De todos los seres vivos, el hombre es el único que fabrica armas para acrecentar su fuerza ofensiva o defensiva. Y se vale de instrumentos artificiales de distinta naturaleza para aumentar su poder destructor.
Las primeras armas que inventó fueron las contundentes, las punzantes y las cortantes: el hacha, el bifaz, la azagaya, el martillo, el puñal, la pica, la frámea, la espada, el espadón, el montante, el sable, la partesana, la cimitarra, la maza, la alabarda. Después vinieron las armas a distancia: piedras, lanzas, flechas, hondas, catapultas, venablos, dardos, bodoqueras, cerbatanas, bumeranes, ballestas.
Desde mediados del siglo XIV, a partir del invento de la pólvora por los chinos, comenzaron a usarse las armas de fuego. Este fue un invento que revolucionó el arte de la guerra y que transformó el mundo. Su aplicación permitió a la infantería, primero, y a la artillería, después, desarrollarse al compás de la evolución de los pedreñales, pedreros, falconetes, pistolas, pistoletes, trabucos, escopetas, arcabuces, mosquetes, carabinas, tercerolas, fusiles, rifles, metralletas, ametralladoras, bombardas, culebrinas, espingardas, cañones, granadas, morteros, bazucas y obuses.
En 1945 se inició la era atómica y empezó el desarrollo de las armas nucleares —atómicas, de hidrógeno, de neutrones, isotópicas— y actualmente la construcción de las llamadas “armas no letales” como fruto de la más sofisticada tecnología.
1. Armas convencionales. En los organismos internacionales se manejan, con relación al tema del desarme, dos conceptos básicos: el de armas convencionales y el de armas de destrucción en masa. Estos conceptos sirven para diferenciar los dos grandes tipos de armamento: los tradicionales, de poder destructivo relativamente reducido, y los de amplio e indiscriminado efecto exterminador, tales como las armas nucleares, químicas y biológicas.
Las llamadas “armas convencionales” han acompañado al hombre los últimos seis siglos de su atormentada historia. Desde mediados del siglo XIV, a partir del invento de la pólvora por los chinos, comenzaron a usarse las armas de fuego. Lo cual revolucionó el arte de la guerra y transformó el mundo. Durante cinco siglos, hasta el descubrimiento de la nitroglicerina en 1847 por el químico italiano Ascanio Sobrero, no se conoció ningún otro explosivo. La pólvora fue el resultado de la combinación de carbón, azufre y salitre (con el que está combinado el nitrógeno) y se basó en el principio, común a todos los explosivos, de que al ser combustionada desata un volumen de gases miles de veces mayor que el de la sustancia original. Esos gases, al buscar espacio donde expandirse, rompen violentamente todo lo que encuentran a su paso. La aplicación de este principio generó las armas de fuego que hoy llamamos convencionales en contraposición de las nucleares, que se basan en la fisión y fusión del átomo.
Las armas de fuego se desarrollaron y perfeccionaron cada vez más y su poder destructivo aumentó incesantemente. La infantería, la artillería, las fuerzas navales y la aviación incrementaron su poder destructor. Cada vez se construyeron armas de fuego de mayor alcance y precisión, capaces de disparar más proyectiles en menos tiempo. La aviación y los vehículos blindados surgieron como factores decisorios de la guerra. Las fuerzas del mar se sofisticaron y alcanzaron un gran poder de fuego. La electrónica, como en su tiempo la pólvora, revolucionó la construcción de armas y el arte de la guerra.
Las guerras son, en general, laboratorios de prueba, experimentación y perfeccionamiento tecnológico de armas. Eso ocurrió en la llamada guerra del Golfo que enfrentó en 1991 a las potencias occidentales contra Irak, en la que se emplearon y probaron las armas más sofisticadas, y eso volvió a ocurrir en la guerra de los países de la OTAN contra las fuerzas serbias desencadenada en 1999, que brindó la oportunidad a Estados Unidos e Inglaterra principalmente de poner a prueba varias armas de altísima tecnología, mejoradas desde la guerra de 1991. Fue utilizada la nueva versión de las bombas inteligentes, guiadas por computadoras y diseñadas para ajustar su trayectoria en vuelo con absoluta precisión.
Los errores cometidos en los bombardeos de Belgrado, que costaron la vida a personas inocentes, no fueron fallas de las bombas sino de los servicios de inteligencia que ubicaron erróneamente los objetivos.
Se han logrado corregir y mejorar los sistemas de orientación láser de los cohetes —que no funcionaron bien en el clima nuboso de los Balcanes— mediante la utilización del GPS (sistema de posicionamiento global) con la asistencia de satélites de navegación. El reforzamiento con titanio de la nariz de los misiles les permite hoy penetrar espesas capas de concreto y explosionar dentro de los edificios con efectos multiplicados.
El Pentágono ha desarrollado también un misil nuclear capaz de destruir centros de mando y búnkeres bajo tierra, sin diseminar la radiación. Se probó la eficiencia de los bombarderos furtivos B-2, fabricados con fibra de carbono, que burlan el control de los radares enemigos y que son capaces de volar casi 10.000 kilómetros sin reabastecerse de combustible, equipados con las mortíferas bombas JDAM orientadas por GPS.
