Palabra de origen árabe que significa “revuelta”, “alzamiento” o “rebelión”, con la que se designa la guerra a muerte declarada en diciembre de 1987 por los palestinos de Judea, Samaria y la franja de Gaza contra las fuerzas de ocupación israelíes.
Estos territorios —junto con la meseta de Golán— fueron tomados por Israel de sus vecinos árabes durante la guerra de los seis días declarada por éstos en 1967 y desde entonces han permanecido bajo su control hasta los acuerdos de paz de 1993, en que comenzó parcialmente el proceso de recuperación de su autonomía.
La intifada fue un movimiento espontáneo surgido de las entrañas de un pueblo pobre y humillado. Durante más de una década promovió acciones de violencia contra Israel, que se tradujeron en movilizaciones populares, disturbios callejeros, choques contra las fuerzas del orden, protestas, lanzamiento de bombas y atentados. Pero pronto la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) liderada por Yasser Arafat (1929-2004) —que fue fundada tres años antes de la guerra de los seis días de 1967 y cuyo propósito declarado era destruir el Estado de Israel mediante la lucha armada para reemplazarlo por un Estado árabe palestino— controló el movimiento y le imprimió su signo de violencia y de terrorismo. Más tarde, sin embargo, dos grupos aun más violentos: el Yihad Islámico y el Hamás, acusaron a la OLP de haber fracasado en el desalojo de las fuerzas de Israel de los territorios ocupados y desencadenaron una feroz escalada de violencia que se desenvolvió con explosiones, asesinatos y otros actos de sangriento terrorismo.
De modo que fueron tres los grupos principales que formaron parte de la intifada: la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), el Movimiento de Resistencia Islámica llamado Harakat al-mugawama al-islamiya (Hamás) —fundado en 1988 por Shaykh Ahmad Yasin— y la Yihad Islámica —Jihad al-islami— dirigida por Fathi Shiqaqi. Originalmente Yihad Islámica fue el nombre de la doctrina musulmana de lucha contra los infieles, según la cual quienes en ella murieren quedaban libres de pecado en el camino hacia dios y entraban directamente al paraíso. Después el nombre fue adoptado por un grupo violento que cometió toda clase de actos sangrientos contra objetivos israelíes.
La intifada comenzó a actuar en la franja de Gaza en diciembre de 1987 con la desobediencia civil y con manifestaciones contra la ocupación israelí, y rápidamente se propagó por los territorios ocupados.
La intifada terminó por los acuerdos de paz celebrados el 13 de septiembre de 1993 en los jardines de la Casa Blanca —en presencia del primer ministro israelí Isaac Rabin, del jefe de la OLP Yasser Arafat y del Presidente de Estados Unidos Bill Clinton— en virtud de los cuales la franja de Gaza y la ciudad de Jericó recobraron su autonomía después de haber sido ocupadas por 27 años por Israel, seguidos dos años más tarde por el entendimiento para la autonomía de Cisjordania.
Sin embargo, el proceso de paz llegó a un punto muerto a fines de septiembre de 1996 debido a los gravísimos incidentes entre la policía judía y los manifestantes palestinos en Jerusalén oriental, Gaza y Cisjordania que protestaban por la apertura del túnel de los Hasmoneos —una reliquia arqueológica de hace más de dos mil años construida bajo las mezquitas de Omar y Al Akba, en la zona palestina de Jerusalén— ordenada por el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu. Los choques que duraron cuatro días y en que murieron 80 personas parecieron dar reinicio a la intifada, pero las cosas se pacificaron después y volvieron a cierta normalidad.
La intifada también suscitó conflictos al interior de los grupos coligados. Los movimientos radicalizados Hamás,Yihad Islámica y Hezbolá impugnaron la política “apaciguadora” de la OLP. Las confrontaciones fueron muy duras: con esa dureza primitiva de los fundamentalistas. En las propias filas de la OLP se agudizaron las diferencias entre los dirigentes en el exilio, con Arafat a la cabeza, y los que permanecían en los territorios ocupados. El tema central de las discrepancias fue siempre el de la lucha armada, que enfrentó a quienes sostenían que ella debía terminar para dar paso a las negociaciones de paz y a quienes se oponían a esta solución. Hubo momentos en que la guerra civil entre las facciones integristas era inminente. Desde el 28 de septiembre del 2000 la intifada reactivó sus acciones terroristas contra objetivos israelíes. Para enfrentar la contingencia el primer ministro israelí Ariel Sharon (1928-2014) ordenó la intervención de aviones militares contra los reductos facciosos árabes, lo cual motivó la suspensión de las conversaciones de paz por decisión de ocho gobiernos árabes reunidos en El Cairo a mediados de mayo del 2001.
La situación se tornó completamente volátil en el Oriente Medio.
