Este término fue acuñado en los albores del movimiento obrero europeo. Hacia 1840 se empezó a hablar en Francia de démocratie sociale y durante la revolución de 1848 los demócratas del sudeste de Alemania, agrupados alrededor de Gustav von Struve y Friedrich Hecker, adoptaron la denominación de socialdemócratas. A partir de ese momento el término alcanzó enorme resonancia en Europa. En Alemania Johann Baptist von Schweitzer dio al periódico que fundó en 1874 el nombre de Der Social-Demokrat e impulsó la creación de un partido con este nombre para combatir tanto a los “absolutistas monárquicos” como a los “liberales burgueses”.
En 1869 se fundó en Eisenach el Partido Obrero Socialdemócrata de Alemania bajo el liderazgo de August Bebel y años después, en el congreso celebrado en Gotha del 22 al 27 de mayo de 1875, éste se fusionó con la Federación General de Trabajadores Alemanes que había fundado Ferdinand Lassalle el 23 de mayo de 1863. De la fusión surgió el Partido Obrero Socialista de Alemania, que en 1890 volvió a llamarse socialdemócrata. Carlos Marx censuró duramente esta operación por las concesiones de principios que, según él, se habían hecho al pensamiento de los seguidores de Lassalle. Escribió para ello un opúsculo titulado "Crítica al Programa de Gotha" (1875). La fusión de las dos organizaciones obreras se propuso, en todo caso, dar a los trabajadores una estructura política de clase, contrapuesta por lo mismo a los partidos burgueses, que les permitiera intervenir en la vida pública del Estado con miras a su emancipación económica y social.
El modelo alemán de partido socialdemócrata fue imitado en Austria, Dinamarca, Suiza, Bélgica, Holanda, Serbia, Hungría, los Estados escandinavos y otros países europeos, que adoptaron total o parcialmente el programa de Gotha de la socialdemocracia alemana. Incluso en la Rusia zarista se fundó en marzo de 1898 el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, aunque su organización y su contenido ideológico y programático fueron diferentes de los de Occidente. Vladimir Llich Ulliánov (1870-1924) —mejor conocido como Lenin— lo concibió como un partido de cuadros dirigido por revolucionarios profesionales —una vanguardia revolucionaria—, reciamente organizado, capaz de tomar el poder por una acción de fuerza. Idea que no fue compartida por muchos de sus compañeros que, como Pavel Borisovic Akselrod y Julij Osipovic Martov, confiaban más en la organización de las masas para alcanzar tal objetivo.
Este fue precisamente uno de los gérmenes de la división entre bolcheviques y mencheviques en el seno del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso. Los <mencheviques creían posible y conveniente la vía democrática para la conquista del poder. En cambio, los <bolcheviques, cuyos análisis y debates ideológicos y políticos en su mayor parte se efectuaban en el exilio puesto que en Rusia estaban al margen de la ley, sostenían intransigentemente la necesidad de un partido verticalmente organizado, bajo un mando fuerte y unitario, que pudiera ser la vanguardia revolucionaria de las masas ausentes.
Hubo un período inicial en que la palabra socialdemocracia recibió interpretaciones equívocas y contradictorias, pero no por eso dejó de tener desde su nacimiento connotaciones contestatarias y subversivas, especialmente para los miembros de la burocracia conservadora de los Estados europeos. Carlos Marx (1818-1883) y Federico Engels (1820-1895) le dieron una significación de lucha proletaria y revolucionaria, diferente de la que, según ellos, le habían dado los “pequeños bugueses republicanos” europeos y rusos. En esa época para los ideólogos marxistas las palabras socialista y socialdemócrata tenían la misma significación. Pero más tarde, cuando se produjo el gran cisma del pensamiento socialista europeo a causa de las querellas ideológicas en torno al parlamentarismo, a la vía violenta para la toma del poder, a la dictadura proletaria, a la <revolución, al <reformismo, al <revisionismo y a la organización partidista y su papel en la lucha revolucionaria —temas que distanciaron irrevocablemente a las dos tendencias socialistas: la moderada, que adoptó el nombre de socialdemócrata, y la marxista-leninista que optó por su propio camino— el término socialdemocracia fue repudiado por los seguidores de Marx, quienes lo entendieron simplemente como un radicalismo burgués.
