Este vocablo tiene, en política, al menos dos significaciones importantes. Es sinónimo de gobierno, o sea del conjunto de autoridades políticas del Estado, pero designa también el ordenamiento político real establecido en una sociedad por el juego de los poderes constitucionales y extraconstitucionales que obran sobre ella.
En este último sentido, la palabra régimen indica las soluciones fácticas que encuentra una sociedad a los problemas de su convivencia. Es, por decirlo así, la manera de ser de una comunidad política. Pero esa manera de ser no siempre se la encuentra en los textos constitucionales. Quiero decir con esto que la verdad de un régimen no está necesariamente en sus normas jurídicas, que pueden tener un valor simplemente nominal, sino en los elementos fácticos que operan dentro de la sociedad y que le dan una determinada configuración política.
La manera de ser política de un pueblo —o sea su régimen— no siempre es lo que dice su esquema constitucional. Con frecuencia la solución política efectiva de una comunidad difiere de lo que estatuye su ley fundamental, ya que al margen de ella operan factores reales que condicionan con fuerza la organización social —tales como sus condiciones geográficas, su potencialidad económica, su <cultura política, las tradiciones y costumbres de su pueblo, el juego de los partidos políticos, la presencia de los grupos de presión, el sistema de comunicación social— y que marcan discrepancias con su ordenamiento jurídico.
Hasta los prejuicios, las ignorancias, las deshonestidades y la imbecilidad humana juegan un papel, y a veces protagónico, en la configuración del régimen político de las sociedades.
Y es que el régimen político va más allá del gobierno. Envuelve a los partidos, movimientos sociales, medios de comunicación colectiva, organizaciones no gubernamentales, grupos de presión económica, corporaciones privadas, sindicatos obreros, universidades y, en general, a todos los operadores políticos y a los poderes fácticos que toman parte, directa o indirectamente, en la formación de las decisiones públicas.
Por eso la <psicología política juega un papel tan importante en la trama social y en su desenvolvimiento. Ella condiciona el pensamiento y la conducta de los actores de la vida pública —sus sensibilidades, percepciones, cogniciones, motivaciones, sociabilización— y determina su manera de ser política.
La cultura política es otro de los factores condicionantes de un régimen. Se entiende por <cultura política, a la luz de la sociología norteamericana de Gabriel A. Almond, Sidney Verba y otros tratadistas de los años 60 del siglo XX —que se inspiraron en los trabajos de los sociólogos Max Weber (1864-1920) de Alemania, Emile Durkheim (1858-1917) de Francia y Talcott Parsons (1902-1979) de Estados Unidos—, el conjunto de conocimientos, tradiciones, valores, mitos, creencias, juicios de valor, prejuicios, opiniones, prácticas religiosas, percepciones, sensibilidades, hábitos, costumbres, recuerdos históricos y símbolos de una comunidad, que orientan su comportamiento político y lo condicionan.
Todo sistema político está respaldado por un cúmulo de tradiciones sociales formadas a lo largo del tiempo. Detrás del monarquismo estuvieron viejas usanzas aristocráticas y prejuicios nobiliarios; detrás del fascismo latieron las tradiciones prusianas reformuladas por Rosenberg, Hess, Rocco, Chimienti, Tambaro, Schmitt y otros exégetas del totalitarismo; el marxismo formó su propia cultura política, diseminada por sus potentes órganos de propaganda, en torno a las ideas del denominado socialismo científico; los regímenes democrácticos se sustentan sobre una peculiar cultura de libertad, igualdad y tolerancia. Siempre hay, como fondo de los regímenes políticos, una trama de ideas, concepciones y costumbres.
El peso de la cultura política —o, en su lugar, de la incultura política— es tan grande en las sociedades, que condiciona la conducta individual y colectiva de sus miembros.
Las rupturas históricas, que son rupturas revolucionarias contra los cánones de la cultura política, desgarran las tradiciones de una sociedad y sustituyen una cultura política por otra.
La actual internacionalización de los medios de comunicación por satélite trasplanta culturas políticas y esparce valores por encima de las fronteras nacionales y continentales. Hay, sin duda, un proceso de unificación cultural transnacional que se da por la acción de los medios de comunicación de masas y la penetración científica y tecnológica a escala planetaria.
De aquí que el verdadero régimen político de un pueblo debe buscarse en el orden de la realidad antes que en el mundo de las normas. Aquél resulta de la combinación de factores jurídicos —el deber ser— y fácticos —el ser— que se mueven y con frecuencia se contradicen en su seno.
Sin embargo, como lo observó Montesquieu hace más de dos siglos, de alguna manera el conjunto de las leyes de una sociedad revela su vocación. Este era el espíritu de las leyes de que hablaba el filósofo francés. De acuerdo con ese espíritu, explicaba Montesquieu, “el engrandecimiento era el objeto de Roma; la guerra, el de Lacedemonia; la religión, el de las leyes judaicas; el comercio, el de Marsella; la tranquilidad pública, el de las leyes de China; la navegación, el de los Rodios; la libertad natural, el del régimen de los salvajes”.
De este modo, el espíritu de las leyes de cada sociedad, aunque no determina su manera de ser efectiva, al menos delata cuál es su vocación.