Palabra inglesa, que no tiene una exacta traducción al castellano, con la que se suele denominar a quien, estando fuera de los cuadros partidistas y de la vida pública activa de un país, participa por primera vez como candidato en un proceso electoral.
Con este vocablo se designa en inglés a la persona o cosa excluida de un grupo o equipo. Se la usa mucho en el campo de la hípica para referirse al caballo al que se considera sin posibilidades de ganar la carrera.
Trasladado a la política, el término “outsider” designa a la persona que, por propia voluntad, se ha mantenido al margen de la vida pública. Es lo contrario de militante político. En algunos casos es el “antipolítico”. En los últimos tiempos se ha puesto de moda esta palabra debido al éxito electoral alcanzado por personas que, sin ningún antecedente político, han sido elegidas en votaciones universales y directas para ocupar funciones públicas de naturaleza electiva. Se podrían citar, entre otros, los casos de Fernando Collor de Mello en Brasil, Alberto Fujimori en Perú, Antanas Mockus en la Alcaldía de Bogotá (que es la segunda función electiva más importante de Colombia), Silvio Berlusconi en Italia, Emmanuel Macron en Francia. Son estos algunos de los casos de personas elegidas para funciones públicas al margen de los cuadros políticos tradicionales. En algunos lugares, los pueblos parecen haberse cansado de los políticos profesionales, de su aventurerismo y corrupción, e inclinado en favor de los “antipolíticos”.
Mucho se podría escribir sobre el tema. Las maniobras, los pactos y contrapactos, la <corrupción, la farsa, las acrobacias públicas, la falta de <autenticidad, el <oportunismo, el <arribismo y otras linduras de la impropiamente llamada “clase” política han terminado por fatigar a los pueblos y les han conducido a buscar soluciones alternativas que se apartan de los “siete pecados capitales” de los políticos convencionales.