Una de las pocas revoluciones dignas de tal nombre en América Latina fue la boliviana de 1952. Su factor detonante fue el golpe de Estado incruento que dio el presidente Mamerto Urriolagoytia en connivencia con los jefes de las fuerzas armadas bolivianas para escamotear el poder legítimamente ganado por el líder del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), Víctor Paz Estenssoro, en las elecciones presidenciales de mayo de 1951.
La historia es la siguiente. En el curso de la crónica inestabilidad política boliviana, en la que alternaban conservadores, liberales y militares golpistas en el poder, los conservadores volvieron a tomarlo en 1947 con el gobierno de Enrique Hertzog, frente a la oposición de los partidos de izquierda. A principios de la década de los años 50 el Partido Comunista fue proscrito. En medio de grandes dificultades de variado orden, Hertzog dimitió y el vicepresidente Urriolagoytia le sucedió en el poder. En las elecciones presidenciales de 1951 Paz Estenssoro, el exiliado líder y fundador del MNR, alcanzó casi la mitad de los votos emitidos; pero al no haber un vencedor absoluto el Congreso debió designar Presidente a uno de los tres candidatos que mayor votación habían recibido. Esto lo mandaba la Constitución. Sin embargo, Urriolagoytia, bajo la presión de los terratenientes y de los barones del estaño, se negó a entregar el poder al doctor Paz Estenssoro y prefirió ponerlo en manos de una junta militar, que nombró como su jefe al general Hugo Ballivián.
Ante un acto tan profundamente antidemocrático, un joven abogado llamado Hernán Siles Suazo, que había combatido en la guerra del Chaco contra Paraguay de 1932 a 1935, con extraordinario coraje convocó al pueblo a la insurgencia y empuñó las armas. Hombre tímido y de pocas palabras, sin ningún interés por comunicar la riqueza de sus conocimientos y experiencias, Siles Suazo condujo la insurrección con sus milicias obreras, lideradas por Juan Lechín, y los sectores disidentes de las fuerzas armadas que habían plegado al movimiento —mandos medios y mandos bajos— y, después de victoriosos combates contra las fuerzas armadas del gobierno, tuvo la admirable gallardía de entregar el poder a su legítimo destinatario, el doctor Paz Estenssoro, quien estaba en ese momento exiliado en México.
Si bien el elemento detonante de la revolución fue el problema electoral, en el curso del tiempo se habían acumulado factores potencialmente revolucionarios, como la frustación de la guerra del Chaco con 50.000 muertos bolivianos, las masacres de mineros, la explotación feudal de los campesinos, el fraude electoral sistemático, las elecciones censuales, la formación de los primeros sindicatos obreros, la fundación de grupos políticos comunistas y trotskistas y la hegemonía de los barones del estaño —Patiño, Aramayo y Hochild—, a quienes el pueblo llamaba “la rosca”, que con sus >trusts mineros vinculados a intereses estadounidenses y británicos ponían o quitaban presidentes y mandaban y desmandaban en Bolivia.
La Revolución Boliviana tomó forma en abril de 1952, impulsada por el Movimiento Nacionalista Revolucionario y por las huestes de mineros, campesinos y estudiantes que, tras derrotar a las fuerzas armadas regulares en los campos de batalla y abatir la dictadura militar, entregaron el mando en un ejemplar acto republicano a Paz Estenssoro.
Paz Estenssoro regresó de su exilio para asumir la presidencia y, bajo su comando, el gobierno emprendió un amplio programa de reformas económicas, decretó la nacionalización de las minas y de la industria minera, estableció el monopolio estatal de la exportación del estaño, realizó la reforma agraria —parcelando los latifundios privados para distribuirlos entre los indios—, alentó la prospección de pozos petrolíferos por empresas extranjeras, instituyó el voto universal —que no existía hasta ese momento— y llevó a cabo una profunda reforma educativa.
En el curso de la Revolución Boliviana liderada por Paz Estenssoro y Siles Suazo se reconoció el Estado multinacional y pluriétnico de Bolivia, fue desmantelado el ejército, se estableció la educación laica y gratuita para todos, se promovió la educación rural, se estableció por primera vez el voto universal —con analfabetos y mujeres—, se eliminaron las relaciones feudales de producción en el campo, se entregaron tierras a los campesinos, se creó la Central Minera Boliviana.
A finales de la década de los años 50 y principios de los 60 la economía boliviana se vio afectada por el descenso continuo de los precios del estaño en los mercados mundiales y por altos índices de inflación. La explotación de las minas de estaño dejó de ser rentable y los esfuerzos del gobierno para reducir el número de empleados y trabajadores y congelar los salarios se encontró con la resistencia de los sindicatos.
Dado que la Constitución boliviana no preveía la reelección, en el segundo período revolucionario se presentó como candidato a la presidencia por el MNR el vicepresidente Hernán Siles Suazo y ganó las elecciones de 1956. Siles dio continuidad a la política de reformas y contribuyó a institucionalizarlas y volverlas irreversibles.
En la continuación del proceso Paz Estenssoro volvió a ser elegido Presidente en 1960. Y promovió la redacción de una nueva Constitución que acrecentara la autoridad del gobierno en materia económica y permitiera la reelección presidencial. En 1964 fue reelegido. Pero al comenzar el nuevo período muchos de sus antiguos colaboradores lo abandonaron bajo el argumento de que el MNR había traicionado sus principios revolucionarios. El ambiente político se enrareció. Y en medio de un levantamiento de los mineros y estudiantes contra el gobierno, Paz Estenssoro fue derrocado un mes después de su reelección por un golpe de Estado militar acaudillado por el general conservador René Barrientos, jefe de la Fuerza Aérea, quien estableció en el poder una junta militar presidida por él.
Allí se cerró el ciclo revolucionario.
Paz Estenssoro —que había ejercido el poder de 1952 a 1956 y de 1960 a 1964— volvió a la presidencia en el período 1985-1989, pero con ideas totalmente diferentes de las que sustentó durante la fase revolucionaria de su dilatada vida política.