A finales del 2001, en la guerra de Afganistán desencadenada a raíz de los atentados terroristas consumados por los integristas musulmanes contra las torres gemelas de Nueva York y el Pentágono de Washington el 11 de septiembre de ese año, contrariando todos los pronósticos —incluido el formulado por el general que comandó las tropas de ocupación rusas vencidas por los guerrilleros talibanes en 1996—, las fuerzas milicianas afganas de la Alianza del Norte en combinación con los soldados de elite norteamericanos que incursionaron en territorio de Afganistán derrocaron al gobierno talibán del mulá Mohammed Omar, vencieron a los supuestamente invencibles muyahidin afganos y desmantelaron el movimiento terrorista al Qaeda. En la parte culminante de los movimientos militares para encontrar vivo o muerto al jefe terrorista, presumiblemente refugiado en las cuevas de la zona montañosa de Tora Bora, las fuerzas armadas norteamericanas experimentaron las bombas denominadas termobáricas, capaces de penetrar profundamente en la tierra y succionar todo el oxígeno de las cavernas, grutas y túneles subterráneos para volver imposible la vida humana.
Como siempre ocurrió, la guerra de Afganistán permitió probar esta nueva arma, que estaba en su fase de experimentación.
Simultáneamente la industria aeronáutica de Israel desarrolló un prototipo de avión de combate sin piloto, el primero de este tipo en el mundo, con capacidad de “tomar decisiones” en tiempo real y con una autonomía de vuelo de varias horas.
Todos estos avances tecnológicos de la industria militar moderna responden a las nuevas estrategias de la guerra para atacar desde fuera del alcance de las armas enemigas y causar los peores estragos sin arriesgar la vida de los pilotos ni de las tropas de tierra. Esto fue experimentado hasta la saciedad en la guerra de Yugoeslavia de 1999.
En marzo del 2003 la fuerza aérea de Estados Unidos hizo la prueba de la bomba convencional más potente de su arsenal hasta ese momento, con 21.700 libras de peso, que fue lanzada desde un avión MC-130E sobre el polígono de ensayos de la base aérea Eglin Air Force Base en Florida. Era la GPU-43-B, guiada por satélite. En los círculos militares norteamericanos bautizaron al artefacto como la “madre de todas las bombas”, con un 40% más de potencia que la bomba convencional más fuerte conocida hasta esa fecha. Su objetivo principal son los búnkeres subterráneos.
Pero en febrero del 2006 se conoció que el Pentágono había construido una bomba aun más poderosa, conocida como Massive Ordnance Penetrator (MOP) —mucho más potente que su predecesora, la GPU-43-B—, capaz de destruir un complejo militar situado veinte metros bajo tierra o un búnker nuclear profundo. Esta bomba de 30.000 libras de peso, guiada electrónicamente, para ser lanzada desde aviones B-52 o B-2, pulverizará rocas, estructuras de concreto o paredes de acero en un kilómetro de radio. Esta arma, sin duda, ha sido construida para demoler instalaciones nucleares subterráneas del países que pretendan tener bombas atómicas.
En marzo del 2004 el avión experimental no tripulado norteamericano X-43A, con propulsión ramjet (scramjet), alcanzó la velocidad de casi 8.000 kilómetros por hora —velocidad mach 6.83—, esto es casi siete veces la velocidad del sonido. El ramjet es uno de los cuatro tipos de motor de propulsión a chorro —junto con el turborreactor, el turbopropulsor y el turboventilador— que funcionan con hidrógeno. Pero en noviembre del mismo año el X-43A rompió su propio récord y logró los 11.000 kilómetros por hora, o sea casi nueve veces la velocidad del sonido. Tal como estaba previsto, el X-43A fue lanzado desde un bombardero B-52 sobre el Océano Pacífico y después del ensayo cayó al mar y no fue recuperado. El hecho ocurrió cincuenta y siete años después de que el piloto militar estadounidense Charles Yeager en un aparato Bell X-1 rompiera la barrera del sonido —1.223 kilómetros/hora al nivel del mar y 1.060 kilómetros/hora a una altitud de 11.000 metros— el 14 de octubre de 1947, en lo que fue una gran revolución en la aerodinámica.
A comienzos del siglo XXI la Defense Advanced Research Projects Agency (DARPA) encargó a la empresa norteamericana constructora de aeronaves Lockheed Martin la ejecución del proyecto Cormorant para fabricar un avión a reacción de titanio capaz de iniciar su vuelo desde un submarino a 45 metros de profundidad y volver sin ser detectado por los radares. Estará dotado de armas de corto alcance y de equipos de observación y vigilancia. Tendrá su base en el tubo de lanzamiento de los misiles trident del submarino. Un brazo robótico lo sacará a la superficie para despegar y, cumplida su misión, lo volverá a guardar después del amarizaje.
Los Estados Unidos desarrollan un nuevo tipo de arma convencional: la denominada Prompt Global Strike (ataque global rápido) que, disparada desde un punto cualquiera de su territorio, será capaz de impactar y destruir, con velocidad y precisión antes desconocidas, los objetivos más lejanos del planeta.
Guiada por satélites desde el espacio, ella viajará por la atmósfera a una velocidad varias veces superior a la del sonido, sin riesgo de ser neutralizada, y llegará a su objetivo en pocos minutos. Estará recubierta con metales que resistan las altas temperaturas. Su trayectoria será por encima del territorio aéreo de los Estados, con lo cual se evitarán problemas de soberanía territorial con los Estados sobrevolados. Será capaz de destruir un misil enemigo en la rampa de lanzamiento, arrasar un enclave nuclear o penetrar y detonar un búnker subterráneo, en un tiempo extremadamente corto.
La Prompt Global Strike elevará el poder militar norteamericano hasta dimensiones impensables, relegará a segundo plano la importancia de los arsenales atómicos y supondrá una revolución en el concepto de <armamentismo.
