El día en que un empleado jubilado del ferrocarril de Estados Unidos —llamado Edwin Drake— decidió hacer un agujero en la tierra, en una aldea de Pennsylvania, para extraer un extraño y oscuro líquido viscoso, cambió el rumbo de la historia humana: se había descubierto el petróleo.
Fue en 1858.
Veinte años después John D. Rockefeller fundó la Standard Oil Trust para dedicarse a la explotación de hidrocarburos y Henry Ford montó quince años más tarde el primer motor de explosión sobre un automóvil. Había empezado la era del petróleo. Y con él, las guerras, los golpes de Estado, los conflictos y la corrupción de una historia que se ha escrito con este pegajoso y maloliente líquido surgido de las entrañas de la tierra.
Con el tiempo, el petróleo se convirtió en el combustible fundamental de la sociedad industrial y el poder de los países exportadores de petróleo se tornó muy grande. Las fortunas que a su amparo se amasaron fueron inconmensurables a pesar del precio vil que tuvieron en el pasado los hidrocarburos en el mercado internacional.
En 1960 se concretó la fundación de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), que ha rendido importantes servicios al mundo: mediante el alza de sus precios contribuyó a frenar el derroche del petróleo —que se vendía a dos dólares el barril—, protegió las reservas de un recurso no renovable del cual depende la sociedad industrial contemporánea e impulsó la búsqueda de fuentes alternativas de energía.
En 1973 el mundo industrializado se vio abocado a una grave crisis causada por el embargo de las ventas de petróleo por parte de las naciones árabes. La seguridad energética de los países desarrollados se puso en peligro. Su proceso industrial se vio detenido. La crisis puso de relieve el grado de dependencia de las economías centrales respecto del petróleo. Hubo escasez energética en ellas, los precios de los hidrocarburos se dispararon y el mundo soportó un proceso recesivo y una cadena de distorsiones económicas.
La crisis energética de 1973, en que el mundo pasó rápidamente de la disponibilidad de energía abundante y barata a la escasez y a la carestía, abrió un haz de posibilidades de investigación de fuentes energéticas alternativas. Una de ellas fue la opción nuclear, si bien muy discutida no sólo por los ecologistas, en razón de los riesgos de contaminación que entraña y por la necesidad de crear cementerios destinados a guardar residuos radiactivos durante milenios, sino también por los economistas que desconfiaban de las grandes e inciertas inversiones que demandaban las macrocentrales. La idea era convertir, mediante la fusión del átomo, el hidrógeno —que es el elemento más abundante de la naturaleza— en energía. Otra opción energética era volver al carbón. Pero el retorno al combustible de la primera >revolución industrial tampoco estaba exento de problemas ambientales. Aumentaría las emisiones de bióxido de carbono (CO2) hacia la atmósfera, causa principal del llamado <efecto invernadero sobre el planeta. Se habló entonces de las llamadas energías alternativas: la energía solar, la energía eólica, el aprovechamiento térmico de los residuos urbanos, la geotermia, la energía de los mares.
Los recursos naturales son de dos clases: renovables y no renovables. Los primeros no se agotan porque poseen la capacidad de reproducirse. Los recursos de la agricultura tienen esta característica, lo mismo que los ictiológicos. Son recursos vivos, móviles, que obedecen a un ciclo vital. El hombre los arranca del suelo o del agua pero se reproducen y le vuelven a ofrecer sus frutos. Los recursos no renovables, en cambio, son inertes. No renacen. Se agotan a medida que el hombre los explota.
La riqueza minera es de esta clase de recursos. Y, entre ellos, el petróleo ha sido durante los últimos cien años de la vida de la humanidad el más importante, ya como combustible o ya como materia prima para la industria. Durante esta etapa, toda la actividad económica de la sociedad se ha sustentado, directa o indirectamente, en el petróleo.
Es vieja la discusión en torno al agotamiento de los recursos naturales. Dos grandes corrientes de pensamiento se han enfrentado a lo largo del tiempo: la de los "catastrofistas" o "neomaltusianos", que sostiene que los recursos del planeta son finitos y que, por tanto, el crecimiento económico tiene sus límites; y la de los "optimistas" —los cornucopians, como se los llama en inglés— que cree que nunca se agotarán los recursos naturales porque la ciencia y la tecnología encontrarán progresivamente los medios de acceso a recursos que antes eran inaccesibles e, incluso, acudirán al reciclaje de los recursos usados para cubrir las ampliadas necesidades sociales.
