Para el sistema capitalista el egoísmo es el instinto fundamental de la economía. Adam Smith aseveró que debemos agradecer el egoísmo de los hombres que les lleva a producir lo que nosotros necesitamos, en el marco de la división social del trabajo. Desde este punto de vista, el afán de lucro, defendido por la escuela clásica como el motor del adelanto económico, no es más que una manifestación del egoísmo individual. Lo mismo puede decirse de la competencia. O de la acumulación. O del ahorro. O del espíritu de empresa. O de las fuerzas del mercado. La economía es el escenario de las acciones egoístas del hombre.
Las características fundamentales del sistema capitalista son la propiedad privada de los instrumentos de producción, la libertad económica en todas sus formas y direcciones, la inhibición del Estado frente al quehacer económico de la sociedad, el afán de lucro individual como la motivación de la actividad productiva, la explotación de la mano de obra de los trabajadores asalariados, la conquista de mercados dentro y fuera de las fronteras nacionales y el sometimiento de la economía, en su conjunto, a las leyes del mercado.
El capitalismo sostiene que las leyes del mercado, que son “leyes naturales” porque no las formula el Estado sino que nacen de la propia dinámica social (la oferta y la demanda, la libre competencia, el apetito de lucro, la iniciativa privada, la libertad de emprender, la <acumulación para ampliar la producción de bienes), no deben sufrir interferencias del poder político. Tales interferencias dañarían su funcionamiento y desquiciarían el sistema. Debe dejárselas operar libremente porque ellas tienen la capacidad de regular automáticamente la marcha de la economía y de encontrar los convenientes equilibrios.
El capitalismo es un sistema económico que se funda en la acumulación privada de los rendimientos de la actividad económica. Esa acumulación forma el capital. La acumulación es la razón de ser del sistema y el egoísmo es la razón de ser de la acumulación.
La teoría económica ha ofrecido diversas explicaciones sobre el fenómeno de la acumulación en función de los puntos de vista ideológicos. El egoísmo económico está íntimamente ligado a la acumulación. Los economistas clásicos Adam Smith (1725-1790) y David Ricardo (1772-1823), a fines del siglo XVIII y principios del XIX, en el marco del incipiente capitalismo en que les tocó vivir, explicaron la acumulación como el resultado de la tendencia al ahorro de las clases ricas que posibilita el aumento de la producción en el futuro. Distinguieron, al efecto, la renta bruta, de la que dedujeron todos los gastos necesarios para el mantenimiento de la producción —o sea el desgaste del capital fijo, la reposición de materias primas y otros egresos de operación—, de la renta neta, a la que consideraron como el excedente de recursos utilizables en el ahorro, la ampliación de la producción o el consumo. Los economistas clásicos y sus seguidores consideraron que el incremento de los >salarios disminuía las posibilidades de acumulación y por tanto frenaba el progreso productivo.
El >marxismo hizo una dura crítica al sistema de acumulación capitalista. A partir de su concepto del valor, formuló la teoría de la plusvalía para explicar el origen de los beneficios o ganancias de los dueños del capital. El trabajador, en el sistema capitalista, se ve obligado a vender su >fuerza de trabajo y, a cambio de ella, recibe una determinada remuneración. Durante su jornada de labor crea un cúmulo de riqueza que entrega al dueño del instrumento de producción, pero como lo que recibe por salario es menor a lo que genera con su fuerza de trabajo, el empresario se beneficia con la diferencia. Esta es la plusvalía, o sea el trabajo no pagado, que es, según el marxismo, la fuente de la acumulación del capitalista.
Por cierto que David Ricardo habló de ella antes —aunque sin emplear este nombre— cuando formuló sus teorías económicas en beneficio de la nueva clase dirigente dentro del orden creado por la revolución industrial y explicó que el éxito de la industria dependía de que el valor generado por el trabajador fuera sustancialmente mayor que el salario que recibía. Entonces habría una mayor acumulación de capital y, por tanto, más altos niveles de producción.
Esta plusvalía —que el empresario siempre trata de optimarla, sea disminuyendo el salario, sea aumentando la jornada suplementaria— se reparte entre el dueño del instrumento productor de los bienes, el comerciante que los pone en circulación, el proveedor de la materia prima, el banquero que presta el dinero para las operaciones industriales y mercantiles, el dueño de la tierra y otros capitalistas que participan en el proceso.
La plusvalía, así distribuida, concurre a engrosar el capital de sus receptores. Los capitalistas transforman la plusvalía que perciben en capital. Este es el proceso al que los marxistas llaman acumulación de capital, cuyas leyes señalan que a mayor plusvalía hay mayor acumulación de capital y, recíprocamente, a mayor acumulación, mayor plusvalía. Este es el “círculo virtuoso” de la concentración de la riqueza en cada vez menor número de manos.
De este modo Carlos Marx (1818-1883), partiendo de los conceptos de los economistas clásicos, formuló la ley de la acumulación capitalista, cuyo planteamiento central es que el modo de producción caracterizado por la propiedad privada de los instrumentos generadores de la riqueza acentuará progresivamente la diferencia económica entre los dueños del capital, cada vez en menor número, y la creciente masa de proletarios empobrecidos, hasta que fatalmente se producirá la explosión revolucionaria que llevará al poder a la clase obrera.
Este hecho, para los teóricos marxistas, era simplemente inevitable en los países altamente industrializados puesto que la lucha de clases librada entre una minoría de capitalistas opulentos y la inmensa mayoría de proletarios desafortunados no podría terminar sino en el triunfo definitivo de estos últimos. Tal es la lógica de la acumulación capitalista. A empresarios cada vez más opulentos, situados en el un polo de la organización social, corresponden más obreros asalariados, cada vez más pobres, en el otro.
Sin embargo, por razones que no es del caso analizar aquí, las previsiones marxistas no se han cumplido en toda su magnitud y la evolución del capitalismo ha tomado un camino en algunas materias diferente.
Tanto el capitalismo como el marxismo llegan a la misma conclusión: la acumulación es la consecuencia del egoísmo económico. Pero discrepan en el juicio de valor que emiten sobre ella: para el uno es buena y para el otro es repudiable.