Después de la Segunda Guerra Mundial, con la reiniciación del debate sobre los temas del crecimiento económico, surgió el concepto de desarrollo como parte de las nuevas inquietudes que agitaron el espíritu de los hombres bajo el impacto de la conflagración mundial. Hubo una toma de conciencia de los desniveles económicos en que estaban situados los individuos dentro de los Estados y los Estados en el concierto internacional. Nació entonces la teoría del desarrollo y, por contraste, también la teoría del subdesarrollo, con todas sus múltiples implicaciones de dominación y dependencia.
Dentro de ellas se marcó una tendencia en América Latina a considerar que las causas del desarrollo y del subdesarrollo eran de naturaleza estructural, esto es, que residían en los sistemas económicos y sociales imperantes en los países. Fue en el curso de las discusiones en torno al tema de la inflación, cuyas causas y remedios se pretendía identificar, que surgió la palabra estructuralismo para designar la posición de los economistas latinoamericanos que, alejándose de las soluciones puramente monetarias, buscaban los orígenes estructurales del problema para darle solución en sus causas antes que en sus efectos.
Los economistas del “estructuralismo” se apartaron de las concepciones ortodoxas en su visión macroeconómica y microeconómica. Desconfiaron del mercado como el instrumento idóneo de conducción de la economía y de asignación de recursos. Fortalecieron el rol del Estado en el proceso económico, sea planificando la producción, sea construyendo obras de infraestructura económica y social, sea asignando recursos a las diversas actividades económicas, sea estimulando o desalentando las iniciativas particulares según su conveniencia social.
Esta teoría sostiene que los procesos políticos y culturales de un país están determinados por las diversas estructuras económicas y sociales que en él existen. Las estructuras son las partes fundamentales que sustentan la organización social. Según ella, la condición de subdesarrollo económico, el atraso político y social, las deformaciones de la organización política y todos los demás elementos de la vida comunitaria obedecen, en último término, a factores estructurales de orden económico. Por consiguiente, para avanzar hay que instrumentar un cambio fundamental en las estructuras socio-económicas del Estado.
Lo estructural se opone a lo conyuntural. Lo estructural es lo esencial, lo permanente, lo básico en la ordenación de la sociedad. Las estructuras son las partes fundamentales que la sustentan. Lo coyuntural es lo pasajero, lo accidental, lo variable de la vida social. El estructuralismo sostiene que la única forma de lograr el desarrollo es mediante cambios en las estructuras económicas y sociales.
El estructuralismo estuvo en vigencia durante largo tiempo en los países latinoamericanos a partir de la década de los años 50, cuando el economista argentino Raúl Prebisch (1901-1985) dirigía la Comisión Económica para la América Latina (CEPAL). Su tesis central fue que las deformaciones y desajustes sociales —subdesarrollo, pobreza, injusticia económica, marginación, desigualdades y privilegios— se originan en las estructuras agrarias, tributarias y productivas que imperan en un país. Establecía una suerte de determinismo económico entre esas estructuras y las deficiencias sociales, de modo que para corregir éstas había que acudir a las causas que las determinan, es decir, a las estructuras de carácter económico e introducir en ellas las reformas necesarias para superar las taras superestructurales del subdesarrollo.
La principal conclusión a que llega el estructuralismo es que las medidas superficiales son insuficientes para solucionar los problemas económicos y superar la condición de >subdesarrollo de un país. Para ello se requiere, por tanto, una transformación desde los cimientos de la organización social, o sea una transformación estructural.
La visión estructuralista del desarrollo se plasmó en propuestas concretas de política económica y social, tales como la industrialización sustitutiva de importaciones, las estrategias de exportación de bienes elaborados o semielaborados (en todo caso no primarios), la regulación de la inversión extranjera, la reforma agraria, la reforma tributaria, mecanismos de distribución del ingreso, medidas redistributivas de la riqueza y otras.
Sin duda, aunque el filósofo y antropólogo inglés Herbert Spencer (1820-1903), el sociólogo norteamericano Robert K. Merton (1902-2003) y varios otros pensadores hablaron sobre el tema, las fuentes del estructuralismo latinoamericano están en el >materialismo histórico del >marxismo, de marcada influencia sobre muchos economistas de esa época, que sostiene que la superestructura de la sociedad —o sea su organización y sus ideas políticas, económicas, jurídicas, religiosas, artísticas, etc.— no es más que el reflejo de su estructura productiva, es decir, de su modo de producir e intercambiar los bienes económicos. Vistas así las cosas, a un modo de producción —estructura— corresponde necesariamente una determinada manera de ser y de pensar de la sociedad —superestructura— y, por consiguiente, el cambio de aquélla produce en ésta la modificación consecuente.
El <cepalismo sostuvo que las causas del subdesarrollo latinoamericano son de naturaleza estructural y que no se podrán superar a menos que se modifiquen las estructuras que las originan. Por tanto, la modificación de las estructuras agraria, tributaria y laboral, tenidas como los “obstáculos estructurales al desarrollo”, y la creación de una dinámica organización industrial fueron algunos de los postulados claves del pensamiento cepalino para impulsar el progreso de la América Latina.
En todo caso, el estructuralismo es un punto de vista sobre la realidad social, vale decir, un método para analizarla y endenderla.