Sin embargo, la intifada cumplió algunos de los objetivos que se fijaron sus promotores, como el de privilegiar el conflicto entre los israelíes y los palestinos por encima de la confrontación del Estado de Israel con sus vecinos árabes y suscitar importantes cambios de política en los actores de la confrontación, lo cual hizo posible, entre otras cosas, la propuesta de paz formulada por la OLP en noviembre de 1988, con ocasión de su 19º Congreso anual reunido en Argelia, sobre la base de la aceptación de la legítima partición de Palestina en 1947 y del reconocimiento del Estado de Israel. Poco tiempo después Yasser Arafat (1929-2004), el líder de la OLP, renunció al terrorismo, aceptó la resolución 242 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y reconoció la legitimidad del Estado de Israel. En el otro lado, el impacto de la intifada en la opinión pública judía impulsó al gobierno conservador de Isaac Shamir a iniciar conversaciones con los palestinos en 1991 y al gobierno laborista de Yitzhak Rabín a negociar con la OLP y a concluir en 1992 los acuerdos de Oslo que reconocieron a los palestinos un limitado autogobierno sobre los territorios ocupados.
Pero todo esto se descompuso ocho años después con la reactivación de la intifada y de la violencia continua promovida por las facciones islámicas, que tuvo episodios siniestros como el que protagonizó un joven suicida palestino, miembro del grupo fundamentalista Yijad Islámico, que mató a 21 personas en una discoteca de Tel Aviv el 1 de junio del 2001 o el del suicida palestino que penetró a la pizzería “Sbarro” en el centro de Jerusalén a la hora del almuerzo del 9 de agosto del mismo año y activó una bomba explosiva que llevaba consigo, cuyo estallido mató a 18 personas inocentes, incluidos seis niños, y causó heridas graves a 90. Las represalias de Israel fueron contundentes: contrariando los acuerdos de Oslo, el primer ministro Ariel Sharon ordenó la clausura y toma de posesión de la Orient House, que era la sede central de la OLP y el símbolo de la presencia palestina en Jerusalén; y aviones de la fuerza aérea de Israel bombardearon puestos policiales palestinos en la ciudad cisjordana de Ramalá. Se multiplicaron las acciones de terroristas palestinos suicidas en territorio israelí. Fue asesinado el ministro de turismo Rehavam Zeevi. Desde Gaza se lanzaron misiles kassam 2 contra Israel. Las fuerzas armadas israelíes respondieron por tierra, mar y aire y demolieron los principales edificios de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) en Ramallah, muy cercanos al campamento principal ocupado por Arafat, quien fue reducido a una virtual inmovilidad por orden del primer ministro judío hasta que dispusiera la detención de los asesinos de Zeevi.
La segunda intifada se originó el 28 de septiembre del 2000 como indignada protesta de los integristas palestinos contra la visita del líder de la oposición derechista de Israel, Ariel Sharón, a la Explanada de las Mezquitas en Jerusalén, llamada por los judíos Monte del Templo porque allí se levantaron en la Antigüedad los templos de Salomón y Herodes; y reivindicada por los palestinos como lugar santo —el tercero después de La Meca y Medina— puesto que en ella se encuentran las mezquitas de Al-Aqsa y de Omar, desde donde Mahoma ascendió al cielo a horcajadas de su yegua alada, según la tradición musulmana.
La escalada de violencia se agudizó a lo largo del año 2002 y llegó a niveles demenciales en el 2003, 2004, 2005, 2008, 2012 y 2014. Desde Gaza se promovieron incontables atentados dinamiteros contra la población civil de Israel. Las fuerzas armadas israelíes respondieron golpe por golpe. Cada atentado palestino fue replicado duramente. Y la paz se alejó cada vez más.
Según informaciones del ejército judío, en los cinco primeros años la segunda intifada causó 4.764 víctimas mortales, de las cuales 3.700 fueron palestinas y 1.064 israelíes.
En noviembre de 2002, con ocasión del asesinato de doce israelíes en una emboscada —9 militares y 3 colonos—, perpetrado por miembros de la Yihad Islámica, el primer ministro de Israel Ariel Sharon declaró que el acuerdo de Hebrón, firmado en 1997 con la mediación de Estados Unidos en concordancia con el proceso de paz de Oslo, que reconoció un régimen autonómico a los asentamientos palestinos en la ciudad cisjordana de Ramallah, estaba anulado y, en consecuencia, ordenó que el ejército israelí tomara la ciudad y declarara en ella el toque de queda.
Los hechos desbordaron las estipulaciones de Oslo.
En abril de 2003, bajo la presión de Washington y en un esfuerzo por bajar los niveles de confrontación, el gobierno palestino creó la función de primer ministro y nombró a Mahmud Abbas —cuyo nombre de guerra era Abú Mazen— para desempeñarlo. Con lo cual fraccionó el poder antes centralizado de Yasser Arafat, Presidente de la Autoridad Nacional Palestina.
El 4 de junio se realizó en la ciudad jordana de Aqaba una reunión cumbre entre los primeros ministros de Israel y de Palestina, con la presencia del presidente George W. Bush de Estados Unidos y del rey Abdala de Jordania, en el marco del plan de paz denominado “road map” (que se tradujo al castellano como “mapa de caminos” u “hoja de ruta”) propuesto por el gobernante norteamericano para la conclusión de la intifada y la creación de un Estado palestino en el año 2005.