A comienzos del 2010, en una entrevista con “The New York Times”, el presidente norteamericano Barack Obama manifestó que tal arma podría ser muy importante “en el camino de poner menos énfasis en los arsenales nucleares”.
Amnistía Internacional formuló en el 2008 un informe sobre el comercio ilegal de armas convencionales en el mundo y afirmó que buena parte de ellas fue a parar en grupos violentos o terroristas, que destruyeron millones de vidas y vulneraron gravemente los derechos humanos fundamentales. Expresó que en los últimos años esas armas se han desviado principalmente hacia los grupos violentos de Colombia (FARC, ELN y paramilitares), Costa de Marfil (Mouvement Patriotique de Cote d’Ivoire), Guatemala (grupos criminales), Guinea (fuerzas de seguridad gubernamentales), Irak (milicias y grupos armados), Myanmar (fuerzas de seguridad militares y policiales), Somalia (Unión de Tribunales Islámicos, Shabab y otros grupos), Sudán (grupos paramilitares y milicias), Chad (grupos armados de oposición) y Uganda (los grupos campesinos karamojang, comprometidos en cruentos combates contra los turkana, y los pokot de Kenia). Todo esto con terribles consecuencias para los derechos humanos de las poblaciones civiles de esos países. Sostuvo que en un alto número de casos los embargos de armas fueron burlados por proveedores y traficantes y, en otros, como ocurrió con Myanmar, los países productores —especialmente China y Rusia— bloquearon en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas los intentos de prohibir la venta de armas en favor de países irresponsables, entre ellos Somalia, que se desangraban por la brutal lucha entre sus facciones enemigas.
Lassana Traoré, Presidente de la Red de Seguridad Humana y, en ese momento, Ministro de Relaciones Exteriores y Cooperación Internacional de Malí, en un taller sobre armas livianas celebrado en Ginebra del 2 al 6 de diciembre del 2003, destacó que en ese momento alrededor de 640 millones de armas portátiles y 16.000 millones de proyectiles de munición estaban en circulación en el mundo, de los cuales más de la tercera parte permanecía en manos de civiles —ciudadanos, delincuentes, milicias, guerrilleros, grupos armados irregulares— y la restante, en poder de los organismos de seguridad del Estado. Pero estas cifras se modificaron después. Como resultado de una década de estudios, The Small Arms Survey —entidad privada independiente con sede en Ginebra, dedicada a la investigación de la producción, comercio y circulación de armas— sostuvo que en el año 2010 había 875 millones de armas de fuego livianas en el mundo —esto es: una por cada nueve habitantes del planeta—, de las cuales aproximadamente el 75% estaba en manos de millones de personas civiles y la parte restante en poder de las fuerzas de seguridad estatales.
En la primera década de este siglo se desarrollaron los drones, que son aviones de combate de propulsión a chorro no tripulados, operados a control remoto desde los monitores de ordenadores situados en lejanas y seguras bases secretas, en los que sus “pilotos” pueden espiar y lanzar misiles con gran precisión. Estos aviones tienen la doble ventaja de que sus operadores no corren los riesgos del pilotaje y de que sus misiles tienen mayor precisión que los lanzados desde aviones convencionales.
Un gran hito en la historia de la aviación naval fue el aterrizaje automático de un dron modelo X-47B sobre un portaaviones. Ocurrió el 10 de julio del 2013. Fue el primer aterrizaje autónomo —dirigido y controlado a distancia únicamente por complicados algoritmos matemáticos— de un avión no tripulado sobre la cubierta de un barco: en este caso, sobre el portaaviones George H. W. Bush, frente a la costa de Virginia, después de despegar de una base naval en Maryland y recorrer 170 kilómetros.
Según expresaron los dirigentes de la operación, el X-47B representó la próxima generación de la aviación naval, en la que los portaaviones servirán de bases versátiles de aterrizaje para aviones no tripulados.
De invención estadounidense, con larga autonomía de vuelo: alrededor de 30 horas, y a una altura de 15 kilómetros, tales artefactos están destinados a innovar la guerra del futuro: la guerra teledirigida. En la segunda década de este siglo, durante el gobierno del presidente Barack Obama, ellos se convirtieron en eficaces instrumentos de lucha contra el terrorismo en Afganistán, Pakistán, Yemen, Somalia, Irak y otros países, principalmente para combatir a los agentes secretos de la banda al Qaeda, del Estado Islámico (EI) y de otros grupos yihadistas.
Sin embargo, dada la facilidad de matar con la simple pulsación de un botón a distancia, en pleno anonimato, pueden también los agentes terroristas valerse de este mecanismo para cumplir sus protervos fines. Y es ella, sin duda, una amenaza que pende sobre las sociedades modernas.
En los años 2013 y 2014 las Naciones Unidas utilizaron drones para su misión de paz en la República Democrática del Congo —drones de vigilancia, no de ataque—, con lo cual quedó inaugurado el uso de estos aparatos para labores de paz en cualquier lugar del planeta. “Los drones nos darán una información táctica muy precisa y en tiempo real”, dijo en la ocasión Herve Ladsous, jefe de la ONU para misiones de paz. Y en apoyo a los cascos azules, los drones vigilaron las fronteras congoleñas con Ruanda y Uganda, países acusados de apoyar a los insurgentes armados que operaban en la región.
El manejo de su tecnología se ha extendido hacia otros países, que pueden producir o que producen este nuevo tipo de aeronaves de espionaje y de combate.