A pesar de la alta jerarquía intelectual de algunos de los sustentadores de esta posición —con el estratego nuclear norteamericano Herman Kahn (1922-1983), a la cabeza— creo que ella es filosófica, científica y económicamente insostenible, puesto que hay un proceso de agotamiento de los recursos naturales conforme crece su explotación.
En el informe Global Trends 2015 preparado por un equipo multidisciplinario de científicos y técnicos contratados por el National Intelligence Council del gobierno de Estados Unidos, que fue publicado en internet a finales del año 2000, se echa una mirada al desarrollo del mundo en los próximos quince años desde la perspectiva de la seguridad norteamericana y, en el campo energético, se sostiene que China y, en menor medida, la India tendrán incrementos especialmente dramáticos de su consumo de energía. En los próximos años solamente una décima parte del petróleo del Golfo Pérsico irá hacia los mercados occidentales; y tres cuartas partes se volcarán a Asia, que sustituirá a Estados Unidos —que representa más de la mitad del incremento de la demanda mundial— como el primer demandante de recursos energéticos.
El agotamiento de las fuentes tradicionales del petróleo ha conducido a buscar dos hidrocarburos no convencionales: el shale oil y el shale gas, que se encuentran en zonas terráqueas más profundas, donde están las capas de esquisto bituminoso de las que se extrae este tipo de hidrocarburos.
El denominado shale oil es petróleo de esquisto, es decir, petróleo que proviene de las capas rocosas que yacen bajo las minas hidrocarburíferas tradicionales.
Estados Unidos tienen gigantescas reservas de esquisto, han comenzado a explotarlas y pueden convertirse a corto plazo en los mayores productores de petróleo y gas no convencionales del mundo y en los mayores exportadores netos de energía, con muy importantes consecuencias geoeconómicas y geopolíticas globales en el marco de la shale revolution, que llaman los norteamericanos.
El economista francés Guy Sorman, en un artículo titulado "El fin de la ideología verde" (2011), sostiene que "gracias a las nuevas técnicas de fracturación hidráulica y perforación horizontal, el shale gas puede convertirse en el recurso energético dominante del futuro. El shale gas podría así reducir la dependencia del petróleo y del gas de la OPEP y disminuir la emisión de carbono. El gas genera diez veces menos carbono que la biomasa o el etanol, algo que los ecologistas promueven tan fervientemente".
También Argentina tiene posibilidades de explotar estos hidrocarburos no convencionales en la zona de Vaca Muerta, provincia de Neuquén, donde posee grandes reservas de rocas de esquisto. Según estimaciones hechas en el 2013 por la Agencia Internacional de Energía —International Energy Agency (IEA)—, Argentina tiene reservas de shale gas por 774 Tcf (trillones de pies cúbicos), que le colocarían solamente detrás de Estados Unidos y China en materia de reservas de gas no convencional en el mundo.
Canadá, México, Brasil, Alemania, Polonia, Australia y China tienen también estas minas.
La explotación del petróleo de esquisto, de aguas profundas y de arenas bituminosas, aumentará significativamente la producción hidrocarburífera global en los próximos años. Serán centenares de miles de millones de barriles de petróleo procedentes de fuentes no convencionales que se incorporarán a la oferta comercial.
Es previsible que, en tales circunstancias, se produzca una importante baja en el precio del petróleo en el mercado internacional. Y Estados Unidos se convertirán en el principal productor y exportador neto de este tipo de combustible.
Según afirmó a comienzos del 2014 el economista estadounidense Edward Morse —profesor de Columbia University y Johns Hopkins University y jefe de Commodities Research at Citigroup en Nueva York— con el auge global de este tipo crudo petrolero se abrirá "una era de independencia energética norteamericana" y, concomitantemente, se impondrá una prueba de fuego a la economía de Rusia, en la cual los hidrocarburos representan alrededor del 70% de sus exportaciones.
En realidad, los norteamericanos alcanzaron su apogeo productivo de petróleo —su peak oil— en la segunda década de este siglo con la explotación del petróleo de esquisto, es decir, el petróleo proveniente de las capas rocosas que yacen bajo las minas hidrocarburíferas tradicionales.
La explotación del petróleo de esquisto, de aguas profundas y de arenas bituminosas empezó a aumentar significativamente la producción hidrocarburífera global. Centenares de miles de millones de barriles de petróleo procedentes de fuentes no convencionales han empezado a incorporarse a la oferta comercial. Es previsible que, en tales circunstancias, se dé una importante baja en el precio del petróleo en el mercado internacional. Y Estados Unidos se convertirán en el principal productor y exportador neto de este tipo de combustible.