En esa reunión Ariel Sharon se comprometió a desmantelar algunos asentamientos judíos ilegales como expresión de su voluntad de paz y Abbas ofreció poner fin al terrorismo. “La intifada armada debe terminar —expresó el primer ministro de Palestina— y debemos recurrir a medios pacíficos en nuestra búsqueda de terminar con la ocupación y con el sufrimiento de los palestinos e israelíes”. Pero sus buenas intenciones se vieron contrariadas por la Derecha ultranacionalista israelí y por los grupos extremistas palestinos, especialmente Hamás y la Yihad Islámica, que repudiaron la reunión, condenaron a muerte a Sharon y desataron una nueva y brutal escalada de violencia contra la población civil. Todo lo cual derivó en una declaración de guerra total contra Israel por parte de las Brigadas Ezzedin al Qassam, brazo armado de Hamás, y en una declaración de guerra del gobierno israelí contra este grupo terrorista, cuyos dirigentes fueron considerados objetivos militares.
Se frustró, pues, un nuevo y renovado intento de alcanzar la paz.
Abbas fue nombrado por Arafat primer ministro el 19 de marzo del 2003, con un cierto grado de poder, dado su liderazgo en Al-Fatah. Pero pronto surgieron conflictos de autoridad entre los dos personeros del gobierno. De otro lado, el temperamento moderado y pragmático de Abbas no tardó en chocar contra Hamás y la Yhad Islámica, propugnadoras de la línea dura respecto a Israel. Este orden de cosas precipitó la renuncia de Abbas en septiembre 6 del 2003, con lo cual quedaron rotas sus relaciones con Arafat. Durante los pocos meses de su gestión como primer ministro del gobierno palestino —de marzo a octubre del 2003— había alentado el proceso de paz. Arafat murió el 11 de noviembre del 2004. Entonces Abbas reapareció con fuerza en el escenario político: fue candidatizado por el Consejo Revolucionario de Al-Fatah a la presidencia de la Autoridad Nacional Palestina, ganó las elecciones del 9 de enero del 2005 con el 62% de los votos y asumió el poder, desde donde convocó a los militantes palestinos al cese de la violencia y a la resistencia pacífica, aunque se negó a desarmarlos y a usar la fuerza contra los grupos tenidos como terroristas por Estados Unidos, la Unión Europea e Israel.
En un abierto desacato a su autoridad, los grupos Hamás, Fatah’s al-Aqsa Martyrs’Brigades y Popular Resistance Committees continuaron con sus acciones violentas contra Israel, que recibieron como respuesta el “ojo por ojo y diente por diente” de las fuerzas armadas judías. En febrero del 2005, con la intermediación del presidente Hosni Mubarak de Egipto, se reunieron Mahmud Abbas y el primer ministro israelí Ariel Sharon en el balneario egipcio de Charm el Cheij para acordar el fin de los cuatro años de la intifada y también el cese de la operación de las fuerzas armadas islaelíes en Cisjordania y la franja de Gaza. Pero los grupos radicales palestinos Yihad y Hamás impugnaron la reunión porque ella “no expresó la posición de los movimientos palestinos” y también lo hicieron los líderes de la ultraderecha nacionalista israelí. Se volvió a producir lo de siempre: que los esfuerzos de paz de los gobernantes palestinos e israelíes fueron saboteados desde dentro por los sectores violentos. En un viaje hacia la Casa Blanca en Wahington en mayo del 2005, Abbas obtuvo del presidente George W. Bush, como señal amistosa, cincuenta millones de dólares de ayuda para la Autoridad Palestina.
El primer ministro israelí Ariel Sharón cumplió su compromiso de desalojar, después de treinta y ocho años de ocupación, las veintiuna colonias judías asentadas en la franja de Gaza y cuatro de los ciento veinte asentamientos en el norte de Cisjordania: Ganim, Kadim, Homesh y Sa-Nur. Desde viejo tiempo las Naciones Unidas habían condenado la colonización judía en tierras palestinas mediante resoluciones de 1967, 1979, 1980, 1981 y 1997. La dura operación de evacuar los ocho mil colonos de Gaza empezó el 15 de agosto del 2005 —no sin dificultades porque los colonos se negaban a abandonar sus casas— y concluyó después de una semana. Luego vino la operación de demolición de las viviendas. El plan Sharón dividió en dos la opinión pública israelí. En Jerusalén, frente a las oficinas del primer ministro, se juntó una multitud para protestar por la desocupación pero hubo también en Tel Aviv movilizaciones populares de respaldo. En Gaza centenares de colonos se reunieron en el cementerio judío para despedirse de las tumbas de sus familiares, aunque éstas también fueron trasladadas.
En ese momento las cifras de los dos territorios palestinos no podían ser más deprimentes: en el pequeño territorio de Gaza de 362 kilómetros cuadrados habitaban 1,3 millones de palestinos en medio de la más terrible pobreza y desocupación; con una densidad de 3.591 habitantes por kilómetro cuadrado, 6,2 hijos por mujer y un producto interno bruto per cápita de 1.031 dólares. En Cisjordania las cosas eran igualmente malas: sobre 5.860 kilómetros cuadrados vivían 2,2 millones de palestinos y 200 mil colonos, con una densidad demográfica de 376 personas por kilómetro, 4,7 niños por mujer y 1.924 dólares de producto interno por persona (más de diez veces menos que el PIB de los habitantes de Israel).
