Es el lema oficial de los Estados Unidos de América, adoptado en 1956 por el Congreso Federal. Tiene como antecedente la frase “In God is our trust” contenida en la última estrofa del himno nacional —The Star-Spangled Banner—, cuya letra es el poema escrito por el abogado, poeta y novelista estadounidense Francis Scott Key, inspirado en la defensa del Fuerte McHenry durante el ataque británico del 13 de diciembre de 1814, que el Congreso Federal lo convirtió mediante una ley en el himno oficial de Estados Unidos en 1931.
La invocación de dios se originó en la Declaración de Independencia de las trece colonias inglesas, aprobada el 4 de julio de 1776 por el Congreso General que fundó los Estados Unidos de América. El prólogo de este corto documento empieza así: “Cuando en el curso de los acontecimientos humanos se hace necesario que un pueblo rompa los lazos políticos que lo han unido a otro, para ocupar entre las naciones de la Tierra el puesto de independencia e igualdad a que le dan derecho las leyes de la naturaleza y el Dios de esa naturaleza…” Y después vienen tres menciones a la divinidad: “sostenemos como verdades evidentes que todos los hombres nacen iguales; que a todos les confiere su Creador ciertos derechos inalienables”, y luego: “Nosotros, los Representantes de los Estados Unidos de América, reunidos en Congreso General, apelando a la rectitud de nuestras intenciones ante el Supremo Juez del Universo, y en nombre y por autoridad del buen pueblo de estas Colonias, solemnemente proclamamos y declaramos…” Y termina con el siguiente pensamiento: “Para sostener esta Declaración, con firme confianza en la protección de la Divina Providencia, empeñamos mutuamente nuestras vidas, nuestras haciendas y nuestro más sagrado honor”.
El 30 de julio de 1956 la frase in god we trust (en dios confiamos) se convirtió en el lema oficial de Estados Unidos y apareció inscrito en todas partes, con inclusión de su moneda.
Benjamín Franklin publicó en 1787 su ensayo sobre la necesidad del papel-moneda, planteamiento que fue acogido en el nacimiento de los Estados Unidos de América. En 1792 se introdujo el dólar como la unidad monetaria y en 1864 comenzó a usarse la inscripción in god we trust en el dinero metálico y no metálico. Pero a comienzos del siglo XX el presidente Theodore Roosevelt encomendó al escultor Augustus Saint-Gaudens el diseño de la moneda norteamericana y suprimió la leyenda teocrática, puesto que ninguna ley le obligaba a incluirla. Un exaltado clérigo protestó y llamó “monedas impías” a los medios de pago. Roosevelt respondió que era “muy firme” su convicción de que incluir dicho lema en las monedas no sólo no era conveniente sino que resultaba claramente perjudicial porque trivializaba la invocación deísta. Y además se prestaba para una serie de burlas, como las que ocurrieron más tarde cuando apareció un grafito que decía: In God we trust. All others pay cash!! o, según dicen las malas lenguas, cuando la casa de la moneda estadounidense acuñó unas monedas en las que se fltró un error gravísimo: en lugar de in god we trust se puso in gold we trust.
El Congreso Federal, sin embargo, desautorizó a Roosevelt y obligó a reintroducir el lema.
Lo cual resultó incongruente porque la palabra “dios” no figura en la Constitución de Estados Unidos y su sistema jurídico laico —muy influido por el pensamiento de los filósofos racionalistas de la Ilustración— establece la absoluta separación entre las iglesias y el Estado. La primera de las enmiendas constitucionales prescribe que “el Congreso no podrá aprobar ninguna ley conducente al establecimiento de religión alguna, ni a prohibir el libre ejercicio de ninguna de ellas”.
