Denominados también “tigres asiáticos”, son los países de Asia oriental y sudoriental que en la década de los años 80 y 90 del siglo pasado insurgieron poderosamente con las tasas de crecimiento más altas del planeta. De la pobreza absoluta pasaron a formar parte de las nuevas economías industrializadas (NEI) con altísimos índices de expansión económica. Crecieron a la media del 6,8% anual entre 1979 y 1988 (el doble del promedio mundial y 2,5 veces el crecimiento de América Latina) y del 7,6% entre 1989 y 1997. Primero fue el Japón, que se levantó de los escombros de la Segunda Guerra Mundial. Éste puede ser considerado como el dragón asiático de la “primera generación”, que guio a los demás hacia la prosperidad por medio del llamado “vuelo de ganso”, aunque su desarrollo presenta diferencias muy importantes con el de los otros países asiáticos puesto que partió de aptitudes de organización muy antiguas y dispuso de capacidad tecnológica endógena. Después vinieron cuatro más: Taiwán, Corea del Sur, Hong Kong y Singapur, como parte de la “segunda generación”. Luego otros: Malasia, Indonesia, Tailandia y, más tarde, Filipinas y China. Esos son los dragones asiáticos de las tres generaciones y en la perspectiva del futuro están también Myanmar y Vietman.
El grupo es bastante heterogéneo, hasta el punto de que algunos economistas han negado que pueda hablarse de un “modelo asiático” de desarrollo. Sin embargo, su común denominador fue la presencia de gobiernos fuertes —en algunos casos hasta autoritarios— con amplias facultades de intervención en la economía, que implantaron una apertura regulada al capital extranjero, el control de la repatriación de capitales, subsidios a determinadas ramas de la producción, un vigoroso proceso de industrialización hacia afuera inducido por el Estado, <conglomerados industriales muy fuertes —como los keiretsu japoneses o las chaebol coreanas—, alto proteccionismo para la producción nacional, políticas laborales y controles salariales muy rígidos, señalamiento estatal de las metas de exportación y mercados estructurados, o sea mercados que carecen de la autonomía de los sistemas de laissez-faire y que se rigen por los objetivos definidos por el Estado.
El proceso de crecimiento de los dragones asiáticos empezó en los años 60 con la política de >sustitución de importaciones de productos y bienes livianos y fue después a la industrialización intermedia y pesada.
El crecimiento de estos países está ciertamente ligado a los valores que informan su civilización y a la idiosincrasia de sus pueblos. Éstos no han compartido las agudas formas de >individualismo que se practican en Occidente y que tienden a romper la cohesión social. Han sabido establecer sus propios y peculiares equilibrios entre los intereses del individuo y los de la colectividad. Cuestionan las democracias liberales de corte occidental y en su lugar han establecido formas “asiáticas” de democracia con disciplina social y gobiernos fuertes, que responden a sus propias tradiciones y cultura. Tienen su peculiar visión de los derechos humanos que no es igual a la de Occidente. Los asiáticos son pueblos apacibles, de costumbres austeras, tienen ansias de aprender, demuestran consagración al trabajo, poseen espíritu de equipo. Aquí hay mucho de la tradición confuciana que infundió en la sociedad la supeditación de las necesidades de las personas a las de la colectividad y que fomentó el hábito de buscar consensos.
El ex Primer Ministro de Singapur, Lee Kuan Yew (1923-2015), al igual que los demás gobernantes de la región, sostenía que fueron los “autoritarismos blandos” los que lograron en aquellos años el llamado “milagro económico” asiático al combinar ciertas libertades económicas con dictaduras paternalistas, de acuerdo con los más hondos valores y tradiciones confucianos y con los consensos existentes en sus pueblos de preferir el crecimiento económico antes las libertades de Occidente postuladas por gobiernos embarazados por el respeto a los derechos humanos.
La crisis asiática, que se desencadenó en Tailandia a partir del segundo semestre de 1997 y que por la vía de la globalización se contagió a los demás países de la región, se produjo precisamente cuando los gobiernos asiáticos, influidos por el pensamiento neoliberal de Occidente, cambiaron su modelo de desarrollo en los años noventa y abandonaron su proteccionismo comercial, redujeron las tarifas arancelarias, liberalizaron los mercados financieros, disminuyeron el gasto público y desmontaron el control estatal sobre la economía, especialmente sobre el sector financiero y bancario que antes había sido tan riguroso. O sea que la crisis se presentó cuando los dragones asiáticos abandonaron su modelo económico basado en un cierto dirigismo estatal, que les había dado un crecimiento tan notable.