Pero los drones pueden también tener usos civiles: en levantamientos topográficos, fumigación de cultivos, aplicación de insecticidas, protección medioambiental, vigilancia del tráfico terrestre y marítimo, grabación de programas televisivos y muchos otros usos en los más diversos campos, al servicio del desarrollo económico y social de los pueblos.
2. Armas químicas y biológicas. La comisión de armamentos de tipo corriente de las Naciones Unidas catalogó en 1948 a las armas químicas y biológicas como “armas de destrucción en masa”.
Las armas químicas consisten en gases y preparados tóxicos que tienen efectos letales o muy graves para la salud humana y las armas biológicas consisten en gérmenes, bacterias, virus y otros agentes patógenos cuya diseminación ocasiona enfermedades, dolencias y muerte a los seres humanos.
El manual de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) menciona 31 microorganismos que pueden ser usados como armas biológicas, entre ellos los de la viruela, el ántrax, la peste, el botulismo, la tularemia, el tifus, la fiebre Q, la encefalitis equina venezolana, el ébola y la influenza.
Los antecedentes de las armas biológicas son muy remotos. Los antiguos soldados romanos solían arrojar animales muertos para contaminar los estanques de agua de sus enemigos. En el siglo XIV los tártaros lanzaron con catapultas cadáveres infectados con peste por encima de las murallas de la ciudad de Kaffa para contagiar a sus habitantes. Durante la guerra en que se enfrentaron Inglaterra y Francia por el dominio de lo que hoy es Canadá y parte de Estados Unidos a mediados del siglo XVIII, el ejército británico obsequió a los indios norteamericanos, aliados de los franceses, cobijas infectadas con el virus de la viruela, que produjeron una epidemia que diezmó a muchas tribus. En la guerra chino-japonesa de los años 30 del siglo pasado, los nipones utilizaron la peste —yersinia pestis— como arma contra los soldados enemigos. En el curso de la Primera Guerra Mundial los alemanes esparcieron gases, en forma de nube, con dirección a las tropas francesas. El primer ataque de este tipo se produjo el 15 de abril de 1915 y causó 20.000 bajas, de las que 5.000 fueron mortales. Se presume que durante la Segunda Guerra Mundial los soviéticos utilizaron la bacteria francisella turalensis para producir la enfermedad llamada tularemia, que suele desembocar en neumonías muy graves, durante el sitio de Stalingrado. El programa de armas biológicas del gobierno norteamericano que se inició en 1942 fue enriquecido, al terminar la guerra, con las investigaciones científicas hechas por los japoneses sobre armas químicas y biológicas. En abril de 1979, por un accidente ocurrido en Sverdlovsk que liberó esporas del bacillus anthracis, se pudo confirmar la sospecha de que la Unión Soviética tenía importantes arsenales de esta clase de armas de destrucción masiva. Y el gobernante ruso Boris Yeltsin admitió en 1992 que la antigua URSS había desarrollado armas biológicas para una guerra de gran escala. En el curso de la guerra de Vietnam, Estados Unidos roció sobre el territorio de ese país millones de litros del potente herbicida denominado agente naranja. Como parte de la operación Ranch Hand, las fuerzas armadas norteamericanas efectuaron más de 6.500 misiones aéreas de defoliación sobre un millón y medio de hectáreas, que representaban aproximadamente el 10% del territorio vietnamita. Los bombardeos iraquíes con agentes químicos y biológicos contra la población kurda de Irak entre abril de 1987 y agosto de 1988, ordenados por Saddam Hussein, provocaron la muerte de 5.000 a 7.000 personas y decenas de miles resultaron heridas, con una secuela adicional de cánceres raros, malformaciones en los niños, abortos naturales, infecciones pulmonares recurrentes y problemas neuropsiquiátricos graves en la gente.
Los primeros intentos de eliminar las armas químicas y bacterianas se dieron con la Declaración de Bruselas de 1874 y con las convenciones de La Haya de 1899 y 1907. En ellas se proscribió el uso bélico de “venenos” y de “balas envenenadas” así como la utilización de proyectiles que diseminen gases asfixiantes o tóxicos. Pero como casi todos los mandatos del Derecho Internacional de aquella época, estos principios quedaron escritos en el papel y no se cumplieron.
Durante la Primera Guerra Mundial el uso de agentes químicos causó más de cien mil muertos. Como respuesta a esta realidad surgió el protocolo de Ginebra el 17 de junio de 1925, auspiciado por la Sociedad de las Naciones, que volvió a condenar los medios bacteriológicos en la guerra.
En el curso de la segunda postguerra, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó en 1966 su primera resolución sobre este tipo de armas.
Posteriormente, el tema de la guerra química y bacteriológica fue tratado en el comité de desarme de la Organización Mundial. En 1972 se concertó la convención sobre prohibición del desarrollo, producción y almacenamiento de armas bacterianas y tóxicas. Después vinieron varias resoluciones sobre el tema aprobadas por la Asamblea General a partir de las denuncias que se le presentaron sobre la utilización de este tipo de armas, la última de las cuales fue la dirigida contra Irak por el empleo de sustancias químicas en la guerra del golfo Pérsico de 1991. Este conflicto armado y la utilización en él de armas químicas por parte de Irak aumentaron la preocupación de la comunidad internacional por eliminar el uso de estas armas, que condujo a la celebración de la Convención sobre la Prohibición del Desarrollo, la Producción, el Almacenamiento y el Empleo de Armas Químicas y sobre su Destrucción —Convention on the Prohibition of the Development, Production, Stockpiling and Use of the Chemical Weapons and on their Destruction—, que entró en vigencia el 29 abril de 1997, con 189 Estados signatarios. Solamente siete Estados quedaron al margen de ella hasta agosto del 2013: Corea del Norte, Angola, Egipto, Sudán del Sur, Siria, Birmana e Israel —los dos últimos firmaron la Convención pero no la ratificaron—.
