Se conoce con este nombre a la teoría formulada por el geofísico norteamericano Marion King Hubbert en 1956, según la cual los campos petrolíferos en Estados Unidos debían alcanzar su nivel más alto de producción entre 1965 y 1970 y la explotación mundial llegaría a su apogeo en el año 2000, después de lo cual empezarían a declinar.
La teoría fue formulada por Hubbert a partir del estudio de las cifras históricas de rendimiento de la producción hidrocarburífera y fue presentada en un documento entregado en ese año a la reunión del American Petroleum Institute.
El geofísico norteamericano sostuvo que la explotación petrolera llegaría a su apogeo productivo —peak oil— en los años previstos, después de lo cual iniciaría un proceso de disminución que seguiría una curva en forma de campana, esto es, primero un crecimiento lento y sostenido de la producción, luego un empinado aumento de ella hasta llegar a su línea máxima, después un lento declive y finalmente una caída brusca.
Marion K. Hubbert (1903-1989), el controvertido investigador estadounidense, fue el primer científico en aplicar coordinadamente los principios de la geología, la física y las matemáticas a la proyección de la futura producción hidrocarburífera de las reservas probadas norteamericanas. Y esta operación sirvió de base para calcular la producción mundial.
La teoría de Hubbert se fundaba en un índice de largo plazo de la explotación y agotamiento de las reservas de hidrocarburos en Estados Unidos y en el mundo. Con base en un modelo matemático de la extracción del petróleo —denominado curva de Hubbert—, ella predijo que la producción hidrocarfurífera en el territorio continental de Estados Unidos disminuiría en la forma señalada, aunque la mayor parte de los yacimientos norteamericanos en Alaska y costa afuera de California no habían sido perforados, de acuerdo con una decisión política del gobierno norteamericano para precautelar sus reservas.
Sin embargo, las corporaciones internacionales especializadas estimaban que la cima de la “campana” de Hubbert, es decir, la máxima producción mundial se daría entre los años 2010 y 2020 y que, por tanto, urge encontrar fuentes alternativas de energía.
Las predicciones de Hubbert no se cumplieron con precisión, en parte debido a que él no pudo prever las drásticas decisiones de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) con ocasión de las crisis energéticas de 1973 y 1979 y de la crisis de precios de 1990 causada por la guerra del Golfo Pérsico, que redujeron sustancialmente la demanda mundial de hidrocarburos y que postergaron —aunque no invalidaron— las previsiones del geofísico norteamericano. No obstante, algunos economistas dudan de la eficiencia de la fórmula de Hubbert, ya que ella depende de las variables del consumo y del descubrimiento de nuevos yacimientos.
Dado que el >petróleo es un recurso no renovable cuya producción, según datos del 2005, está declinando en treinta y tres de los cuarenta y ocho mayores productores mundiales, la teoría de Hubbert es objeto de frecuentes discusiones referidas a los potenciales efectos que tendría el déficit petrolero sobre la economía del planeta. Está claro que las predicciones de Hubbert se refieren a una escasez geológica —y no política— de petróleo, que causará un severo quebranto económico y muy graves trastornos sociales a escala planetaria.
Al iniciarse el siglo XXI el aprovisionamiento mundial de energía provenía de cuatro fuentes: petróleo, en un 40%; gas natural, en alrededor del 25%; carbón, aproximadamente el 25%; y el 10% restante, diversas energías: nuclear, solar, hídrica, eólica, geotérmica, biogás, biodiésel y otras.
Cuando hablamos de “petróleo” nos referimos al petróleo regular o convencional, bien entendido que existen también otras especies hidrocarfuríferas: gas natural, petróleos pesados y extra-pesados, petróleo de aguas profundas, sustancias bituminosas, petróleo de pizarra, etc.
La Association for the Study of Peak Oil and Gas (ASPO), fundada en el 2000 por el geólogo norteamericano Colin J. Campbell, presagió en el 2005 que el proceso de declinación petrolera —con una demanda diaria de 84,9 millones de barriles de petróleo crudo, que significaban cerca de 31 billones de barriles al año, según cálculos de la International Energy Agency— debía producirse alrededor del año 2010 y la del gas natural entre el 2010 y el 2020. En igual sentido se pronunció el científico francés, especialista en el estudio de reservas petrolíferas y miembro de la ASPO, Jean H. Laherrère. El United States Geological Survey estimaba, en cambio, en un estudio efectuado el 2000, que con la proyección de los parámetros de producción y consumo de ese año habría en el mundo suficientes reservas petrolíferas por cincuenta a cien años y que el peak oil se produciría alrededor del año 2037.