Sin embargo, las invocaciones a dios en los textos oficiales y en los actos públicos constituyeron en Estados Unidos uno de los símbolos fundamentales de la nacionalidad, junto con la bandera, el escudo y el himno nacional. El 14 de junio de 1777 el Congreso Continental resolvió que “la bandera de los Estados Unidos estuviera compuesta de trece franjas, alternadas de rojo y blanco, y que el símbolo de la unión fueran trece estrellas blancas en un campo azul, representando a una nueva constelación”. Una ley del 13 de enero de 1794 aumentó el número de franjas a 15 y las estrellas también pasaron a ser 15 a partir de mayo de 1795. La ley del 4 de abril de 1818, firmada por el presidente James Monroe, fijó en 13 el número de franjas y una estrella por cada estado que forme parte de la Unión norteamericana. El presidente William H. Taft, mediante decreto del 24 de junio de 1912, señaló las proporciones de la bandera y la distribución de las estrellas en seis filas horizontales. Y el presidente Dwight Eisenhower, por decreto del 21 de agosto de 1959, fijó el diseño actual de las 50 estrellas (en 9 filas y 11 columnas) y las 13 franjas rojas y blancas. El emblema de Estados Unidos, aprobado por el Congreso Continental el 20 de junio de 1782, lleva como figura principal un águila calva —designada ave nacional— que tiene sobre su pecho un escudo con 13 franjas rojas y blancas, que representan a los 13 estados fundadores, y lleva en sus garras una rama de olivo, como símbolo de paz, y 13 flechas, como símbolo de guerra. En su pico sostiene una cinta con la inscripción latina: “e pluribus unum” (de la pluralidad, uno).
En el curso de los 44 años de la <guerra fría y como parte de ella se desencadenó la “guerra fría cultural” —expresión que se debe a la cineasta y novelista Frances británico Stonor Saunders—, que acompañó a los despliegues militares, políticos y económicos, y que buscó ganar la mente y la imaginación de la gente. Dentro de ella se utilizó con mucha frecuencia en Estados Unidos y en la coalición occidental el mensaje y la manipulación religiosos para demostrar que “tras el comunismo está Satanás”, como solía afirmar el predicador Billy Graham en los tiempos del presidente Harry Truman. Con frecuencia no solamente los gobernantes y los ministros sino también los directores de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) invocaron a dios y utilizaron frases de la Biblia. El jefe de la CIA Allen Dulles, formado en las tradiciones presbiterianas, solía citar pasajes bíblicos a menudo y, cuando la Agencia se mudó en 1961 a su enorme edificio en los bosques de Virginia, dispuso que fuese grabada en una de las paredes del salón Langley la cita de san Juan en el Nuevo Testamento (VIII,32): “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”.
Salvo en el componente de fanatismo ciego que asiste a los fundamentalistas musulmanes, la expresión norteamericana “in god we trust”, aunque no está referida a un credo religioso concreto sino a un >teísmo general, no difiere mucho de la consigna de los integristas islámicos: “Allah es grande”.
A lo largo de la historia de Estados Unidos —que sin duda es el país más diverso del mundo en materia religiosa con más de 1.500 religiones diferentes y cerca de 360 mil iglesias, mezquitas y sinagogas— se ha discutido la oportunidad, la conveniencia y la legalidad de las invocaciones oficiales a la divinidad, discusión que siempre se trabó entre los confesionales, que identificaban el patriotismo con la religión, y los laicos que anhelaban el cumplimiento estricto de la Constitución, en cuyo texto no hay referencia alguna a dios. Las organizaciones postulantes del ateísmo —como la Free Thought Society of Greater Philadelphia, la Anti-Discrimination Support Network, Ateos de la Florida y muchas otras— han impugnado, por contrarias a la libertad de conciencia, las invocaciones religiosas oficiales. Y con frecuencia las disputas fueron a los tribunales de justicia, que dictaron sentencias en diversas direcciones.
El 26 de junio del 2002 la Novena Corte Federal de Apelaciones de San Francisco de California declaró inconstitucional el juramento oficial a la bandera en las escuelas por incluir la frase “ante Dios”, incorporada a su texto por el Congreso Federal en 1954. La demanda de inconstitucionalidad fue presentada por Michael Newdow, un ateo militante que argumentó que nadie tenía derecho a obligar a su pequeña hija de ocho años a recitar el texto de juramento. El fallo —que tuvo carácter obligatorio para California, Alaska, Arizona, Hawai, Idaho, Montana, Nevada, Oregon y Washington— sostenía que el juramento violaba el principio de la separación de las iglesias y el Estado. Y, por supuesto, produjo un gran escándalo en una sociedad tan religiosa como la norteamericana. El presidente George W. Bush lo calificó de “ridículo” y otros críticos afirmaron que los jueces que lo dictaron eran de “extrema izquierda”. El Senado aprobó una resolución unánime para oponerse a él. Sin embargo, el Tribunal de Apelaciones de San Francisco, en providencia dictada el 28 de febrero del 2003, ratificó el fallo en todas sus partes, de modo que el único recurso que quedó abierto para los inconformes fue el de apelación ante el Tribunal Supremo de Justicia con sede en Washington, que es la última instancia federal.