Ella —que está administrada por la Organización para Prohibición de las Armas Químicas, con sede en La Haya— prohíbe el desarrollo, producción, almacenamiento y empleo de armas químicas y obliga a los países que las tienen a destruirlas. Antes, la Federación Rusa y Estados Unidos habían firmado el 7 de junio y el 30 de julio de 1992 sendos acuerdos bilaterales sobre destrucción y no producción de ellas. Y, en una declaración conjunta, ambos ratificaron su compromiso de eliminar globalmente este tipo de armas.
Desde la guerra del Golfo Pérsico en 1991 —que se desencadenó por la invasión militar de Irak contra Kuwait en 1990 y que enfrentó a Estados Unidos y sus aliados contra Irak— el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas sometió a este país a un proceso de inspección por la Comisión Especial de la ONU para el desarme iraquí (UNSCOM) con el propósito de encontrar los escondites de las armas químicas y bacterianas fabricadas por Irak, especialmente de antrax (que es una bacteria mortal) y del gas VX destinado a atacar el sistema nervioso, y los depósitos de toxinas para las cabezas de los misiles. El VX es un gas licuado diez veces más letal que el gas sarín, que provoca la muerte por parálisis y que se mantiene activo por mucho tiempo. Unos pocos gramos de este gas bastan para matar a millones de personas. Los científicos conjeturan que los arsenales secretos iraquíes tienen la capacidad potencial de dar muerte a toda la población mundial.
Los obstáculos que opuso el gobernante iraquí Saddam Hussein al trabajo de la comisión y la expulsión de los miembros norteamericanos de ella creó un estado de grave tensión internacional en noviembre de 1997, con movilización de aviones y barcos estadounidenses y británicos a la zona, que hizo pensar en una nueva conflagración bélica en el Golfo Pérsico.
En la madrugada del 20 de marzo de 2003 formaciones de infantería y vehículos blindados norteamericanos y británicos invadieron Irak. Cuarenta misiles tomahawk destruyeron objetivos militares de Bagdad y pocos días después los tanques bradley la tomaron. La resistencia militar fue casi nula por las deplorables condiciones militares, económicas y morales en que se encontraban las fuerzas armadas iraquíes. El gobierno de Hussein se derrumbó. Empezó entonces la ocupación militar de Irak, que se extendió por nueve años, en medio de una sangrienta guerra de guerrillas urbana. En enero del 2005 el presidente Bush se vio obligado a reconocer que no se habían encontrado los arsenales prohibidos de los que habló.
En general, las armas químicas y biológicas son mucho menos sofisticadas que las otras clases de armas y eso hace de ellas un peligro para el planeta puesto que están al alcance de muchos países de bajos recursos y de tecnología e industria poco desarrolladas. El acceso a las armas químicas no es problemático. Varios países árabes y asiáticos han podido lograrlo. Y constituyen una amenaza para el mundo porque los gases y las bacterias mortales, enviados por medio de misiles balísticos o esparcidos por los vientos, tienen incontrolables efectos.
Según fuentes de inteligencia de Estados Unidos, son numerosos los países que producen armas químicas y biológicas o que están en capacidad de producirlas: China, Corea del Norte, Corea del Sur, Egipto, Etiopía, Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Japón, India, Irán, Irak, Israel, Libia, Myanmar, Rusia, Siria, Taiwán, Vietnam, Bulgaria, Laos. Lo cual adicionalmente representa un alto riesgo de >terrorismo químico y bacteriológico puesto que nada difícil es que estas armas caigan en manos de grupos fundamentalistas o fanáticos que hagan un uso criminal de ellas.
3. Armas nucleares. Son las que surgen de los procesos de fisión o de fusión del átomo. Obedecen al principio de la transformación de la materia en energía (E = m c2). En la física nuclear, la fisión consiste en la ruptura del núcleo de un átomo —en su desintegración— para producir átomos de menor peso, operación en la cual la pequeña diferencia de masa entre reactivo y producto se transforma en grandes cantidades de energía. Las armas atómicas obedecen a este principio. Se unen dos o más masas “subcríticas” de uranio 235 o de plutonio y, en conjunto, constituyen la llamada “masa crítica” capaz de iniciar una reacción en cadena autosostenible que, al romper los átomos de uranio o de plutonio, liberan una gigantesca cantidad de energía, que es aprovechada con fines destructivos. La fusión, en cambio, es la reacción nuclear producida por la unión de dos núcleos ligeros, los isótopos del hidrógeno deuterio y tritio, que se combinan y dan origen al helio ordinario, un neutrón y una enorme cantidad de energía. La bomba de hidrógeno responde a este proceso de física nuclear.
Otra de las armas nucleares es la llamada bomba de neutrones. Los neutrones son una de las tres partículas subatómicas más conocidas (electrones, protones y neutrones) y, con muchas otras, constituyen los átomos. Esta arma dispara los neutrones en determinada dirección. Cuando aciertan en blancos orgánicos —seres humanos, animales, plantas, insectos— los aniquilan por las profundas transformaciones biológicas que causan. Quedan en pie, como mudos testigos solitarios, los muros y las paredes. Al cruzar como proyectiles por el espacio, los neutrones pueden atravesar toda clase de objetos materiales sin causar daños en ellos. Solamente volúmenes muy grandes de éstos son capaces de detenerlos: por ejemplo 6 metros de concreto o un metro y medio de plomo o cuatro metros de agua. Estas son las únicas barreras de contención que pueden detener el bombardeo neutrónico.
