Es una banda urbana, compuesta generalmente por personas jóvenes de ambos sexos, que se dedica a actividades delictivas y violentas. Lleva un nombre distintivo —gangster disciples, latin kings, vice lords, comemuertos, mara salvatrucha (MS-13), ñetas, bloods, crips o tantos otros— y sus miembros se identifican por el estilo de vestir, el uso de ciertos colores, el corte del cabello, tatuajes, símbolos, señas con sus manos y el uso de un argot característico. Usualmente los tatuajes incluyen el nombre, las iniciales o el símbolo de la pandilla y el nombre o sobrenombre del pandillero.
Las pandillas —llamadas también maras en México y Centroamérica, gangs en Estados Unidos, naciones en otros países, tribus en algunos lugares— imponen sus propios códigos, tienen mandos y jerarquías, adoptan estructuras paramilitares, implantan una férrea disciplina sobre sus miembros y elaboran su lenguaje críptico.
Están integradas por jóvenes de entre 13 y 21 años de edad que abandonan sus estudios y sus familias y se insertan en las aventuras pandilleras. Esos jóvenes generalmente sufren trastornos de personalidad, desadaptación social y, en su anómala búsqueda de identidad, optan por la cultura de la violencia. Ingresar a una pandilla es asunto complicado porque los aspirantes deben rendir pruebas muy difíciles, pero salir de ella es peligroso y hasta suicida. Al ingresar, el aspirante tiene que demostrar que merece hacerlo, para lo cual hay todo un ritual de admisión compuesto de muy rigurosas pruebas. Debe demostrar su fuerza, valor y decisión. El “salto al agua” —que así se llama la prueba de ingreso— ha de ser exitoso. De lo contrario se le deniega la entrada. Con frecuencia la prueba de admisión consiste en cometer un delito riesgoso —consecución de drogas, agresiones, asaltos, robos, homicidios— y, en el caso de las mujeres, suele incluirse un requisito sexual: hacer el amor con varios de sus jefes.
La membresía de una pandilla es un hecho secreto. Los pandilleros saludan entre sí de una manera especial. Su indumentaria y sus giros idiomáticos son característicos. Utilizan un lenguaje críptico. En la jerga pandillera “cumplir una misión” es cometer un delito. Con todo, hay pandilleros que llevan una vida doble: estudian o trabajan normalmente y en las horas libres sirven a la pandilla.
"Por la esquina del viejo barrio lo vi pasar
con el tumbao que tienen los guapos al caminar
las manos siempre en los bolsillos de su gabán
pa’ que no sepan en cuál de ellas lleva el puñal.
usa un sombrero de ala ancha de medio lao
y zapatillas por si hay problema salir volao,
lentes oscuros pa’ que no sepan que está mirando
y un diente de oro que cuando ríe se ve brillando".
Y su final, a pesar de los otros desenlaces preparados por las políticas rehabilitadoras de la sociedad, es generalmente el de Pedro Navaja: muerto a tiros al son de la vida.
"Y créanme gente que aunque hubo ruido nadie salió.
No hubo cruriosos, no hubo preguntas, nadie lloró.
Cinco millones de historias tiene la ciudad de Nueva York.
¡La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida! ¡Ay, Dios!"
En las pandillas hay una emulación interna de valor, audacia, iniciativa, arrogancia y atrevimiento entre sus miembros. Esa emulación forja los liderazgos. Se da una permanente competencia de conductas aguerridas y crueles. Los pandilleros sienten que un insulto, una burla, una mirada despectiva son una afrenta que debe merecer inmediata respuesta. De lo contrario perderán el respeto de sus propios compañeros. Hacia el exterior ellos actúan solidariamente entre sí. La venganza por las agresiones o las afrentas recibidas es una ley. El ataque a un miembro recibe una respuesta colectiva.
