Este vocablo proviene del latín denarius, que fue la moneda de plata de la antigua Roma cuyo valor era diez ases. La palabra denarius, a su vez, se deriva de deni, que significaba “diez cada uno”. Con este antecedente, el dinero fue originalmente la mercancía o la pieza de metal que sirvió como instrumento de pago en el intercambio y posteriormente, por extensión, el conjunto de los instrumentos de cambio usados en la economía.
En las sociedades primitivas no se conoció el dinero. Los bienes se cambiaban entre sí directamente a través del procedimiento llamado >trueque. Un saco de trigo se canjeaba por una pierna de res. Una canasta de legumbres por un pescado. Era un intercambio directo. Pero el sistema no era operativo. Al menos no lo fue desde que la sociedad se amplió y se tornó más compleja. La doble coincidencia de que una persona tuviera el producto que otra necesitara y que ésta ofreciera el deseado por la primera, fue cada vez menos frecuente. Las cosas se complicaron. Entonces se inventó el dinero para cumplir el papel de intermediario en las relaciones de cambio. Al comienzo se escogieron productos que, por sus características, pudiesen servir de referencias más o menos constantes del valor de las cosas. El ganado cumplió este cometido. Los términos pecunia y pecuniario, con que se que designa el dinero y lo que a él concierne, testimonian los orígenes de las palabra, puesto que vienen de pecus, que en latín significó “rebaño”. El trigo cumplió también igual menester. Fue una referencia del valor de las mercancías. Pero desde que se descubrieron los metales, se generalizó su uso como medios de pago en las relaciones de intercambio. Sus características de escasez, concentración de valor, volumen, ductilidad, facilidad de manejo hicieron de ellos en aquel tiempo el instrumento ideal para el cambio. Primero fueron piezas de metal en bruto y después acuñación de aleaciones de metales finos, con los signos de su origen, peso y ley.
Así se originó la moneda. Y empezó a funcionar como medio de pago, instrumento de cambio, medida del valor y mecanismo de reserva de riqueza.
Las palabras dinero y >moneda no son sinónimas aunque durante mucho tiempo se las empleó indistintamente para designar la pieza de metal acuñada que sirve de medio de pago en las relaciones de cambio. En estricto sentido, el concepto de dinero es más amplio que el de moneda y además es anterior, puesto que el ganado, el trigo, la sal, los propios metales y otros bienes fueron el dinero que utilizó la comunidad antes de que, con las técnicas de aleación y acuñación de los metales, apareciera la moneda.
Con la invención de medios de pago no metálicos, la palabra moneda se reservó exclusivamente para designar a las piezas metálicas y el vocablo dinero adquirió una denotación más amplia, que comprendía todas las clases de medios de pago que ha creado la economía. De suerte que entre esos dos términos existe hoy la relación de género a especie. En términos económicos toda moneda es dinero pero no todo dinero es moneda. Sin embargo, por la fuerza de la tradición aún se mantienen las expresiones “monetario” y “monetaria” para referirse a ámbitos mucho más amplios que el de la moneda entendida como pieza metálica.
En el curso de la historia, después de que los grupos primitivos abandonaron la economía de >trueque, aparecieron sucesivamente varias formas de dinero. Primero fueron mercancías de aceptación general las que cumplieron este papel de referencia del valor de las cosas e incluso de intermediación en el cambio. Con la entrega de ellas se pagaba la prestación de servicios o la compra de bienes.
En Egipto y el Oriente Medio, 3.000 años antes de la era cristiana, se utilizaron como medios de pago pedazos de oro y de plata no acuñados. Aún no se había inventado la ceca de los metales. Sólo más tarde apareció la moneda metálica acuñada de valor intrínseco, cuyo poder liberatorio estuvo dado por el volumen, peso y calidad de los metales preciosos que la contenían.
