Convención francesa de 1794, durante el proceso de institucionalización de las conquistas revolucionarias, decretó la supresión de la esclavitud.
Francia e Inglaterra, e incluso Estados Unidos a pesar de sus pecados esclavistas, se disputan el honor de haber sido los primeros en proclamar el abolicionismo. En Inglaterra, en 1776, se alzó la voz de David Hartley en la Cámara de los Comunes para afirmar que “la trata de esclavos es contraria a las leyes divinas y a los derechos del hombre”. Pero su proposición fue rechazada. En Francia la Convención decretó en 1794 que los esclavos sean emancipados. Wilberforce, miembro de la Cámara de los Comunes de Inglaterra, logró la abolición de la trata en 1807, siguiendo el ejemplo de Dinamarca que lo había hecho en 1792. En España el abolicionismo produjo durísimas polémicas durante el siglo XIX. Se creó en 1863 la Sociedad Abolicionista Española, inspirada por el ilustre puertorriqueño Julio Vizcarrondo. Se fundaron revistas para sustentar la tesis. Finalmente España suprimió la esclavitud en Puerto Rico en 1873 y en Cuba en 1880.
En América Latina fueron generalmente los caudillos militares los que, para ganar adeptos, decretaron la >liberación de los esclavos. Haití lo hizo en 1794, Chile en 1811, Argentina en 1813, Bolivia en 1825, México en 1828, Uruguay en 1842, Paraguay en 1844, Colombia en 1851, Ecuador en 1852, Perú en 1856, Venezuela en 1858 y Brasil en 1888.
Sin embargo, el cura mexicano Miguel Hidalgo y Costilla fue uno de los precursores de la abolición de la esclavitud en América Latina. En el bando que promulgó el 6 de diciembre de 1810 en Guadalajara, tres meses después del “grito de Dolores” que inició la lucha independentista, mando que “todos los dueños de esclavos deberán darles la libertad dentro del término de diez días, so pena de muerte, la que se les aplicará por transgresión de este artículo”.
El tema de la abolición de la esclavitud produjo en Estados Unidos una larga y cruenta >guerra civil (1861-1865), que enfrentó a los estados antiesclavistas del norte contra los esclavistas del sur. En 1863 el presidente Abraham Lincoln (1809-1865) expidió la ley de manumisión y los esclavos negros, que constituyeron la mano de obra de las plantaciones algodoneras del sur, fueron liberados.
Por supuesto que esta fue una lucha de siglos: primero contra la esclavitud y luego contra los rezagos segregacionistas que quedaron en la vida norteamericana por más de cien años después de decretada su abolición. Eso hace que el proceso esclavista de Estados Unidos revista características especiales. A lo largo de su historia el tema de la esclavitud de los negros ha promovido no solamente encendidas controversias sino que produjo la larga y sangrienta guerra civil de 1861 a 1865, que enfrentó a los estados del norte contra los del sur. La mano de obra esclavizada fue para éstos el principal factor de producción en las plantaciones algodoneras. Suprimirla, como pretendía el presidente Lincoln, les pareció un atentado contra la economía sureña. La controversia fue larga y efervescente. En 1688 los cuáqueros declararon que la trata de esclavos era contraria al espíritu del cristianismo. A principios del siglo XVIII se estableció la organización secreta underground railway, que propiciaba la fuga hacia el norte de los esclavos afincados en los estados del sur. El movimiento negro, en una dualidad que todavía perdura, se dividió en dos corrientes: la que preconizaba la ruptura y la que propugnaba la integración. Marcus Garvey fue, a comienzos de siglo, el gran líder de la primera posición. Fundó el movimiento denominado Universal negro improvement association, bajo el sueño de unir a todos los pueblos negros del mundo para reintegrarlos en una África libre. La vuelta a la madre África era su consigna. En cambio, el escritor William Du Bois era el líder integracionista. Creó en 1905 la Asociación Nacional para la promoción de la gente de color y fundó la revista “Crisis”, en la que colaboraron los más importantes escritores negros de ese tiempo. El movimiento de los black muslims, que predica el separatismo político de los negros y la vuelta al islam para que sean salvados por Allah, participa de la posición de ruptura y se ha propuesto crear un “poder negro” en Estados Unidos. En los años 60 la lucha de los negros por su integración, esto es, por lograr un trato igual al de los blancos, estuvo encabezada por Martin Luther King, hasta su muerte, y después dirigida por Jesse Jackson. Ellos han postulado la no violencia como uno de los principios fundamentales de su lucha reivindicatoria. Como consecuencia de ella el Congreso de Estados Unidos expidió la ley de derechos civiles en 1964. Martin Luther King obtuvo el premio Nobel de la Paz pero fue asesinado en 1968.