En esta larga y rencorosa controversia no sólo chocaron entre sí conceptos diferentes sino también los planteamientos teóricos de Marx contra el pragmatismo de los movimientos obreros europeos, para los cuales las disquisiciones abstractas en que se enredaron los exégetas del marxismo resultaban incomprensibles. Marx y Engels no pudieron fundar un partido obrero ni encabezar alguna de las organizaciones de trabajadores existentes. La socialdemocracia fue mucho más pragmática: fue un socialismo aplicado, según la definición que en la década de los años 20 del siglo anterior dio Carl Grünberg, tratando de poner énfasis en que la aplicación del socialismo no puede darse sobre otras bases que no sean las democráticas.
Para marcar más aún las diferencias, en abril de 1917 Lenin propuso a sus compañeros cambiar el nombre del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso por el de Partido Comunista Ruso, cosa que se hizo en el VII Congreso del partido del 6 al 8 de marzo de 1918. Lenin tenía interés en interponer distancias ideológicas y políticas con los partidos socialdemócratas europeos y dejar en claro que no anhelaba ir hacia una democracia de corte parlamentario sino hacia el “despliegue de la sociedad socialista, es decir, hacia el comunismo”, en el que rija el principio distributivo de cada uno según sus capacidades y a cada uno según sus necesidades.
No obstante, la socialdemocracia tiene, pese a todo, raíces marxistas, aun cuando el conocimiento de los textos de Marx haya quedado reservado solamente a sus elites intelectuales. No puede borrarse de su historia a Marx, según han pretendido en diversas épocas algunos de sus dirigentes. Como escribió con agudeza Vahlteich, al referirse al estado de conciencia de los dirigentes y militantes socialdemócratas de la segunda mitad del siglo XIX, “no sabíamos nada de la plusvalía relativa ni de otros cientos de conceptos económicos, pero estábamos completamente seguros de que éramos engañados y robados por nuestros empresarios y de que las leyes estaban hechas para aprobar este comportamiento”.
En 1963 —año en que se cumplió el centenario de la fundación de la Federación General de Trabajadores Alemanes— ciertos líderes del Partido Socialdemócrata de Alemania (Sozialdemokratische Partei Deutschlands, SPD), en medio de agudas controversias histórico-ideológicas, volvieron a plantear el tema de la continuidad e intentaron desaparecer todo rastro de marxismo en la evolución histórica de la socialdemocracia germana. Este intento mereció la crítica dura de varios historiadores occidentales porque una cosa es que ella tenga hoy insalvables diferencias con el marxismo —en los términos del programa de Godesberg aprobado en 1959, las pautas de orientación económico-política de Mannheim en 1975 y las resoluciones del congreso de Berlín en 1989— y otra es tratar de olvidar los antecedentes obreros de la socialdemocracia y pretender borrar hechos históricos inconcusos.
La socialdemocracia es hoy una versión socialista peculiar de países altamente desarrollados. Es propiamente un fenómeno del norte de Europa —Finlandia, Suecia, Noruega, Alemania, Austria, Dinamarca— que obedece al avance del movimiento obrero de los países nórdicos. En el sur de Europa no se encuentran partidos socialdemócratas sino >socialistas democráticos. Lo que me lleva a pensar que la socialdemocracia es una ideología propia de sociedades más avanzadas.