Finalmente, las armas isotópicas, que son también nucleares, utilizan —a manera de las antiguas bacterias y virus de las armas químicas y biológicas— radiosótopos y sus radiaciones para infestar espacios por largos o cortos períodos y enfermar al enemigo. Algunas de ellas son capaces de producir radiaciones gamma, alfa o beta con efectos muy perniciosos sobre los seres humanos, que al sufrir el impacto de ellas, especialmente de los rayos gamma, sufren estragos demoledores. Los norteamericanos probaron estas nuevas armas en la reciente guerra del Golfo contra Irak. Las cortinas de rayos gamma que ellas levantaron en el teatro de las operaciones detuvieron a las escuadras de tanques iraquíes. Como en el caso de los neutrones, los efectos de estas radiaciones se dirigen contra los cuerpos orgánicos más que contra los inorgánicos.
En el orden disuasivo, sin embargo, las armas nucleares han demostrado su eficacia solamente cuando grandes valores han estado en juego y han resultado mucho menos efectivas en crisis menores o menos peligrosas. Por eso han podido ocurrir, antes de la caída del muro del Berlín y también después, numerosas guerras llamadas de “baja intensidad” sin que las potencias nucleares hayan estado en posibilidad de evitarlas.
Según documentos secretos que fueron desclasificados por el gobierno norteamericano en el segundo semestre de 1999 al amparo de la ley de libertad de información, Estados Unidos almacenaron durante la guerra fría más de 16.000 armas nucleares en el territorio de 18 países alrededor del planeta, entre los que estuvieron Inglaterra, Alemania occidental, Cuba (Guantánamo), Japón, Puerto Rico, Marruecos, Islandia, Taiwán, Filipinas, Corea del Sur, algunas islas del Pacífico y otros.
A mediados de abril del 2001 “The Washington Post” informó que el Pentágono, bajo el gobierno del presidente George W. Bush, se propuso desarrollar una nueva arma nuclear capaz de buscar a su objetivo en las entrañas de la Tierra. El propósito sería destruir centros de mando y otros objetivos ultraprotegidos dentro de búnkeres subterráneos profundos. El artefacto, instalado en misiles de alta precisión —como los pershing 2 o los más recientes B-61—, podría atravesar paredes de hasta 9 metros de espesor en lugares subterráneos y pulverizar todo lo que se encontrara dentro. En la mente del gobernante norteamericano seguramente estuvieron en ese momento los escondites subterráneos de Saddam Hussein, gobernante de Irak, y de Muammar Gadafi de Libia.
El Pentágono informó a comienzos de enero del 2010 que se había realizado exitosamente la primera prueba de destrucción de un misil balístico en pleno vuelo con un rayo láser lanzado desde un avión.
La prueba, que duró pocos segundos, se hizo con un rayo láser —el Airborne Laser Testbed (ALTB)— emitido en pleno vuelo desde un avión Boeing 747-400F modificado, que derribó por primera vez un misil balístico nuclear en ascenso a varios kilómetros de distancia. Para realizar este ejercicio el ejército estadounidense disparó desde el mar un misil de combustible líquido que simulaba una amenaza real, el mismo que fue abatido por el disparo del láser.
Esta arma ultraprecisa de interceptación de blancos a la velocidad de la luz, dotada de rayos infrarrojos, no solamente que está llamada a revolucionar la guerra del futuro, sino que dará a Estados Unidos un instrumento con capacidad de afrontar eficazmente la amenaza de misiles portadores de armas de destrucción masiva provenientes de cualquier país. El superpotente Airborne Laser Testbed, montado en aviones de combate F-35 o F-22, podrá derribar con total seguridad misiles balísticos, cohetes o aeronaves.
4. Armas “no letales”. Como fruto de la revolución tecnológica hay una extraordinaria variedad de armas no letales —las denominadas non lethal weapons— destinadas no a matar al enemigo sino a incapacitarlo para la batalla e incluso para la resistencia. El arsenal de estas armas está formado por dispositivos de rayos láser —del tipo denominado laser countermeasure system— que se montan sobre rifles M-16 y cuyo rayo, al perturbar los instrumentos ópticos y electroópticos del enemigo (incluidos los prísmáticos de campaña y los sensores infrarrojos de aviones y vehículos), es capaz de quemar a un kilómetro de distancia la retina de las personas que en ese momento estén mirando por el instrumento afectado y causar por tanto su ceguera total. Dentro de la “familia” láser hay una gran variedad de armas: saber 203, stingray, outrider, dazer, cobra, perseus, coronet prince, compass hammer, cameo bluejay, que han sido desarrolladas o están en la etapa de experimentación en los Estados Unidos de América.
Según un reciente informe de la organización no gubernamental Human Rights Watch, los Estados Unidos adelantan diez programas para la producción de armas del tipo láser y otros países —Rusia, Francia, China, Reino Unido, Alemania e Israel— hacen también esfuerzos de investigación en esta misma dirección.
