Fue el pensamiento y la actitud de los jacobinos, en los tiempos de la Revolución Francesa. Los jacobinos fueron los más exaltados, violentos e intransigentes de los revolucionarios, dirigidos por Dantón, Marat y Robespierre. Después de los Estados Generales de Versalles en 1789, ellos formaron primero una sociedad secreta —denominada club bretón— y, pasadas las jornadas sangrientas del 5 y 6 de octubre, empezaron a reunirse en el convento que antes fue de los frailes jacobitas (situado en la calle San Jacobo de París), donde constituyeron la Société des amis de la Constitution.
Esta circunstancia les dio el nombre, porque sus adversarios comenzaron a llamarles jacobinos. Ocurrió con ellos el mismo hecho curioso que con los protestantes, los marxistas y los maoístas: que deben el origen de su nombre a sus adversarios.
Fueron los jacobinos quienes presionaron para la disolución de la Asamblea General Legislativa a fin de dar paso la Convención, que habría de condenar a muerte a los reyes y a miles de sus colaboradores y de incorporar los principios revolucionarios a la legislación constitucional de Francia. La Convención, en realidad, fue la heredera de todo el movimiento ideológico innovador del siglo XVIII. De los jacobinos surgió la fracción más radical de los representantes populares, cuyos miembros tomaban asiento hacia la izquierda y en los escaños más altos del escenario de la Convención y a los que se llamaba los montañeses.
Enemigos furibundos del trono y de la Iglesia, los jacobinos tomaron por la fuerza el 9 de agosto de 1792 la commune de París y asumieron todos los poderes de la ciudad. Lo hicieron por orden de Dantón. Bajo su control, la Convención abolió la monarquía e instauró la república francesa, una e indivisible, el 25 de septiembre de 1792. Suprimió los títulos honoríficos, proclamó la igualdad y estableció el trato de “ciudadanos” para todas las personas no obstante la función que desempeñen. Después de un juicio sumario, declaró culpable de conspiración contra la libertad pública a Luis XVI y le condenó a muerte, por escasa mayoría de votos. Fue ejecutado el 21 de enero de 1793. Creó el Comité de Salud Pública encargado de velar por la seguridad del Estado y de reprimir la acción contrarrevolucionaria. Fueron pasados por la guillotina los principales líderes girondinos, que representaban el sector moderado y transigente de la revolución. Marat, Dantón y Robespierre, los tres grandes caudillos jacobinos, asumieron el control de la situación. Sin embargo, no pudieron escapar al sino trágico de los revolucionarios: Marat fue asesinado por Carlota Corday, Robespierre condenó a la guillotina a Dantón y poco tiempo después él corrió la misma suerte.
La revolución devoró a sus propios hijos.
El jacobinismo se inspiró en el espíritu del libre pensamiento y del racionalismo de la <Enciclopedia francesa, en las ideas de >libertad e igualdad de Juan Jacobo Rousseau y en la teoría de la <división de poderes y de la garantía de los <derechos humanos de Montesquieu. Su pensamiento tuvo muy fuertes connotaciones revolucionarias, irreligiosas y anticlericales. Jacobinismo significó desde entonces radicalismo anticonfesional. Este fue filosóficamente el jacobinismo. Pero tan importantes como sus ideas fue su actitud para defenderlas e imponerlas. La intransigencia doctrinal, el puritanismo y la austeridad fueron algunas de sus características fundamentales. Alguien lo denominó, por eso, “la tiranía de la virtud”. Y, desde entonces, se llama jacobinismo a la pasión e intolerancia para defender los principios filosófico-políticos más radicales de la Revolución Francesa.
Pero la palabra jacobinismo, como muchas otras del vocabulario político, se tornó polisémica. Si atendemos a sus orígenes históricos, ella está llamada a designar una actitud revolucionaria, radical, intransigente y resuelta a imponer y alcanzar sus objetivos políticos con fuerza y convicción. Los jacobinos franceses fueron hombres de esas condiciones. Anhelaban que los cambios sociales y políticos fueran profundos y rápidos. Querían romper las amarras con el pasado y con sus instituciones. Eran librepensadores, racionalistas, revolucionarios, anticlericales y antiaristocráticos. Estaban convencidos de que, en ese momento y en esas circunstancias, la violencia y la centralización del poder político eran inevitables para salvar a Francia.
El 9 de agosto de 1792, por orden del líder jacobino Georges-Jacques Dantón, el pueblo tomó por la fuerza la commune de París y los líderes populares asumieron todos los poderes de la ciudad. La revolución se extendió hacia las provincias. En todas partes se formaron ayuntamientos revolucionarios. Se desencadenó una vasta insurrección campesina de caracteres anárquicos y violentos. Bandas de descamisados (sans culottes), movidos por odios seculares, asaltaron castillos y destruyeron conventos. Y cuando triunfó la revolución los grandes aristócratas —los Artois, los Polignacs, los Condés, los Borbones, los Enghien—, atemorizados por los actos de violencia, huyeron de Francia y se refugiaron en Suiza, en Flandes y en los pequeños reinos alemanes de la frontera renana.
El pensamiento revolucionario francés en el siglo XVIII atribuyó al pueblo la decisión última de los destinos sociales y forjó el concepto de la soberanía popular. Maximiliano Robespierre (1758-1794) afirmó que “la democracia es un Estado en el que el pueblo soberano, regido por leyes que son obra suya, hace él mismo todo lo que puede hacer, y permite hacer, por medio de delegados, todo lo que él mismo no puede hacer”. En esta definición el líder jacobino conjugó el principio de la soberanía popular con los de la representación política y del Estado de Derecho.
Con el paso de los tiempos, la derecha dio al término jacobinismo un sesgo peyorativo. Jacobinos son, para ella, los políticos, los grupos y los movimientos “iluminados” y radicales que se arrogan la representación popular, hablan en nombre del pueblo y creen representarlo. La izquierda marxista, en cambio, tiene otro punto de vista. Lenin asoció el jacobinismo con las causas revolucionarias. En un artículo publicado en 1917 llamaba a sus <bolcheviques “los jacobinos de la actual democracia social” y escribía que “yace en la naturaleza de la burguesía el odiar a los jacobinos, y en la naturaleza de la pequeña burguesía, temerlos. La clase consciente de los trabajadores y artesanos cree en la transición del poder a la clase revolucionaria, oprimida, pues ésta es la esencia del jacobinismo”. El jacobino, desde la perspectiva marxista de Lenin, es un leal, aguerrido y convencido combatiente por la causa de la transformación social.
Pero dentro del marxismo no hay un acuerdo pleno, puesto que León Trotsky (1877-1940) sostenía que el jacobinismo era un “radicalismo burgués”, detrás del cual “se mantiene en proscripción a una inmensa parte del pueblo”. Y el filósofo y político marxista italiano Antonio Gramsci (1891-1937) escribió que “el jacobinismo es un fenómeno puramente burgués” que caracterizó a la “revolución burguesa de Francia”. Cuando la burguesía hizo la revolución —afirmó el ideólogo marxista italiano— destruyó el viejo orden, implantó el nuevo e “impuso su fuerza y sus ideas no sólo a la casta dominante, sino también al pueblo al que se dispuso a dominar. Fue un régimen autoritario que sustituyó a otro régimen autoritario”.
De modo que la derecha ve en el jacobinismo un peligroso radicalismo de izquierda, mientras que muchos de los ideólogos marxistas sostienen que es un radicalismo burgués.