Es la tendencia o vocación de producir golpes de Estado. Golpista es quien pretende interrumpir la vida constitucional a fin de establecer una dictadura. El término se aplica a los elementos militares o civiles que demuestran inadaptación para vivir dentro del orden constitucional.
Sin embargo, es menester precisar que no se tiene por golpista al revolucionario. El primero busca el <golpe de Estado en tanto que el segundo pugna por hacer la >revolución. El golpe de Estado se origina en las alturas del poder para la afirmación del orden establecido mientras que la revolución se genera abajo para modificarlo. Lo que con frecuencia ocurre es que, ante la amenaza de una acción revolucionaria, los gobernantes se anticipan e imponen desde arriba y por la fuerza un nuevo orden político sustentador del establishment. Este orden político es la dictadura, que rompe la Constitución y coloca al gobernante fuera de la ley. La técnica del golpe de Estado consiste en apoderarse sorpresivamente de los organismos claves de la administración pública y por este medio tomar el control del aparato estatal.
El revolucionario tiene otra dimensión. No le interesa apuntalar el orden imperante sino, al contrario, dar al traste con él y sustituirlo por otro que encarne los ideales de la transformación económica y social. Esa es la distancia que va del golpista al revolucionario.
Ha habido épocas en América Latina, África y Asia en que se han producido frecuentes golpes de Estado contra regímenes legalmente constituidos. Han sido verdaderas “epidemias” golpistas que han obedecido a una suerte de <efecto dominó. Después de caído un gobierno constitucional en manos de insurgentes golpistas, esa acción ha tenido ecos sucesivos en otros países de la misma región. En América Latina ocurrió eso en las décadas de los 60 y 70 del siglo anterior. Varias de sus democracias sucumbieron a manos de militares golpistas que en aquel tiempo invocaban el peligro comunista para asaltar el poder. Uno tras otro cayeron los gobiernos constitucionales. Ecuador, Brasil, Argentina y Perú abrieron la serie en los años 60 y nuevamente Ecuador y Argentina reincidieron en los regímenes de facto en la década siguiente junto con Bolivia, Chile, Brasil y Uruguay. Esto sin contar las añejas dictaduras centroamericanas y del Caribe. Sin embargo, el golpismo parece superado en América Latina en la postguerra fría. Nunca antes sus fronteras democráticas fueron tan amplias. Estados Unidos, que tanto impulsaron los golpes de Estado en el curso de la guerra fría, han cambiado de actitud bajo la nueva perspectiva que les ha dado la terminación de la confrontación Este-Oeste. En octubre de 1994 la reposición en el poder de Jean Bertrand Aristide, el Presidente de Haití que fuera defenestrado por los militares, fue una advertencia muy clara de que el gobierno norteamericano, al contrario de lo que ocurría antes, no ve con buenos ojos las aventuras cuarteleras.