Según Herodoto (484-425 a. C.), los lidios fueron los primeros en acuñar el oro y la plata para hacer monedas, aunque en forma rudimentaria, bajo el gobierno de Creso, que fue el último rey de Lidia entre los años 560 y 547 antes de nuestra era. Estas monedas tenían efigies de animales en el anverso y signos de identificación en el reverso. Algunas de ellas se exhiben en la sala numismática del Museo Británico de Londres.
Con la expansión del imperio griego, bajo el liderato de Alejandro Magno (356-353 a. C.), la acuñación de moneda se extendió por todos sus territorios que comprendían el sur de Europa, el norte de África y el Asia Menor. Los romanos acogieron el sistema monetario de los griegos. Tres siglos antes de la era cristiana acuñaron las denominadas aes signatum, que eran monedas de plata, y las aes grave, monedas de bronce. Después de las guerras púnicas Roma retiró todas las monedas en circulación, las fundió y acuñó nuevas. Su unidad monetaria fue entonces el denario de plata que valía diez ases de bronce. Veinticinco denarios hacían un aureus, que era una moneda de oro con la efigie de Julio César, primero, y después con las de los sucesivos emperadores romanos. Cinco ases eran un quinario de plata, y dos ases y medio un sestercio.
En las culturas orientales —mongol, china y japonesa— durante los siglos IV y V de nuestra era, las monedas no tuvieron la forma de un disco o un cospel, como en Occidente, sino diseños geométricos distintos. Fueron, sin embargo, los mismos chinos los que más tarde concibieron el concepto de papel-moneda para el pago de bienes y servicios. Ellos, como inventores del papel y de las primeras técnicas de impresión, empezaron en el siglo IX a fabricar moneda de papel, plenamente convertible a la cantidad de metales finos que representaba.
Nació así el concepto del dinero representativo, que se extendió rápidamente por el mundo porque contribuyó a superar las inflexibilidades del sistema de moneda de valor intrínseco.
El 16 de junio de 1661 el Banco de Estocolmo emitió los primeros billetes como medios de pago, con el respaldo de metales finos, para suplir la escasez de moneda metálica en la economía. En 1666 este banco, bajo el nombre de “Swedish Ricksbank”, se convirtió en propiedad de la Corona Sueca y fue el instituto oficial de emisión de moneda del gobierno. Después se establecieron el Banco de Inglaterra (1694), el de Dinamarca (1736), el de Rusia (1769), el de Alemania (1769), el de Austria (1769), el de Francia (1800) y un siglo más tarde la Reserva Federal de Estados Unidos (1913).
Empezó en todas partes a circular el dinero representativo, fabricado de metal barato o de papel —billetes de banco—, que por acto de la autoridad pública valía determinada cantidad de metales preciosos, con los que era convertible, bajo el sistema del >patrón monetario. Sin embargo, las crecientes demandas de dinero en el sistema económico determinaron más tarde la aparición de una moneda cuyas relaciones de valor no se establecieron con los metales finos —oro y plata— sino con los parámetros de producción y de solvencia económica de un país. La acuñación de moneda se liberó de la limitación impuesta por los depósitos metálicos. Para lo cual se tuvo que abandonar el patrón monetario a partir de los años 30 del siglo pasado.
El nuevo tipo de dinero de curso forzoso se complementó con el dinero documentario (relacionado con los depósitos bancarios y el empleo del cheque como instrumento que contiene un mandato de pago que permite a su librador retirar una cantidad determinada de los fondos depositados a la vista en un banco), así como con las múltiples formas dinerarias creadas por los modernos sistemas de crédito.
Pero en la dinámica de la economía contemporánea el dinero de papel desplazó al monetario y el dinero bancario al dinero de papel. Hoy la inmensa mayoría de las transacciones se hace por medio de cheques bancarios. Sus ventajas para las operaciones de intercambio son evidentes. Vivimos la era del dinero bancario, constituido por depósitos reintegrables a la vista. Más de las nueve décimas partes del valor de las transacciones se mueven por este medio.