La socialdemocracia se inició en la segunda mitad del siglo XIX como un movimiento revisionista de carácter intelectual dentro del <marxismo, encabezado por el pensador y político judío-alemán Eduard Bernstein (1850-1932), que luego encontró eco en las filas obreras de los países nórdicos. Nació en el fragor de la lucha del marxismo contra el <capitalismo y en medio del clima polémico que habían generado el "Manifiesto Comunista" y "El Capital" de Marx. Así como el marxismo se escribió a partir del análisis de la realidad del industrialismo inglés de la época, la socialdemocracia fue formulada en atención a los fenómenos europeos de la segunda parte del siglo XIX, por lo que es un sistema de ideas esencialmente europeo. Y así se ha mantenido.
El aporte de Eduard Bernstein a la articulación de la ideología socialdemócrata fue muy importante. En su obra Postulados del Socialismo y lecciones de Socialdemocracia publicada en 1899 desarrolló sus desacuerdos con los puntos de vista de Federico Engels —a quien conoció durante su exilio en Londres de 1888 a 1901— y de Carlos Marx respecto de la sociedad capitalista y del proyecto socialista. Bernstein fue un político, pensador y escritor alemán nacido en Berlín en 1850. A los 22 años de edad se afilió al Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) y en colaboración con August Bebel editó el diario Sozialdemokrat desde 1881 a 1890. Estudió a fondo las teorías marxistas y discrepó con algunas de ellas. Elaboró su propia teoría revisora —o revisionista, como decían entonces los ideólogos marxistas— de los textos de Marx. En 1901 fue elegido diputado del Reichstag (la cámara baja del parlamento alemán), donde permaneció por varios períodos hasta 1928.
Impugnó en sus inicios —y después con más fuerza y mejores razones— algunos de los postulados marxistas, como el de la creciente simplificación de la estructura social en dos clases contendientes, la dictadura del proletariado, los excesos del determinismo económico, la estatificación total de los medios de producción y el sistema de partido único. Sostuvo que en sociedades policlasistas, en las que no se ven indicios de polarización violenta entre burgueses y proletarios sino, al contrario, una creciente diversificación social, como la de los países nórdicos europeos, los partidos socialdemócratas que luchan por alcanzar la mayoría sólo tendrán éxito si se convierten en partidos policlasistas y agrupan en su seno a los trabajadores manuales e intelectuales que laboran por cuenta propia o que dependen de un salario.
Los ideólogos socialdemócratas mantienen la idea de que el nuevo orden socialista sólo puede realizarse en democracia y que la democracia alcanza su plenitud en el socialismo.
El Sozialdemokratische Partei Deutschlands (SPD) sufrió una grave defección en el 2005, que disminuyó su tradicional fortaleza, por la creación del Partido de la Izquierda —Linkspartei— formado por disidentes socialdemócratas de Alemania Occcidental y postcomunistas de Alemania Oriental, bajo el liderazgo de Oskar Lafontaine, expresidente del SPD, que después de 39 años de militancia abandonó el partido a la cabeza de un grupo disidente, en medio de elogios al legendario líder socialdemócrata Willy Brandt (1913-1992) y de críticas al gobierno socialdemócrata de Gerhard Schröder, al que acusaban de neoliberal. Con sus propuestas de regular el sector financiero, socializar la banca, gravar las transacciones internacionales, nacionalizar los sectores estratégicos de la economía y liberar a la política de su sumisión al sector financiero, el nuevo partido dijo ubicarse ideológicamente a “la izquierda de la socialdemocracia” con el propósito de conducir a Alemania hacia el socialismo democrático.
La socialdemocracia europea enfrenta problemas totalmente distintos de los del >tercer mundo, incluso diferentes de los del sur de la propia Europa, en razón de los diversos grados de desarrollo político, económico y social. Ella no se plantea el proyecto de un cambio brusco y radical, puesto que sus conquistas sociales, acumuladas a lo largo del tiempo, han proporcionado a sus pueblos niveles de vida admirables. Ha podido sumar el mayor índice de libertad política con el mayor cúmulo de prosperidad económica y de seguridad social. La preocupación principal de la socialdemocracia europea es calibrar y perfeccionar sus instituciones económicas y sociales —el sistema tributario, la seguridad social, las conquistas laborales, los proyectos de desarrollo humano— y defenderlas de las amenazas de los partidos conservadores que, sin discrepar en los logros políticos, consideran que el Estado socialdemócrata ha ampliado demasiado su injerencia económica y social.
