Neologismo que significa enclave de prisioneros, esclavos, gente pobre o discriminados raciales. La palabra ha sido aceptada por el diccionario castellano. Proviene del italiano ghetto que designaba originalmente a los barrios en los que se confinaba a los judíos en las ciudades de Italia y de otros países, de modo que ellos no podían salir de allí. Esto ocurrió durante la milenaria persecución a los judíos. Tales barrios fueron creados, en la mayor parte de los casos, por la propia voluntad de ellos que por razones de tipo religioso, económico y aun psicológico tendían a vivir separados de los demás y acompañados entre sí, puesto que la persecución les generó temores y resentimientos. Pero hubo también guetos obligados, impuestos por las autoridades para excluir a los miembros de la comunidad judía. En algunas ciudades europeas —París, Córdova, Toledo, Sevilla, Praga, Moscú, Roma— quedan aún muchos de esos barrios judíos.
Bajo el imperio del Tercer Reich, en Alemania y otros países dominados por el nazismo se establecieron guetos, que fueron distritos urbanos, generalmente cercados con muros o alambre de púas, en donde se hacinó a los judíos bajo condiciones de vida miserables para luego enviarlos hacia los <campos de concentración o los centros de exterminio, en espera de la “solución final”.
Durante el nazismo hubo más de 400 guetos. El mayor de ellos fue el de Varsovia, donde se redujeron alrededor de 450.000 hombres, mujeres y niños judíos. Otros guetos tristemente célebres fueron los de Lodz, Cracovia, Bialystok, Lvov, Lublin, Vilna, Kovno, Czestochowa y Minsk.
Mucho tuvo que ver la Iglesia Católica en la persecución a los judíos puesto que a lo largo de muchos siglos promulgó documentos violentos y persecutorios contra ellos, a quienes acusó del “asesinato de Cristo”. El papa Paulo IV —Gian Petro Garaffa— expidió en 1555, al comienzo de su gestión pontifical, la bula Cum Nimis Absurdum, que fue un ignominioso monumento antisemita. En ella sostuvo que “es absurdo e inconveniente en grado máximo que los judíos, que por su propia culpa han sido condenados por Dios a la esclavitud eterna, con la excusa de que los protege el amor cristiano puedan ser tolerados hasta el punto de que vivan entre nosotros”. Y agregó: “Su insolencia ha llegado a tanto que se atreven no sólo a vivir entre nosotros sino en la proximidad de las iglesias y sin que nada los distinga en sus ropas y que alquilen y compren y posean inmuebles en las calles principales”.
En concordancia con estos antecedentes, la bula dispuso que se tomaran medidas violentas contra los judíos: confinarlos en guetos, obligarlos a vender todas sus propiedades a favor de los cristianos a precios irrisorios, prohibirles ejercer profesiones, entre ellas la medicina; vedar a las mujeres cristianas amamantar a bebés judíos; prohibir a los niños judíos jugar, comer y conversar con los niños cristianos; obligar a los judíos a llevar signos distintivos en la ropa; y otros vergonzantes arbitrios discriminatorios. Pero esa no fue la única bula antisemita. A lo largo de quinientos años los papas expidieron muchas otras contra la “pérfida raza judía”, como la Ad Nostram Noveritis Audientiam de Honorio III, Sufficere Debuerat Perfidioe Judeorum Perfidia de Gregorio IX, Impia Judeorum Perfidia de Inocencio IV, Cum Haebraeorum Malitia y Cum Saepe Accidere de Clemente VIII, Dudum ad Nostram Audientiam de Eugenio IV, Si ad Reprimendos de Calisto III, Cum Nos Nuper y Haebraeorum Gens de Pío V, Ex Injuncto Nobis de Inocencio XIII, Alias Emanarunt de Benedicto XIII y otras del mismo tenor contra los “asesinos de Cristo”.
Por extensión, se llama gueto a cualquier barrio o suburbio en que viven personas de un mismo origen, generalmente en condiciones de hacinamiento y pobreza, segregadas del resto de la población.
Con frecuencia los guetos se forman por el desplazamiento y la pobreza que afectan a los inmigrantes de las ciudades grandes, sean extranjeros o nacionales. Ellos tienden a concentrarse en determinadas zonas de las urbes. Forman una comunidad. Confinados a vivir en la periferia de las ciudades, sus condiciones de vida son con frecuencia infrahumanas. Los inmigrantes, en esas circunstancias, rara vez logran integrarse al resto de la comunidad urbana.
Las distancias culturales, religiosas e indiosincrásicas que separan a los inmigrantes musulmanes de las sociedades europeas que los reciben, han conducido a que ellos formen en las zonas periféricas y pobres de las ciudades barrios enteros musulmanes —que son verdaderos guetos— en los que se difunden religión, prácticas y costumbres islámicas. Por esos lugares no puede pasar una mujer sin cubrirse la cabeza. Los matrimonios son endogámicos. Tienen sus propias escuelas coránicas. Las numerosas mezquitas convocan grandes congregaciones desde donde se emiten mensajes antioccidentales. Al interior de esos barrios impera de facto la sharia, o sea la ley islámica, y a ellos no ingresan los mandatos legales del Estado anfitrión ni sus autoridades nacionales.
El gueto es, sin duda, la expresión de una grave patología social. La pobreza, la delincuencia, la mendicidad se retroalimentan y se juntan generalmente en barrios sucios y peligrosos, donde campean la violencia y la criminalidad.