Palabra que ingresó a la lengua francesa entre los años 980 y 1100, y después a la inglesa, que significa “primero”, ”principal”, “de primer rango”. Viene del latín primarius. Con ella se designa al >primer ministro, esto es, al jefe de un gobierno parlamentario, sea monárquico o republicano.
La institución política de primer ministro surgió a comienzos del siglo XVIII en Inglaterra. Generalmente se dice que Sir Robert Walpole (1676-1745) fue el primero en desempeñar este cargo. La palabra tuvo en sus inicios una connotación de abuso de poder, en el sentido de que a Walpole se le acusaba de arrogarse atribuciones pertenecientes al monarca. En todo caso, durante el siglo XVIII se definió progresivamente la figura del primer ministro, que tomó algunos de los poderes de la corona y que se convirtió en el canal de comunicación entre el gabinete y el rey. Esta función se mantuvo informal hasta 1937, en que se expidió la Ministers of de Crown Act que fue la ley que reconoció el título y reguló por primera vez los deberes y atribuciones de este funcionario. Antes no se le llamaba “primer ministro” sino “first lord of the treasury”. Los países del <commonwealth, que formularon sus Constituciones con arreglo al modelo inglés, acogieron la institución del primer ministro con pequeñas adaptaciones a sus sistemas políticos y también lo hicieron otros países europeos durante el siglo XIX.
Es bien conocido que en el <parlamentarismo el poder efectivo reside en el premier, quien es el superior jerárquico del gobierno y de la administración pública. Comparte su autoridad y sus funciones con el <gabinete, que es el órgano colegiado compuesto por los ministros. El jefe del Estado —que lleva el título de rey en el sistema monárquico y de presidente en el presidencial— aunque es el encargado de nombrar al premier, ostenta sólo poderes simbólicos.
La característica fundamental del parlamentarismo es que, por el tipo de relaciones que mantienen entre sí los diversos órganos del poder —el parmamento, el jefe del Estado, el jefe del gobierno y el gabinete—, el centro de gravedad político reside en el parlamento, cuya mayoría imprime el carácter y la orientación del gobierno.
La propia dinámica del sistema lleva a esto, porque la Función Ejecutiva se fracciona en tres órganos diferentes: la jefatura del Estado, la jefatura del gobierno y el gabinete.
El jefe del Estado, sea monarca o presidente, es el encargado de nombrar al primer ministro y al gabinete, que son los órganos superiores de la administración estatal, pero no puede hacerlo libremente: tiene que obedecer la composición de fuerzas políticas del parlamento, que a su vez resulta del proceso electoral para integrar las cámaras. Durante las elecciones los partidos, para obtener más votos y con ellos mejores posibilidades de formar la mayoría, exhiben ante los electores el nombre de su líder, que sería designado premier en caso de que triunfen. Los electores saben bien que al votar por un partido de hecho votan por un primer ministro. Al final, conformada la mayoría parlamentaria, el jefe del Estado se ve obligado, previa consulta con ella, a designar un primer ministro y un gabinete que cuenten con su confianza.
En el sistema parlamentario las funciones políticas del presidente, y más las del monarca, están sumamente restringidas y a su costa han nacido y se han robustecido los dos órganos que son los que en realidad gobiernan: el gabinete y el primer ministro. Estos son los órganos superiores efectivos de la función ejecutiva, cuya misión es ante todo gobernar, esto es, decidir no sólo sobre las líneas generales de la política interior y exterior sino sobre todas las cuestiones concernientes a la administración del Estado.
La función de premier tiene una importancia decisiva en el parlamentarismo porque es la clave del gabinete y el centro de coordinación de sus actividades. Aunque formalmente su nombramiento proviene de la presidencia o de la corona, según se trate de una república o de una monarquía, en realidad obedece a diversas circunstancias que condicionan la voluntad del jefe del Estado, puesto que el premier debe pertenecer a la mayoría parlamentaria —sin cuya confianza no puede gobernar— y ella, a su vez, resulta de una elección popular en cuyo desarrollo influyen definitivamente la personalidad y el prestigio de los líderes de los partidos contendientes, a quienes el pueblo desde el comienzo mira como candidatos a ocupar el cargo de primer ministro en caso de que sus partidos triunfen en las elecciones.
El nombramiento del premier, en consecuencia, si bien está formalmente atribuido al presidente o al rey, depende directamente del resultado electoral para integrar el <parlamento, el cual a su vez depende en no pequeña medida de la personalidad y prestigio del líder que cada partido exhibe para premier.
Entre las amplias facultades gubernativas de que dispone el primer ministro está la de proponer al jefe del Estado el nombramiento de los ministros del gabinete. De modo que, en términos reales, la composición de este órgano está en manos del primer ministro, aunque es un requisito impuesto por el sistema que las personas llamadas a integrarlo deben contar con la confianza de la mayoría parlamentaria, que es la fuerza determinante de la orientación política del gobierno.
Sin duda, una de las prerrogativas más importantes que le han quedado al jefe del Estado es la de disolver el parlamento, por consejo del premier, cuando el gabinete sufre una derrota en las cámaras legislativas y decide no dimitir hasta conocer la opinión de los electores. En efecto, no todas las derrotas parlamentarias dan por resultado la renuncia de los ministros. A éstos les queda el recurso de apelar al pueblo de la decisión del parlamento, para lo cual el primer ministro se encarga de aconsejar al jefe del Estado la disolución del parlamento y la convocación a nuevas elecciones. Si en ellas obtiene mayoría el partido que sustenta al gabinete, o sea si los electores reafirman su confianza en los ministros y en el programa que ellos desarrollan, el gobierno seguirá como está, sin cambio de personas. Pero si los resultados le son adversos y las fuerzas de oposición obtienen la mayoría en la nueva composición del parlamento, entonces el gabinete se verá obligado a dimitir sin más trámite y el jefe del Estado tendrá que nombrar un nuevo premier, a quien encargará la formación del próximo gabinete, con base en negociaciones con la mayoría parlamentaria.
En el parlamentarismo el jefe del Estado sólo puede ejercer sus funciones con el refrendo de un ministro responsable ante el parlamento. Esta es una forma de hacer efectiva la responsabilidad gubernativa y, en el caso de la monarquía, de combinar la irresponsabilidad del monarca con la responsabilidad de sus ministros. Estos están llamados políticamente a rendir cuentas ante el parlamento, que puede censurarlos en cualquier momento y producir la caída del gabinete.
Todo esto hace del parlamento la fuerza determinante en la conducción del Estado.