Esto ha conducido a quienes pretenden mirar el fenómeno europeo con prismas del tercer mundo a considerar un supuesto “conservadorismo” de la socialdemocracia. Con frecuencia he oído este comentario. El hecho de que los obreros nórdicos no sueñen en la <revolución no es signo de conservadorismo. Es que no la necesitan, porque han conseguido por la vía reformista niveles de vida sorprendentemente altos acompañados de amplias libertades políticas y civiles.
El planteamiento de los países del tercer mundo es otro: buscan el cambio fundamental para crear la infraestructura económica y social de la democracia. Poco es lo que tienen que defender y mucho lo que les queda por conquistar. Esto explica la diferencia de radicalismo de los partidos socialdemócratas y de los partidos socialistas democráticos.
La socialdemocracia defiende en sus países —todos ellos de mercado suficiente— el sistema de <economía de mercado a condición de que se dé la libre competencia. Pero cuando individuos o grupos pretenden dominar el mercado, sostiene que la autoridad pública debe intervenir para restablecer el equilibrio y la libertad económica. “Competencia donde sea posible, planificación donde sea necesaria”, fue la proclama del Partido Socialdemócrata Alemán en su Programa de Godesberg de 1959.
Porque tiene plena conciencia de las deficiencias del mercado, lo mira con desconfianza. Sabe que en él se marcan tendencias permanentes hacia la concentración del ingreso, la eliminación de la competencia, el olvido de necesidades públicas básicas, la despreocupación por el pleno empleo, la desatención de necesidades futuras y el desinterés por la protección ambiental. Para suplir tales deficiencias o corregir las deformaciones, el Estado debe mantenerse atento y listo a intervenir en el mercado.
Para la socialdemocracia, el poder económico entraña peligros, no obstante que en los países avanzados la propiedad de los instrumentos de producción está ampliamente repartida entre los miles de accionistas anónimos de las empresas. De todos modos, como el poder de decisión está en manos de sus funcionarios ejecutivos, el Estado debe tomar arbitrios para defender el buen funcionamiento del mercado y los intereses de los consumidores.
La socialdemocracia sostiene un orden económico mixto en el que tienen cabida tanto los mecanismos del mercado como la planificación estatal, la propiedad privada con el control social y las decisiones centrales con las descentralizadas, para alcanzar las metas de su política económica.
La flexibilidad de su doctrina permite a la socialdemocracia replantear con la frecuencia conveniente los objetivos humanos del desarrollo económico. Dado que el incremento del producto interno bruto de un país no significa automáticamente el mejoramiento de la calidad de vida de la población, tienen que hacerse reajustes para articular los objetivos de los agentes económicos privados con el sistema de objetivos socialmente deseables definido por el Estado.
Resultantes de la evolución de la clase trabajadora, los partidos socialdemócratas cuentan con el amplio respaldo de los obreros y sus sindicatos, aunque no son partidos de clase.
El primer ministro británico y líder del Partido Laborista Anthony Blair planteó la renovación ideológica de la socialdemocracia europea en una ponencia presentada el 21 de septiembre de 1998 en la Facultad de Derecho de la Universidad de Nueva York. En ella reactualizó la tesis de la >tercera vía, equidistante entre el laissez-faire y el estatismo, para alcanzar el crecimiento económico y el desarrollo en el marco de sociedades abiertas, justas y prósperas.
Blair explicó, aunque sin muchas precisiones, que “la tercera vía representa el camino hacia la renovación y el éxito de la socialdemocracia moderna” porque concilia “los valores fundamentales del centro y del centroizquierda para aplicarlos al mundo moderno que atraviesa por importantes cambios sociales y económicos”.