Pero existe también otra forma de dinero, que es la que se produce a partir de los depósitos de ahorro y a plazo en los bancos, de la tenencia de bonos del Estado y de muchos otros documentos que pueden liquidarse rápidamente o venderse en el mercado de valores. Este es el llamado <cuasidinero porque, sin ser realmente dinero, posee muchas de sus cualidades y engrosa el flujo de medios de pago en circulación.
Sin embargo, explica el economista norteamericano Paul Krugman que “la moneda —trozos de papel con retratos de presidentes muertos— es dinero, y también los depósitos bancarios contra los que se pueden extender cheques. Pero las acciones, los bonos y los bienes raíces no son dinero, porque hay que convertirlos en efectivo o en depósitos bancarios antes de poder usarlos para hacer compras”.
De modo que, de acuerdo con el pensamiento del economista norteamericano, “si la oferta monetaria constara sólo de moneda, estaría bajo el control directo del Gobierno, o más precisamente, de la Reserva Federal, un organismo monetario que, como sus homólogos los bancos centrales de muchos otros países, está institucionalmente un poco separado del Gobierno propiamente dicho. El hecho de que la oferta de dinero incluya también los depósitos bancarios complica un poco la realidad. El banco central sólo tiene control directo sobre la base monetaria —la suma de moneda en circulación, la moneda que los bancos tienen en sus cámaras acorazadas y los depósitos que los bancos guardan en la Reserva Federal—, pero no sobre los depósitos que los ciudadanos tienen en los bancos. En circunstancias normales, sin embargo, el control directo de la Reserva Federal sobre la base monetaria basta para darle también un control efectivo sobre la oferta monetaria total”.
En consecuencia, la base monetaria es la moneda en circulación, la moneda guardada bajo los colchones, la moneda que los bancos tienen en sus bóvedas de seguridad y los depósitos que ellos guardan en el banco central. Los depósitos que la gente tiene en los bancos no forman parte de ella.
El Estado tiene el derecho soberano de acuñar moneda, de obtener los beneficios del señoreaje y de diseñar su política monetaria y cambiaria.
El señoreaje es la diferencia, de la que se apropia el Estado, entre el coste de fabricar y poner en circulación la moneda y el valor adquisitivo que ella tiene, o sea el cúmulo de bienes y servicios que puede comprar. Por ejemplo: la impresión del billete de un dólar cuesta alrededor de cinco centavos pero el gobierno puede usarlo para adquirir bienes por cien centavos, de modo que el señoreaje es de 95 centavos. En un billete de 100 dólares este ingreso significa 99 dólares con 95 centavos. En realidad es un poco menos ya que los billetes deben ser reemplazados a costa del Estado en alrededor de 18 meses, que es el lapso de caducidad media del papel de que están hechos. Pero, en todo caso, esa diferencia representa anualmente cantidades muy importantes de dinero que perciben los gobiernos emisores.
El seigniorage era en la Edad Media el tributo que percibía el príncipe por la acuñación de moneda. Posteriormente fue el pago que los monarcas exigieron por certificar el peso y la buena ley de las monedas de oro y plata.
El profesor Jürgen Schuldt, remitiéndose a los datos de Kurt Schuler en sus artículos “Basics of Dollarization” y “Encouraging Official Dollarization in Emerging Markets” publicados en el “Joint Economic Commitee Staff Report” en abril de 1999, afirmó que el gobierno de Estados Unidos obtuvo en ese año alrededor de 25.000 millones de dólares netos por la expedición de su moneda. Pero ese monto disminuirá progresivamente por la incorporación de la tecnología electrónica a las transferencias de depósitos, que torna innecesario el uso de los billetes convencionales.