No obstante, ocho meses después ocurrió lo impensable: la banda terrorista Hamás —fundada en 1987 en la franja de Gaza con el comienzo de la primera intifada— ganó las elecciones parlamentarias palestinas celebradas el 25 de enero del 2006. Obtuvo 74 de las 132 curules del parlamento palestino y eso le dio derecho a asumir el gobierno. El movimiento Al Fatah, fundado por Yasser Arafat, que dominó la política palestina durante cuatro décadas y que en ese momento ejercía el poder, alcanzó 43 curules y fue desplazado de él en medio de acusaciones de ineficacia y corrupción, aunque conservó la presidencia en manos de Abbas.
Esto, como era lógico, produjo una conmoción en Israel y en sus países amigos porque entrañó un cambio fundamental en las condiciones políticas del Oriente Medio. El primer ministro interino de Israel, Ehud Olmert, no ocultó su preocupación por el triunfo electoral de Hamás y descartó cualquier trato con el gobierno de un grupo que, según dijo, había asesinado a centenares de israelíes en atentados suicidas y había declarado que uno de sus objetivos era la destrucción de Israel. Sin embargo, el grupo palestino adoptó una actitud de prudencia tras su triunfo electoral.
En marzo del 2006, previa la aceptación del presidente Mahmud Abbas y la ratificación por el parlamento —porque era un gobierno de corte parlamentario—, Hamás asumió el poder con Ismail Haniyeh como primer ministro.
Haniyeh formó su primer gabinete compuesto de veinticuatro ministros —en el que había una mujer y un cristiano, cosa inusitada en tratándose de un integrista islámico— y nombró a Mahmud al-Zahar —cofundador de Hamás, hombre de la línea dura y sobreviviente de un bombardeo israelí en el 2003— ministro de asuntos exteriores y a Saeed Seyam, conocido por su posición pragmática, ministro del interior, bajo cuyo mando estaban las fuerzas de seguridad.
Los líderes de Hamás no lograron un acuerdo político con la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) —fundada años atrás por Yasser Arafat— para hacer un gobierno de unidad nacional. El punto principal de las discrepancias entre Hamás y la OLP fue el reconocimiento del Estado de Israel y de la validez de los acuerdos firmados entre israelíes y palestinos. Hubo incluso enfrentamientos armados entre facciones de los dos grupos palestinos.
Se produjo entonces una “cohabitación” —para hablar en términos de la política francesa— entre el presidente Abbas, que ostentaba la jefatura del Estado, y Haniyeh que en nombre de Hamás había asumido la jefatura del gobierno. Ellos representaban a dos grupos islámicos que mantenían posiciones diferentes en cuanto a las relaciones con Israel.
Pero a partir de ese momento no hubo un día de paz. Los grupos armados de Haniyeh se enfrentaron brutalmente en las calles contra los de Abbas, utilizando toda clase de armas. Los enfrentamientos dejaron decenas de muertos y heridos entre los dos grupos islámicos. La guerra civil entre las dos facciones era inminente. Surgió entonces la iniciativa de paz del rey Abdullah de Arabia Saudita y se reunieron en La Meca durante los primeros días de febrero del 2007 los líderes de los grupos rivales palestinos para negociar la paz y detener la lucha. Después de muy arduas y secretas negociaciones —y en medio de ritos islámicos y la lectura de versículos del Corán— el presidente palestino Mahmud Abbas; Jaled Meshal, líder máximo de Hamás; y el primer ministro Ismail Haniyeh suscribieron el 8 de febrero la Declaración de La Meca para formar un gobierno de unidad nacional, poner fin al derramamiento de sangre en el territorio palestino y crear un frente común para resistir la ocupación israelí en la franja de Gaza. Abbas, de la Autoridad Palestina, presidía el gobierno, y el líder de Hamás Ismail Haniyeh fue designado primer ministro. El gabinete fue constituido con una mayoría de ministros de Hamás y de Al Fatah y unos pocos independientes y miembros de grupos minoritarios. Aunque no se dijo, se suponía que el acuerdo reconocía los tratados suscritos anteriormente por la Autoridad Nacional Palestina (ANP) y el gobierno de Israel. Un mes después las cosas parecieron quedar claras: Abbas declaró que estaba dispuesto a “emprender el camino de una paz justa, reanudando las negociaciones entre la OLP y el gobierno israelí”.
