Este concepto fue descubierto en 1881 por el norteamericano Frederick Winslow Taylor (1856-1915), mientras trabajaba como capataz en una fábrica de acero en Estados Unidos. Fue el primero en aplicar el conocimiento a la ingeniería del trabajo para fecundizar la producción y crear más ganancias para los dueños de las fábricas y mejores salarios para los obreros.
En las teorías de Taylor —que se denominaron taylorismo— se conjugaron la racionalización productiva mediante la secuencia de las tareas y los ritmos de trabajo, la utilización intensiva de maquinaria, un estricto control disciplinario de la fábrica, la eliminación del tiempo ocioso de los trabajadores y la concesión de estímulos económicos —en forma de salarios y premios— para el desempeño individual. Su lema era the right men in the right place. En su concepto, los trabajadores manuales no debían tener injerencia alguna en las oficinas y centros de administración empresarial, ya que, según decía, no se les paga para pensar sino para ejecutar.
Desde entonces, se llama productividad al rendimiento de la producción en función de la unidad de factores productivos utilizados en ella. Los factores de la producción son el capital, el trabajo y la tecnología. Para decirlo con otras palabras, la productividad es la relación cuantitativa entre el volumen de producción resultante —bienes y servicios— y los factores empleados en el proceso productivo. Los economistas suelen expresar esa relación a través de fórmulas matemáticas muy complicadas y distinguen varias clases de productividad: productividad global, productividad por sectores, productividad marginal, productividad del trabajo, productividad de los restantes factores, etc.
En la producción de un bien específico deben emplearse determinados factores productivos. Esos factores se combinan para dar el resultado apetecido. La técnica aconseja la mejor combinación de ellos y su óptima utilización para conseguir la mayor y mejor producción con la menor inversión de los factores. El grado en que estos propósitos se logren se llama productividad. Ella es más alta en la medida en que se obtenga el mayor volumen de producción de bienes más eficientes y de mejor calidad con los menores costes de producción.
Las primeras y más elementales aplicaciones del concepto de productividad se dieron en la agricultura, puesto que la economía de los países fue predominantemente agrícola hasta entrado el siglo XX. Se habló entonces del rendimiento por hectárea o por árbol frutal. Este concepto económico se refinó y complicó después cuando se lo aplicó a la actividad industrial y a los servicios. Y actualmente es uno de los conceptos fundamentales tanto de la <macroeconomía como de la microeconomía.
Forma parte del concepto de productividad la aplicación del conocimiento técnico a la organización de la producción y a la <administración de las tareas productivas. Es la tecnología al servicio de las funciones “gerenciales” de las empresas, que los norteamericanos llaman “management”. Es la aplicación del conocimiento especializado al trabajo, a las herramientas y a los procesos productivos. Es el conocimiento aplicado al conocimiento mismo. Proceso al que se ha denominado “revolución de la administración” y que ha tenido un efecto multiplicador en el rendimiento del capital y el trabajo, o sea en el aumento de la productividad.
El incremento de ella, como medio de elevar el nivel de vida de los pueblos y de alcanzar el desarrollo de los países, se presenta hoy como uno de los propósitos básicos de la actividad económica. Todas las innovaciones tecnológicas llevan esa dirección. La competitividad de las economías en el ámbito internacional tiene también directa relación con la productividad. Ella se ha convertido en el punto focal de las preocupaciones de los estadistas y de los hombres de empresa en todos los países.
Desde 1996, el World Economic Forum —que es una institución privada de investigaciones económicas internacionales con sede en Davos, Suiza— publica su informe de competitividad microeconómica anual, en el que se refleja el grado de productividad de los diversos países en función de su inserción en el mercado mundial. Unos son más competitivos que otros porque su economía es más productiva. En el escalafón elaborado por esta entidad en 1999 sobre la base de sus estudios en 60 países, Singapur, Estados Unidos, Hong Kong, Taiwán, Canadá, Suiza, Luxemburgo, Inglaterra, Holanda, Irlanda, Finlandia, Australia, Nueva Zelandia y Japón van a la cabeza, con altísimos índices de productividad y de competitividad. El primero de los países latinoamericanos, que es Chile, ocupa el puesto 21, México está en el 31, Costa Rica en el 34, Perú en el 36, Argentina en el 42, Brasil en el 51 y los últimos son Zimbabue, Ucrania y Rusia.
Los parámetros que sirven para la medición son, entre otros, la sólida política macroeconómica de sus gobiernos, la confiabilidad de sus instituciones, los avances científicos y tecnológicos, la eficiencia de los gerentes y administradores de las empresas privadas, sus prácticas operativas, la calidad de los recursos humanos, la disponibilidad de capital, los índices de ahorro inversión y otros factores macroeconómicos y microeconómicos.