En este siglo se ha extendido sorprendentemente el uso del llamado >dinero plástico, compuesto por las tarjetas de crédito. Ellas han creado una comunidad de pagos que ha expandido notablemente el volumen de la masa monetaria. Es una forma de dinero que sustituye crecientemente a los cheques de banco. El sistema funciona con base en tres elementos fundamentales: el organismo emisor de las tarjetas, los titulares de ellas y los comerciantes adheridos a la red del sistema de crédito.
Al expedir la tarjeta a nombre de una persona, la entidad emisora —que generalmente es un banco o un grupo de bancos— garantiza los pagos que ella genere a favor de los comerciantes acreedores y los hace efectivos después de que las transacciones se han realizado. Luego la entidad emisora recupera ese dinero del portador de la tarjeta. Y el comerciante, que sin duda aumenta sus ventas con esta facilidad crediticia, reconoce por este servicio a la entidad emisora una comisión proporcional al volumen de las transacciones hechas.
Aunque las tarjetas no tienen todas las características del dinero —como las de ser medida del valor, medio de acumulación y unidad de cuenta— son un instrumento de cambio que contribuye a incrementar la masa monetaria de una economía, puesto que la cantidad de crédito disponible que tiene cada titular de una tarjeta, o la diferencia entre esa suma de crédito autorizado y la cantidad cargada a la tarjeta y aún no liquidada, forma parte de la oferta monetaria general.
En este siglo advino una nueva forma de dinero: el >dinero electrónico. Su apariencia física es la de una tarjeta de crédito pero en su interior tiene un microprocesador, con un chip muy sofisticado, que permite a su titular transferir sumas de dinero instantáneamente a cualquier lugar del mundo. Su experimentación empezó en Inglaterra en los años 90 del sigo anterior. El banco de compensación National Westminster, por intermedio de la compañía Mondex International Ltd., puso en movimiento esta nueva forma monetaria en 1995. Creó el mondex, llamado a sustituir a la moneda convencional y a revolucionar los sistemas monetario, financiero y cambiario del mundo. Una parte de las transferencias de dinero y los pagos internos e internacionales se hacen por este medio. Al comenzar la segunda década, el 10% de las transacciones se realizaban con dinero digital.
Con el dinero electrónico los consumidores ya no necesitan portar dinero en efectivo ni cheques de banco ni tienen que acudir a los cajeros automáticos en busca de billetes. El nuevo dinero, como es básicamente un software, puede ser programado para que haga cosas que nunca podría hacer el dinero convencional, como señalar, por ejemplo, el destino de los gastos de modo tal que la tarjeta electrónica no funciona para objetivos distintos de los previstos. Una empresa podría programar que el destino del dinero sea la compra de útiles de oficina en determinado almacén, de manera que si el funcionario intentara pagar con él el consumo de una cerveza en la taberna la tarjeta inteligente no funcionaría. Los padres podrían enviar dinero electróníco a sus hijos con un destino preestablecido de modo que el desvío de esos fondos sea imposible.
En enero del 2009 hizo su ingreso a internet el bitcoin, que es una moneda digital descentralizada que se utiliza a través de internet como medio de pago por la adquisición de bienes y servicios de todo tipo. Ella cumple todas las funciones de la moneda —medio de pago, instrumento de cambio, medida del valor, unidad de cuenta, mecanismo de ahorro— pero no es emitida por un gobierno ni está controlada por un banco central —como las monedas convencionales— sino que es un medio de pago descentralizado, sin dependencia de un instituto emisor ni sometimiento a una política monetaria estatal.
A diferencia de las monedas regulares, el bitcoin no está legal ni económicamente sustentado por un gobierno, que responde por su operación ante la comunidad interna y la comunidad internacional. Es una moneda sin respaldo ni limitaciones estatales y, por eso, los agentes económicos privados la pueden utilizar libremente para sus fines. “La diferencia —afirmó “The Economist”— es que las monedas establecidas están sustentadas legalmente por el gobierno, quien es, en principio al menos, responsable ante sus ciudadanos. Los bitcoins en cambio son una moneda de comunidad. Requieren autocontrol de sus usuarios”.