Después de un período de cierto inmovilismo, aunque no precisamente de inacción, un clérigo musulmán con tendencias demagógicas llamado Louis Farrakhan, líder de una organización racista negra denominada la Nación del Islam, convocó en Washington una gigantesca manifestación de hombres de color, el 16 de octubre de 1995, para protestar contra el racismo, la injusticia, la marginación económica y la estructura de poder blanco. Centenares de miles de manifestantes coparon la enorme explanada que se extiende desde el Capitolio al obelisco de George Washington, en lo que se considera la mayor manifestación negra de la historia de Estados Unidos. Estuvieron presentes todos los líderes negros, entre ellos Jesse Jackson, Rosa Parks, Kirby Duvillier y muchos otros, junto a figuras del deporte, de la música y de la cultura. Ella causó gran preocupación en Estados Unidos. La opinión pública temió que ese acto marcase la reiniciación de las actividades de protesta negra. El propio presidente Bill Clinton pidió a los norteamericanos que “limpien la casa de racismo” y señaló que “ni el divorcio ni la separación entre razas son opciones posibles”. Dijo: “Aquí, en 1995, al borde del siglo XXI, no podemos atrevernos a tolerar la existencia de dos Américas”.
Abolicionismo significa también la tendencia doctrinal hacia la supresión de la >pena de muerte en las legislaciones que la han consagrado. Tendencia que surgió desde que se implantó la pena capital en las épocas más remotas de la humanidad. Ella tuvo una extendida vigencia durante la mayor parte de la historia para castigar los delitos políticos y los delitos comunes. El patíbulo fue una de las instituciones fundamentales de los sistemas políticos en la Antigüedad, la Edad Media y aun la Edad Moderna. Fue inagotable la variedad de métodos para aplicar la pena capital: lapidación, crucifixión, despeño, asaeteo, hoguera, rueda, entrega a las fieras, garrote, arcabuceo, sable, descuartizamiento, horca, guillotina, silla eléctrica, fusilamiento, inyección letal, cámara de gas.
Las condenas generalmente se ejecutaban públicamente para escarmiento de la gente.
La pena de muerte ha dado lugar durante mucho tiempo a encendidas discusiones entre quienes la patrocinan y quienes se oponen a ella. Han sido discusiones no sólo jurídicas y criminológicas, relacionadas con la teoría de la pena, sino también filosóficas, éticas, políticas y teológicas. Los defensores de la pena capital alegan en su favor el carácter escarmentador que tiene este castigo, cosa que no ocurre con las penas privativas de libertad. En cambio, los que a ella se oponen aducen razones de orden ético y religioso y argumentan además que el error judicial tiene, en ella, consecuencias irremediables.