Aparte de estas armas hay otras terriblemente eficaces, como las microondas de alta potencia que destruyen los sistemas electrónicos, los virus informáticos para trastornar los ordenadores, los infrasonidos de muy baja frecuencia capaces de producir náuseas, desorientación e incluso ataques de epilepsia, los ácidos extremadamente cáusticos —millones de veces más cáusticos que el ácido hidrofluorídrico— que alteran la estructura molecular de los metales, las sustancias químicas que cambian la composición y propiedades de los carburantes, las redes metálicas antitanques, las espumas paralizantes, los rayos gamma —que son ondas electromagnéticas de longitud de onda muy corta producidas en la desintegración radiactiva o por colisiones de partículas elementales— y una serie de instrumentos de destrucción humana o de “parálisis estratégica de una nación hostil”, como eufemísticamente llaman sus promotores norteamericanos al bloqueo electrónico de un país. Algunas de estas armas se producen ya, otras están en fases de experimentación.
En la llamada guerra del golfo de 1991 se probaron contra los escuadrones blindados iraquíes las armas isotópicas, capaces de levantar cortinas de rayos gamma que causaron estragos gravísimos sobre la salud de sus tripulantes y los anularon como combatientes, sin causar daños mecánicos a las máquinas.
Según información proporcionada en abril de 1992 por la revista norteamericana “Aviation Week & Space Technology”, que ha revelado varios de los secretos de la guerra del golfo, en la primera noche de la “tormenta del desierto” misiles de crucero tomahawk lanzaron sobre las principales centrales eléctricas de Bagdad una lluvia de carretes de fibras de carbono, que cayeron como serpentinas y produjeron enormes cortocircuitos en los sistemas de defensa antiaérea de Irak. La reparación de las plantas tomó a los iraquíes 72 horas vitales de su tiempo en la guerra, pero cuando estuvieron reparadas fueron bombardeadas.
Estas armas tácticas de reciente producción, que no podrían sin impropiedad llamarse “convencionales”, resultan muy útiles para determinadas formas de conflictos armados, en que la intención no es exterminar al enemigo sino enervar su capacidad de defensa. Los norteamericanos estuvieron tentados a usarlas en Somalia e incluso interiormente contra el rancho de los davidianos en Waco, Texas, en 1993.
La investigación de los rayos láser con fines militares empezó en 1970 tanto en Estados Unidos como en la Unión Soviética. La palabra inglesa laser se formó con las siglas de light amplification by stimulated emission of radiation, que significa “ampliación de luz por emisión estimulada de radiación”. Esta luz es intensa, monocromática, sus haces no se dispersan, es continua y coherente. Los barcos soviéticos utilizaron ya este rayo con fines militares en los años 80 contra aviones norteamericanos lo mismo que Inglaterra en la guerra de las Malvinas de 1982. China acaba de presentar en una exposición de armamentos celebrada en el sudeste asiático, según información de la publicación “Jane’s Defense Weekly”, el láser portátil perturbador ZM-87, que es una arma capaz de cegar a un combatiente enemigo a tres kilómetros de distancia.
Esta nueva generación de armas denominadas “no letales” puede significar el advenimiento de una nueva doctrina militar, que busque dejar fuera de combate a los enemigos sin matarlos.
La Advanced Research Project Agency (ARPA) de Estados Unidos trabaja incesantemente en la investigación de una amplia variedad de armas no letales, como las bombas de superadhesivos o de superlubricantes, que impiden toda forma de movimiento de personas y vehículos; las granadas acústicas que producen sonidos de alta intensidad y de muy baja frecuencia que aturden e incapacitan temporalmente a las personas; los organismos biológicos biodegradables que provocan enfermedades no mortales durante lapsos cortos; las diferentes variedades de rayos láser destinados a cegar a las personas; los gases corrosivos contra metales y materiales sintéticos; las microondas de alto poder para inhabilitar a las personas y deteriorar equipos electrónicos; los virus informáticos paralizantes o desarticuladores de los sistemas digitales.
Los laboratorios de Lawrence Livermore trabajan en la generación de descargas electromagnéticas de alto poder en las denominadas “armas de frecuencia”. La empresa HSV Technologies, Inc. de San Diego, en California, desarrolla armas no letales de inmovilización de personas mediante haces de rayos ultravioletas que ionizan el aire, de modo que las víctimas sufren una sobreestimulación de sus fibras musculares. Hay también informes referentes a bombas electromagnéticas que, al explosionar, emiten impulsos de radio que afectan las zonas neurales del cerebro y dejan inconscientes a las personas, aunque sin producir en ellas daños permanentes. En los laboratorios de Los Álamos se trabaja en proyectos de cañones de rayos láser destinados a enceguecer a los pilotos de avión y ponerlos fuera de combate. Las denominadas “armas sónicas” constituyen otro rubro armamentístico importante en la guerra del futuro. Ellas dispararan un “proyectil acústico” de muy baja frecuencia que puede producir en los seres humanos desde un ligero malestar físico hasta el estallido de sus huesos, dependiendo de la intensidad con que se lo use. La zona informática es objeto de especiales investigaciones científico-militares, no sólo en cuanto a los sistemas de espionaje electrónico sino también al uso de virus capaces de producir el caos total en un país.
El propósito de las armas no letales no es matar sino infligir incapacidad temporal a los combatientes para anularlos en la lucha; pero los linderos entre lo “no letal” y lo “letal” con frecuencia son muy difíciles de establecer. Aquí entran en juego principios éticos.
Sin embargo, estos asuntos tecnológico-militares han preocupado a organismos defensores de los derechos humanos —Amnistía Internacional, la Organización Omega, la Cruz Roja Internacional y otras— que temen que ellos conduzcan hacia la fabricación de instrumentos de control político y social interno en los Estados y de medios de represión contra los opositores políticos. En otras palabras, hay la legítima preocupación de que los avances tecnológico-militares conduzcan hacia el empleo de armas y mecanismos “no letales” para regimentar políticamente a los pueblos y someterlos a la obediencia absoluta.