Sin embargo, a espaldas del acuerdo de La Meca, brotó de inmediato una brutal oleada de violencia en la franja de Gaza entre los militantes de los dos grupos del gobierno de unidad, fuertemente armados: Al Fatah y Hamás, cuyos milicianos, con el fusil Kalashnikov en una mano y el Corán en la otra, se mataban en las calles e incendiaban o demolían sus respectivos edificios. Gaza se convirtió en un infierno. La lucha intraislámica dejó centenares de muertos de ambos bandos y miles de desplazados. La pobreza y el hambre azotaron al millón y medio de habitantes de esta pequeña región de 362 kilómetros cuadrados que carece de puertos y aeropuertos, que se comunica con Egipto a través de su frontera terrestre y cuya electricidad, combustibles, alimentos y agua provienen de Israel. Entonces el presidente Abbas disolvió el recientemente instituido gobierno de unidad nacional, destituyó al primer ministro Haniyeh y decretó el estado de sitio en Gaza. Pero las milicias de Hamás terminaron por asumir el control de Gaza. Sus brigadas Ezzedin Al Qassam, brazo armado de ellas, presentaron un ultimátum a los cuarteles de seguridad palestinos para que entregaran sus armas. Los funcionarios del gobierno tuvieron que abandonar Gaza y se concentraron en Cisjordania. Abbas formó un gobierno de contingencia en la ciudad cisjordana de Ramala. La división palestina fue completa: Hamás controlaba Gaza y al Fatah Cisjordania. La paz con Israel estaba más lejos que siempre. El gobierno de Washington anunció su apoyo al presidente Abbas —apoyo financiero y diplomático— y expresó que no abandonaría a la población palestina, sometida a las inclemencias de la violencia de los grupos armados. Levantó inmediatamente el embargo que pesaba sobre Palestina, reanudó las relaciones comerciales y financieras con el gobierno de Abbas y abrió una ayuda de 86 millones de dólares para sus fuerzas de seguridad y de 40 millones para asistir a los residentes de Gaza, fieles a la Autoridad Nacional de Palestina.
En medio de la tensa situación, el primer ministro de Israel, Ehud Olmert, habló el 25 de julio del 2007 con Mahmud Abbas, Presidente del gobierno palestino, sobre el método y las etapas conducentes hacia la creación de un Estado palestino sobre la mayor parte de Cisjordania y la franja de Gaza. Antes los dos líderes habían tratado el tema con el ex primer ministro británico Tony Blair, delegado de las Naciones Unidas para las conversaciones de paz en el Oriente Medio.
Haciendo un poco de historia, debemos recordar que Hamás se fundó con el confesado objetivo de erradicar el Estado de Israel por medio de la violencia terrorista, ya que es un Estado asentado sobre la tierra palestina, que va “desde el río hasta el mar”, tierra que está consagrada al islamismo. Este grupo sostuvo, como uno de sus principios fundamentales, que el problema del pueblo palestino es religioso y que, por tanto, no podrá solucionarse con acuerdos políticos. En consecuencia, estuvo en contra de todos los convenios celebrados por la Autoridad Nacional Palestina (ANP) con Israel, incluido el acuerdo de Oslo, y sostuvo que la única forma de enfrentar a Israel era mediante la yihad, es decir, la “guerra santa”. El grupo ha sido responsable de la mayoría de los atentados dinamiteros suicidas contra objetivos civiles israelíes.
Su fundador, Sheikh Ahmad Yassin, declarado objetivo militar por las fuerzas israelíes, fue violentamente eliminado por ellas el 22 de marzo del 2004. Igual suerte corrió su sucesor Abdel Aziz Rantissi. Entonces varios líderes asumieron el mando colegiado de la organización: Ismail Hania, Jaled Mashaal, Mahmud al-Zahar, Hassan Yousef, Mohamend Abu Tir, Nizar Rian, Said Siam, Sami Abu Zahari, con soporte logístico de algunos países árabes.
A lo largo de mucho tiempo Hamás ha promovido una amplia gama de actividades educativas en los territorios palestinos —desde el jardín de infantes hasta la universidad— para indoctrinar a la gente joven en los cánones de la interpretación más violenta del islamismo y, como pudo verse en las elecciones, capitalizó un amplio respaldo de la comunidad palestina. Fenómeno que sin duda se inscribió en el crecimiento del fundamentalismo en todos los países musulmanes.
Sin embargo, analistas políticos importantes sostenían que los radicales de Hamás estaban en mejores condiciones de ajustar una paz que los moderados de la OLP. Había además una fuerte presión financiera de Occidente, ya que Estados Unidos y los países miembros de la Unión Europea amenazaron con suprimir sus aportaciones financieras a Palestina —tan necesitada de asistencia económica por su profunda pobreza— , a menos que el gobierno del movimiento de resistencia islámica Hamás reconociera al Estado de Israel y renunciara al terrorismo. La ayuda europea llegó a 280 millones de euros en el año 2005. Por su lado, el gobierno judío, que recolectaba impuestos en varios de los territorios ocupados para retornarlos a la autoridad palestina, afirmó que no entregaría ese dinero al grupo islámico radical que había tomado el poder.
Para compensar el retiro de las ayudas económicas occidentales, la Liga Árabe aprobó la entrega de asistencia financiera a la Autoridad Nacional Palestina. Lo hizo como respuesta a la petición del jefe de la oficina política de Hamás, Jaled Mechaal, quien expresó: “Necesitamos 170 millones de dólares por mes para dirigir la administración, entre ellos 115 millones para pagar los sueldos". El mismo funcionario reveló que el gobierno palestino tenía en ese momento una deuda externa de 1.700 millones de dólares.
En ese panorama de incertidumbre y confusión de comienzos del 2006 surgieron las palabras orientadoras del expresidente Jimmy Carter de Estados Unidos: “No empujen a los palestinos hacia la irracionalidad. No los empujen a asumir que las armas son el único medio para lograr sus legítimas aspiraciones. Démosles cierto apoyo y el beneficio de la duda”.
