Etimológicamente significa el poder o el gobierno de las mujeres. La palabra procede de la composición de las voces griegas gyné, que significa “mujer”, y kratein, “dominación”, “poder”.
La palabra ginecocracia —que no existe en el Diccionario Castellano— designa el gobierno, mando o dominio social de las mujeres, o sea un matriarcado en el que se impone el “predominio o fuerte ascendente femenino en una sociedad o grupo”, según afirma el Diccionario de la Lengua Española.
Muchos de los pueblos primitivos fueron “ginecocráticos” puesto que estuvieron gobernados y dirigidos por las mujeres. En contraste, está la “androcracia” —palabra que tampoco consta en el Diccionario—, que es el gobierno en que mandan y dominan los varones.
Algunos antropólogos —el suizo Johann Jakob Bachofen (1815-1887), entre ellos— sostienen que las sociedades primitivas fueron ginecocráticas porque, bajo el régimen de promiscuidad sexual en que vivieron, la madre era el único elemento conocido de la procreación y el parentesco se establecía a partir de ella. Había un gobierno materno de la familia. La mujer tomaba las decisiones de la vida doméstica. De este hecho desprenden ellos que las sociedades primitivas estuvieron lideradas y gobernadas por las mujeres. Es decir, que existió en ellas una ginecocracia. Afirman que solamente con el advenimiento de la familia estable —en que fue posible la identificación paterna— y con el nacimiento del patriarcado, surgió el poder masculino. Esos antropólogos utilizaron incluso en el siglo XIX el término “matriarquía” para sustentar la hipótesis de que las sociedades primitivas estuvieron lideradas y gobernadas por las mujeres.
El razonamiento central de esta posición es el siguiente: a) que los seres humanos vivieron primitivamente en la promiscuidad, b) que un comercio sexual de esta índole excluía toda certidumbre respecto a la paternidad, c) que, consecuentemente, la descendencia sólo pudo contarse en línea femenina ya que el centro de cada núcleo familiar fue la mujer y no el hombre, y los hijos fueron criados bajo la dirección de la madre y no del padre, y d) que las madres, únicos parientes ciertos de la generación joven, gozaron de tal aprecio y respeto que alcanzaron gran preponderancia política sobre la sociedad.
No existen evidencias, sin embargo, de que esto haya sido así. El mando de la mujer sobre el hogar no significaba necesariamente autoridad política sobre la sociedad. Lo más probable es que, bajo un régimen político tan rudimentario en que el fuerte se imponía al débil, hayan sido los hombres y no las mujeres los conductores de los grupos primitivos. Su fuerza física y su mayor destreza en el manejo de las armas les permitió hacerlo.
Varios sociólogos y antropólogos que se preocuparon de la evolución histórica de la familia —entre ellos, Henry Maine (Ancient Law, 1861), Edward Westermarck (The History of Human Marriage, 1891) y Herbert Spencer (The Principles of Sociology, 1897)— impugnaron la hipótesis ginecocrática en las sociedades primitivas, defendida por Johann Kakob Bachofen (Das Mutterrecht, 1861), Lewis Morgan (Ancient Society, 1877) y, después, Robert Briffault (The Mothers, 1927), y afirmaron que en ellas la promiscuidad fue la excepción y no la regla. Westermarck sostuvo que la monogamia había sido una “forma natural” de la familia primitiva, incluso en ciertas especies de simios.