Fue el escándalo político que estalló entre 1985 y 1986 en Estados Unidos a causa de la venta clandestina e ilegal de armas por parte del gobierno de Ronald Reagan a Irán, cuyos beneficios —calculados en unos treinta millones de dólares— fueron desviados para sustentar a los guerrilleros contrarrevolucionarios de Nicaragua —denominados contras en el argot político nicaragüense— que a la sazón enfrentaban al gobierno sandinista encabezado por el comandante insurgente Daniel Ortega, quien asumió el poder en julio de 1979 después de derrocar por las armas a la cruenta dictadura de Anastasio Somoza. En las filas de los >contras estaban los partidarios y beneficiarios del abatido régimen somocista, que se levantaron en armas, en una clara acción contrarrevolucionaria, para recuperar sus bienes nacionalizados y rescatar los privilegios y prebendas perdidos bajo el gobierno sandinista.
El jefe de la negociación de las armas con el gobierno islámico de Irán fue el teniente coronel Oliver North, asistente del Consejo de Seguridad Nacional, quien en mayo de 1989 fue enjuiciado y acusado de obstruir la labor del Congreso y de destruir ilegalmente documentos oficiales, aunque en diciembre de 1992 recibió el indulto otorgado a favor de él y de otros acusados por el presidente George Bush, quien había sido vicepresidente de Reagan.
Pero este “affair” es mucho más complicado de lo que parece a primera vista. En él está involucrado el tema de los rehenes norteamericanos que fueron retenidos en la sede de la embajada de Estados Unidos en Teherán. La enojosa historia es la siguiente. Con el triunfo de la rebelión islámica que derrocó al sha Muhammad Reza Pahlavi el 16 de enero de 1979 y puso en el poder al fanático ayatolá Ruhollah Jomeini, las relaciones políticas y diplomáticas entre Estados Unidos e Irán se tornaron críticas. Los norteamericanos consideraban a Irán como uno de sus peores enemigos. El 4 de noviembre de ese año, en represalia por la admisión del gobernante derrocado en territorio norteamericano con propósitos médicos, quinientos exaltados estudiantes iraníes asaltaron el edificio de la embajada estadounidense en Teherán y tomaron a sus noventa funcionarios como rehenes. El número bajó a cincuenta y dos porque los secuestradores permitieron la salida de los negros y de las mujeres. Después de haber agotado las vías diplomáticas y las presiones económicas, el presidente Jimmy Carter, para lavar la humillación de su país, dispuso una operación militar secreta de rescate a los rehenes. Pero ella fracasó aparatosamente porque tres helicópteros de la flotilla de ocho que volaba hacia Teherán se desplomaron en el desierto, abatidos por las tormentas de arena, con el saldo de ocho tripulantes muertos. La indignación que esto produjo contra Carter fue tan grande que determinó su pérdida electoral ante Ronald Reagan en 1980.
Pero lo terrible del irangate fue que se descubrieron tratos secretos e ilícitos realizados en París durante la campaña electoral entre delegados del entonces candidato Reagan y representantes del gobierno islámico iraní para postergar la liberación de los rehenes a fin de desacreditar a su contendor, el presidente Carter —candidato a la reelección presidencial—, a cambio del compromiso de Reagan de vender armas a Irán por el monto equivalente a los billones de dólares del sha de Irán congelados en Estados Unidos al momento de su caída. Este pacto secreto le permitió a Reagan ofrecer durante la campaña electoral la libertad de los rehenes si llegaba a la presidencia de Estados Unidos. Su propaganda electoral incluso insinuaba que esto se lograría por el “terror” que Reagan inspiraba al gobierno de Jomeini.
La venta de las armas, burlando la prohibición del Congreso Federal, y la indigna utilización de la suerte de los rehenes —que fueron liberados el 20 de enero de 1981, a los pocos días de la posesión de Reagan, después de 444 días de cautiverio— formaron la parte medular del escándalo de irangate.
Bárbara Honegger, quien prestó sus servicios en la Casa Blanca durante los primeros tres años de la administración de Reagan, escribió un libro titulado "October Surprise" (1989) en el que reveló informaciones muy importantes acerca de esta conspiración contra la libertad de los rehenes.
Este libro fue muy difícil de conseguir porque presumiblemente los servicios de inteligencia del gobierno agotaron la edición. El periodista norteamericano Jani Roberts, en un artículo publicado en "The Age" de Australia el 18 de mayo de 1991, relató lo difícil que le fue encontrar el libro de Honegger. Después de buscarlo en vano en las librerías, fue informado de que incluso en la Biblioteca del Congreso en Washington —que es la más grande biblioteca del mundo— no estaba disponible porque "lo habían enviado a encuadernar” (“was in binding”).