5. Armas cibernéticas. En esta línea se inscriben las armas cibernéticas que pueden producir el colapso de un país por el desquiciamiento de su infraestructura informática.
Los estragos de un “bombardeo” informático pueden ser devastadores no solamente para la defensa militar propiamente dicha, que quedaría entrampada, sino también para la vida civil, que entraría en una caos completo. La sociedad en su conjunto quedaría paralizada por la falta de electricidad, agua potable, telecomunicaciones, transporte ferroviario, tráfico aéreo, medios de comunicación social, fábricas, hospitales y demás servicios sociales. Mientras más avanzada es una sociedad tanto más dependiente es de la informática. Toda su información está en la memoria de los ordenadores. En las sociedades desarrolladas casi todo está programado y dirigido por equipos de computación, de modo que la perturbación de ellos causaría el más absoluto trastorno. Sólo pensemos en las consecuencias de un corte general de electricidad en una gran megalópolis como Nueva York, Londres, París o Berlín. Sería el caos.
La respuesta a esta amenaza potencial fue la creación por la Casa Blanca, en julio de 1996, de un organismo secreto denominado Comisión Presidencial sobre Protección de Infraestructuras Esenciales, integrado por alrededor de seis mil científicos, intelectuales y estrategos militares, con el propósito de idear estrategias de prevención y respuesta rápida ante un apremio de este tipo a fin de que, como dijo ante una reunión informativa del Senado James Gorelick, antiguo asistente del Fiscal General, un “Pearl Harbor cibernético” no les tome desprevenidos.
Una guerra de este tipo plantearía condiciones muy diferentes que la guerra convencional e incluso que la guerra nuclear puesto que su dimensión geográfica es distinta. La “geografía” de esta guerra serían las memorias y los archivos de las computadoras y su red de conexiones. Por eso hoy se habla de una “geografía cibernética y sin fronteras” como escenario de una guerra así. De otro lado, la ciberguerra podría desencadenarse por contrincantes de un poder militar infinitamente inferior puesto que puede activarse desde cualquier lugar del planeta: basta un ordenador portátil ubicado en un sótano de Nueva York, en una lejana carpa beduina del desierto o en una cabaña de la Siberia, sin que sus autores puedan ser identificados.
Todo lo cual hace pensar que la guerra del futuro no será una operación de tropas aerotransportadas ni desembarcos de infantes de marina sino acciones ofensivas de naturaleza electrónica destinadas a paralizar al enemigo, causar el caos en su organización social y enervar totalmente su posibilidad de defensa. El bombardeo de virus informáticos podrá trastornar por completo sus puntos vitales: redes de informática, sistemas de información, comunicaciones, servicios logísticos, infraestructura defensiva, operación del tránsito terrestre y aéreo.
La guerra mecanizada de la era industrial se ha transformado en la guerra informatizada de la era electrónica.
Las estratagemas de Sun Tzu, el célebre estratego militar chino de la Antigüedad, parecen cobrar actualidad con la guerra cibernética: se puede “vencer al enemigo sin luchar”, someterlo mediante “golpes blandos” o aniquilarlo por una “destrucción suave”, como observa el Centro de Investigación sobre Estrategias Militares de Pekín.
Pero las amas cibernéticas no sólo están a disposición de los Estados y de sus fuerzas militares sino también de las empresas piráticas que roban secretos industriales y comerciales y de las bandas terroristas, capaces de atacar a un país y destruir sus infraestructuras. Como dijo en febrero del 2013 el secretario de Defensa norteamericano Leon Panetta, con un ataque electrónico ellas podrían “descarrilar trenes de pasajeros o trenes cargados con elementos químicos letales” y causar serios daños a un país sin necesidad de utilizar bombas explosivas ni armas regulares.
6. La guerra del espacio. Las guerras del siglo XXI —y la del Golfo Pérsico en 1991 fue, en realidad, la primera guerra del nuevo siglo— serán guerras del espacio —space wars—, en el sentido de que los artefactos colocados más allá de la atmósfera terrestre jugarán un papel preponderante en la organización y conducción de las operaciones militares de tierra, mar y aire.
Ya en los conflictos armados de Afganistán y de Irak, que se desencadenaron a raíz del atentado terrorista del 11 de septiembre de 2001 contra las torres gemelas de Nueva York y el Pentágono de Washington, el “centro nervioso” de las operaciones satelitales fue el Schriever Air Force Base situada en Colorado Springs —una curiosa base de operaciones aéreas que no tiene aeropuerto—, desde donde se instrumentó el global positioning system (GPS) y se dirigió a los satélites orbitales para que recogieran información y para que impartieran órdenes a las fuerzas militares.
La denominada “guerra de las galaxias”, planteada originalmente por el presidente Ronald Reagan en los años 80 y actualizada por George W. Bush veinte años después, buscaba establecer en Estados Unidos un escudo defensivo de satélites espaciales teleguiados que los protegieran de eventuales misiles de largo alcance procedentes de enemigos no convencionales con poder nuclear. La nueva estrategia militar norteamericana, que implicaba la transferencia de los “juegos de guerra” de la superficie terrestre hacia el espacio sideral, estaba llamada a ser una innovada dimensión de la guerra destinada a convertir al espacio supraterrestre en un escenario de valor estratégico, en el cual pudieran instalarse bases de lanzamiento de proyectiles de precisión sobre objetivos ubicados en cualquier lugar del planeta.