Esta palabra proviene del griego. Fue muy usada por Aristóteles para denotar acción o práctica en contraposición con la teoría y con lo teórico. La praxis se refiere a lo empírico en contraste con lo apriorístico, así en lo filosófico como en lo político. Pensadores posteriores —Hegel, Marx y otros— la usaron para significar capacidad de acción, esto es, aptitud de transferir las creencias y proyectos a la realidad.
En contraposición con la teoría o la doctrina política, que son disciplinas puramente especulativas, se denomina praxis política a la aplicación de ellas a la realidad cotidiana, es decir, al empleo práctico de los conocimientos científicos de la política a las tareas de la organización y conducción de los pueblos. La palabra praxis proviene del griego clásico y significaba originalmente la acción de llevar a cabo algo. En su más amplia acepción significa la actividad o el conjunto de actividades prácticas que realiza el ser humano.
Desde remotos tiempos se descubrió la contraposición entre la praxis y la teoría. Durante la Antigüedad habló del tema el filósofo de Alejandría Plotino (205-270), fundador del neoplatonismo, en el siglo III de nuestra era. Y en la filosofía moderna lo hicieron, entre muchos otros, Antonio Gramsci (1891-1937), político y filósofo italiano, quien desarrolló una filosofía según la cual la praxis debía ser la base de toda teorización posible, y los filósofos franceses Jean-Paul Sartre (1905-1980) y Louis Althusser (1918-1990), ambos marxistas, quienes observaron el desfase que con frecuencia se da entre la teoría filosófica, de un lado, y la vida y la acción política, de otro, y sostuvieron en consecuencia que la praxis es un “elemento teórico fundamental”.
Los marxistas confieren un valor especial a la praxis como instrumento de la transformación social por sobre la contemplación teórica de los problemas.
En el ámbito político se usa indistintamente praxis o práctica para denotar la acción en contraste con la teoría, y práctico o pragmático para referirse a los actores de la vida pública que se adecuan a la realidad, no pierden tiempo y saben hacer cosas antes que divagar.
El vocablo pragmático, sin embargo, tiene también otra acepción: la del político que, en caso de contradicción, privilegia las acciones concretas sobre sus principios ideológicos.
Del concepto de praxis derivó la idea de que la política es el arte de lo posible, en el sentido de que el político ni debe perderse en lucubraciones abstractas o en preocupaciones que le condenen a la inacción —pre-ocuparse es ocuparse antes de ocuparse— ni tampoco lanzarse impulsiva y románticamente en aventuras irrealizables, sino hacer de la política tanto el arte de lo posible como el arte de hacer posible lo deseable.
El personaje político debe ser una rara mezcla de conocimiento teórico y pragmatismo. Debe ser un hombre de pensamiento y de acción. La acción sin el pensamiento no sería más que una tosca artesanía en la vida social, sin mayores vuelos ni destino. Pero el político sin la aptitud de “hacer” cosas —y de hacerlas rápida y eficazmente— tampoco irá lejos por muy profunda que sea su preparación teórica. El político debe saber conducir y administrar. Aquel tipo de político, que más que político es intelectual, representa un gran peligro para la sociedad porque carece del instinto del aprovechamiento del tiempo. Pierde todas sus energías útiles en lucubraciones y en cavilaciones interminables. Suele adolecer de “apraxia” —término inventado por el filósofo español José Ortega y Gasset (1883-1955) para designar la incapacidad, casi patológica, para la acción que con frecuencia tienen los intelectuales puros— y carece de la iniciativa, la energía, la decisión y el tiempo para actuar.