A partir de una reunión celebrada en París el 17 de diciembre del 2007, la comunidad internacional —Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Suecia, Alemania y otros países— se comprometió a restituir la ayuda y a entregar una aportación progresiva de 7.400 millones de dólares a la Autoridad Nacional Palestina (ANP) para evitar una catástrofe humanitaria en esa zona y promover la reconstrucción de sus territorios.
En diciembre del 2008 estalló un nuevo y grave conflicto armado en la zona. El día 19 el grupo Hamás, que gobernaba la franja de Gaza, dio por terminada unilateralmente la tregua acordada con Israel bajo la mediación del gobierno egipcio el 19 de junio anterior, que generó un ambiente de relativa tranquilidad y que permitió la liberación por Israel de 230 prisioneros palestinos de sus cárceles, que se sumaron a los 198 excarcelados cuatro meses antes. Hamás reinició inmediatamente el lanzamiento de misiles, cohetes y proyectiles de mortero contra territorio israelí. La respuesta de Tel Aviv no se hizo esperar. El 27 de diciembre su fuerza aérea inició los bombardeos contra objetivos militares y políticos en Gaza. Y el 3 de enero comenzó la invasión en profundidad de su infantería y artillería en ese territorio palestino. Se tomaron varias de sus ciudades, en cuyas calles hubo durísimos combates cuerpo a cuerpo entre los soldados israelíes y los milicianos de Hamás. Ni el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas ni la Unión Europea pudieron parar la acometida israelí. Solamente después de 21 días de combates y cuando creyó alcanzados sus objetivos militares contra Hamás, Israel decretó unilateralmente el alto al fuego y ordenó el retiro gradual de sus tropas.
La feroz operación militar de Israel dejó 1.200 muertos palestinos —incluidos niños, mujeres y ancianos—, más de 5.300 heridos, 10 bajas militares israelíes e ingentes daños materiales.
Después de un poco más de un año de relativa tranquilidad, en la madrugada del 28 de mayo del 2010 se produjo un nuevo episodio en la dilatada e interminable confrontación palestino-israelí. Comandos de la fuerza naval de Israel, a bordo de helicópteros, interceptaron en aguas internacionales el barco comercial Mavi Marmara, de bandera turca, que encabezaba la denominada “flotilla de la libertad” de Gaza —fleet of freedom— compuesta de seis naves, con alrededor de 686 activistas de la causa palestina a bordo procedentes de cuarenta nacionalidades y toneladas de ayuda humanitaria, que iban rumbo a la franja de Gaza con el no confesado pero evidente propósito de romper el bloqueo impuesto por Israel y Egipto desde el 2007, en que el movimiento islámico extremista Hamás —que sustentaba la tesis de la desaparición de Israel— asumió el gobierno del territorio.
El convoy se negó a obedecer las instrucciones de las fuerzas armadas hebreas de cambiar de rumbo y atracar en el puerto israelí de Ashdod. Y fue entonces cuando desde los helicópteros descendieron los comandos militares israelíes y asumieron el control del Mavi Marmara.
En la operación de abordaje se produjeron choques con los activistas en la cubierta del barco, como resultado de los cuales quedaron nueve pasajeros muertos y cuatro decenas de heridos, incluidos siete comandos judíos.
Las fuerzas navales de Israel condujeron el convoy hacia el puerto de Ashdod. Junto con los centenares de activistas iban a bordo veinte diputados europeos, periodistas de distintos países, miembros de organizaciones no gubernamentales y religiosos islámicos. En el puerto fueron liberados los pasajeros y transferida la carga hacia Gaza, previa inspección y otros trámites de seguridad.
Pero la interceptación de los buques levantó una ola de protestas contra Israel alrededor del planeta. El Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon, rechazó con duras palabras la acción israelí. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas se reunió de urgencia y, tras doce horas de intensas discusiones, deploró la muerte de los palestinos pero se abstuvo de condenar a Israel, aunque dispuso una “rápida, imparcial, creíble y transparente” investigación de los hechos. La Liga Árabe, con sede en El Cairo, condenó airadamente el “acto terrorista” de Israel. El presidente palestino Mahmoud Abbas dijo: “Lo que ha hecho Israel a bordo de la flotilla Freedom fue una masacre”. Tayyip Erdogan, primer ministro de Turquía, expresó que “esta acción, totalmente contraria a los principios de la ley internacional, es terrorismo de Estado inhumano”. El presidente francés Nicolás Sarkozy criticó “el uso de la fuerza” contra la flotilla y pidió que se aclararan las circunstancias del incidente. Rusia, Italia, Argentina, Brasil y varios otros Estados se sumaron a la protesta. Hamás convocó a una intifada contra las embajadas de Israel en el mundo y en los países árabes hubo violentas movilizaciones callejeras de protesta. El Ministro de Defensa israelí Ehud Barak lamentó las muertes pero culpó a los organizadores de la flota de haber intentado romper el bloqueo para abrir una ruta de contrabando de armas hacia Gaza. Los acusó de haber levantado “una provocación política” de fuerzas antiisraelíes. El primer ministro hebreo Benjamín Netanyahu manifestó: “Gaza es un Estado terrorista financiado por Irán y, en consecuencia, debemos impedir que le lleguen provisiones militares por tierra, aire y mar”. Washington, en su difícil posición de amigo de Israel, adelantó que estaba investigando la “tragedia” ocurrida en el Mediterráneo.