Los cerca de mil billones de barriles de petróleo en que se estimaban las reservas recuperables de la Tierra en el 2004 —65% de los cuales estaba localizado en seis países del Oriente Medio— se agotarán en los siguientes 32 años si se mantiene la tasa de consumo de 31 billones de barriles por año. De modo que no queda petróleo para mucho tiempo.
Según el Cambridge Energy Research Associates, a la humanidad le tomó ciento veinticinco años consumir el primer trillón de barriles de petróleo pero le tomará apenas treinta años el siguiente trillón.
No obstante, el grupo de científicos norteamericanos que, bajo el patrocinio de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y el National Intelligence Council, formuló en el 2000 una prognosis del mundo, contenida en el documento "Global Trends 2015", afirmó algo totalmente diferente: “A pesar del aumento del 50 por ciento de la demanda global de energía, los recursos energéticos serán suficientes para satisfacer la demanda; las últimas estimaciones sugieren que el 80 por ciento del petróleo mundial existente y el 95 por ciento del gas natural se mantendrán bajo tierra” en aquellos años.
El precio del petróleo en el mercado internacional aumentó 5,5 veces desde la crisis asiática 1998/99 hasta finales del 2004 y ésta fue una tendencia estructural y no meramente conyuntural originada, entre otras razones, en el dramático aumento del consumo de China e India y en el comienzo de la declinación de la producción de la OPEP, que rompieron el equilibrio entre la oferta y la demanda. Fenómeno al que no fue ajena la disminución relativa de la capacidad de refinación. Lo cual ocurrió a pesar de la importante disminución del consumo de derivados del petróleo en los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) —el 1,7% por unidad de PIB desde el año 2000— por la utilización de tecnologías menos intensivas en petróleo y el aprovechamiento de fuentes alternativas de energía.
Estimaciones hechas por medio de regresiones logarítmicas aplicadas a los precios medios anuales del petróleo crudo en el mercado internacional durante la década 1995-2005 permitieron avizorar que el precio del barril se situaría sobre los cien dólares —como así ocurrió— a partir del año 2010. Pero esa tendencia alcista, fuera de toda previsión, empezó a derrumbarse en el 2015 con terribles efectos financieros en los países exportadopres. Este fue un fenómeno estructural —independiente de las perturbaciones temporales de la oferta de naturaleza política— que ocasionó una grave recesión en la economía mundial, con crecimiento negativo de los índices de producción y un alza del nivel general de precios, es decir, una <estanflación global, según señalaron los estudios macroeconómicos.
Después de cincuenta años de investigaciones, los más renombrados científicos en materia petrolera llegaron a ocho conclusiones de futuro:
1) que ha sido descubierto el 95% del petróleo recuperable del planeta;
2) que se ha extraído y consumido aproximadamente la mitad de ese petróleo;
3) que a partir de 1981 el consumo de petróleo ha sido más rápido que el encuentro de nuevos yacimientos;
4) que la tasa de explotación de los campos hidrocarburíferos se está acercando a su punto culminante —el peak oil— y que podría mantenerse por un reducido número de años, para después bajar ineluctablemente;
5) que la era del petróleo abundante y barato quedó atrás;
6) que en la medida en que se profundice la escasez de petróleo se agudizarán los conflictos internacionales en función del control de las fuentes de abastecimiento —especialmente en el Oriente Medio— y de sus canales de comercialización;
7) que uno de los factores de aumento de la demanda mundial de hidrocarburos son China e India, cuyas crecientes necesidades de energía para sus aparatos productivos y para los requerimientos de sus gigantescas poblaciones se ven agudizadas por sus afanes de alcanzar los índices económicos de los países prósperos de Occidente; y
8) que la humanidad está abocada a buscar nuevas fuentes de energía para suplir a las petrolíferas cuando éstas se agoten.
La vida política y socioeconómica de la humanidad transcurrió en el siglo pasado bajo el patrocinio de un petróleo abundante y barato. Los engranajes de la industria operaron y se lubricaron con petróleo, igual que las tareas agrícolas. Todo el aparato de guerra se movió con petróleo. La historia del hombre fue, en el siglo XX, la historia del descubrimiento, extracción e industrialización del petróleo barato, con ocasionales crisis políticas de abastecimiento y de precios. Pero la era del petróleo abundante y barato terminó y han advenido los tiempos de penuria y altos precios.
Se estima que las necesidades globales de energía crecerán en un 50% hasta el año 2030 y que el 45% de ese crecimiento corresponderá a China e India.