La propuesta fue formulada en nombre del “nuevo Laborismo”, “pragmatizado” con su presencia en el gobierno inglés en los años 90, que para enfrentar la <globalización de la economía mundial buscaba “una nueva alianza entre el progreso y la justicia” a fin de formar “sociedades demócratasociales dinámicas para el siglo XXI”.
Ante la propuesta de una posible simbiosis entre la socialdemocracia y el neoliberalismo —la equidistancia planteada por Blair no era realmente entre la vieja izquierda y el neoliberalismo sino entre éste y la socialdemocracia— el polémico sociólogo francés Pierre Bourdieu comentó que “las terceras vías son muy ambiguas” y “las que se proponen en Europa son de hecho neoliberalismos soft”; y el socialista primer ministro francés Lionel Jospin calificó de “inútil” a la tercera vía de Blair porque si ella “implica encontrar una posición intermedia entre la socialdemocracia y el neoliberalismo, ese no es mi camino” puesto que “no existe espacio alguno para semejante política de interposición”.
Sin embargo, la propuesta de Blair contuvo tres elementos importantes: primero, el rechazo frontal al >thatcherismo y a la <reaganomics; segundo, la tesis de que el <Estado de bienestar no ha muerto, como sostiene la Derecha, y aún le queda mucho que dar de sí a la sociedad; y tercero, la declaración de que “la libertad de la mayoría requiere un gobierno fuerte”.
La socialdemocracia defiende la vigencia del <Estado de bienestar como instrumento para promover la justicia social, corregir los desequilibrios económicos y fomentar el desarrollo humano. A comienzos del siglo XXI la posición mayoritaria de los gobiernos de la Unión Europea fue mantenerlo y fortalecerlo como ejecutor y garante de los derechos sociales, aunque adaptándolo a las nuevas condiciones socioeconómicas y tecnológicas del mundo.
Al plantear su >tercera vía Tony Blair afirmó que para sustentar y mejorar una sociedad sana de cara al nuevo siglo debe defenderse el Estado de bienestar que “es uno de los grandes logros de los últimos cien años. Ha librado a mucha gente de la pobreza y ha ofrecido nuevas oportunidades a muchos millones de personas. Ocuparse de los que están en los estratos más bajos es, de algún modo, la esencia de una sociedad justa”. Y el primer ministro francés y líder del Partido Socialista, Lionel Jospin, ha defendido con toda su pasión el Estado de bienestar para proteger a los más débiles.
Y es que el Estado de bienestar representó la posición alternativa eficiente a la política neoliberal instrumentada por los partidos de la Derecha a partir de la terminación de la guerra fría. Al igual que en 1929, en que el laissez-faire llevó al mundo a una profunda depresión económica, en los año 90 el Estado de bienestar tuvo que volver a asumir la tarea de desfacer los entuertos causados por el fundamentalismo del mercado, la monarquía del capital y la indiscriminada privatización de las economías.
En cuanto a las relaciones entre el Estado y el mercado y al papel que ellos debe jugar en el proceso de la economía, la socialdemocracia desconfía del mercado como asignador de recursos. Esta es una discrepancia insalvable con el liberalismo, el neoliberalismo y el conservadorismo. La socialdemocracia no comparte la tesis de que el mercado abierto sea el fundamento principal del régimen democrático. Considera que esa es una de las tantas argucias del neoliberalismo, pues mientras que la democracia busca la igualdad y la justicia como valores fundamentales del sistema social que auspicia, el mercado tiene otros valores éticos y diferentes objetivos. No le importa que los individuos o corporaciones económicamente fuertes desplacen a los débiles y los sojuzguen. Acepta como un derecho que los primeros expulsen a los incompetentes y les condenen a la extinción económica. La libre competencia consiste, en la mayoría de los casos, en arrebatar a los otros toda oportunidad de ganancia y condenarlos a la desaparición. Sostiene, por tanto, que la <democracia no es compatible con estos procedimientos. Ella acepta la diferencia de opiniones y de creencias pero no las diferencias económicas.