Una semana después, efectivos de la armada israelí abordaron en aguas internacionales el barco irlandés Rachel Corrie, que iba rumbo a la franja de Gaza con 19 activistas —entre los que estaban la norirlandesa Mairead Maguire, premio Nobel de la Paz, y el irlandés Denis Halliday, exsubsecretario de las Naciones Unidas— y 1.200 toneladas de ayuda humanitaria. El abordaje se produjo después de que la tripulación del carguero ignoró cuatro llamados de las fuerzas navales de Israel para que cambiara de rumbo y se dirigiera hacia el puerto de Ashdod. No hubo violencia. Y el barco, bajo el control de los comandos israelíes, atracó en el mencionado puerto, desde donde los activistas propalestinos fueron repatriados y la carga transbordada a Gaza. En esta nueva oportunidad, el primer ministro Netanyahu volvió a advertir, en nombre de la seguridad de su país, que no permitirá bajo circunstancia alguna la ruptura del bloqueo naval de Gaza.
Sin embargo, en los siguientes días el gobierno israelí suavizó el bloqueo de Gaza y permitió que entraran alimentos, medicamentos y ciertos materiales de construcción bajo la supervisión de las Naciones Unidas, pero mantuvo la prohibición del ingreso de bienes que pudieran se utilizados con fines militares.
El 17 de julio del 2011 hubo un nuevo incidente. En la noche anterior logró zarpar de Grecia con rumbo a Gaza el pequeño barco francés Dignité-Al Karama, que fue el único de la denominada “II flotilla de la libertad” atracada en puertos griegos que pudo hacerlo, pero al día siguiente fue interceptado y tomado por asalto en aguas internacionales por comandos navales israelíes y obligado a dirigirse con sus diez activistas propalestinos, tres periodistas y tres tripulantes hacia el puerto de Ashdod. Las fuerzas militares judías explicaron que el navío francés no opuso resistencia y que el material humanitario que transportaba fue trasladado a la franja de Gaza por los pasos terrestres existentes y entregado a la policía local. Este fue el segundo intento infructuoso de romper el bloqueo de Gaza. La Liga Árabe lo calificó como un “acto de piratería”.
En la madrugada del 5 de marzo del 2014 el buque iraní con bandera panameña Klos-C fue interceptado en aguas internacionales del Mar Rojo por las fuerzas marinas de Israel y conducido al puerto de Eliat. Había partido del embarcadero iraní Bandar Abbas, su destino era Puerto Sudán y su carga eran misiles sirios M-302 tierra-tierra que, tras cruzar los golfos de Omán y Adén, iban a entrar en la Franja de Gaza por territorio egipcio y la península del Sinaí.
Esos misiles suministrados por Irán —capaces de alcanzar Tel Aviv y Jerusalén— tenían como destinatario final el grupo islamista Hamás que, según la inteligencia israelí, no poseía ese tipo de misiles.
El nuevo gobierno egipcio —que en julio del 2013 asumió el poder tras derrocar al régimen islamista de los Hermanos Musulmanes, aliados de Hamás— ordenó la clausura de los túneles por los que pasaba el contrabando de armas desde el Sinaí hacia Gaza y prohibió todo movimiento de los activistas de Hamás en su territorio.
En Gaza las cosas continuaron igual. Como vimos antes, ella estaba controlada por un precario gobierno de unidad integrado por Al Fatah y Hamás, que abrigaban entre sí grandes diferencias ideológicas, políticas y estratégicas. Las bandas terroristas Hamás y Yihad Islámica continuaron con el lanzamiento de cohetes contra territorio israelí, aunque la mayoría de ellos fue interceptada por el sistema móvil Iron Dome de interceptación de misiles y cohetes —la cúpula de hierro compuesta por un escudo de siete baterías, cada una de las cuales tenía un centro de control, un radar y tres lanzadores con veinte misiles cada uno— desplegado el 27 de marzo del 2011 al sur de Israel para detener los cohetes disparados desde Gaza. Hamás —formada en 1987 con el propósito declarado de destruir y eliminar al Estado de Israel— estaba pertrechada principalmente por el gobierno de Irán mediante el contrabando de armas y financiada por poderosos regímenes del radicalismo islámico. Formaba parte de la lista mundial de grupos terroristas elaborada por el Departamento de Estado de los Estados Unidos.
El 12 de junio del 2014 tres adolescentes israelíes fueron secuestrados y asesinados por agentes de Hamás. El lanzamiento de cohetes desde Gaza contra territorio israelí no se detuvo. El 1 de julio la banda disparó cuatro morteros que causaron la muerte de dos pesonas e hirieron a cuatro. El 7 de julio lanzó más de 80 cohetes con dirección a ciudades israelíes del sur, cuyos habitantes se vieron precisados a resguardarse en los refugios subterráneos. Al día siguiente dos de los cohetes M-75 disparados desde Gaza cayeron en las proximidades de la central nuclear israelí de Dimona —que era su mayor instalación nuclear—, donde estaba instalado uno de sus reactores nucleares. Se conocía que en aquella época Israel poseía alrededor de 200 ojivas atómicas.