Los estudios apuntan a que China, superando a Estados Unidos, será la mayor consumidora de energía. Martin Wolf, a la sazón principal comentarista económico del diario británico "Financial Times", escribió a finales del 2007 que el incremento de la demanda de energía de China entre el 2002 y el 2005 equivalió a la cantidad de energía consumida por el Japón en todo el año 2007. Con este argumento puso en evidencia la gravedad del problema energético del mundo en los años venideros y también la preocupación por la creciente emisión de dióxido de carbono producida por la quema de los combustibles fósiles, que aumentará en alrededor del 57% entre el 2005 y el 2030. China, Estados Unidos, Rusia e India contribuirán con las dos terceras partes del aumento de esa contaminación. Algunos expertos prevén que el crecimiento de estos combustibles representará el 84 por ciento del incremento total de combustibles entre el año 2005 y el 2030 por su rol en la producción de energía. Al respecto, comentó Wolf que “el deseo del resto el mundo de incorporarse a un modo de vida intensivo en el uso de la energía, y del que ahora sólo disfrutaba un sexto de la población mundial, es legítimo pero traerá importantes consecuencias económicas, estratégicas y medioambientales”.
En el mismo lapso se ha previsto que el carbón —elemento energético altamente contaminante pero barato— ascienda del 25% al 28% del comercio global de energía, porcentajes en los que China e India representarán el 45%.
A comienzos del siglo XXI alrededor del noventa por ciento de los productos energéticos provenía de combustibles fósiles —petróleo, gas natural, carbón—, que son productos extinguibles y fuertemente contaminantes. Esto fuerza a buscar fuentes alternativas de energía en sustitución de los hidrocarburos. El biogás es una de ellas. El biodiésel, otra. El biogás es un elemento combustible producido artificialmente por la putrefacción de materia orgánica —basura, estiércol, vegetales, desechos, aguas servidas y otros materiales biodegradables— en tanques o recipientes cerrados de ladrillo, cemento o metal —denominados biodigestores—, en condiciones anaerobias, es decir, sin oxígeno. Este proceso de digestión libera la energía química de la materia orgánica, que se convierte en gas. Este gas se utiliza en vehículos automotores y en máquinas generadoras de energía eléctrica o de otros fines industriales, en sustitución de la gasolina y el diésel. Tiene la ventaja de ser un recurso renovable, su combustión es limpia y no lanza dióxido de carbono (CO2) hacia la atmósfera. Por este medio la basura y los desechos orgánicos pueden convertirse en electricidad.
El agotamiento de las fuentes tradicionales del petróleo ha conducido a buscar dos hidrocarburos no convencionales: el shale oil y el shale gas, que se encuentran en zonas terráqueas más profundas, donde están las capas de esquisto de las que se extrae este tipo de hidrocarburos.
Pero su extracción es no solamente más compleja y costosa sino también más contaminante por la emisión de gases de efecto invernadero.
El denominado shale oil es petróleo de esquisto, es decir, petróleo que proviene de las capas rocosas que yacen bajo las minas hidrocarburíferas tradicionales.
Estados Unidos, que tienen gigantescas reservas de esquisto —situadas especialmente en Colorado, Wyoming y Utah—, pueden convertirse en los mayores productores de petróleo y gas no convencionales del mundo y en los mayores exportadores netos de energía, con muy importantes consecuencias geoeconómicas y geopolíticas, en el marco de la shale revolution, que llaman los norteamericanos.
También Argentina tiene posibilidades de explotar estos hidrocarburos no convencionales en la zona de Vaca Muerta, provincia de Neuquén, donde posee grandes reservas de rocas de esquisto. Según estimaciones hechas en el 2013 por la Agencia Internacional de Energía —International Energy Agency (IEA)—, Argentina tiene reservas de shale gas por 774 Tcf (trillones de pies cúbicos), que le colocarían solamente detrás de Estados Unidos y China en materia de reservas de gas no convencional en el mundo.
Poseen también esta clase de minas Canadá, México, Brasil, Alemania, Polonia, Australia y China.
La explotación del petróleo de esquisto, de aguas profundas y de arenas bituminosas aumentará significativamente la producción hidrocarburífera global en los próximos años. Serán centenares de miles de millones de barriles de petróleo procedentes de fuentes no convencionales que se incorporarán a la oferta comercial. Es previsible que, en tales circunstancias, se producirá una importante baja en el precio del petróleo en el mercado internacional. Y Estados Unidos se convertirán en el principal productor de este tipo de combustible y en exportador neto. Según afirmó a comienzos del 2014 el economista Edward Morse, jefe de Commodities Research at Citigroup en Nueva York, con este auge global del crudo petrolero se abrirá "una era de independencia energética norteamericana" y, concomitantemente, se impondrá una prueba de fuego a la economía de Rusia, en la cual los hidrocarburos representan alrededor del 70% de sus exportaciones.