Consecuentemente, este dinero digital no está sometido, como el dinero convencional, a una política monetaria estatal ni al control de un banco central ni sirve a los designios oficiales de regulación, estabilidad financiera y presión impositiva en cada país. Es un dinero de comunidad sujeto al autocontrol de sus usuarios, utilizado para hacer pagos en línea directamente entre las partes interesadas.
Sus intercambios con las divisas nacionales se realizan persona a persona por internet en los denominados “mercados de intercambio”, que son páginas web que conectan instantáneamente a usuarios vendedores y compradores de la moneda virtual. En enero del 2014 el precio de un bitcoin rondaba los 600 euros y la base monetaria del sistema se acercaba a los 7.000 millones de euros.
Pero este dinero digital tiene varios riesgos, entre ellos, los errores en el software y los virus informáticos. Igual que el dinero regular, el bitcoin puede emplearse ilegalmente: compra de drogas y otras mercancías ilegales, lavado de dinero sucio, evasión de impuestos, operaciones especulativas. Los ciudadanos son libres de utilizarlo bajo su propio riesgo. Y los gobiernos no están en posibilidad de controlar esas actividades ilegales hechas en la red.
Todo indicaba que Satoshi Nakamoto —supuesto ingeniero electrónico de origen japonés, residente en California— era el diseñador en el año 2008 del código electrónico de creación y funcionamiento del bitcoin, controlado por software —que buscaba amparo ante la depredación de los políticos y los banqueros, según afirmaban sus propulsores—, incorporado un año después a internet, dentro de cuya red electrónica opera y se desenvuelve.
Como resultado de sus investigaciones, la revista norteamericana “Newsweek”, en su edición del 16 de marzo del 2014, afirmó que Satoshi Nakamoto era el inventor de esta criptodivisa —cryptocurrency— que ganaba espacio virtual en internet. Pero el misterioso personaje, que vivía modestamente y sumido en el anonimato en la pequeña ciudad de Temple City, al sur de Los Ángeles, había negado persistentemente ser el creador de aquella moneda.
El 2 de mayo del 2016 la Agence France-Prensse (AFP) publicó que, “tras años de misterio y de especulaciones, el verdadero creador de la moneda virtual bitcoin reveló su identidad a la BBC, a The Economist y a la revista GQ: se trata del empresario australiano Craig Wright”, quien presentó las pertinentes claves criptográficas para demostrarlo.
Y, en realidad, todo parecía indicar que el nombre Satoshi Nakamoto —que hasta ese momento aparecía como el autor del programa de la moneda virtual— era simplemente un pseudónimo.
Según la agencia periodística British Broadcasting Corporation (BBC) de Londres, Craig explicó que había utilizado para sus fines el apellido de Tominaga Nakamoto, filósofo japonés del siglo XVIII.
El dinero, en sus diversas modalidades, no se ha limitado a ser un instrumento de cambio sino que ha influido sobre la marcha de la economía. De ninguna manera fue, como al comienzo se pensó, un elemento neutro en el proceso económico sino que asumió un importante protagonismo en su desenvolvimiento. Varias teorías trataron de explicar este fenómeno. La >teoría cuantitativa del dinero intenta explicar muchos de los hechos de la economía —la formación de los precios y la inflación, entre ellos— en función directa de la cantidad de dinero que se emite y saca a circulación. Algunas de estas teorías exageraron la influencia dineraria en la economía y, en sus posiciones más extremas, llegaron hasta el >monetarismo que es la tendencia a magnificar la influencia de la moneda y, por ende, de la política monetaria, en el comportamiento de la economía de un país. Esta tendencia se marca con especial fuerza en la llamada escuela neoclásica. Para ella, el manejo de la provisión de dinero por la banca de emisión es el elemento crucial de la conducción económica de un país.