Por eso, en el curso del incremento económico de los llamados “dragones asiáticos” pueden distinguirse dos etapas: la primera, en que ellos alcanzaron los índices de expansión más altos del mundo bajo lo que algunos llamaron el “dirigismo flexible del Estado”; y, la segunda, cuando cambiaron su política económica y liberalizaron su economía por la presión occidental, que les condujo finalmente a la crisis.
Es evidente que las economías de los dragones asiáticos se expandieron al amparo de un Estado fuerte, una burocracia eficiente, estricta disciplina laboral, mercado gobernado, planificación estatal, crédito subsidiado y dirigido, control de importaciones, subsidio a las exportaciones, exoneraciones tributarias, control de cambios, restricciones a la competencia doméstica, vigilancia de precios, moderna y fuerte supervisión bancaria, sistema financiero sólido y bien regulado, fomento industrial, desarrollo científico y tecnológico, promoción de <conglomerados empresariales y otras medidas de interferencia estatal en el mercado y en la economía.
Como bien dice la economista británica Frances Stewart de la Universidad de Oxford, los gobiernos de los países de Asia oriental no escogieron a los ganadores en el campo industrial sino que crearon ganadores, seleccionando para la protección estatal, mediante políticas económicas específicas, a las industrias que tenían posibilidades de incursionar con sus productos en los mercados exteriores.
Es equivocado atribuir el crecimiento del sudeste asiático, como a veces se hace, a la liberalización de sus economías. Es todo lo contrario. Esos países lograron su expansión económica con la aplicación de políticas alejadas del recetario neoclásico. Los suyos fueron Estados fuertes, altamente intervencionistas, conductores e inductores del proceso de industrialización, que produjeron los altos índices de crecimiento del llamado “milagro asiático”.
A pesar de la escasez de recursos naturales el eje del crecimiento asiático fue la industria en sus diversas y sucesivas etapas: desde la industria ligera e intensiva en mano de obra destinada a la sustitución de importaciones hasta la industria pesada del acero, metales básicos, química, petroquímica, maquinaria, barcos, vehículos, equipos de telecomunicaciones y otros bienes para la exportación, cada vez más intensiva en capital. Este proceso, que configuró un verdadero modelo asiático de industrialización, respondió a políticas estatales dirigidas y deliberadas de fomento de la producción manufacturera, que en los últimos años se ha orientado hacia las ramas de la alta tecnología electrónica para la producción de semiconductores, robots, computadoras y otros artefactos de la llamada “industria del conocimiento”.
El modelo se sustentó en el extraordinario apoyo estatal a la educación y capacitación de la gente —con énfasis especial en las ramas de la tecnología moderna—, en la creación de una magnífica infraestructura económica, en la selección y promoción estatal de algunas industrias con gran potencial de crecimiento en razón de su demanda internacional —con crédito dirigido y alto grado de protección para ellas—, en el subsidio a las exportaciones y restricción de las importaciones y en otras políticas estatales de promoción de determinadas áreas de la economía y de interferencia en el mercado. El Estado jugó un papel de primera importancia en la industrialización de Corea del Sur a partir de los años 60, con subsidios a las empresas y distorsión deliberada de los precios en el “mercado estructurado”. Señaló metas de exportación y puso en práctica diversos instrumentos para alcanzarlas.
Las grandes empresas industriales coreanas —las chaebol— contaron con el aval estatal y por tanto con la cobertura parcial de sus riesgos. Por eso se condujeron con tanta agresividad y tomaron tantos albures. El Estado asumió en Taiwán un rol igualmente decisivo: asumió la gestión directa de algunas áreas de la producción —petróleo, petroquímica, acero, maquinaria pesada, astilleros, fertilizantes— y, a través de la estatificación de la banca, otorgó crédito barato a las industrias protegidas. Malasia también instrumentó una política industrial activa por medio del Estado, que en 1980 creó la Heavy Industries Corporation of Malaysia para impulsar y diversificar la actividad manufacturera y que en 1985 formuló el Plan Maestro Industrial para la década. Lo propio hicieron los demás dragones asiáticos, con variantes de detalle, a fin de industrializar sus economías y orientarlas hacia la exportación y con eso obtener el mayor volumen de >valor agregado posible en beneficio de sus países.