El pensamiento católico siempre estuvo dividido en torno del tema. san Agustín, santo Tomás y la mayoría de los padres y doctores de la Iglesia Católica postularon la conveniencia de la pena capital. Santo Tomás defendió la legitimidad de ella y dijo que, para la conservación del cuerpo social, al príncipe le corresponde, como a un médico, amputar si es necesario el miembro infeccioso a fin de preservar el resto del organismo. Pero Duns Escoto discrepó de santo Tomás en éste como en otros temas teológicos. Los sacerdotes españoles Francisco de Vitoria, Luis de Molina y Alfonso de Castro fueron defensores de la pena de muerte. El papa Juan Pablo II la abordó en su encíclica Evangelium Vitae (capítulo III n.52-56) y afirmó que “Dios se proclama Señor absoluto de la vida del hombre, creado a su imagen y semejanza (cfr.Gen 1, 26-28). Por tanto, la vida humana tiene un carácter sagrado e inviolable, en el que se refleja la inviolabilidad misma del Creador. Precisamente por esto, Dios se hace juez severo de toda violación del mandamiento no matarás, que está en la base de la convivencia social”. Sin embargo, el pontífice dejó abierta la posibilidad de la pena capital en casos de absoluta necesidad, es decir, cuando la defensa de la sociedad no sea posible por otro medio.
Los penalistas de la escuela clásica, con César Beccaria y Francisco Carrara a la cabeza, sostuvieron que este régimen punitivo entraña el riesgo de causar un mal irreparable en caso de error judicial, aparte de otras consideraciones morales y aun teológicas referidas a la vida humana. Refutando la teoría del efecto intimidador de la pena de muerte, Beccaria escribió en su “Tratado de los Delitos y de las Penas”: “No es el terrible, pero pasajero espectáculo de la muerte de un malvado, sino el largo y prolongado ejemplo de un hombre privado de la libertad que, convertido en bestia de carga, repara con sus servicios a la sociedad a la que ha ofendido, el freno más fuerte contra los delitos”. Después de Beccaria la pena de muerte fue combatida por Malanima, Brissot, Lucas, Pastoret, Livingston, Carmignani, Ducpétiaux, Puccioni, Pérez de Molina, Castagna, Olivecrona, Ellero y muchos otros criminólogos. También Enrique Ferri, de la escuela positiva del Derecho Penal, compartió estas opiniones, mientras que César Lombroso y Rafael Garófalo, positivistas ambos, fueron partidarios de la pena capital. Y, antes de ellos, hubo también muchos que la defendieron, como Ulloa, Vanghert, Stubel, Bensa, Silvela, Urtis y Trebutien.
Amnistía Internacional, desde su fundación a principios de los años 60 del siglo XX, ha luchado permanentemente por la supresión total de la pena de muerte porque considera que es un castigo inhumano e innecesario, violatorio de los derechos humanos fundamentales.
Los principales argumentos de los defensores de este sistema punitivo son su efecto de intimidación sobre la sociedad para detener la criminalidad. Afirman ellos que en los países que han abolido la pena capital se ha dado un aumento de asesinatos y homicidios. Es además una forma de eliminar de la vida social a los delincuentes sanguinarios. En este sentido, sostienen que la pena de muerte es insustituible pues la prisión perpetua, que algunos proponen en su lugar, si se ejecuta rigurosamente, le resulta al condenado más dura que la propia muerte, y, si se atenúa su rigor o se la conmuta por otra, se convierte en una pena ineficaz para prevenir la criminalidad.
Los abolicionistas en cambio argumentan —al margen de las consideraciones religiosas de que la supresión de la vida corresponde solamente dios— que la pena de muerte carece de eficacia escarmentadora para los delincuentes que no tienen sensibilidad moral, para los asesinos profesionales o para los fanáticos que delinquen por pasión política o social y que es equivocado pensar que las ejecuciones públicas producen escarmiento ni terror. Agregan que la pena de muerte puede causar un daño irreparable en caso de error de los jueces. De todas las penas, ella es la única que no permite una reparación. Los errores judiciales que llevan al cadalso a un inocente no tienen enmienda posible. Manzini responde a esto que siempre está disponible el recurso del indulto cuando surja el más leve indicio de error.