Palabra derivada de la voz griega éthnos que significa “pueblo” o “linaje”. Designa una comunidad humana definida por afinidades culturales, raciales e históricas que se integra a lo largo de siglos de convivencia. Forman parte de sus peculiaridades sus creencias, su lenguaje, su economía, la alimentación, el arte, la religión, los estilos de vida, las costumbres, el vestido, la habitación. La comunidad científica ha proscrito el concepto de raza. Hoy habla de grupo étnico. Anteriormente se distinguía la etnia de la raza. Se entendía por etnia a la población formada por individuos de la misma raza y por raza (del latín radia) a cada uno de los grupos en que se subdividen las especies humana, zoológica y botánica, cuyos caracteres, perpetuados por la herencia, permiten distinguirlos. Hoy esa diferenciación ya no rige. El punto de vista biológico ha sido remplazado por el de civilización. Los investigadores científicos modernos han reservado el término raza exclusivamente para el mundo animal y vegetal, aunque no han encontrado una palabra sustitutiva de racismo.
Los grupos étnicos, conceptuados como variedades de la especie humana, se distinguen por una serie de rasgos antropológicos y culturales que se han superpuesto a los anteriores criterios de diferenciación fundados en los rasgos fisonómicos hereditarios, marcados en el curso de un proceso de adaptación al medio que ha durado millones de años. Tales rasgos eran, en la antigua antropología, el color de la piel, la forma del cráneo, la talla, el aspecto del cabello, la configuración de la nariz y la boca, los elementos antropométricos, la predisposición a determinadas enfermedades y otras características peculiares. Estos criterios han sido superados por la ciencia. Se ha descubierto que no inciden en la vida inteligente de los seres humanos. Por eso es que la genialidad, con todos sus atributos —inteligencia, imaginación, creatividad, sensibilidad— está repartida entre todas las etnias.
La antropología tradicional dividía a la especie humana en cuatro grandes grupos: raza amarilla, raza blanca, raza negra y raza cobriza.
Atribuía a la raza amarilla o mongólica ciertas características fisonómicas: la cara ancha y aplastada, ojos rasgados y oblicuos, pómulos salientes, nariz chata, fosas nasales abiertas, cabellos espesos y negros, tez aceitunada.
A la raza blanca o caucásica le atribuía el cráneo ovoide, cara oval, frente alta y espaciosa, nariz más o menos aguileña, dientes perpendiculares al maxilar, ojos horizontales, piel blanca, cabellos delgados.
A la raza negra o africana, el rostro alargado y estrecho en la parte superior, dientes oblicuos hacia adelante, nariz ancha, labios gruesos, boca grande, cabello corto y lanudo.
Y a la raza cobriza o americana, la cara ancha, los pómulos salientes, ojos grandes y generalmente oblicuos, piel cobriza, cabellos largos y lacios.
En términos parecidos, a comienzos de los años 60 del siglo anterior, un grupo de sociólogos, antropólogos y genetistas patrocinados por la UNESCO llegó a la conclusión de que hay tres razas principales: la caucásica, la negroide y la mongoloide. Las demás no son más que derivaciones de éstas.
En todos los casos, los parámetros para establecer las clasificaciones fueron el índice cefálico, el color de la piel, la estatura, el tamaño de la cara, la configuración del rostro, la forma de la mandíbula y otros rasgos fisonómicos y medidas antropométricas.
Pero los antropólogos modernos han abandonado estas tipologías porque las consideran irrelevantes. Antes que de “razas” hablan de “etnias” y las entienden primordialmente como distintas expresiones telúricas y culturales. En la antropología moderna el viejo criterio de la “sangre” ha sido sustituido por el de la “cultura” como factor diferenciador de los grupos humanos.
Además de la antropología, dos disciplinas científicas se han preocupado del tema: la etnografía y la etnología. Las diferencias entre ellas son muy tenues. La etnografía trabaja “sobre el terreno” y hace la descripción objetiva de los grupos étnicos y culturales. Efectúa un corte sincrónico de ellos. Lo cual significa que se desentiende de su evolución histórica y centra su investigación en su estado actual. La etnología, en cambio, es por definición una ciencia primordialmente teórica y generalizante, que busca identificar las leyes que rigen el fenómeno étnico-cultural. Para ello hace un enfoque diacrónico de la realidad, esto es, la estudia a lo largo del tiempo. Utiliza los datos que le proporciona la etnografía. De este modo trata de establecer las leyes generales exigidas por la investigación científica.
Se han propuesto muchas hipótesis acerca del origen de las etnias, que pueden agruparse en tres teorías principales:
1) la monogenista, que sostiene la hipótesis de que la especie humana desciende de una sola pareja y que las diferencias étnicas resultan de la acción continua y prolongada del medio;
2) la poligenista, que afirma la pluralidad de origen del hombre; y
3) la transformista, sustentada principalmente por Darwin, Lamarck y Saint-Hilaire, que atribuye la diferenciación étnica al larguísimo proceso de adaptación del homínido primitivo a las diferentes condiciones de clima, altitud, temperatura, vegetación, alimentación, luz solar, estaciones y muchas otras características del medio.
Pero la diversidad étnica no rompe la unidad primordial de la especie humana, que se expresa en sus múltiples características fundamentales, como la inteligencia, la sensibilidad, la creatividad, la capacidad de abstracción, el sentido del tiempo, las funciones orgánicas, la duración de la vida, sus etapas de desarrollo biológico, etc.
Los más destacados naturalistas y antropólogos de los siglos XVIII y XIX —como Jean Baptiste Lamarck (1744-1829), Charles Darwin (1809-1882), Georges Louis Leclerc, mejor conocido como Buffon (1707-1788) y Alfred Russell Wallace (1823-1913— ofrecieron una explicación ambientalista del origen de las etnias, según la cual es el medio el que, en el curso de los siglos, modificó y perpetuó los rasgos distintivos de los grupos humanos, que se transmitieron por herencia. Todos ellos hicieron importantes investigaciones sobre la adaptación y mutación de las especies, que por desgracia sirvieron ulteriormente para que aquellos que pretendieron “estudiar el alma a través del cuerpo” formularan inferencias racistas sobre ellas. Con el empleo de estereotipos trataron éstos de probar que las variaciones en las características antropométricas significaban diferencias mentales, psicológicas, morales y culturales entre los grupos humanos. Y que estas diferencias tenían la misma fuerza hereditaria e inmutable que las características físicas. Todo esto dio sustento al >racismo, que tuvo su apoteosis en Europa durante la segunda mitad del siglo XIX y primera del actual con Arthur de Gobineau, Robert Knox, James Hunt, Georges Vacher de Lapouge, Otto Ammon, Ernst Haeckel, Julius Langbehn, Houston Stewart Chamberlain, Gustavo Le Bon, Alfred Rosenberg y muchos otros pensadores que sostuvieron como verdad indiscutible que las características “raciales”, tanto físicas como morales e intelectuales, eran innatas e inmutables y determinaban el destino de las civilizaciones.