Con este anglicismo —que viene del inglés to dump, que significa vaciar de golpe, inundar— se designa, en el comercio internacional, un sistema de discriminación de precios entre los que tiene un producto en el mercado interno de un país exportador y los que se fijan para su venta en el exterior. El sistema consiste en bajar artificialmente los precios de una mercancía, por debajo de los que rigen en el mercado interno, para conquistar un mercado extranjero y eliminar a los competidores locales. Los precios de exportación, por tanto, son inferiores a los del mercado del país exportador. Con esta maniobra se elimina la competencia de los productores locales en beneficio de la mercancía extranjera.
Esta práctica está considerada como una forma de competencia desleal dentro de los cánones del comercio internacional.
El dumping puede presentarse en forma permanente o temporal. El primer caso —dumping de largo plazo— se da cuando, por las diferencias de demanda entre el país de origen y el país de exportación, el productor fija precios más bajos en el mercado exterior, cuya demanda presenta mayor elasticidad, para optimizar sus beneficios. Este tipo de dumping, que no es una maniobra maliciosa, favorece a los consumidores pero causa problemas de adaptación a los competidores locales. El segundo caso, que es la forma más agresiva del dumping, se produce cuando un país, que tiene excedentes exportables o que desea aumentar sus ventas en el exterior, invade el mercado de otro, con precios inferiores a los de su propio mercado y a los del mercado invadido, y a veces inferiores incluso a sus costes de producción, para arruinar a la competencia local. Conseguido este objetivo y asegurado el mercado, instrumenta después una política de recuperación de precios, de modo que los consumidores sólo se benefician de los precios bajos temporalmente.
Esta clase de dumping suele producirse también cuando un país desea librarse de sus excedentes temporales de producción sin trastornar su estructura de precios interna. En tal caso, la práctica de bajar artificialmente los precios abre mercados exteriores para la producción excedente.
Es lícito a los países defenderse de estas prácticas de comercio desleales mediante protecciones a su producción interna. Existen leyes para hacerlo y en los convenios de >integración económica suelen incluirse cláusulas de salvaguardia contra este tipo de maniobras.
En los últimos años Francia y los otros países desarrollados han acuñado las expresiones “dumping laboral” o “dumping social” para referirse a la utilización de mano de obra barata en los países atrasados como medio para que sus mercancías puedan llegar a menores precios a los mercados extranjeros y dejar fuera de competencia a la producción local. Han planteado la creación de impuestos compensatorios al ingreso de esas mercancías para evitar el cierre de industrias y la salida de capitales, como ocurrió con la empresa norteamericana “Nintendo” que fue trasladada a México, y el aumento del desempleo de su fuerza laboral.
Desde la última década del siglo XX el outsourcing y el offshoring se convirtieron en operaciones económicas determinantes del crecimiento e inserción internacional de China, India y otros países asiáticos. El outsourcing consiste en la subcontratación de un servicio susceptible de digitalizarse para que estos países, como suministradores más baratos, rápidos y eficientes, asuman la tarea de prestarlo. Y el offshoring es el traslado de las instalaciones de la empresa de un país desarrollado hacia otro lugar, donde los costes de producción son más bajos —en razón de los menores salarios e impuestos, inferiores aportes a la seguridad social, energía subvencionada, etc.—, para fabricar allí sus productos en términos más competitivos.
Estas operaciones cobraron dimensiones masivas en China a partir de su ingreso a la Organización Mundial del Comercio (OMC) el 11 de diciembre del 2001, porque dio al mundo la señal de que ella asumía el compromiso de someterse a las normas y usos internacionales del intercambio. Los grandes empresarios occidentales empezaron a ver a China como “una amenaza, un cliente y una oportunidad”, en palabras del asesor empresarial japonés Kenichi Ohmae en su libro “The United States of China”, y volcaron hacia ella capitales, tecnologías, industrias y centros productivos.
Entre varias empresas norteamericanas que han adoptado este sistema, el fabricante germano-estadounidense de automóviles Daimer-Chrysler llegó a un acuerdo a fines del 2006 con la corporación china Chery Automotive para fabricar un modelo de vehículo pequeño destinado al mercado norteamericano, comercializado con las marcas Dodge, Chrysler y Jeep.
La producción japonesa de automóviles en el exterior —en Asia, América Latina, África e, incluso, Estados Unidos y Europa—, con un total de 10’929.918 unidades, superó a la doméstica en el año 2005.
En el campo electrónico, a fines de enero del 2008 la empresa japonesa Sanyo Hungary, que desde el año 2000 había funcionado en Dorog, al norte de Budapest, para la fabricación de elementos electrónicos marca Sanyo, anunció el despido de sus centenares de trabajadores y el traslado de sus operaciones industriales a China, donde había encontrado “condiciones salariales más favorables”.
Pero el offshoring —que implica un verdadero “dumping laboral” para que las mercancías lleguen a menores precios a sus propios mercados y a los mercados extranjeros y dejen fuera de opción a los competidores— ha resultado trágico para los trabajadores de muchos países del mundo subdesarrollado —Tailandia, Malasia, México, Brasil, Irlanda, Vietnam y muchos otros— que, en su competencia entre sí y con China para lograr que se establezcan industrias extranjeras en sus territorios, han aplanado los salarios, reducido los beneficios laborales y disminuido las cargas fiscales.
El escritor y periodista estadounidense Thomas Friedman, en su libro “La Tierra es Plana” (2006), narra dos hechos anecdóticos: el uno relacionado con México y el otro, con Egipto. Dice que buena parte de las imágenes de la virgen de Guadalupe que se venden en México —que es la virgen emblemática de ese país— es tallada en China; y que los farolillos —llamados fawanis— que suelen portar los niños en las celebraciones musulmanas del Ramadán, que siempre se confeccionaron en los pequeños talleres de la ciudad vieja de El Cairo, hoy se fabrican en China.
Desde este punto de vista, China con sus bajos salarios y cicateras garantías laborales —en combinación con su moneda subvaluada— es la gran conspiradora, a escala universal, contra los intereses de la clase trabajadora. Lo cual no deja de ser paradójico en tratándose de un país que se dice marxista. China se ha constituido en un factor determinante para que las normativas laborales se relajen y flexibilicen en todos los lugares en perjuicio de los trabajadores. Puede llegar el momento en que éstos vuelvan a gritar: “¡Proletarios de todos los países, uníos…!”
Y es que, por ejemplo, el salario medio de un operador de maquinaria altamente calificado en Estados Unidos era en el 2006 de tres a cuatro mil dólares mensuales, mientras que ese mismo operador ganaba en China alrededor de ciento cincuenta dólares al mes. E igual cosa ocurría en todos los ámbitos del trabajo manual o intelectual.
No obstante, los promotores de este sistema productivo argumentan que mal puede hablarse de “dumping laboral” puesto que no es un régimen salarial de excepción el que rige en estos países para las actividades de exportación sino que es el régimen de remuneración general que corresponde a las condiciones estructurales de su economía y que obviamente es más bajo que el de los países industriales de Occidente. De modo que no constituye un “truco” ni una “maniobra” financiera para abaratar su producción.