A raíz de la crisis financiera y económica que estalló en Wall Street en septiembre del 2008 y que se extendió rápidamente por el mundo globalizado, ciertos sectores progresistas europeos, duramente críticos contra el caótico orden de cosas neoliberal, plantearon la denominada Socialdemocracia Global (SDG) —de inspiración keynesiana, en lo económico— como la opción alternativa histórica al neoliberalismo de la postguerra fría implantado bajo la inspiración del >thatcherismo inglés y de la <reaganomics norteamericana de los años 80 del siglo anterior.
El economista y profesor filipino Walden Bello, en una conferencia dictada en Berlín el 27 de abril del 2009 en el seno del Partido de la Izquierda alemán, condenó con dureza esa posición reformista. Expresó que “la SDG, aunque crítica con el neoliberalismo, acepta el marco del capitalismo monopolista, que refuerza en lo fundamental el control privado concentrado de los medios de producción, deriva beneficio de la extracción explotadora del valor excedente generado por el trabajo, va de crisis en crisis por causa de sus tendencias a la sobreproducción y, encima, en su búsqueda de rentabilidad, tiende a poner al medio ambiente al límite de sus capacidades”.
En realidad, la socialdemocracia europea se derechizó mucho desde el inicio de este siglo y ha perdido el gran respaldo popular que tenía. En Alemania, por ejemplo, los líderes socialdemócratas y los democristianos de la canciller Angela Merkel arribaron a un impensable acuerdo en la madrugada del 27 de noviembre del 2013 para reelegir a Merkel a un tercer período en la jefatura del gobierno —con el voto de sus dos grandes bloques parlamentarios— y ejercer el poder en coalición con cinco ministros de la CDU, tres de la bávara CSU —partido hermano de la CDU en Baviera— y seis del SPD.
Las condiciones de gobierno impuestas por los socialdemócratas para llegar al acuerdo fueron, entre otras, equilibrar el presupuesto estatal, desechar el aumento inmediato de impuestos, negar la subida de las pensiones millonarias, no abrir nuevas deudas estatales, bajar de 67 años a 63 la edad de jubilación de quienes hubieran aportado por 45 años o más, implantar un salario mínimo interprofesional de 8,5 euros por hora a partir del 2015 y otorgar la doble nacionalidad a los hijos de inmigrantes que deseen ser alemanes sin renunciar al pasaporte de sus padres. Pero bajo presión de los democristianos, los dirigentes socialdemócratas renunciaron a sus tesis de imponer limitaciones a los sueldos de los ejecutivos empresariales y aumentar el impuesto a la renta de quienes percibían altas remuneraciones.
Los militantes socialdemócratas, convocados a un referéndum interno que se realizó del 6 al 12 de diciembre del 2013 —referéndum que resultó vinculante por el alto número de participantes—, decidieron por una mayoría del 76% apoyar el pacto con Merkel e impulsar la "gran coalición" con los conservadores, pese a la opinión, voto en contra y protesta de las juventudes del SPD.
El líder socialdemócrata Sigmar Gabriel informó que 256.643 militantes votaron a favor de la alianza y 80.921 en contra.
El viejo partido centroizquierdista volvió a derechizarse.
Y, con la formalización de la gran coalición de las derechas, asumieron la oposición al gobierno el partido Die Linke —Partido de la Izquierda—, que aglutinaba a disidentes del SPD y a postcomunistas, con 64 escaños en el parlamento, y los verdes, con 63 escaños.
Creo que tiene razón el joven economista y político español Alberto Garzón, investigador de la Universidad Pablo de Olavide en Sevilla y militante de Izquierda Unida (IU), cuando sostiene que desde principios de este siglo la socialdemocracia europea ha defendido un "capitalismo de rostro humano" y ha tratado de "domesticar al capitalismo salvaje", pero que "no hay partido socialdemócrata que se atreva a instaurar los programas políticos de la socialdemocracia clásica de los años 80 del siglo anterior".