Aunque el pandillaje tiene vinculaciones con la pobreza —puesto que sus miembros se reclutan principalmente en los sectores marginados— las pandillas no son necesariamente un problema de penuria económica. Hay pandilleros procedentes de capas medias acomodadas. Es un fenómeno más complejo que tiene que ver con el hogar, la educación, la crisis familiar, el déficit de autoestima de los jóvenes, la televisión con su exacerbación de la violencia y la sexualidad, los desajustes culturales, el hacinamiento demográfico, la exclusión social, la soledad en el seno de la sociedad de masas, la liberación de tensiones y frustraciones acumuladas, la pérdida de control sobre la vida, la falta de experiencias exitosas, la incertidumbre respecto al destino.
El pandillaje, que se expresa en forma de violencia juvenil, es sin duda uno de los síntomas de la descomposición social y forma parte del síndrome de frenesí e inconformidad que afecta a amplios sectores de la adolescencia y la juventud, junto con la drogadicción, el alcoholismo, la delincuencia, los desafueros callejeros, las “barras bravas” en los estadios y otras manifestaciones de violencia y amargura.
Para algunos jóvenes la pandilla es su única forma de compañía y recreación. Hay pandillas que matan por placer, por experimentar emociones fuertes y sensaciones nuevas, por vivir aventuras y por secretar adrenalina, no por necesidad. Y hay pandilleros que buscan poder, reconocimiento, celebridad o notoriedad, no ingresos. Estos son los “héroes” de las pandillas. Muchos de ellos han pasado por las cárceles. Las cárceles son para ellos un título de prestigio, una prueba de valor, un curso de perfeccionamiento delictivo. De allí salen mejor preparados para delinquir. Las calles son su escuela, pero las cárceles son su universidad.
La rivalidad entre las pandillas juveniles es constante. Son frecuentes las “guerras” entre ellas. Su causa principal: el dominio territorial. Ellas marcan su “territorio” mediante garabatos multicolores en las paredes de las ciudades. Este es un fenómeno de escala mundial. Casi no hay ciudad mayor de 250 mil habitantes que no tenga pintarrajeadas sus paredes. Esos garabatos no llegan a ser <graffiti porque carecen de mensaje. Son, en realidad, simples garrapatos que ensucian muros y fachadas, comprensibles sólo para los pandilleros, mediante los cuales las bandas reivindican su “territorio” dentro de las ciudades y advierten a las bandas rivales para que no traspasen sus linderos. La tachadura de uno de esos garrapatos o su inscripción en el “territorio” de otra pandilla significa una declaración de guerra y trae consecuencias violentas.
En torno de las pandillas impera la ley del miedo. La gente sabe pero calla. Ellas imponen el terror en la comunidad donde se desenvuelven. Hay una relación constante entre los índices de violencia pandillera y el volumen de población urbana. Todas las ciudades de más de 250.000 habitantes sufren la acción de las pandillas. Y esa acción aumenta en las urbes masificadas. La proliferación de pandillas ha incrementado los índices de criminalidad en el mundo urbano. Hay países —El Salvador, Guatemala, México, Estados Unidos— donde el auge pandillero se ha convertido en un azote público.
Según el Federal Bureau of Investigation (FBI) —datos del 2011— en Estados Unidos operaban ese año alrededor de treinta y tres mil maras hispanas que agrupaban a un millón cuatrocientos mil pandilleros con vocación de cometer toda clase de desafueros y que constituían una de las principales causas de la inseguridad interior y de la violencia en ese país. La mayor concentración de ellas está en las ciudades de Los Ángeles y Chicago, donde alrededor del 60% de los homicidios son causados por las pandillas, según informaciones del Departamento de Justicia de Estados Unidos. Se estima que el 49% de los miembros de las bandas son inmigrantes hispanos o descendientes de ellos, el 31% afroamericanos, el 13% blancos y el 7% asiáticos.
El pandillismo es, por tanto, un fenómeno político en la medida en que tanta incidencia tiene en la vida pública de las sociedades. Buena parte de la tranquilidad social se ve turbada por la acción de las bandas juveniles callejeras.
Recuerdo que en los años 70 del siglo XX los altos exponentes del <maoísmo en China, durante su enconada querella ideológica y política contra los líderes del comunismo soviético, utilizaban la palabra “pandilla” para atacarlos. Se referían a ellos como la “pandilla de renegados revisionistas soviéticos”.