En los siguientes días el lanzamiento de cohetes y morteros fue sistemático. Hasta que el 8 de julio el primer ministro Benjamín Netanyahu ordenó la invasión terrestre y aérea contra la franja de Gaza —con la denominada operación Protective Edge—, para lo cual movilizó a las fuerzas de defensa israelí y a 82.000 reservistas, aunque a comienzos de agosto desmovilizó 30 mil de ellos, que no le fueron necesarios.
Estalló una nueva confrontación militar entre Israel y los grupos irregulares armados de Gaza.
Esa fue, sin duda, la mayor y más destructiva de las ofensivas israelíes realizadas hasta aquel momento.
Cuando se iniciaron los combates los dirigentes judíos dijeron que su respuesta militar sería selectiva y apuntaría hacia los combatientes del grupo Hamás, sus instalaciones de cohetes, sus arsenales, sus oficinas y sus túneles de penetración en territorio israelí. Pero el cumplimiento de ese objetivo resultó imposible en una zona tan altamente poblada. Gaza tenía en ese momento 1'800.000 habitantes sobre un territorio de 362 kilómetros cuadrados de superficie, lo que daba 4.972 habitantes por kilómetro. Era uno de los lugares de mayor densidad demográfica en el planeta. El 70% de la población estaba formada por refugiados. Pero, además, las milicias de Hamás, como táctica defensiva, colocaron algunas de sus instalaciones militares en sótanos de hospitales o en edificios de vivienda y formaron escudos humanos para la protección de sus combatientes e instalaciones militares.
La operación duró cincuenta días, con breves interrupciones de horas por acuerdos de alto al fuego patrocinados por el gobierno de Egipto con la participación de misiones de la Unión Europea y Estados Unidos. Fue terriblemente sangrienta. Arrojó, hacia el lado palestino, 2.143 muertos, millares de heridos y centenares de miles de desplazados. Hubo un altísimo porcentaje de víctimas inocentes entre la población palestina, varios miles de heridos y decenas de miles de desplazados. En Israel las bajas fueron inmensamente menores: 2 comandantes de unidad, 62 soldados y 3 civiles. Los daños materiales en las ciudades de Gaza fueron gigantescos. Quedaron destruidas 17.200 casas, 55 mil fueron dañadas y sufrieron graves daños las plantas y sistemas eléctricos, las redes de distribución de agua potable y otras infraestructuras urbanas, lo mismo que fábricas, hospitales, escuelas y colegios.
Navanethem Pillay, Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, denunció en esos días que los ataques de las fuerzas militares judías sobre Gaza pudieran constituir crímenes de guerra.
La operación Protective Edge fue respaldada por la mayoría de la población israelí —según un sondeo de opinión que entonces se publicó—, pero en Gaza las cosas fueron diferentes: sólo el 33% de los ciudadanos apoyaba a Hamás —lo reveló una encuesta del Centro Palestino de Política e Investigación hecha poco tiempo antes— mientras que los restantes repudiaban su mal gobierno, su comportamiento dogmático, su violencia, su crueldad y su extremismo.
Y, respecto al exterior, Gaza quedó aislada y no tuvo un importante apoyo en el mundo árabe durante la guerra. Pero también el triunfador militar —Israel— salió muy debilitado en su posición internacional ya que en muchos lugares del mundo surgieron censuras por su desmedida operación militar. De los propios sectores laboristas internos salieron críticas contra los excesos militares en Gaza. Sostuvieron que la respuesta israelí a los ataques de Hamás había sido desproporcionada. El reguero de sangre de civiles (tres cuartas partes de los 2.143 muertos, con cerca de 450 niños y adolescentes) había terminado por convertir esa ofensiva militar en una espiral de violencia. Y el profesor y diplomático estadounidense Martin Indyk, exmediador en las negociaciones palestino-israelíes, opinó que la guerra agravó la ya "tensa" relación entre Obama y Netanyahu.
Todo esto a pesar de que las fuerzas armadas de Israel emplearon el procedimiento denominado golpe en la puerta, que consistía en advertir por vía telefónica a la población de Gaza los lugares y edificios civiles que iban a ser atacados para que fueran abandonados.
La guerra terminó el 26 de agosto del 2014 por un acuerdo de tregua prolongada —no acuerdo de paz— celebrado en El Cairo gracias a la mediación diplomática de Egipto, con el compromiso de que Hamás se abstenga de lanzar misiles y morteros y de cavar nuevos túneles en territorio israelí y abandone el contrabando de armas, y que los judíos, por su parte, detengan sus acciones militares, amplíen los pasos fronterizos de Gaza para que pasen productos, ayuda humanitaria y materiales de reconstrucción, extienda la zona de pesca de Gaza de tres a seis millas marinas en el Mediterráneo y Egipto abra sus controles sobre los catorce kilómetros de frontera con Gaza.